miércoles, 25 de abril de 2007

Fumadores Pasivos

Se había pasado la vida haciendo lo mismo, apoyado en la terraza de la biblioteca, observándolos a todos en silencio, disfrutando de la praxis de su autocompasión. Fumaba despacio y pensando, con la sensación de que sus entrañas son todo arrugas.

-Debería dejarlo-piensa-debería apagar el cigarrillo... llamarle. Llamarle o quemar todos los puentes. Hacer algo.

Se había pasado la vida haciendo lo mismo. Absorto en 5 segundos de caída ininterrumpida. La colilla describe círculos hasta estrellarse contra la acera. El mira como cae. Respira profundamente y se enciende otro Lucky Strike... “debería dejarlo”

Las 4 horas siguientes las pasó dentro del coche, esperándola a la puerta de su casa. Pero aquella noche ella no durmió allí.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

lunes, 23 de abril de 2007

Feliz no-cumpleaños


Las pequeñas cosas. Abel descubrió hace una semana que su vecina, fuma “Lucky Strike” y ha decidido sustituir sus fieles cigarrillos de tabaco de liar para tener la oportunidad de ofrecerle un pitillo y poner así una pequeña zancadilla al sopor del verano. Sonríe porque, aunque insignificante, al fin y al cabo se trata de una conquista, un as en la manga para soñadores.
Abel camina en dirección al único cine del pueblo. Se trata de una localidad de varios miles de habitantes horriblemente tranquila, especialmente durante el día. Tan tranquila y silenciosa que ni siquiera los cantos de los grillos se atreven a interrumpir el vacío abismal de las tardes de fin de verano este año, que avanzan como lava ardiendo destruyéndolo todo a su paso.
Pero este viernes Abel ha decidido romper la monotonía de las tardes encerrado en la antigua casa de su tía; casi tan vieja como la propia casa pero, por mucho, más aburrida.

Abel debe hacer esfuerzos por soportar a su tía, su tutora legal, que vive prácticamente ajena a su vida académica (se podría decir que vive ajena a su existencia en rasgos generales) excepto cuando éste le notifica los estrepitosos resultados obtenidos. Sólo entonces su presencia es perceptible para ella, que malgasta las horas recordándole que ha de recuperar las asignaturas pendientes, incordiándole continuamente con cuestiones sobre el futuro en tono inquisitorio:
-¿Cuándo vas a buscarte trabajo?
-No sé, tita, mi carrera requiere dedicación, ¿Entiendes? Necesito todo el tiempo del mundo para poder sacar la carrera. Dentro de poco podrás presumir de ello ante tus seniles amigas.
-¿Por qué no empiezas a pensar en ganar algo de dinero como, por ejemplo, aquel amiguito tuyo, Marcos?
- Para empezar, tita, no por empezar a pensar en ganar dinero lo haré, mi mente carece poder para llevar a cabo tal cometido. Pero no te creas que eso no me preocupa ¿Sabes? Bueno, me preocupa pero no me ocupa, ¿Entiendes por dónde voy? Además, Marcos siempre fue un pobre bruto que creía que se convertiría en un marica si se leía un libro.
-¡Ay! ¡Ya estamos, siempre igual! Pues el otro día le vi con su novia, una chica muy guapa y alta. ¿Cuándo piensas sentar la cabeza?
-Claro… tranquila tita, las próximas Navidades traeré a casa a una chica alta, con ojos claros y sonrisa de azafata. La típica chica florero cuya única función sea la de sonreír, calladita y risueña sin moverse de la mesa, haciendo continuamente cumplidos sobre lo deliciosa que está la comida. Sí, creo que traeré una chica rubia de buena familia que estudie farmacia, quizá odontología. Será una bonita actriz para tu gran teatro de las convenciones. Estarás contenta entonces ¿Verdad?
- Si al menos te peinases esa maraña que tienes en la cabeza… Abel…tu problema es que no te gusta la gente, vives en un mundo de cuentos, siempre hablando de teorías y cosas incomprensibles que no existen.
-Me temo que estás un poco equivocada. La gente no está tan mal. En mi opinión la gente es interesante, pero no por ello dejan de ser un aglutinado de materia predecible hasta el absurdo. Pero no me negarás, tita, que en la humanidad hay algo encantadoramente trágico ¿Verdad? ¿Sabías que es el único ser vivo que realmente sabe que va a morir?
-En qué mundo vives, por Dios, ¿Eso es lo que te enseñan en la universidad?
-No exactamente, soy algo autodidacta.
-Despierta ya, hijo, muchos de tus antiguos compañeros, todos ellos mucho menos capaces que tú, tienen un trabajo, un piso…Abel ¿Me escuchas cuando te hablo?
-¿Eh?
-Pregunto si escuchas cuando te hablo.
- Oh…. Sí, claro. A veces sí. En fin, no te preocupes tita, si las cosas se ponen feas me haré camarero. Por el día seré un tipo con grandes ojeras, trabajador y responsable, y cuando vuelva del trabajo me convertiré en un delirante nocturno. Así todos estaremos contentos, es el equilibrio perfecto.
-¡Qué cruz! –y así concluían la mayoría de las conversaciones- ¡Qué cruz de chaval!

