miércoles, 19 de diciembre de 2007

caminito del olvido

Te suplico que no pienses más en eso, le repetía una y otra vez aquel hombre de la cara totalmente roja, no obstante enjuto y de cabeza severamente despoblada. Por favor.
No parecía tener autoridad ninguna, ni experiencia que transmitir, pero en su desesperación parecía desear realmente que aquel hombre se calmase. Era, en cierto modo, bastante patético. Su compañero volvía a la carga con las lamentaciones. No, no puedo, he de volver, mi hijo…
El hombre delgado, cada vez más sudoroso, negaba con la cabeza.
Tu hijo no tiene nada que ver en esto, tienes que dejarle hacer su vida, escúchame, tienes que dejarle en paz, le gritaba susurros roncos al hombre de pelo canoso que miraba a todos lados y se apretaba la cabeza, dejando entrever al menos 15 años de fumador.
El hombre del pelo canoso tenía la cara picada y por su cuello trepaba un tatuaje azulado, prácticamente oculto por su jersey de algodón exageradamente grueso.
Se rascaba la cabeza como si tuviese un gremlin arrancándole los pelos, muy agitado:
Pero es que tú no lo entiendes, no tienes ni idea, ¡Joder!
Sus dos figuras se agitaban violentamente en los asientos de plástico, mientras el vehículo crujía en cada curva.

Mi parada llegó cuando el hombre más pequeño, el calvo rojizo, se echó a llorar.

cucaracha homicida (tiempo y verguenza en su justa medida)

jueves, 13 de diciembre de 2007

pero sigo vivo gracias a la vitamina C

“El día que quiten lo de los pollos no sabré llegar a tu casa”

finjamos entonces, que no olemos
el cadáver en el asiento de atrás,
esquivando metal a 150 km/h para que parezca
que no va con nosotros
el vaivén de la agonía,

hagamos los recados como buenos hijos
desde lo alto señalando con el dedo a los disidentes
volviendo a casa por Navidad
al encontrar las calles atrancadas con silicona en la cerradura
siempre que no es viernes

aplaudamos al resto con esa tristeza presente
que va hundiéndose en nuestro pecho
sin darnos cuenta
viendo toda esa gente que va a los cines a llorar
y se secan los ojos,
al salir,
con la sal de su comida
a falta de algo
mejor

ya sabes,
asomarse a la ventana y no ver al pueblo adorador
ni siquiera una sonrisa en tu espejo
que nos ahorre la duda,
y llegar a ver tus ojos a fin de mes
aplaudiendo con las pestañas; apartando
el aire
frío
que se ensarta en los dedos
y te hace dudar de nuevo acerca de
si escribirás alguna vez algo
lo suficientemente bueno

mientras yo, más clásico,
me inclino por preguntarme
por qué somos éxodo
en los lugares cerrados
ajenos al tiempo que,
quizá
espera preguntas
más simples.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Escrito Tipiquísta nº1

Secuandando la inciciativa de Madmoiselle Quiensinó, y considerando el tipiquismo como un mundo a explorar, ahí va un escrito que yo considero tipiquista. La definición del termino, la podreís encontrar en su blog, aunque de hecho aún se sigue definiendo. Esto es mi visión personal de lo que puede ser el tipiquísmo. Seguro que hay diferencias, ya sabeis, no es lo mismo el impresionismo de Monet que el de Renoir (mujajajaja, mascad mi pedantería). Por último, antes de empezar, recordad que esto es un comienzo, y que los comienzos son dificiles, mejorables, y generalmente no se entienden. Ahí va una obra para la causa.

Charlie Parker, Investigador

La tarde 25 de noviembre, Charlie Paker, investigador privado, descendía las escaleras que conducían al “O’ Malley’s”, uno de los pocos antros de Queens donde se podía estar a salvo del mundo los domingos por la tarde hasta que cerrasen.El hecho de que al volver arrastrándose a casa, después de un considerable número de vasos, no le esperaría nadie, no era ni mucho menos un motivo de tristeza.


Es más, había un cimiento importante para su personalidad y su autoestima en el saber que él no era la clase de persona que se casaría con una preciosa y tonta mujer, que envejecería con él, criando hijos en un adosado de Nueva Jersey. No, el no soportaría criar a un Timmy, una Maggie y un Charlie Jr, mientras su mujer, preñada de nuevo, se levantaría a las 6 de la mañana para preparar el desayuno dejando la cama fría una hora antes de que el se levantara. Cortar el césped, barbacoa los domingos, y sexo políticamente correcto los sábados pares de cada mes. Antes que todo eso prefería la cómoda soledad y pagarse putas toda la vida.


-Hola Brian, lo de siempre
-¡C!, cuanto tiempo sin verte por aquí ¿Qué hay? ¿Qué dices?
-Digo que me pongas lo de siempre- Charlie no aguantaba la jerga juvenil, que Brian O’Malley, último sucesor de la dinastía O’Malley, empleaba con él, pero sobretodo no soportaba su innecesaria conversación, el solo estaba allí para tomarse una copa y esperar a alguien.
-Con tanto tiempo sin venir creí que te habrías casado- después de dos segundos de pronunciar la última letra de la frase, hasta el se dio cuenta de que no había tenido gracia.- Dry Martini, aquí tienes Charlie.


“Este puto crío no comprende la diferencia entre mezclar y agitar” Lo cierto, es que el Dry Martín es la clase de combinados en los que una mala mezcla puede resultar bastante desagradable. Aún así, se lo bebió de un trago y sin pestañear, quería evitar cualquier conversación con Brian.

-Casi se me olvida, C, un chofer ha pasado por aquí y ha dejado una nota para ti- Charlie puso un extraño gesto al leer la nota, una sonrisa torcida, la clase de expresión que pone una persona que no le gusta la lluvia y comprueba en sus propias carnes que sabía que iba a llover. En la nota, escrito con una caligrafía de la alta sociedad, ponía “ lo siento, pero hoy no podrá ser”

Arrugó la nota en su bolsillo, pidió esta vez un Manhattan, y se encendió un cigarrillo. El bar estaba casi desierto, el humo flotaba por toda la instancia mientras poco a poco desaparecía y se alejaba. Charlie no había mudado aún su gesto y recordaba a su cliente de esta mañana, que acababa de darle plantón.

7 horas antes, Charlie Parker, investigador privado, llegaba a su oficina con barba de un par de días y la corbata mal abrochada. La noche anterior no había bebido tanto, pero un hombre a veces se merece un respiro, sobretodo si es su propio jefe. Sin demasiada risa pero sin entretenerse, subió las tres plantas que había hasta su despacho, y se encontró alguien esperando en el banco de madera que había junto a la puerta.

Lo cierto es que no se puede decir que Charlie fuese un hombre disimulado, y dedico un par de segundos a mirarle las piernas, pero ni siquiera a ella le dedicaría un gesto de aprobación, simplemente observó como se observa un periódico sobre la mesa del desayuno. Sacó un paquete de cigarrillos y se encendió uno, mientras seguía de pié, aunque esta vez esperando a que ella se dignase a mirarle. Pero su educación victoriana seguramente le impediría comenzar una conversación con alguien que no era de su mismo sexo, ni de su misma clase social.

- ¿Es usted Charlie Parker, el sabueso?- aquello le sorprendió a Charlie, no solía equivocarse
- Nosotros, o por lo menos yo, preferimos llamarnos investigadores privados
- Como sea
- En cualquier caso ¿Quién lo busca?
- Mi nombre es Natalie Le Gardon, y en el caso de que usted fuera quien yo busco, quisiera contratar sus servicios.
- A, es usted una cliente- el hecho de tener un cliente en tanto tiempo casi fue algo sorprendente- pase.

Al abrirle la puerta y dejarle pasar primero, se descubrió volviéndole a mirar las piernas, unas delicadas piernas en una discreta moral y decorosa falda, que combinada con su mirada entre el desprecio, el recelo, y la lascivia, resultaba de lo más erótica. Su despacho no era el lugar más idóneo donde iniciar un contacto sexual, resultaba sucio, y desastrado. Papeles, ventiladores, un ventanal estropeado, y un ventilador para menguar el sofocante verano de Queens, ahora ya tan lejano. Pese al brillo insinuante de sus ojos, y el rítmico movimiento de sus pasos, sus gestos al moverse por el despacho reflejaban ante todo asco, pero bueno, él no podía pagarse sirvientes.

-Usted dirá
-Mi padre, Sr. Parker, es un hombre ya mayor, y por lo tanto fácilmente impresionable. No debe de quedarle ya mucho tiempo, 6 meses o quizás un año, y ha empezado a frecuentar la compañía de un hombre. Su nombre es Gustav Grindderman. Es uno de los principales subalternos de la empresa de mi padre, Spanish Oil Co., se dedica a la exportación de aceite de oliva. Pues bien, no me fío de ese hombre, y creo que su intención es hacerse el hijo para figurar en su testamento. Como comprenderá, como principal heredera no me resulta un hecho agradable. Me gustaría que averiguase quien es ese hombre y que pretende - Charlie tomaba notas todo lo deprisa que podía.
-Más despacio señorita Le Gardon.
-No puedo ir más despacio, llevo mucho tiempo esperando ahí fuera y tengo otras reuniones hoy. ¿acepta el trabajo?

Además de no resultarle un asunto limpio, era obvio que la chica mentía y que seguramente fuera una hija interesada que busca quitarse de en medio a la competencia. Por el contrario, hacia semanas que no le salía un caso, y el último tipo decidió no pagarle. No sabía cuanto tiempo más podría esquivar a sus acreedores. Al ver que el tiempo transcurría y que Charlie no decía nada, ella le dio una tarjeta con su dirección y su número de teléfono, y le dijo que considerase la oferta. Un segundo antes de que cruzase la puerta ella se dio la vuelta y le preguntó:

-¿Le gusta el Jazz, Señor Parker?
-Lo detesto
-Que lástima- Puso un gesto extraño y desapareció por la puerta.

No tardó ni seis horas, en llamarle, ya que dio un rápido vistazo a su balanza de pagos. Para obtener un poco más de información, el pensó en el “O’Malley’s”, jugando en casa uno no se espera sorpresas. Pero aquel plantón cambiaba definitivamente las tornas. Había caído en su red, y sabía que había demasiados detectives privados en Nueva York y muy pocos clientes, y que tendría que hacer lo que ella dijese cuando dijese, porque no dejaba de ser un trabajador que necesitaba su salario. Verse atrapado por ella le producía sensaciones complejas. Por un lado la odiaba, y por otro le atraía. Detestaba su dinero porque aquello le convertía en su subordinado y a la vez lo necesitaba.