Pero volvamos al chico caminando torpemente por las callejuelas.
Aquel verano sería el último para el también antiguo cine. Le apetece pasarse por allí antes de que lo tiren abajo para construir un polideportivo con piscina cubierta. Es el único cine de reestrenos que Abel conoce. Doble sesión 2€.
Mientras arrastra los pies por la acera, se imagina dentro de 30 años echando de menos la sala, recordando alguna noche allí metido como aquella mítica noche en la que, por sorpresa, pasaron una película del increíble Lynch cuando solo tenía 11 años. Recuerda que estuvo hablando de ello una semana, quizá un mes.
Haciendo un esfuerzo de memoria, también podía recordar alguna chica de mirada tímida. Parecía que todavía estuviese por ahí cerca flotando, en ningún sitio y en todos a la vez.
Abel tiene 20 años. Tiene 20 años y no deja de recordar, perdido en una maraña de imágenes y sensaciones que se amontonan en su cabeza como en un escritorio destartalado.
En la entrada del cine no hay nadie haciendo cola. Por allí solo está el hijo del dueño en la taquilla, un antiguo gallo de corral que había quemado toda la pólvora de su juventud en algún aparcamiento un sábado de madrugada, un pobre idiota que nunca supo sonreír en las fotografías.
Es la sesión de media noche y dentro la sala tampoco hay nadie. Es la última semana de la temporada estival, mucha gente se ha marchado ya a la ciudad y muy pronto así lo hará él también, incorporándose de nuevo a la vida de estudiante delgado y con ojeras atrincherado en su habitación de latas de cerveza vacías y ceniceros llenos.
Al poco de apagar las luces, una chica joven entra en la sala. Es muy delgada, demasiado, y a Abel su silueta se le antoja enfermiza. La chica pasa de largo y se acomoda en una de las butacas de las primeras filas, aparentemente sin darse cuenta siquiera de que no está sola.
Realmente era extraño que una chica joven fuese a un cine como aquel en la sesión nocturna, sola, al menos eso pensaba el pobre diablo de la taquilla. Sin embargo, Abel tenía la incómoda sensación de que le habían descubierto en su escondite del tiempo.
En la pantalla, Peter Sellers protagonizaba una de las peores películas que Abel había visto en toda su vida. Sin embargo, aquella chica reía a carcajada limpia con tanta fuerza que aquella situación le resultaba surrealista. Tanto que, en vista de que la película no merecía la pena, decidió marcharse de allí y ahorrarse la molestia de soportar un segundo más aquel teatro de lo absurdo.
La calle que daba a la antigua sala de cine estaba salpicada de bares. Aquel primer viernes de septiembre la gente parecía querer despedirse del verano bebiendo. Puesto que no tenía pensado volver tan pronto a casa, caminó sin rumbo por la larga calle estrenando su nuevo paquete de tabaco.
Nuevamente se sumergió en recuerdos y pensamientos mientras el espectáculo de luces dispersas de la noche le invitaba a perderse entre las calles, disfrutando especialmente del humo del tabaco ascendiendo en espirales caprichosas entre los destellos de colores provinentes de los carteles de los bares.
Al encender el segundo pitillo de la noche, en un giro del destino que él mismo calificó como “jodidamente irónico”, Abel vio a una chica muy borracha saliendo de un bar de la acera de enfrente.
La persona que salía tambaleándose del pequeño antro resultó ser su vecina noruega, seguida de cerca por un tipo que hubiese encajado a la perfección como portero de la discoteca en cuyo aparcamiento hacía de las suyas el susodicho encargado del cine. Abel vio frustradas sus fugaces esperanzas cuando el gorila, que estaba en un peor estado que la propia chica, se la llevó agarrada por la cintura y se perdió con ella entre la gente que a esas horas andaba por las calles, sin que a Abel se le escapase su oscuro propósito.