Subió de nuevo las escaleras que le llevaba a Nueva York, de noche ahora, y se puso al trabajo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Poesía de bolsillo

Poetas que se masturban
en islas desiertas.
Cruces gamadas impresas
en las almohadas.
Gente que transita
sin prisa ni remedio.
Calles que son llevadas
a los lugares indicados.
Mi vida al revés,
con los pies colgando.

domingo, 11 de noviembre de 2007

El frío en septiembre

( 1º Parte, a modo de edición de prueba de los seriales de televisión)

Mi tren salía a las 10:36, en dirección al centro de la ciudad. Mis dedos recorrían el metal frío del pasamanos al pasar por escaleras de la estación que lleva a los pasajeros hasta el andén número 2. La estación tomaba aspecto de edificio en obras por la mañana. Las tonalidades grises se fundían con el cielo y viceversa, una isla entre el mar de césped de un verde totalitario. En mi cabeza los abusos de la cebada negra aplicaban métodos de tortura china a mis neuronas, lo que viene a ser llamado una señora resaca. Mientras esperaba, recordé las fotografías de la noche anterior, la despedida de Amaia y el grupo de estudiantes coreanos, mi intento en vano de escribir algo coherente al llegar a casa y la frustración de no haberme atrevido a besar a Gaëlle. El tren me sacó de mis pensamientos y abordé el vagón junto a una marabunta de niñas enfundadas en ropa deportiva rosa que despertaron mi rechazo enfermizo por tal color.
La línea del tranvía que enlazaría con el aeropuerto no estaría preparada hasta dentro de dos años, así que debería cruzar buena parte del casco antiguo hasta tomar uno de esos citylink en los que se hacinan jóvenes, turistas de clase media y algún que otro policía de incógnito. Lo último que me apetecía era coger uno de esos taxis, así que no había otra alternativa.
El recorrido desde Howth hasta la estación central de la ciudad duraba por lo menos 40 minutos. Mientras sacaba toda la parafernalia necesaria para escuchar música en el tren, miraba de soslayo el cristal; a través del cual proyectaban una película de vegetación interminable, de un verde esmeralda apagado, como el contenido de una cazuela de acelgas humeante. Sería inútil intentar convencerme de que todo aquello carecía de dimensión dramática para mí. Lo cierto es que cada metro de vegetación que dejábamos atrás se cargaba en mi espalda como un saco de arena, uno tras otro. Apoyé los pies en el asiento de enfrente, que ya tenía el tapizado, también verde, muy ennegrecido –supuse que el mío estaría igual- y encendí el reproductor. Gaëlle me había entregado un cd virgen, sin marcas de rotulador ni nada parecido que diese pista alguna acerca del contenido, pero yo sabía que contenía algunas canciones suyas, como regalo de despedida. Al dármelo incluyó en el lote una sonrisa que no me atreví a recoger.
Meses después me enteraría que estudió en el conservatorio de Marsella desde los 5 años, que había girado por toda Francia, incluso Canadá, ganando certámenes y participando en todo tipo de actos con la guitarra española.
-Algún día iré a Madrid de gira y te mandaré entradas para que vengas a verme- dijo la noche de antes, consciente o no de lo que aquello significaba para mí. Le imaginé en el quirófano, vestida para operar, sacándose veneno de sus ojos verdes para inyectármelo directamente en el pecho mientras un yo ajeno a la función, anestesiado y tumbado en la mesa metálica de su laboratorio maligno, iba bombeando el líquido hacia cada extremo del cuerpo.
Sabía que en la oficina me preguntarían si habría echado algún polvo con alguna de las compañeras de congreso, con alguna extranjera compañera del congreso. Javier, el jefe de recursos humanos, era la clase de gilipollas al que había que conquistar con fanfarronadas, y no hubiese admitido un "nada de nada" por respuesta después de casi 5 semanas pagadas por la empresa, si no que exigiría al menos una historia bien cargada de detalles. Podría decir que me enamoré de una niña de 17 años, pero decir la verdad no era una opción.
Al contrario, inventé una historia acerca de alguna de las cenas extra-oficiales con mucho whiskey y alguna congresista alemana con el tacón roto que necesitaba que le llevase hasta el hotel. Pura mierda, sí, pero perfectamente creíble: pan et circus.
La empresa estaba interesada en cubrir a las tantas compañías asentadas en el Holyrood Park, una especie de mega-recinto financiero que albergaba a las sucursales de las empresas del sector de las nuevas tecnologías. El Irish Tiger, organizaba en septiembre un congreso sobre recursos legales en el marco del mercado tecnológico al que fui en calidad de representante de la asesoría. Aprovechaba el viaje para hacer un curso de idiomas, inglés aplicado a las relaciones empresariales en el Trinity College, con todos los gastos pagados por la empresa. Aparte de los 4 meses en los que estuve haciendo el máster en Frankfurt, jamás había salido de Madrid.
Jamás intenté explicar a Pau, mi mejor amigo, ni si quiera a mi hermana el motivo por el cual perseguí a Gaëlle cada noche. Acepté el curso de los acontecimientos siguiendo la idea de Schopenhauer: toda negligencia es deliberada, todo encuentro casual una cita, todo está predispuesto por el hombre en un estado anterior, dando por imposible cualquier razonamiento crítico.

Cucaracha Homicida (tiemble señor Marías)

jueves, 8 de noviembre de 2007

Casablanca

Mientras nuestras manos se entrecruzaban despacio, el automóvil se dirigía vertiginosamente hacia las afueras de la ciudad. Avanzaba como un león hambriento, feroz e inevitablemente hacia la presa. Tan feroz e inevitable como el tiempo.

Porque de hecho, el tiempo transcurría, ahora que el final estaba tan cerca, demasiado rápido, y tan lapidariamente como los nazis sobre Francia. En el voraz transcurso de los segundos y los metros sobre carreteras secundarias, nuestras manos se entrecruzaban despacio, volviendo a reconocerse. Prometo que fue el segundo más lento de mi vida. Un segundo intenso, a cámara lenta, mientras la realidad no dejaba de acelerar. ¿Demuestra esto la relatividad del tiempo de la que hablaba Albert? ¿Tiene que ver con aquello de que si una persona, en un viaje sideral, si supera la velocidad de la luz, envejece mas lento que una persona que se queda en la tierra, y al volver, envejece el doble de rápido?

Sentada en el asiento de al lado, mirando por la ventana, de manera nerviosa, tú temías por tu suerte y deseabas llegar a tiempo. Observabas como el tiempo no pasaba todo lo deprisa que debía pasar, acariciando mis huellas dactilares, inconscientemente, aliviando, solo por un segundo, el inevitable hecho de tu marcha, mientras nublabas cualquier perspectiva de futuro, congelándome justo en aquella sensación, relativizando el tiempo.

Resulta curioso, como el tiempo describe sensaciones tan aleatorias en el mismo momento, en relación con las distintas personas que lo experimentan. Para ti, todo transcurría demasiado despacio, y para mi demasiado deprisa. Los significados de las palabras deprisa y despacio variaban por completo según quien de los dos las estuviera escuchando.

Los hechos que ocurrieron después de que bajásemos del coche, sucedieron tan rápido como había previsto. El avión esperaba, había tiempo de sobra para facturar, embarcar, ir al baño y despedirse. Ahora te recuerdo recorriendo con una sonrisa en el pasillo de los baños de la Terminal 2 del aeropuerto, mientras te observaba inmóvil, como apunto de ser embestido por un trailer de varios ejes. Sin decir nada nos abrazamos, y nos besamos, y el tiempo transcurrió a dos velocidades al mismo tiempo, como antes, tan deprisa, y a la vez tan despacio.

En el filo de los momentos, la gente demuestra ser lo que realmente es. Entre lágrimas, te pedí que te quedases, aún sabiendo que era imposible. Me besaste por última vez, y prometiste volver a verme. Y agachando el ala del sombrero, di medía vuelta, y me dejé arrastrar por la cinta transportadora hasta el aparcamiento.

No soy Rick. He demostrado no serlo. Supongo que por protegerme, creo que nadie es Rick. Ni siquiera él, él era Bogart, y quiero creer que Bogart y Rick habrían actuado de manera distinta. Quiero creer que Rick no existe.

Tu avión se aleja contigo dentro. Yo estoy en el supermercado cerca del apartamento, y compro una botella de Smirnoff y unas galletas mantecosas, evitando el planteamiento de las preguntas, sensaciones y lamentos que siempre surgen en estas ocasiones. En mi cuarto vaso consecutivo, imagino un extra de la película de Casablanca, en la que Bogart, tras despedirse del policía francés hasta el día siguiente, abre un paquete de galletas.




Texto: Pepe Ruiz Andrés
Fotografía:
Blanca Ruiz Andrés
Montaje fotográfico: Aída Prados Cano

Marco- Escenico:
París (Francia)
Inspiración: Aída Prados Cano


viernes, 19 de octubre de 2007

El "yo" estatico

"Bendita individualidad. Parece que la historia a querido traernos justo hasta aquí, muy adentro del bosque, para que nisiquiera todo el pan del mundo pueda hacer un rastro de migas que nos pueda hacer volver a casa, o por lo menos ayudarnos a salir. Aunque últimanente empiezo a pensar que la humanidad representa todos los papeles en esta comedía infantil. La humanidad es el npadre que abandona a sus hijos, el hijo que se pierde en el bosque, y la bruja de la casita de chocolate, habirenta y esperando..."
-"Giorgio Strehler"-

Hace días que no salgo del tercer piso de la biblioteca. Bueno, eso es mentira a efectos puramente fisicos, pero hace muchos días que me refugio en el tercer piso de la biblioteca para protegerme. Dejo el tiempo transcurrir durante horas, sobre una silla incomoda, sobre una mesa icomoda, siempre con el mismo chico que esta al otro lado de la mesa. Visito con regularidad la pagina de http://www.ajedrezonline.com/. Suelo perder. De hecho, en mis últimas diez partidas, solo he ganado una, y solo en 4 fui un digno adversario y no me retiré al cuarto movimiento. Nunca fuí muy bueno al ajedrez. Recuerdo las largas partidas contra mi padre y lo frustrante que resultaba perder siempre. Me pregunto si cuando sea padre me dejaré ganar por mi hijo. Me pregunto si seré padre. Me pregunto si saldre de aqui. Me pregunto si quiero.

Lo importante no es ganar al ajedrez. No sabría decirte que es importante, pero en esto te puedo asegurar que no es ganar. Se trata más bien de jugar, de matar el tiempo de un modo que no duela, de realizar una actividad completamente anodina, intrascendente. Es lo bueno del ajedrez. Cuanod ya has jugado muchas partidas te das cuneta de que realmente es un proceso mecanico, y que debe de haber una manera de calcular todas las variables de una partida (los ordenadores lo hacen). Al convertirse en un proceso tan mecanico, resulta un metodo perfecto para taparse los ojos mientras el tiempo pasa.