Tras contar las monedas de su bolsillo, Abel decidió entrar en aquel bar por el que precisamente acababa de salir su pelirroja y voluptuosa vecina. Curioso homenaje.
Así que ahí estaba Abel, apurando una jarra de cerveza*, apoyado en la barra del susodicho bar cuando, de pronto, vio a través de los cristales del bar una figura que se le antojó familiar.
Quizá por el hecho de que las ideas de su cabeza estuviesen algo empapadas de alcohol o por que su rencor se había “redireccionado” hacia el tipo que se había llevado de la cintura a su fantasía veraniega, el caso es que Abel no recordaba el asunto de la carcajada extravagante.

Y ahí está ella. Alicia.
Parecía un fantasma, mascullando preguntas que el viento responde. Una niña sola y triste sin rumbo fijo, delicada.
Y ahí está él, estrujándose ese pelo enmarañado relleno de miles de fotogramas y estrellas caídas. Sin duda era ella. Alicia, la chica bonita que se había vuelto loca en algún lugar indeterminado del camino. La chica que busca incansable su inexistente Ítaca en un camino de vuelta plagado de brumas, su propio País de las Maravillas.

Sí, al parecer se trataba, sin duda alguna, de una lunática. Al igual que él.
Abel enciende otro cigarro y pide más cerveza. Cierra los ojos y se evade. Aquellos veranos le parecen ahora tan agradables y lejanos que no puede contener una sonrisa a ciegas. Ahí estaba ella, entre sus recuerdos, la chica de sonrisa cálida e inocente. Protagonista de decenas (probablemente centenares) de sueños rotos. Hace muchísimo tiempo de aquello pero todavía recuerda como le escribía cartas imaginarias con juramentos secretos, sentado ante atardeceres de colores desmayados.
Abre los ojos, suspira.
- ¿Me das un trago?
Las miradas de aquel bar estaban concentradas en ella. Sus ojos, aunque tristes, no habían perdido la magia. El halo de su figura, algo encogida, irradiaba aún con fuerza y su cuerpo todavía sonrojaba a algunos de los presentes, que hicieron algún que otro comentario obsceno.
Abel puede notar el calor de sus ojos que tan repentinamente habían cobrado vida de nuevo. Ella toma la cerveza y bebe hasta acabarla.
-Espero que esta vez no escapes- le susurró ella al oído.
Sus miradas cruzadas se hablaban en silencio, como gestos bajo las sábanas. Ella moldea el tiempo a su antojo, rompe y desgaja los segundos para coserlos. Pasa el tiempo cristalizado en porciones imperceptibles: minutos, horas, quizá días.
Alicia le agarra de la mano. Juntos, salen a la intemperie para imaginar un océano en la noche. Juntos, se lanzan desde el acantilado y el viento recorre, veloz, su pelo y su piel hasta zambullirse de lleno en el final de la típica película feliz: se olvidaron del mundo, follaron mucho y, por supuesto, comieron perdices.

Al fin y al cabo, Peter Pan no es más que un velero sin velas ni remos si no tiene a Wendy, que necesita de él para vivir su propio cuento de hadas. Lejos, muy lejos.

*Se da la posibilidad de intercambiar el término "cerveza" por el de "zumo de naranja, uva, melocotón y maracuyá de esos multi ultra fruta" =)

Cucaracha homicida (G. Kovitz)

viernes, 20 de abril de 2007

Soliloquio




No he remado menos de 32 vidas
Antes de llegar hasta aquí.

Pero qué mas da,.
No hay bellas durmientes a este lado del río,
se han extinguido los profetas
ya nadie anuncia la llegada de un Mesías
ni se deshojan flores.
Pero tú te lo callas,
lo escupes al suelo cuando yo no miro.

...................................................Es duro.
Recuerdo surcar las venas del bosque de tu pelo,
entrenando para surcar jirones de nada.
Aún así,
La caída supo a milagro, a risa histérica.

...................................................Lo es.
Muerdo los segundos que me separan de los gusanos
Hasta que los gusanos me muerdan a mí
y la próxima estación sea el olvido.
Cucaracha homicida (G. kovitz)

jueves, 19 de abril de 2007

Tom waits y los jueves por la tarde


No para de escuchar Tom Waits. La misma canción. Toda la tarde. Es gracioso ver como convierte en bolas su ropa sucia y las tira contra el suelo a ritmo de la canción. Parece que este bailando con alguien. Esta bailando, de eso no hay duda. Mueve sus caderas en el aire. De una lado hacia otro. Lentamente. Siguiendo al saxo tenor. Hacia mucho que no escuchaba jazz, y nunca lo había bailado. Se desvirga bailando jazz en su cuarto, bailando con la ropa sucia y sus recuerdos. No esta triste. No lo parece. Sólo pone una sonrisa estúpida y ahora baila con un calcetín sucio en cada mano. Y parece que este bebiendo néctar. Me pregunto si será consciente de lo agrietado de las paredes. De que hace 10 minutos que llaman a la puerta y le gritan desde la calle para que abra. Tampoco parece consiente de la cantidad de insultos que le dedican aquellos que intenta entrar a su casa. El y la ropa sucia es ahora todo su mundo...

-Maldita sea, míralo, ¿que cojones esta haciendo? No, ni contestes, el ridículo, es obvio, profundamente obvio. El gilipollas eso es lo que hace. En vez de darse prisa, meter las cosas en el cesto de la ropa y ponerse ha hacer otras, o cenar, o ver una película o.... se queda ahí, de pie, haciendo el gilipollas. ... . No me lo puedo creer. Haz algo, dile alguna cosa, pero bueno, ¿tu también? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? Cierra la puerta antes de que os vean los vecinos....

La ropa sucia era todo su mundo... y él estaba terriblemente solo.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

miércoles, 11 de abril de 2007

El susurro en las noches de Licht













El criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Esta es una máxima policial quizás no incuestionable... aunque en este caso volvía a cumplirse. Nuestro personaje recorre sus pasos, exactamente el mismo orden de sucesos, con el fetichismo o la melancolía del momento, reproduciendo con exactitud los sucesos en su cabeza, recordando lo ocurrido...

La noche era cerrada en La Ciudad. En el barrio de Licht, no se llegaba a ver la luna, las vacaciones de pascua habían resultado ser una tortilla mal volteada, y la lluvia se había cebado desde hacia dos semanas con los pobres transeúntes que por descuido y por desgracia habían dejado envejecer sus paraguas hasta el punto que un leve soplo de viento conseguía romper su estructura metálica dejándolos a merced del tiempo (también con muchos otros).


Los charcos formaban una aleatoria distribución a lo largo de la plaza asfaltada, y en su agua se reflejaban las luces amarillentas, tintineantes, descaradamente artificiales, que más que iluminar, arrojaban una penumbra siniestra, acentuada por la lejanía de los pasos de aquellos que circulaban a aquellas horas por el lugar, cerca de la estación de autobuses nocturnos. Era uno de aquellos lugares que se encuentran en mitad de la nada, dentro de un laberinto de bloques de pisos donde, hacinados en lupanares, los habitantes del extrarradio dormían, a la sombra de la guadaña, de la sirena del lunes a primera hora.