Todo se vuelve absolutamente mecanico: Jugar al ajedrez contra adversarios que desconozco, leer novelas y ensayos, en el piso más alto donde no hay nadie, o donde la gente está de paso. Me resulta una sensación agradable ver entrar y salir a la gente y observar que yo sigo aquí, tranquilo y seguro en mi existencia mecanica y rutinaria.

Y cada vez que vuelvo al tercer piso de la biblioteca es como si una gran parte de mi se hubiese quedado aquí y no quisiera salir y no pudiese convencerla. Y al sentarme en el mismo sitio de siempre noto una ligera sensación de recogimiento, la misma sensación que estar despierto bajo las sabanas en un día triste y hacerse el dormido. La misma sensación reconfortante que resulta pegar una figura de porcelana baratada de un todo a 100 con un poxipol. Un trabajo bien hecho.

Texto: Pepe Ruiz
Música: 15 steps (Radiohead)

lunes, 8 de octubre de 2007

Arte en las calles

Nació como una iniciativa poética pero pasó de boca en boca convirtiéndose en una ACCIÓN ARTÍSTICA.
¿El objetivo? Demostrar que EL ARTE VIVE, en todas partes, a todas horas, con apoyos económicos y sin ellos, que en este siglo LA SENSIBILIDAD TIENE VOZ y pretende ser también ARMA.
Desde hace un tiempo internet está moviendo a grandes poetas, fotógrafos, músicos y demás, muchos de ellos reconocidos y premiados, muchos otros anónimos.
El Arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es lo que hace que el humano sea Humano.Se ha establecido que el día 30 de Noviembre vamos a concentrarnos en distintas ciudades de España, para poner al alcance de todo el mundo, de una manera gratuita el arte canónico y periférico.
Cada ciudad establecerá el lugar y la hora exacta a través de los comentarios que iréis dejando en www.arteenlascalles.blogspot.com y cuando esté todo claro lo difundiremos de una manera oficial a través de radio, tv y periódicos.
Pero hay algo muy importante:
ESTO NO PUEDE FUNCIONAR SIN TU AYUDA.
Como artista, o como público, tienes que manifestar tu apoyo, mover tu ficha.
Por favor, entra, y comenta: www.arteenlascalles.blogspot.com

domingo, 7 de octubre de 2007

Octubre es esto: escritura automática.

Esta música acabará conmigo. Cada tecla de ese piano es una niña perdida, un parpadeo en la dirección equivocada, en esta dirección. Podemos hablar de las apuestas inútiles, de por qué sigo bebiendo si ya no puedo pensar con claridad o de quien no merece a quién. Pero tengo la mente en otro lado mientras una mujer canta algo en portugués sobre el mar y yo no puedo más que enmudecer. Justo después Ben Western habla acerca del cielo y a mí se me antoja inútil todo ese optimismo. No me apetece mover ficha. Inconscientemente le pego una patada a la escalera y ahora ya no puedo bajar de aquí. Las voces se apresuran en acudir al asedio, descalzas y a un ritmo de días nublados. Esta vez son bienvenidas y me invitan a un cigarro, que casi me apetece. En cierto modo tengo mejores excusas para beber que tú, pienso, pero enseguida me doy cuenta que no es cierto. La voz habla de Londres ¿Una vez estuviste allí, verdad? Creo que te enamoraste allí. Qué más da, hace mucho tiempo de aquello. Todos miramos al suelo en los aeropuertos. Aún no me he ido. Ya sabes, todo eso. Echo mucho de menos Dublín. Quisiera saber quien es el cabrón que está tocando el contrabajo en este momento y al imaginar que igual se trata de un hombre infeliz alivio mi envidia. El cabrón soy yo, desde luego. Seguidamente suena un saxofonista que murió a los 26 años y en mi cabeza aparece una lista de jóvenes suicidas que admiro. Recuerdo bromear sobre el seconal, fue hace poco tiempo y seguro que ella también lo recuerda, aunque no le haga ni puta gracia. Me abrazaba fuerte cuando se lo comentaba, enfadada y asustada al mismo tiempo. No te hagas el duro, me chilla Miles, con él no se discute. Me pregunto cuántas veces despegó los labios malgastados de la trompeta para emborracharse en uno de esos clubs europeos pensando en Juliette Gréco. Qué miserable te sentirías cada noche que tocabas en la sala Pleyel de Paris, donde os presentaron, al ver que ella ya no acudía a verte tocar. Así que no me toques los huevos, querido. Pero volvamos a esta habitación. Te hablaba antes, por cierto, de apuestas inútiles en clave de metáfora. Ya sabes: poesía. Pero pretendo ahora hacer acopio de sinceridad, sinceridad que achaco al Jack Daniel’s que me guardé en casa y que no me sabe a nada. Animarte a buscar otros objetivos a sabiendas del naufragio y todas esas cosas que una vez escuché en una canción de Silvio. Dijiste que te gustaban sus canciones. Quizá fue otra persona, qué importa. Está entrando frío por la ventana y tengo frío, tanto que se me antoja una despedida con abrazos pero no tengo ni siquiera una camisa limpia a mano para cubrirme. Todo este desorden. Sería útil algo similar a una prueba de embarazo, un cacharro que con solo enseñar tu foto pueda decirme si es que estoy perdiendo el tiempo o hay algo más. Ahora que lo pienso, no tengo ninguna y me parece ver un gato morado como el de Alicia sonriendo con ironía, pero esto no es el país de las maravillas. Si tan solo. Pero no me hace falta. Vuelven a la carga las teclas frías de un piano. No voy a poder dormir y el reloj del ordenador marca casi las tres de la mañana mientras un músico con una vida de fracasado me habla de la medianoche. No trato de ser irónico. Tampoco quiero que salga el sol, ni me apetece nada levantarme para ver a Luís. Vino a Valencia hace poco, tal y como yo le recomendé, pero sin avisar. Su presencia aquí ahora se me hace egoístamente incómoda, pero en el teléfono sonaba suplicante y triste -como siempre- así que me hizo sentir culpable. El muy capullo. Es un tango andante, este tipo. Tengo un hambre atroz y en la nevera hay poco aparte de un poco de arroz así que vuelvo sigiloso al pequeño cuarto con un pepino y un poco de sal. Si supieras lo terriblemente ridículo que me siento ahora mismo, dando mordiscos al pepino, pensando en qué piensas tú, tiritando de frío con la ventana abierta, borracho y escuchando una emisora de música que me deprime. El locutor confiesa que no le gusta la canción de Chiara Civello que acaba de poner, pero a mi me pone la piel de gallina. Al parecer no sé de jazz y me emociono con tonterías. Como tú.

Cucaracha totalmente homicida (nohagaisestoencasa,chicos)

miércoles, 3 de octubre de 2007

Circulos Concentricos

Los malditos editores no paraban de agobiarle, ellos, y el miedo, (o tal vez una curiosidad morbosa, de saber si finalmente la inspiración se había evaporado para siempre), le empujaron a querer escribir.

Debían de ser alrededor de las 11:42 a.m., de octubre. Un cielo gris, como un ojo acusador, se instalaba al otro lado de la ventana. Él se escondía, de las nubes culpabilizadotas, del agresivo mundo que aguardaba fuera, sitiando su tranquila y pacífica soledad. Se escondía de las llamadas agresivas de teléfono, los pagos atrasados, y de todos los deberes que no era capaz de satisfacer. Deberes que reflejaba el horario que él mismo había confeccionado pocos días antes.

Por un momento tuvo de nuevo esa reacción natural en él. Deseaba huir. Pero sabía que por mucho que viajase sus problemas no iban a abandonarle jamás, que él era una de esas personas con problemas, que daba igual cuantas veces fuera a empezar de nuevo porque siempre , siempre, iban a reaparecer, en cualquier parte del globo.

Con cierto resentimiento miro alrededor de su estudio, una habitación de menos de 20 metros cuadrados, desordenada aunque no desastrada. Buscaba un objeto inspirador, una realidad que fuera capaz de desencadenar la palabra mágica que provoca una caída incesante de frases, como una larga fila de fichas de dominó.

Reclinó la cabeza hacia atrás. Hizo crujir su espalda. Recordó lo que el médico le dijo hace un par de días, acerca de su peligrosamente prematura escoliosis. Recordó los ejercicios abdominales, la prohibición de fumar, recordó que no recordaba su último cigarro. Quizás mejor así. En su caza de la palabra oculta, no encontraba más que referencias a la luz gris del exterior. Si encontraba dinero, recordaba que tenía que pagar. Si miraba sus libretas recordaba a los editores, si miraba la toalla de baño goteando recordaba la natación, y si miraba el teléfono recordaba que no sonaba, y peor, caía en la cuenta de que estaba deseando que sonase.

Dejó su cuerpo muerto encima de su mesa, durante un brevísimo espacio de tiempo, no más de 6 segundos, y entonces se puso a teclear: “Los malditos editores no paraban de agobiarle. Ellos, y el miedo, (o tal vez una curiosidad morbosa, de saber si finalmente la inspiración se había evaporado para siempre), le empujaron a querer escribir.

Debían de ser alrededor de las 11:42 a.m., de octubre. Un cielo gris, como un ojo acusador se instalaba al otro lado de la ventana. Él se escondía, de las nubes culpabilizadotas, del agresivo mundo que aguardaba fuera, sitiando su tranquila y pacífica soledad, de las llamadas agresivas de teléfono, los pagos atrasados, y de todos los deberes que no era capaz de satisfacer al horario que el mismo había confeccionado pocos días antes.

Por un momento tuvo de nuevo esa reacción natural en él. Deseaba huir. Así que antes de escribir ni una frase, hizo las maletas y huyó. Ese fue el principio de todo”



Texto: Pepe Ruiz Andrés (el Aviador)

Fotografía: Aída Quiensinó

Música: Radiohead (Paranoid Android)

martes, 25 de septiembre de 2007

El Idolo

La muchedumbre se agolpa en las calles, colapsando el tráfico, de manera y con modos irracionales, en dirección a casa del ídolo. Gritan su nombre, se dejan llevar por la histeria colectiva. Los hombres beben y llevan grandes antorchas. Las mujeres, emperifolladas, agarran fuerte a sus hijos de la mano. Todos gritan. La turba esta descontrolada. Van a matarle.

El en cierta manera lo presupone, y bebe la última copa de su última cena. Sin entender el sentido de todo ello acepta su destino, porque sabe que él no es nadie sin su público.