Trabajadores de turno de noche, jóvenes borrachos, todos aguardan al autobús, firmes, mirando a la esquina, mirándola fijamente, como si sus miradas fueran a ejercer una especie de magia negra que hiciese aparecer de golpe el autobús que los llevaría a su destino. Todos menos ella. Ella no esta en su sitio. Ella camina como si el mundo fuera suyo, deslizándose alrededor de la plaza, maravillándose con cada rincón, redescubriendo el lugar con su mirada, a ritmo de una banda sonora inexistente salvo en su cabeza.

Despreocupada, Eva se deja absorber por la atmósfera del lugar y del momento, y por el ambiente húmedo, buscando abrigo bajo su chaqueta de lana. Lo hace cada sábado que coge el autobús para volver a casa. Quien la ve desde lejos no puede evitar sonreír, parece que sepa hacia donde va, que siga una estela marcada, una senda de baldosas amarillas hacia un punto oscuro. Y desde el punto oscuro el contra personaje, un individuo de oscura chaqueta y nombre inexistente, agazapado en las sombras. Recuerda al gato de Chersey en Alicia en el País de las maravillas, sonríe de manera cruel, y la sigue con ojos atentos en las curvas de su improvisado itinerario. Mientras ella camina, él esta quieto, en las sombras, esperando su momento... Pero no tiene que mover ni un dedo, porque es ella quien llega hasta él.

El criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Y esta vez no fue diferente. Nuestro personaje, juega con el vaho en la esquina de la plaza, y recuerda con total exactitud su mirada, su gesto, su olor, y su acompasada y profunda respiración antes de aquel susurro y aquel silencio. Eva no puede evitar el hecho de que una lágrima se le resbale por sus mejillas, recordando lo ocurrido, en aquel mismo lugar, en aquella misma plaza, porque nunca le dijeron te quiero, como aquella vez.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

martes, 3 de abril de 2007

Ausencias diarias

Tras las pisadas de aquellos que dormitan entre jirones de cartón
Hay historias invisibles y anónimas de quienes nunca fueron siquiera, una esquela en el periódico.
Aquellos que se hundieron en el barro tan silenciosamente como un suspiro a oscuras,
Desafían los sombreros de copa, aún estando ciegos y mudos.
Comen entrañas de nada, beben frío.
Se perforan los músculos y engañan al tiempo.

Ellos, en silencio, bajo el puente, lo saben.

Sus cadáveres en descomposición servirán, quizá, para alimentar las flores que adornarán el pelo de las hijas de otros.

Cucaracha homicida (G.Kovitz)

Primeras Veces

Te soplas el flequillo hacia arriba. Ya hemos terminado, por fin, y te das cuneta de que eso de las primeras veces no es para tanto. Confuso, y todo pasa tan rápido que casi ha sido decepcionante. No notas ni la satisfacción ni la adrenalina de la que te habían hablado. De hecho te ha resultado sumamente frío e impersonal.

-Es el síndrome de París, eso que les pasa a los turistas japoneses cuando la visitan, se la imaginaban más grande, más monumental, más limpia... y luego, no se, simplemente, no te lo esperabas de esta forma. Pero tranquilo, así son las primeras veces, generalmente traumáticas. Luego le coges la gracia, y es mucho mejor de cómo te lo cuenta, y de cómo te lo habías imaginado, solo que diferente.

La radio esta a todo volumen. Suena Camarón de la Isla. Como ha resultado que al final ha sido rápido ni siquiera ha hecho falta que el disco suene más de una vez. Estas ausente, miras al suelo, y acaricias el crucifijo que te regaló tu abuela antes de morir. No te apetece estar más por aquí. Que conste que a mi tampoco. Además no tenemos todo el tiempo del mundo. Así que coges el maletín negro lleno de cocaína y como si no hubiera pasado nada salimos de la parte de atrás de aquel antro.

Cruzamos entre guiris y gente de aquí y allá, conocidos, pero nadie nos saluda porque no es difícil adivinar de donde veníamos. Todos conocían al dueño, a sus trapicheos y sus deudas. Me deja sorprendido como te lo estás tomando, incluso miras a la bailaora un buen rato antes de que salgamos. Al subir al coche me devuelves la pistola que te he dejado antes de entrar.