Texto: Pepe Ruiz Andrés
Fotografía: Aída Quiensinó



lunes, 10 de septiembre de 2007

One minute to midnight


Es siempre el mismo sueño. La repetitiva, recurrente y asfixiante pesadilla que me asalta siempre que no me lo espero, acechándome en noches tan tranquilas como esta, en las que aparece sin ningún sentido para despertarme mientras grito en mitad de la noche. Es siempre tan real.... pero esta vez me mantendré en mi sitio y esperare a despertarme, disfrutando del espectáculo de mi inconsciente.

Lo bueno de soñar lo mismo tantas noches es que sabes lo que va a suceder inmediatamente. En primer lugar me encuentro en mi cama, desvelado en mitad de la noche, contemplando, como de costumbre, como entra la luz amarilla de las farolas por el tragaluz inferior de la ventana; admirando el juego de luces y sombras. Es algo que suelo hacer durante algunas crisis insomnes para quedarme dormido, mi particular forma de contar ovejas. Y hasta aquí todo marcha bien.

Pero de repente, soy incapaz de moverme, no puedo realizar ninguna clase de movimiento, es como una parálisis repentina. Primero intento mover los dedos de los pies, pero no puedo hacerlo, y luego intento incorporarme para ver si los tengo dormidos, pero es como si hubiera una superficie sólida e invisible que me impidiese doblar el cuerpo. Comienzo a perder la paciencia, y trato de dar patadas al aire, pero mis piernas están amarradas al colchón. Tampoco puedo mover los brazos ni los dedos de las manos. Fuera de mi, trato de gritar con todas mis fuerzas, pero algo mantiene mis dos filas de molares soldados entre si. Aun así grito, y solo emito un impotente mugido que no es capaz de llamar la atención de Blanca, que duerme en el cuarto contiguo. Mis pulmones se van quedando sin aire, me ahogo muy lentamente.

Aquí es donde generalmente me doy cuenta de que es un sueño, de que me he quedado dormido al revés, y en mi propio sueño intento darme la vuelta para respirar en el mundo consciente, aunque suelo despertarme antes de conseguirlo. Pero no esta vez, hace segundos que tendría que haberlo hecho. Algo va mal.

Una voz que sale de ninguna parte me susurra al oído: “idiota, esta vez no es un sueño”, antes de ser pasto de mi asfixia.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Instintos Primarios

Correr es una acción.Pero a parte también es un medio para conseguir algo. Quizás se trate de huir, o de perseguir algo. La cuestión, ahora, es el qué, y hasta los primeros 200 metros, no sabia muy bien mi propósito o bien algún porque para mi acción. En momentos así, cualquier tipo de razonamiento queda anulado por un fluido irracional interior. Sencillamente es una actitud que me nace. Caminar deprisa y no pensar. Alguien dijo que la gente camina deprisa para olvidar. Otras veces tal vez fue así, pero no esta. Esta no.

“Me voy. ¿Dónde? No lo se, si llama dile que en cuanto pueda lo haré”. Un portazo y un ser primitivo, ciego de odio, corre sin sentido y sin una finalidad clara de momento. Hago esfuerzos por calmarme, pero solo 20 segundos. Dos cafeteras en menos de una hora son suficientes para construir un fuerte muro de irracionalidad (esa es mi excusa, aunque dudo que un tribunal me absolviese por enajenación mental transitoria, acogiéndome a una alta dosis de cafeína). Poco a poco, todas aquellas sensaciones van tomando cuerpo, como en la elaboración de una escultura grotesca, oscura, y terriblemente expresiva. Odio. Yo le odio. Y si lo hago es por una profunda desconfianza en mi mismo. Si no me quiero nada, si no me valoro, tengo miedo, y si tengo miedo busco un porque, un enemigo. La agresividad contra él es producto de mi propio miedo, de mi propia falta de autoestima. No necesito medicación ni psicólogos para justificar todo esto. Ya he reflexionado muchas veces sobre ello y no me estoy diciendo nada nuevo.

Resulta agradablemente perverso imaginar su sufrimiento. Hay tantas maneras y tantas formas... mi favorita es verle huir en un pasillo estrecho, con ojos de terror sabiendo que su final esta muy cerca. Yo detrás, mientras escojo la herramienta mas adecuada. Nada sofisticado. Armas primarias para sensaciones primarias. Un bate de baseball. Una palanca de hierro oxidada... millones de posibilidades. Me recreo en sus suplicas y alaridos al ver su rodilla partida antes del golpe de gracia. No me imagino que le diría. Creo que no soy capaz de emitir nada con sentido. Solo mi expresión macabramente hierática antes de salpicar mi cuerpo con su sangre.

Aunque la orgía se detiene en un punto de inflexión. La plaza es enorme. Lo horizontal me detiene, me hace pensar...estar tranquilo. El cielo, el mar... esa clase de cosas. Inspiro. Espiro. Vuelvo a inspirar mientras busco mi paquete de tabaco. Espiro mientras lo encuentro. Inspiro buscando el mechero. Inspiro y espiro hasta que me enciendo el cigarro. Un par de caladas en el limbo y llego a una conclusión.

“Voy a matarle”. Doy otra calada. “Le matare. Suena como siempre, pero esta vez lo digo enserio. Se a donde voy, se lo que estoy buscando. Quiero sentir como todos y cada uno de sus granos post-puberes rebientan cuando mis nudillos les golpeen”.

“Te matare gordo asqueroso, solo tengo que encontrarte. Es una cuestion de tiempo. No tengo prisa”

sábado, 18 de agosto de 2007

Ain't no sunshine when..

Acumular datos y/o recuerdos,
meterlos en la mochila.
Los llevarás allí donde vas.

Mete los libros en las cajas,
en las más anchas y poco hondas
pues son lo que más pesa.

Apoyate en la puerta
y fotografía mentalmente todo lo que puedas.
Algún día -piensas-
querrás recordarlo.

Lo que no te destruye
es una pérdida de tiempo.

jueves, 19 de julio de 2007

Dales de comer a los perros

Ya vienen.

Marcar mis iniciales
con las cenizas de tu pelo.
Para que sepan
que estuve aquí.

Ya llega la niebla
masticando mis ojos
con el viento en los bolsillos.

Son labios sus balas
contra eso no hay muro
cuando la esperanza es
recuerdo
de lluvia
y no queda verdad
más que en la huída.

Contra la pared,
mis dedos dibujan una G.
Yo
estuve
aquí.

lunes, 2 de julio de 2007

Escritura a oscuras

Derribo muros de sonido
esta noche
Mi voz reluce
aún ténue,
dividida entre dos.

La propia sala sucumbe al silencio
y los pies
-mis pies-
apuntan al techo.

Ya no sueño,
escucho al genio,
que habla demasiadas veces
de verdades y periódicos.

Ya no hay sirenas,
y escribo a oscuras
para que las palabras
me sorprendan
al
amanecer.

domingo, 17 de junio de 2007

El universo a la deriva (bola nº8)

- La bola numero 8, es un ojo que mira y juzga a los presentes, desde una de las esquinas de la mesa de billar, apostada en su fortaleza, esperando... esperando el mas mínimo error de los jugadores para señalarles acusadoramente como perdedores.

Mirarla fijamente no impedirá que se caiga si cualquiera de las otras bolas la roza levemente. Actuar como si no existiese y jugar sin presiones tampoco. La bola negra es una hecho, una realidad inevitable. Esfuérzate todo lo que puedas en aquello que consideres necesario, pero la situación seguirá absolutamente igual. La mesa. El palo. Las bolas. Las leyes de la física. Las reglas del juego. El calculo geométrico. La suerte del principiante. Tú. Yo.

Hay alborotó más allá de la partida. Se están divirtiendo. Se ríen, carcajean. Lo están pasando bien. La distensión ajena al crucial momento de la partida, al otro lado de los nubarrones de humo, envueltos en su propio sistema, con sus propias leyes y realidades. Tan ajeno... parece mentira que todos estemos bajo la misma atmósfera.

Debe de haber alrededor de unas doce mesas en todo el local. Cada mesa esta rodeada por un media de 4 personas. Contando con los camareros, la gente de la barra y el negro que trata de vender baratijas a los borrachos de nuestra izquierda, hace un total de 72 personas en el local. 72 universos en marcha, en una torpe danza, todas bajo el mismo techo, ajenos cada uno entre sí de la complejidad de los otros. Imagina por un momento un “Big Crunch” en el local, el colapso inevitable, un mal paso en todo este torpe baile y la belleza apocalíptica que supondría. Sería como ver un millón de fichas de domino desmoronándose.

¿Qué posibilidades habría de que no se produjese algo así? ¿Cuanto falta para el final?
Ni lo intentes. Demasiadas incógnitas, una ecuación, muy poco tiempo. Resuelve primero las preguntas cuyo procedimiento conozcas y acumula puntos. Respira.
Y sobretodo, lanza de una vez, porque se me había olvidado comentarte todo aquello de que el tiempo pasa y que esta partida no puede durar para siempre. Nada puede-.


Cuaracha Amarilla ( Jimmy Glass)

sábado, 16 de junio de 2007

Café, Alcohol e Insomnio

A veces ocurren cosas así.


Un domingo te levantas cuando hace rato que el sol ha trepado hasta lo más alto y toda la gente normal está sentada en la mesa viendo las noticias.
Abres los ojos y el mundo se estrella contra tu cabeza con tanta fuerza que quieres morirte ahí mismo y no tener que soportar esa resaca ni un segundo más, deseando con toda tu alma que todo se acabe, desaparecer.

Y resulta, por muy extraño que parezca, que ocurre. Y, de repente, comienzas a deshacerte. Así, sin más.
Y te asustas. Alguna vez fantaseaste con marcharte de la ciudad, pero unícamente a condición de dejar una nota. Por miedo a que nadie se percatase de tu ausencia, como ahora.

Te invade la angustia por que no has dado explicaciones a nadie. Seguramente habrás dejado algun asunto pendiente: algo que querrías haber dicho, algo que querrías haber hecho; en definitiva, todas esas cosas que se dejan para el último día.

Conforme tus pies se desvanecen, en tu cabeza se atropellan las preguntas:
¿Cómo explicar a todo el mundo que se te cumplió un deseo? ¿Tanto bebiste?


El caso es que te levantas con un dolor de cabeza insoportable y se cumple tu deseo: desaparecer. Vaya suerte.
Los judíos tienen un curioso sistema a la hora de acumular la fortuna; creen fervientemente que si les ocurre alguna desgracia, la suerte que hubiesen necesitado para evitarla, se les acumula en algún lugar, para que cuando necesiten hacer uso de ella tengan reservas suficientes. Probablemente los judíos sean los únicos que sonrian cuando pisen una mierda, pero ese es otro tema. Tú no eres judío.



"¿Y por qué no se me cumplió aquello de que mi abuelo se recuperase de aquel cáncer de colon o esa vez que desee con todas mis fuerzas que Lucía no hiciese lo que al final, la muy zorra, hizo?"


Un judío; Woody Allen, Lou Reed o el gran Kirk Douglas, por ejemplo, te dirían: "bueno, es que por aquel entonces no tenías suficiente suerte acumulada".


Pero tú no eres judío. Es más, te consideras un ateo acérrimo, enemigo visceral de todo lo que tenga que ver con las religiones. Dadas las circustancias, echas mano del breviario de expresiones populares laicas y justo antes de que la desaparición se complete sueltas un resignado "Hay que joderse".


Cucaracha Homicida (G. Kovitz)

lunes, 28 de mayo de 2007

Génesis, capitulo 19, versículo 16

El ruido de los pasos hacia la puerta era terrible y dramático. El paso lento, decidido, fuerte (siempre), aunque cabizbajo. La mirada dirigida hacia el paso inmediato, evitando los espejos. Y el sonido de la puerta al abrir fue un chirrido desgarrador... un gran alegato desde la acusación hacia su culpabilidad.

Lo miró por última vez, y lo vio enorme. Tan enorme como la primera. Y no se trataba de una persona que mirase atrás, todo lo contrario. Se trataba más bien de alguien que por su trabajo estaba acostumbrado a frivolizar. Pero esta vez tenía que hacerlo. No es que fuera necesario, más bien inevitable. Recordó aquel pasaje de la Biblia en el que alguien huía de no sé qué ciudad, y pese a las advertencias divinas miró atrás, recibiendo el inevitable juicio de Yahvé. Su juicio y su condena.

Configuraba una extraña estampa, más que nada el silencio. El silencio y el humo aun latente de los cigarrillos. Mientras miraba atrás, algo en su alma, se volvió de sal.Pero las órdenes fueron claras y precisas. Ahora todos estaban muertos.

Puso los pies fuera del piso, cerró la puerta de una manera seca y decidida, y esperó al ascensor.

Cucaracha Amarilla( El Aviador)

domingo, 27 de mayo de 2007

Declaración de principios

-¿Y dice que está tal y cómo su hija la dejó?
Ellos, consternados, asintieron con la cabeza.
La habitación estaba pulcramente ordenada. Ni ropa sucia, ni colillas en el cenicero, tan solo un papel algo arrugado encima de la mesa rompía con el orden matemático y mudo de aquel cuarto. Incluso el panel de corcho que contenía mayoritariamente fotos de ella y sus amigos estaba organizado por columnas, manteniendo una armonía visual que rozaba la artificialidad.
El detective avanzó sobre la alfombra rosa y cogió el papel con ambas manos:

Las camas no fueron inventadas estrictamente para dormir, quizá para compartir la piel, pero seguro que noi para ver la televisión desde ellas. Su única finalidad real es la de servir como soporte para los sueños, una suerte “aeródromo onírico”, si se me permite la expresión. De ahí que las personas utilicen almohada - a veces incluso montones de cojines, puesto que son colocados para que la cabeza esté algo orientada hacia arriba y que así éstos-los sueños- salgan disparados hacia arriba. Este es, pues, el origen de las nubes. Yo, que paso el día soñando, podría ser la causante de la mitad de las lluvias si no fuera por que mis nubes son solo de sueño y no contienen lágrimas que las oscurezcan, pues no hay tristeza en mi interior”.

Disimulando el desprecio por lo que acababa de leer, el detective con 24 años de profesión a sus espaldas hizo gala de su experiencia y, muy serio, afirmó:
-Pues esto descarta el suicidio. Su hija debió ser asesinada.
Tras dedicar unas cuantas palabras de consuelo a los padres y prometerles confidencialidad absoluta, salió de la enorme casa y montó en el coche.
-Mierda, es la última vez que acepto un trabajo de este tipo de gente, realmente esa niñata merecía morir.


Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, un hombre se deshacía de las pastillas antes de coger el autobús hacia el aeropuerto. El crimen perfecto, se dijo.
Y una mierda, contestó el detective, solo que aquel hombre no le escuchó por esa barrera que es a veces el espacio-tiempo.

Aún así, el detective acabaría por convertirse en un cómplice inesperado, volviendo al día siguiente a la casa de los padres para rectificar su veredicto del día anterior:
-¿Sabe qué, señora? He estado estudiando a fondo el caso de su hija y siento comunicarle que todas las pruebas indican que fue un suicidio –mintió.
-Pero… anoche usted dijo que…
-Las pruebas son irrefutables. Lo siento. Dígale a su marido que tiene 48 horas para ingresarme el dinero acordado- dicho esto, dio media vuelta y se largó hacia el coche.
Una vez dentro, puso la radio y condujo hasta llegar al bar.
-Te digo, Nick, que esa película ha hecho mucho daño a las niñas de hoy en día. Haz el favor de ponerme otra copa.
-No tengo ni idea de qué mierda es esa “Amelí” de la que hablas. Ni me importa. Mira, tío, no sé por qué te dedicas a esto si siempre acabas justificando los asesinatos. No se trata de esa chica, tú lo que tienes es un problema con la gente, maldito hijo de puta, y algún día te van a pillar.
-Eso se merece un brindis.

Cucaracha homicida (G. Kovitz)

martes, 22 de mayo de 2007

448



Hace un rato ella era brisa
La noche baila afuera sobre el asfalto mojado
Hace un rato ella era viento.
Los charcos que antes pisamos reflejan ahora estrellas
Hace un rato ella era tormenta

Teclear despacio y no despertar a Alicia.

Hace un rato espalda mojada golpe herida labio piel
Y Yo, .yo......no........era...........nada.

domingo, 13 de mayo de 2007

La Alineación de los planetas

Se estaba masturbando.

El ventilador del techo daba vueltas y más vueltas, y le parecía que en la oscuridad de la noche era complicado adivinar a cual de las tres velocidades iría el ventilador. Resultaba desconcertante el hecho de imbuirse en un ambiente tan veraniego a estas alturas de octubre. El ventilador giraba, en la calle el calor era sofocante, y la oscuridad cavernosa de la habitación solo era puesta en duda por la luz amarilla que entraba a través de la ventana, irrumpiendo como el sonido de una escopeta de cañón recortado en una de las muchas sucursales del Zentralbank.

Por un momento, tuvo la visión de que se trataba de un cuadro del barroco italiano, uno de esos cuadros llenos de claroscuros cargados de simbolismo religioso, de posturas forzadas y dramáticos y expresivos gestos. Pensó en un titulo para aquel cuadro, aunque se tiró al tópico fácil de frases de doble sentido, evidenciando la actitud del pintor. “El día que se me ocurra un buen título, entonces pintaré el cuadro”.

Llegados a este punto, se hace necesario explicar que había llegado a un estado en el que su cerebro se había disociado completamente. Por un lado, su parte menos reflexiva estaba centrada en el acto en sí. En recuerdos, acciones anteriores, en hechos relacionados. Sin embargo, y completamente fuera de control, su parte más racional divagaba a sus anchas, como quien comienza a adoptar extrañas posturas en el sofá de una sala de espera.

Tres segundos antes de que el orgasmo comenzase, tuvo la sensación de que estaba alcanzando otro nivel. Era como si todas las acciones que estuviesen ocurriendo en aquellos momentos en su universo tuviesen que ser necesariamente así. Dientes perfectos de un engranaje. La velocidad indeterminada del ventilador. El estridente chorro de luz desde la calle. Los pasos de los transeúntes noctámbulos. La luz azul que reflejaba en el vidrio de su puerta desde la televisión del cuarto de sus padres. Los ronquidos de su abuelo en la habitación contigua. Y las sirenas de la policía, muy lejos.... que estaba viviendo un momento único e irrepetible, como el sexto segundo del sexto minuto de las seis de la mañana de junio del año 6666. Los planetas acababan de alinearse.

Fue al cuarto de baño, se aseo un poco y se acostó. El cerebro ya no funcionaba, todo le resultaba de lapidante color blanco. Se durmió sonriendo.

Texto: Cucaracha Amarilla (Vladimir Iosevic Poliakov Andropova)

Fotografía: Cucaracha Inspiratriz (Aída Quiensinó)



miércoles, 9 de mayo de 2007

Buscar a oscuras

Son los hilos de voz mentolados
y las pupilas de los fantasmas,
......................................de andar errante,
quienes duermen esta noche en mi estómago.

Me piden fuego en las noches de hierro,
y sus pestañas,
...........................alfileres de hielo,
desayunarán [[mañana]] en mi alfombra.

Que me queda sino bendecir la mesa.

Cucaracha homicida (G.Kovitz, ventoso)

viernes, 4 de mayo de 2007

Agonizando Abril

Tejados improvisados para pieles destempladas
Furia, pausa, furia, silencio.
Senderos abstractos hacia imágenes lejanas igual de abstractas.
Más arriba, dices.

Alocada la marisma, inquietos los ánimos
Coses, descoses, coses, descoses
Y son esferas marrones las que guían tu aliento afrutado
Las calles, ah, las calles.

Acusas al caribe, a mis escritos náufragos
Esta noche, sí, esta noche: palabras.
Así estarás colocando cepos
Al amanecer recogerás tus presas con una sonrisa.

El hombre que nunca estuvo allí,
Asegura que, aquella noche
tú tampoco pensabas en nada.

Cucaracha homicida

miércoles, 2 de mayo de 2007

Tuaregs

Al girar la esquina te espera un universo hostil, y de nuevo desconocido. Los diez primeros pasos son siempre los más difíciles. Tras una larga espera en la que te quedaste en una especie de limbo amargo, caes en la cuenta de que lo único que consigues con todo ello es ver el objeto reflejando la luz solar, proyectando las imágenes sobre tu pupila; sólo una simple visión y ya esta, sin la capacidad de interactuar, con ello. Una realidad-museo. No tocar.

Media vuelta, y casi eres capaz de vislumbrar donde esta la diferencia entre aquí y allí. Como cuando el agua de un río va a parar al mar, y se produce el paso de agua dulce a la desconsolada inmensidad oceánica; los buceadores y buzos experimentados cuentan que por un momento te quedas ciego. Se trata de algo así. Ceguera. Y a ciegas, recorres los 12 primeros pasos, sin saber exactamente como estas ocurriendo las cosas, y a la que te descuidas ya has salido del edificio y estas en campo abierto.