- Quedatela, es un regalo. Como recuerdo de tu primera vez.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

domingo, 1 de abril de 2007

Relato despeinado


Míralo, por ahí va otra vez cruzando en rojo la avenida.
En sus ojos se adivina que anoche tampoco durmió, otra vez toda la noche fumando en su cuarto escuchando The velvet Underground hasta que las pilas y los cigarrillos se acaban. “Heroin” suena una y otra vez. Surcando la habitación, trepando las paredes… la voz y la guitarra de Loud Reed se mezclan en el aire con el humo de los cigarrillos, los movimientos elegantes y pausados inundan la habitación. El mismo ritual cada noche mientras, afuera, la realidad se funde en negro como en una representación teatral. Nada de lo que pueda haber en el exterior es consciente de lo que ocurre ahí dentro, se trata de uno de los tantos secretos que guarda la ciudad.
Anoche murieron 4 personas en la ciudad: un accidente de moto fue el punto final para dos personas con toda la vida por delante, un cáncer de colon y un fallo cardíaco fue lo que se llevó a las otras dos. Anoche, además, se escribieron 3 cartas de amor (2 de ellas terriblemente tristes) y alrededor de 31 personas se desenamoraron. Ayer, al ponerse el sol, ninguna planta dejó de florecer y ni siquiera los charcos se enfriaron. Hubo un par de peleas, nada grave. Anoche muchísima gente lloró en la almohada, aunque no fue una noche especialmente triste porque una gran cantidad de personas se rieron a carcajada limpia. Boletos premiados, unas bonitas vacaciones, chicas de ojos azules y estrellas de rock protagonizaron la mayoría de los sueños de la gente.
En resumidas cuentas, anoche la vida transcurría con relativa normalidad. Se podía escuchar los latidos de la ciudad en las botas de los que volvían a casa tarde, agotados pero vivos.
Sin embargo, las noches en aquella habitación no tienen signos de vida alguno, excepto la sonrisa que se le dibuja en la cara cuando suena “Sweet Jane”. Aún así, no tiene nada que ver con lo que se cuece fuera de esas cuatro paredes.

Los semáforos en rojo no le asustan. Nada lo hace.


Cucaracha homicida (G.Kovitz)

Planta 11


A paso decidido sale rápidamente de allí de donde viene. Su cabeza esta confundida, girada, es como ver el aguarrás estrellándose sobre pintura, sobre un cuadro ya de por si ya abstracto y visceral, que se recrudece en su esencia a medida que el líquido desciende. Sus amplias zancadas huyen como quien hecha a correr delante de la muerte. En su gesto, la frialdad más absoluta, la cara que pondría cualquier persona a esa repetida formula “¿en que piensas? En nada”, si es que es cierto que la mente humana puede llegar a ese momento en el que no piensa en nada, ni siquiera en el color blanco.

5 minutos antes, se encontraba frente a una cama del Hospital Metropolitano Jean- Paul Marat, (nombre que cada x años cambia, en consecuencia de quien controle el senado, aunque eso no es lo que hoy importa). Recorrer los pasillos de la planta número 11 lo que provocaba era minarle el estomago. Los pacientes y los familiares abrazándose, llorando, haciendo promesas de fidelidadante la muerte, y teniendo miedo juntos, que siempre es mejor en compañía, siempre y cuando no se llegue al histerismo.

Antes de entrar a la habitación 115 esperó a la hora de su visita, no resultaba para nada profesional aquello de adelantarse a la hora sobretodo en un asunto tan delicado. Y por un momento respiró tranquilo. Ya no había nadie en los pasillos, la hora de visitas se acababa, aunque aún faltaban 20 minutos. Debía de ser breve, claro y conciso. Había hecho esto más de mil veces, y no presentaba ningún vinculo sentimental-familiar-vetetuasaber. Volvió a ser de hielo, hasta que las puertas de los ascensores se abrieron, y dos camilleros arrastraban a una chica en una cama. Esta balbuceaba algo, babeaba y era inconsciente de si misma. El ridículo era lo que menos debía importarle si acababa de entrar en la planta de oncología. Por un momento creyó entenderle, creyó entender que decía un nombre, tal vez su hija, su madre, su prima, su novia, su amiga de la infancia, delirios imaginarios... Tampoco tenía que ver con su trabajo.