La ciudad ha descendido por lo menos 2 metros con respecto al nivel verdad. Los edificios del centro se perfilan como altos y afilados, horribles y sedientos colmillos. Horribles, sedientos e impersonales. Lo que debe de sentir la carne antes de ser picada dentro de una mulinex. Y sin embargo, eres incapaz de computar toda la información que de pronto, en una explosión orgiástica de sucesos, una explosión que te lapida. Tu cerebro solo es capaz de poder asimilar estímulos, la mirada fija de un desconocido, una paloma blanca sobre un suelo blanco, la figura del semáforo parpadeando, y la sensación del tráfico fluido. Cruzas la calle antes de que se ponga en rojo.

Por un momento eres capaz de objetivizar, y miras el reloj para ver que horas es y si llegas tarde. De hecho llegas demasiado pronto. Poco a poco vuelves a ser tú, y vuelves a mirar el mundo con indiferencia. Frío. Ajeno a todos ellos. Y vuelves a recuperar el tu paso habitual. Hay una diferencia radical entre pasear y caminar hacia un sitio, ya no solo en la velocidad del paso, sino en la percepción de la realidad y en la mirada del perceptor.

Quien pasea observa, admira, se admira, recreándose en todas y cada una de las partes de la calle, desde el contenedor más sucio hasta la ventana más azul. Quien camina, tiene un objetivo, una meta, un fin, y sobretodo, tiempo, tiempo que cada vez es menos y no debería de perder. Prisas. Ahí esta la diferencia, quien observa, lo hace de algún modo, aunque sea con maldad. Quien camina, simplemente tiene prisa. Pero el paso del paseante al caminante no es algo radical. Empiezo a pensar que nada lo es. Se trata de un hecho paulatino. Aún quedan muchos días para que dejes de pasear con la mirada (nunca dejarás de pasear con la mente).

Recorres calles, travesías, avenidas, cruzas plazas, puentes, y pasos subterráneos. Laberintos de rutas que te traen inevitables recuerdos que rebasas pero que te alcanzan en otros lugares, como quien trata de ignorar a su propia sombra. Como quien trata de ignorar el sol en el desierto.

Pero estás ya muy cansado. Mucho, y no puedes seguir caminando, justo ahora que llegas a tu destino. Menos mal. No pongas esa cara. Te invito a una cerveza.

... En el otro lado de la ciudad, el tren arrancó hace ya rato, llevándose consigo otro viajero hacia otro lugar.

“En el desierto del Sahara, dos granos de arena son arrastrados por el viento, con trayectorias paralelas”

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

miércoles, 25 de abril de 2007

Fumadores Pasivos

Se había pasado la vida haciendo lo mismo, apoyado en la terraza de la biblioteca, observándolos a todos en silencio, disfrutando de la praxis de su autocompasión. Fumaba despacio y pensando, con la sensación de que sus entrañas son todo arrugas.

-Debería dejarlo-piensa-debería apagar el cigarrillo... llamarle. Llamarle o quemar todos los puentes. Hacer algo.

Se había pasado la vida haciendo lo mismo. Absorto en 5 segundos de caída ininterrumpida. La colilla describe círculos hasta estrellarse contra la acera. El mira como cae. Respira profundamente y se enciende otro Lucky Strike... “debería dejarlo”

Las 4 horas siguientes las pasó dentro del coche, esperándola a la puerta de su casa. Pero aquella noche ella no durmió allí.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

lunes, 23 de abril de 2007

Feliz no-cumpleaños


Las pequeñas cosas. Abel descubrió hace una semana que su vecina, fuma “Lucky Strike” y ha decidido sustituir sus fieles cigarrillos de tabaco de liar para tener la oportunidad de ofrecerle un pitillo y poner así una pequeña zancadilla al sopor del verano. Sonríe porque, aunque insignificante, al fin y al cabo se trata de una conquista, un as en la manga para soñadores.
Abel camina en dirección al único cine del pueblo. Se trata de una localidad de varios miles de habitantes horriblemente tranquila, especialmente durante el día. Tan tranquila y silenciosa que ni siquiera los cantos de los grillos se atreven a interrumpir el vacío abismal de las tardes de fin de verano este año, que avanzan como lava ardiendo destruyéndolo todo a su paso.
Pero este viernes Abel ha decidido romper la monotonía de las tardes encerrado en la antigua casa de su tía; casi tan vieja como la propia casa pero, por mucho, más aburrida.

Abel debe hacer esfuerzos por soportar a su tía, su tutora legal, que vive prácticamente ajena a su vida académica (se podría decir que vive ajena a su existencia en rasgos generales) excepto cuando éste le notifica los estrepitosos resultados obtenidos. Sólo entonces su presencia es perceptible para ella, que malgasta las horas recordándole que ha de recuperar las asignaturas pendientes, incordiándole continuamente con cuestiones sobre el futuro en tono inquisitorio:
-¿Cuándo vas a buscarte trabajo?
-No sé, tita, mi carrera requiere dedicación, ¿Entiendes? Necesito todo el tiempo del mundo para poder sacar la carrera. Dentro de poco podrás presumir de ello ante tus seniles amigas.
-¿Por qué no empiezas a pensar en ganar algo de dinero como, por ejemplo, aquel amiguito tuyo, Marcos?
- Para empezar, tita, no por empezar a pensar en ganar dinero lo haré, mi mente carece poder para llevar a cabo tal cometido. Pero no te creas que eso no me preocupa ¿Sabes? Bueno, me preocupa pero no me ocupa, ¿Entiendes por dónde voy? Además, Marcos siempre fue un pobre bruto que creía que se convertiría en un marica si se leía un libro.
-¡Ay! ¡Ya estamos, siempre igual! Pues el otro día le vi con su novia, una chica muy guapa y alta. ¿Cuándo piensas sentar la cabeza?
-Claro… tranquila tita, las próximas Navidades traeré a casa a una chica alta, con ojos claros y sonrisa de azafata. La típica chica florero cuya única función sea la de sonreír, calladita y risueña sin moverse de la mesa, haciendo continuamente cumplidos sobre lo deliciosa que está la comida. Sí, creo que traeré una chica rubia de buena familia que estudie farmacia, quizá odontología. Será una bonita actriz para tu gran teatro de las convenciones. Estarás contenta entonces ¿Verdad?
- Si al menos te peinases esa maraña que tienes en la cabeza… Abel…tu problema es que no te gusta la gente, vives en un mundo de cuentos, siempre hablando de teorías y cosas incomprensibles que no existen.
-Me temo que estás un poco equivocada. La gente no está tan mal. En mi opinión la gente es interesante, pero no por ello dejan de ser un aglutinado de materia predecible hasta el absurdo. Pero no me negarás, tita, que en la humanidad hay algo encantadoramente trágico ¿Verdad? ¿Sabías que es el único ser vivo que realmente sabe que va a morir?
-En qué mundo vives, por Dios, ¿Eso es lo que te enseñan en la universidad?
-No exactamente, soy algo autodidacta.
-Despierta ya, hijo, muchos de tus antiguos compañeros, todos ellos mucho menos capaces que tú, tienen un trabajo, un piso…Abel ¿Me escuchas cuando te hablo?
-¿Eh?
-Pregunto si escuchas cuando te hablo.
- Oh…. Sí, claro. A veces sí. En fin, no te preocupes tita, si las cosas se ponen feas me haré camarero. Por el día seré un tipo con grandes ojeras, trabajador y responsable, y cuando vuelva del trabajo me convertiré en un delirante nocturno. Así todos estaremos contentos, es el equilibrio perfecto.
-¡Qué cruz! –y así concluían la mayoría de las conversaciones- ¡Qué cruz de chaval!

Pero volvamos al chico caminando torpemente por las callejuelas.
Aquel verano sería el último para el también antiguo cine. Le apetece pasarse por allí antes de que lo tiren abajo para construir un polideportivo con piscina cubierta. Es el único cine de reestrenos que Abel conoce. Doble sesión 2€.
Mientras arrastra los pies por la acera, se imagina dentro de 30 años echando de menos la sala, recordando alguna noche allí metido como aquella mítica noche en la que, por sorpresa, pasaron una película del increíble Lynch cuando solo tenía 11 años. Recuerda que estuvo hablando de ello una semana, quizá un mes.
Haciendo un esfuerzo de memoria, también podía recordar alguna chica de mirada tímida. Parecía que todavía estuviese por ahí cerca flotando, en ningún sitio y en todos a la vez.
Abel tiene 20 años. Tiene 20 años y no deja de recordar, perdido en una maraña de imágenes y sensaciones que se amontonan en su cabeza como en un escritorio destartalado.
En la entrada del cine no hay nadie haciendo cola. Por allí solo está el hijo del dueño en la taquilla, un antiguo gallo de corral que había quemado toda la pólvora de su juventud en algún aparcamiento un sábado de madrugada, un pobre idiota que nunca supo sonreír en las fotografías.
Es la sesión de media noche y dentro la sala tampoco hay nadie. Es la última semana de la temporada estival, mucha gente se ha marchado ya a la ciudad y muy pronto así lo hará él también, incorporándose de nuevo a la vida de estudiante delgado y con ojeras atrincherado en su habitación de latas de cerveza vacías y ceniceros llenos.
Al poco de apagar las luces, una chica joven entra en la sala. Es muy delgada, demasiado, y a Abel su silueta se le antoja enfermiza. La chica pasa de largo y se acomoda en una de las butacas de las primeras filas, aparentemente sin darse cuenta siquiera de que no está sola.
Realmente era extraño que una chica joven fuese a un cine como aquel en la sesión nocturna, sola, al menos eso pensaba el pobre diablo de la taquilla. Sin embargo, Abel tenía la incómoda sensación de que le habían descubierto en su escondite del tiempo.
En la pantalla, Peter Sellers protagonizaba una de las peores películas que Abel había visto en toda su vida. Sin embargo, aquella chica reía a carcajada limpia con tanta fuerza que aquella situación le resultaba surrealista. Tanto que, en vista de que la película no merecía la pena, decidió marcharse de allí y ahorrarse la molestia de soportar un segundo más aquel teatro de lo absurdo.
La calle que daba a la antigua sala de cine estaba salpicada de bares. Aquel primer viernes de septiembre la gente parecía querer despedirse del verano bebiendo. Puesto que no tenía pensado volver tan pronto a casa, caminó sin rumbo por la larga calle estrenando su nuevo paquete de tabaco.
Nuevamente se sumergió en recuerdos y pensamientos mientras el espectáculo de luces dispersas de la noche le invitaba a perderse entre las calles, disfrutando especialmente del humo del tabaco ascendiendo en espirales caprichosas entre los destellos de colores provinentes de los carteles de los bares.
Al encender el segundo pitillo de la noche, en un giro del destino que él mismo calificó como “jodidamente irónico”, Abel vio a una chica muy borracha saliendo de un bar de la acera de enfrente.
La persona que salía tambaleándose del pequeño antro resultó ser su vecina noruega, seguida de cerca por un tipo que hubiese encajado a la perfección como portero de la discoteca en cuyo aparcamiento hacía de las suyas el susodicho encargado del cine. Abel vio frustradas sus fugaces esperanzas cuando el gorila, que estaba en un peor estado que la propia chica, se la llevó agarrada por la cintura y se perdió con ella entre la gente que a esas horas andaba por las calles, sin que a Abel se le escapase su oscuro propósito.

Tras contar las monedas de su bolsillo, Abel decidió entrar en aquel bar por el que precisamente acababa de salir su pelirroja y voluptuosa vecina. Curioso homenaje.
Así que ahí estaba Abel, apurando una jarra de cerveza*, apoyado en la barra del susodicho bar cuando, de pronto, vio a través de los cristales del bar una figura que se le antojó familiar.
Quizá por el hecho de que las ideas de su cabeza estuviesen algo empapadas de alcohol o por que su rencor se había “redireccionado” hacia el tipo que se había llevado de la cintura a su fantasía veraniega, el caso es que Abel no recordaba el asunto de la carcajada extravagante.

Y ahí está ella. Alicia.
Parecía un fantasma, mascullando preguntas que el viento responde. Una niña sola y triste sin rumbo fijo, delicada.
Y ahí está él, estrujándose ese pelo enmarañado relleno de miles de fotogramas y estrellas caídas. Sin duda era ella. Alicia, la chica bonita que se había vuelto loca en algún lugar indeterminado del camino. La chica que busca incansable su inexistente Ítaca en un camino de vuelta plagado de brumas, su propio País de las Maravillas.

Sí, al parecer se trataba, sin duda alguna, de una lunática. Al igual que él.
Abel enciende otro cigarro y pide más cerveza. Cierra los ojos y se evade. Aquellos veranos le parecen ahora tan agradables y lejanos que no puede contener una sonrisa a ciegas. Ahí estaba ella, entre sus recuerdos, la chica de sonrisa cálida e inocente. Protagonista de decenas (probablemente centenares) de sueños rotos. Hace muchísimo tiempo de aquello pero todavía recuerda como le escribía cartas imaginarias con juramentos secretos, sentado ante atardeceres de colores desmayados.
Abre los ojos, suspira.
- ¿Me das un trago?
Las miradas de aquel bar estaban concentradas en ella. Sus ojos, aunque tristes, no habían perdido la magia. El halo de su figura, algo encogida, irradiaba aún con fuerza y su cuerpo todavía sonrojaba a algunos de los presentes, que hicieron algún que otro comentario obsceno.
Abel puede notar el calor de sus ojos que tan repentinamente habían cobrado vida de nuevo. Ella toma la cerveza y bebe hasta acabarla.
-Espero que esta vez no escapes- le susurró ella al oído.
Sus miradas cruzadas se hablaban en silencio, como gestos bajo las sábanas. Ella moldea el tiempo a su antojo, rompe y desgaja los segundos para coserlos. Pasa el tiempo cristalizado en porciones imperceptibles: minutos, horas, quizá días.
Alicia le agarra de la mano. Juntos, salen a la intemperie para imaginar un océano en la noche. Juntos, se lanzan desde el acantilado y el viento recorre, veloz, su pelo y su piel hasta zambullirse de lleno en el final de la típica película feliz: se olvidaron del mundo, follaron mucho y, por supuesto, comieron perdices.

Al fin y al cabo, Peter Pan no es más que un velero sin velas ni remos si no tiene a Wendy, que necesita de él para vivir su propio cuento de hadas. Lejos, muy lejos.

*Se da la posibilidad de intercambiar el término "cerveza" por el de "zumo de naranja, uva, melocotón y maracuyá de esos multi ultra fruta" =)

Cucaracha homicida (G. Kovitz)

viernes, 20 de abril de 2007

Soliloquio




No he remado menos de 32 vidas
Antes de llegar hasta aquí.

Pero qué mas da,.
No hay bellas durmientes a este lado del río,
se han extinguido los profetas
ya nadie anuncia la llegada de un Mesías
ni se deshojan flores.
Pero tú te lo callas,
lo escupes al suelo cuando yo no miro.

...................................................Es duro.
Recuerdo surcar las venas del bosque de tu pelo,
entrenando para surcar jirones de nada.
Aún así,
La caída supo a milagro, a risa histérica.

...................................................Lo es.
Muerdo los segundos que me separan de los gusanos
Hasta que los gusanos me muerdan a mí
y la próxima estación sea el olvido.
Cucaracha homicida (G. kovitz)

jueves, 19 de abril de 2007

Tom waits y los jueves por la tarde


No para de escuchar Tom Waits. La misma canción. Toda la tarde. Es gracioso ver como convierte en bolas su ropa sucia y las tira contra el suelo a ritmo de la canción. Parece que este bailando con alguien. Esta bailando, de eso no hay duda. Mueve sus caderas en el aire. De una lado hacia otro. Lentamente. Siguiendo al saxo tenor. Hacia mucho que no escuchaba jazz, y nunca lo había bailado. Se desvirga bailando jazz en su cuarto, bailando con la ropa sucia y sus recuerdos. No esta triste. No lo parece. Sólo pone una sonrisa estúpida y ahora baila con un calcetín sucio en cada mano. Y parece que este bebiendo néctar. Me pregunto si será consciente de lo agrietado de las paredes. De que hace 10 minutos que llaman a la puerta y le gritan desde la calle para que abra. Tampoco parece consiente de la cantidad de insultos que le dedican aquellos que intenta entrar a su casa. El y la ropa sucia es ahora todo su mundo...

-Maldita sea, míralo, ¿que cojones esta haciendo? No, ni contestes, el ridículo, es obvio, profundamente obvio. El gilipollas eso es lo que hace. En vez de darse prisa, meter las cosas en el cesto de la ropa y ponerse ha hacer otras, o cenar, o ver una película o.... se queda ahí, de pie, haciendo el gilipollas. ... . No me lo puedo creer. Haz algo, dile alguna cosa, pero bueno, ¿tu también? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? Cierra la puerta antes de que os vean los vecinos....

La ropa sucia era todo su mundo... y él estaba terriblemente solo.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

miércoles, 11 de abril de 2007

El susurro en las noches de Licht













El criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Esta es una máxima policial quizás no incuestionable... aunque en este caso volvía a cumplirse. Nuestro personaje recorre sus pasos, exactamente el mismo orden de sucesos, con el fetichismo o la melancolía del momento, reproduciendo con exactitud los sucesos en su cabeza, recordando lo ocurrido...

La noche era cerrada en La Ciudad. En el barrio de Licht, no se llegaba a ver la luna, las vacaciones de pascua habían resultado ser una tortilla mal volteada, y la lluvia se había cebado desde hacia dos semanas con los pobres transeúntes que por descuido y por desgracia habían dejado envejecer sus paraguas hasta el punto que un leve soplo de viento conseguía romper su estructura metálica dejándolos a merced del tiempo (también con muchos otros).


Los charcos formaban una aleatoria distribución a lo largo de la plaza asfaltada, y en su agua se reflejaban las luces amarillentas, tintineantes, descaradamente artificiales, que más que iluminar, arrojaban una penumbra siniestra, acentuada por la lejanía de los pasos de aquellos que circulaban a aquellas horas por el lugar, cerca de la estación de autobuses nocturnos. Era uno de aquellos lugares que se encuentran en mitad de la nada, dentro de un laberinto de bloques de pisos donde, hacinados en lupanares, los habitantes del extrarradio dormían, a la sombra de la guadaña, de la sirena del lunes a primera hora.

Trabajadores de turno de noche, jóvenes borrachos, todos aguardan al autobús, firmes, mirando a la esquina, mirándola fijamente, como si sus miradas fueran a ejercer una especie de magia negra que hiciese aparecer de golpe el autobús que los llevaría a su destino. Todos menos ella. Ella no esta en su sitio. Ella camina como si el mundo fuera suyo, deslizándose alrededor de la plaza, maravillándose con cada rincón, redescubriendo el lugar con su mirada, a ritmo de una banda sonora inexistente salvo en su cabeza.

Despreocupada, Eva se deja absorber por la atmósfera del lugar y del momento, y por el ambiente húmedo, buscando abrigo bajo su chaqueta de lana. Lo hace cada sábado que coge el autobús para volver a casa. Quien la ve desde lejos no puede evitar sonreír, parece que sepa hacia donde va, que siga una estela marcada, una senda de baldosas amarillas hacia un punto oscuro. Y desde el punto oscuro el contra personaje, un individuo de oscura chaqueta y nombre inexistente, agazapado en las sombras. Recuerda al gato de Chersey en Alicia en el País de las maravillas, sonríe de manera cruel, y la sigue con ojos atentos en las curvas de su improvisado itinerario. Mientras ella camina, él esta quieto, en las sombras, esperando su momento... Pero no tiene que mover ni un dedo, porque es ella quien llega hasta él.

El criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Y esta vez no fue diferente. Nuestro personaje, juega con el vaho en la esquina de la plaza, y recuerda con total exactitud su mirada, su gesto, su olor, y su acompasada y profunda respiración antes de aquel susurro y aquel silencio. Eva no puede evitar el hecho de que una lágrima se le resbale por sus mejillas, recordando lo ocurrido, en aquel mismo lugar, en aquella misma plaza, porque nunca le dijeron te quiero, como aquella vez.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

martes, 3 de abril de 2007

Ausencias diarias

Tras las pisadas de aquellos que dormitan entre jirones de cartón
Hay historias invisibles y anónimas de quienes nunca fueron siquiera, una esquela en el periódico.
Aquellos que se hundieron en el barro tan silenciosamente como un suspiro a oscuras,
Desafían los sombreros de copa, aún estando ciegos y mudos.
Comen entrañas de nada, beben frío.
Se perforan los músculos y engañan al tiempo.

Ellos, en silencio, bajo el puente, lo saben.

Sus cadáveres en descomposición servirán, quizá, para alimentar las flores que adornarán el pelo de las hijas de otros.

Cucaracha homicida (G.Kovitz)

Primeras Veces

Te soplas el flequillo hacia arriba. Ya hemos terminado, por fin, y te das cuneta de que eso de las primeras veces no es para tanto. Confuso, y todo pasa tan rápido que casi ha sido decepcionante. No notas ni la satisfacción ni la adrenalina de la que te habían hablado. De hecho te ha resultado sumamente frío e impersonal.

-Es el síndrome de París, eso que les pasa a los turistas japoneses cuando la visitan, se la imaginaban más grande, más monumental, más limpia... y luego, no se, simplemente, no te lo esperabas de esta forma. Pero tranquilo, así son las primeras veces, generalmente traumáticas. Luego le coges la gracia, y es mucho mejor de cómo te lo cuenta, y de cómo te lo habías imaginado, solo que diferente.