A paso firme entro en la habitación 115. Sin mirar a ningún lado, ignorando lo tétrico del pasillo de un hospital en la tarde-noche de un invierno. Ante todo, Dimitri era un profesional, admirado, un triunfador del extrarradio, una criatura que se ha abierto paso entre la adversidad y la mugre. Carraspeando entro dentro de la habitación y observó el panorama, la televisión encendida a medio volumen, mientras el presentador gritaba “¡a jugar!” y la perturbadora sensación del silencio dramático. Sobre la cama, un hombre de cincuenta muchos ,sesenta y pocos, algo gordo, resoplando sobre la cama, en un estado de cáncer de estómago bastante avanzado, y con un ya muy prolongado efecto de quimioterapia, como demostraba el hecho de que ya no tenía ni rastro de pelo en su cuerpo.

El señor Prutze¿?, Si soy yo, Hola muy buenas tardes, mi nombre es Dimitri Rosivic, vengo en nombre de la compañía de seguros “S&R”, a la que usted estaba suscrito, para comunicarle el hecho de que su seguro expiró hace un par de semanas, Oh, claro, se me había olvidado, tenga, este es el teléfono de mi mujer, ella se encargará de la gestión, generalmente soy yo el que me encargo pero ya ve que, Me temo que no ha comprendido señor Prutze, su seguro a expirado, y debido a su evidente estado de salud mi compañía se niega a la renovación del mismo, buenas tardes y gracias por su tiempo. Ni siquiera se quedo a ver su cara de incredulidad, de desgracia, tan descolorida...

Camina como quien huye de la muerte. A paso firme, no quiere hechar a correr para no llamar su atención y así no comenzar una carrera en la que ella le agarraría cuando él quedase fatigado. Lo mejor será caminar como quien no ha visto nada, y al llegar a casa antes de dormir hacer una breve reseña a su mujer, nada intenso, tal vez solo cogerle de la mano o abrazarse a ella antes de dormir. Pronto llegaría su ascenso y se dejaría de trabajados sucios...

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)



La vieja del Parque

Es una imagen bastante típica y por completo inofensiva. La vieja en el parque esta sentada. Supongo que por el viento lleva un pequeño abrigo de punto sobre las rodillas. El atrevido diseño del banco de metal ondulante, contrasta con su figura tan clásica y envejecida. Está algo roñosa, ha salido en espardenyas y medias, y con el batín puesto a las doce del mediodía, y una bolsa de plástico blanca bastante arrugada. Su permanente, blanca, esta bastante descuidada, aunque dejó de darle importancia a eso del pelo, cuando básicamente se le comenzó a caer a puñados.

Le acompaña un perro, una de esas razas indeterminadas, mezcla de unos y de otros, que nadie quiere y abandona. Uno de esos perros patada, ladradores y poco mordedores. Porculeros dirían algunos. Personalmente, detesto a los perros pequeños.

Vive sola, con el perro. No tiene familia cercana. No tiene visitas. Y desde siempre vive en su piso. La escalera fue muriendo poco a poco y ella perduro al paso del tiempo. No paga a la comunidad. Los años le han otorgado un derecho de uso, una legitimidad que se le otorga a aquellos que superan a la memoria. En su buzón se acumulan toneladas de propaganda, de jugueterías y muchos otros servicios. Resulta cómico el embutido de publicidad, que cuando ya esta más que saturado, Alicia trata de retirar.

Como vecina, es alguien silenciosa, y poco escandalosa, además de comprensiva. Nunca estorba, no se trata de la típica vieja que agasaja a los vecinos con rosarios lastimeros de dolores en la espalda. Tampoco una portera que conoce al detalle los entresijos de la comunidad y el vecindario. Ni siquiera una de esas hurañas irascibles, que recurre a los cuerpos de seguridad del estado en cuanto alguien decide poner una lavadora fuera de tiempo. Se trata de una mujer silenciosa y reservada. Solo que poco limpia.