La radio esta a todo volumen. Suena Camarón de la Isla. Como ha resultado que al final ha sido rápido ni siquiera ha hecho falta que el disco suene más de una vez. Estas ausente, miras al suelo, y acaricias el crucifijo que te regaló tu abuela antes de morir. No te apetece estar más por aquí. Que conste que a mi tampoco. Además no tenemos todo el tiempo del mundo. Así que coges el maletín negro lleno de cocaína y como si no hubiera pasado nada salimos de la parte de atrás de aquel antro.

Cruzamos entre guiris y gente de aquí y allá, conocidos, pero nadie nos saluda porque no es difícil adivinar de donde veníamos. Todos conocían al dueño, a sus trapicheos y sus deudas. Me deja sorprendido como te lo estás tomando, incluso miras a la bailaora un buen rato antes de que salgamos. Al subir al coche me devuelves la pistola que te he dejado antes de entrar.

- Quedatela, es un regalo. Como recuerdo de tu primera vez.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

domingo, 1 de abril de 2007

Relato despeinado


Míralo, por ahí va otra vez cruzando en rojo la avenida.
En sus ojos se adivina que anoche tampoco durmió, otra vez toda la noche fumando en su cuarto escuchando The velvet Underground hasta que las pilas y los cigarrillos se acaban. “Heroin” suena una y otra vez. Surcando la habitación, trepando las paredes… la voz y la guitarra de Loud Reed se mezclan en el aire con el humo de los cigarrillos, los movimientos elegantes y pausados inundan la habitación. El mismo ritual cada noche mientras, afuera, la realidad se funde en negro como en una representación teatral. Nada de lo que pueda haber en el exterior es consciente de lo que ocurre ahí dentro, se trata de uno de los tantos secretos que guarda la ciudad.
Anoche murieron 4 personas en la ciudad: un accidente de moto fue el punto final para dos personas con toda la vida por delante, un cáncer de colon y un fallo cardíaco fue lo que se llevó a las otras dos. Anoche, además, se escribieron 3 cartas de amor (2 de ellas terriblemente tristes) y alrededor de 31 personas se desenamoraron. Ayer, al ponerse el sol, ninguna planta dejó de florecer y ni siquiera los charcos se enfriaron. Hubo un par de peleas, nada grave. Anoche muchísima gente lloró en la almohada, aunque no fue una noche especialmente triste porque una gran cantidad de personas se rieron a carcajada limpia. Boletos premiados, unas bonitas vacaciones, chicas de ojos azules y estrellas de rock protagonizaron la mayoría de los sueños de la gente.
En resumidas cuentas, anoche la vida transcurría con relativa normalidad. Se podía escuchar los latidos de la ciudad en las botas de los que volvían a casa tarde, agotados pero vivos.
Sin embargo, las noches en aquella habitación no tienen signos de vida alguno, excepto la sonrisa que se le dibuja en la cara cuando suena “Sweet Jane”. Aún así, no tiene nada que ver con lo que se cuece fuera de esas cuatro paredes.

Los semáforos en rojo no le asustan. Nada lo hace.


Cucaracha homicida (G.Kovitz)

Planta 11


A paso decidido sale rápidamente de allí de donde viene. Su cabeza esta confundida, girada, es como ver el aguarrás estrellándose sobre pintura, sobre un cuadro ya de por si ya abstracto y visceral, que se recrudece en su esencia a medida que el líquido desciende. Sus amplias zancadas huyen como quien hecha a correr delante de la muerte. En su gesto, la frialdad más absoluta, la cara que pondría cualquier persona a esa repetida formula “¿en que piensas? En nada”, si es que es cierto que la mente humana puede llegar a ese momento en el que no piensa en nada, ni siquiera en el color blanco.

5 minutos antes, se encontraba frente a una cama del Hospital Metropolitano Jean- Paul Marat, (nombre que cada x años cambia, en consecuencia de quien controle el senado, aunque eso no es lo que hoy importa). Recorrer los pasillos de la planta número 11 lo que provocaba era minarle el estomago. Los pacientes y los familiares abrazándose, llorando, haciendo promesas de fidelidadante la muerte, y teniendo miedo juntos, que siempre es mejor en compañía, siempre y cuando no se llegue al histerismo.

Antes de entrar a la habitación 115 esperó a la hora de su visita, no resultaba para nada profesional aquello de adelantarse a la hora sobretodo en un asunto tan delicado. Y por un momento respiró tranquilo. Ya no había nadie en los pasillos, la hora de visitas se acababa, aunque aún faltaban 20 minutos. Debía de ser breve, claro y conciso. Había hecho esto más de mil veces, y no presentaba ningún vinculo sentimental-familiar-vetetuasaber. Volvió a ser de hielo, hasta que las puertas de los ascensores se abrieron, y dos camilleros arrastraban a una chica en una cama. Esta balbuceaba algo, babeaba y era inconsciente de si misma. El ridículo era lo que menos debía importarle si acababa de entrar en la planta de oncología. Por un momento creyó entenderle, creyó entender que decía un nombre, tal vez su hija, su madre, su prima, su novia, su amiga de la infancia, delirios imaginarios... Tampoco tenía que ver con su trabajo.

A paso firme entro en la habitación 115. Sin mirar a ningún lado, ignorando lo tétrico del pasillo de un hospital en la tarde-noche de un invierno. Ante todo, Dimitri era un profesional, admirado, un triunfador del extrarradio, una criatura que se ha abierto paso entre la adversidad y la mugre. Carraspeando entro dentro de la habitación y observó el panorama, la televisión encendida a medio volumen, mientras el presentador gritaba “¡a jugar!” y la perturbadora sensación del silencio dramático. Sobre la cama, un hombre de cincuenta muchos ,sesenta y pocos, algo gordo, resoplando sobre la cama, en un estado de cáncer de estómago bastante avanzado, y con un ya muy prolongado efecto de quimioterapia, como demostraba el hecho de que ya no tenía ni rastro de pelo en su cuerpo.

El señor Prutze¿?, Si soy yo, Hola muy buenas tardes, mi nombre es Dimitri Rosivic, vengo en nombre de la compañía de seguros “S&R”, a la que usted estaba suscrito, para comunicarle el hecho de que su seguro expiró hace un par de semanas, Oh, claro, se me había olvidado, tenga, este es el teléfono de mi mujer, ella se encargará de la gestión, generalmente soy yo el que me encargo pero ya ve que, Me temo que no ha comprendido señor Prutze, su seguro a expirado, y debido a su evidente estado de salud mi compañía se niega a la renovación del mismo, buenas tardes y gracias por su tiempo. Ni siquiera se quedo a ver su cara de incredulidad, de desgracia, tan descolorida...

Camina como quien huye de la muerte. A paso firme, no quiere hechar a correr para no llamar su atención y así no comenzar una carrera en la que ella le agarraría cuando él quedase fatigado. Lo mejor será caminar como quien no ha visto nada, y al llegar a casa antes de dormir hacer una breve reseña a su mujer, nada intenso, tal vez solo cogerle de la mano o abrazarse a ella antes de dormir. Pronto llegaría su ascenso y se dejaría de trabajados sucios...

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)



La vieja del Parque

Es una imagen bastante típica y por completo inofensiva. La vieja en el parque esta sentada. Supongo que por el viento lleva un pequeño abrigo de punto sobre las rodillas. El atrevido diseño del banco de metal ondulante, contrasta con su figura tan clásica y envejecida. Está algo roñosa, ha salido en espardenyas y medias, y con el batín puesto a las doce del mediodía, y una bolsa de plástico blanca bastante arrugada. Su permanente, blanca, esta bastante descuidada, aunque dejó de darle importancia a eso del pelo, cuando básicamente se le comenzó a caer a puñados.

Le acompaña un perro, una de esas razas indeterminadas, mezcla de unos y de otros, que nadie quiere y abandona. Uno de esos perros patada, ladradores y poco mordedores. Porculeros dirían algunos. Personalmente, detesto a los perros pequeños.

Vive sola, con el perro. No tiene familia cercana. No tiene visitas. Y desde siempre vive en su piso. La escalera fue muriendo poco a poco y ella perduro al paso del tiempo. No paga a la comunidad. Los años le han otorgado un derecho de uso, una legitimidad que se le otorga a aquellos que superan a la memoria. En su buzón se acumulan toneladas de propaganda, de jugueterías y muchos otros servicios. Resulta cómico el embutido de publicidad, que cuando ya esta más que saturado, Alicia trata de retirar.

Como vecina, es alguien silenciosa, y poco escandalosa, además de comprensiva. Nunca estorba, no se trata de la típica vieja que agasaja a los vecinos con rosarios lastimeros de dolores en la espalda. Tampoco una portera que conoce al detalle los entresijos de la comunidad y el vecindario. Ni siquiera una de esas hurañas irascibles, que recurre a los cuerpos de seguridad del estado en cuanto alguien decide poner una lavadora fuera de tiempo. Se trata de una mujer silenciosa y reservada. Solo que poco limpia.

Las malas lenguas la acusan de rebuscar en los contenedores, que se trata de una de esas locas que coleccionan basuras varias en busca de aquello que no tienen, o que se identifican con la basura que tiran, los viejos cartones de leche, los trastos usados, lo que sobra del pescado de la carne.... y quizás por prejuicios cristianos o por la ley del karma trata de recuperar. Pero todo eso no son más que mentiras. Inventos de gente que se aburre, de niños que dicen que en su rellano huele mal.

Su gesto, sus arrugas, su cara. Ella lo sabe, sabe que hoy ha llegado el momento. Que hoy le toca. Que de hoy ya no pasa. Que ya es mucho tiempo, que la estadística es así. Que más pronto o más tarde. Un leve viento agita su desaliñado aspecto, su bata y su bolsa de plástico blanca. Inspira.

Una pareja de la Policía Nacional la esposa con toda la delicadeza contra mundo, y la mete dentro del coche patrulla, ante el asombro de niños y jóvenes retozando en el césped. Al parecer el mal olor de su casa provenía de 23 vagabundos, que había secuestrado, torturado, descuartizado en su casa y vendido por Internet a varias distribuidoras de películas snaff, pero que la policía de delitos informáticos había conseguido dar con el culpable.

Por el barrio circulan ahora varias historias del porque de sus actos. Unos dicen que un día hizo “crack”, otros que siempre estuvo así, y que los maltratos en casa y su trabajo de secretaria terminaron de forjar la mente de una psicópata criminal. Otros dicen que es producto de la seguridad social, que dan tantas y cuantas pastillas quieran los viejos para que se callen. Tal vez fuera por la sociedad que ya no quiere a los viejos.








Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)