Las malas lenguas la acusan de rebuscar en los contenedores, que se trata de una de esas locas que coleccionan basuras varias en busca de aquello que no tienen, o que se identifican con la basura que tiran, los viejos cartones de leche, los trastos usados, lo que sobra del pescado de la carne.... y quizás por prejuicios cristianos o por la ley del karma trata de recuperar. Pero todo eso no son más que mentiras. Inventos de gente que se aburre, de niños que dicen que en su rellano huele mal.

Su gesto, sus arrugas, su cara. Ella lo sabe, sabe que hoy ha llegado el momento. Que hoy le toca. Que de hoy ya no pasa. Que ya es mucho tiempo, que la estadística es así. Que más pronto o más tarde. Un leve viento agita su desaliñado aspecto, su bata y su bolsa de plástico blanca. Inspira.

Una pareja de la Policía Nacional la esposa con toda la delicadeza contra mundo, y la mete dentro del coche patrulla, ante el asombro de niños y jóvenes retozando en el césped. Al parecer el mal olor de su casa provenía de 23 vagabundos, que había secuestrado, torturado, descuartizado en su casa y vendido por Internet a varias distribuidoras de películas snaff, pero que la policía de delitos informáticos había conseguido dar con el culpable.

Por el barrio circulan ahora varias historias del porque de sus actos. Unos dicen que un día hizo “crack”, otros que siempre estuvo así, y que los maltratos en casa y su trabajo de secretaria terminaron de forjar la mente de una psicópata criminal. Otros dicen que es producto de la seguridad social, que dan tantas y cuantas pastillas quieran los viejos para que se callen. Tal vez fuera por la sociedad que ya no quiere a los viejos.








Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

El devenir acecha en cada esquina

Debía andarse con cuidado. Había derrochado los otros dos deseos en amigos y mujeres fáciles sin que aquello le proporcionase una completa satisfacción. En el fondo añoraba la vida apartada de todo, aquella vida en la que volver a casa borracho con un número de teléfono en el bolsillo era todo cuanto necesitaba.Para colmo, todo aquel tiempo sin pintar comenzaba a socavar su conciencia; todas las láminas que contenían sus dibujos y bocetos se habían quedado en su antigua habitación, entre las paredes que contenían toda la vida que había dejado atrás.
Una mañana soleada, paseando por un barrio tranquilo de una ciudad cuyo nombre ni siquiera recordaba, se detuvo ante el escaparate de una heladería. Rápidamente sacó la lámpara mágica de la mochila y frotó. De ella surgió un genio maravilloso de cuerpo azul intenso, a excepción del negrísimo y espeso bigote.
-¿Ya sabes qué quieres?- preguntó el genio, tras un sonoro bostezo.
-Rápido, dame una cuchara- contestó el chico sin dejar de despegar su cara del cristal de la heladería.
-¿Una cuchara? ¿¡Tio, tu último deseo es una cuchara!?
-Te digo que saques la puñetera cuchara y te largues.
Algo airado (ya se sabe como son los genios maravillosos), el genio hizo aparecer una sencilla cuchara de metal en el bolsillo del chico, que se metió corriendo en la heladería con la cuchara en ristre.
A pesar de que el genio estaba bastante mosqueado, la curiosidad pudo al enfado y se quedó a observar a través del cristal como el chico se sentaba en la mesa con una chica pelirroja de ojos verdes, algo más joven que él, que estaba comiendo un helado.Con una sonrisa preciosa, ella le ofreció probar el helado y enseguida comenzaron a hablar. El genio contempló atónito como los dos charlaban como si se conociesen de toda la vida hasta que, de repente, el chico se levantó bruscamente y se dirigió hacia fuera.
-¿Ahora qué? -preguntó el genio, todavía algo molesto.
-Iba todo bien hasta que me contó que lee a Kant.
-Mierda tio, tienes que dejar eso, no puedes andar por ahí enamorándote cada dos por tres.
-Esta vez parecía perfecta, te juro que estaba convencido. Era ella.
-Anoche dijiste exactamente lo mismo con aquella rubia. Eres un sentimentalista de mierda, vamos, te voy a llevar a un bar.
-Creía que solo eran 3 deseos.
-Nunca había visto a alguien desperdiciar el último deseo de esa manera, esta vez invita la casa.

Cucaracha homicida(G. Kovitz)