domingo, 17 de junio de 2007

El universo a la deriva (bola nº8)

- La bola numero 8, es un ojo que mira y juzga a los presentes, desde una de las esquinas de la mesa de billar, apostada en su fortaleza, esperando... esperando el mas mínimo error de los jugadores para señalarles acusadoramente como perdedores.

Mirarla fijamente no impedirá que se caiga si cualquiera de las otras bolas la roza levemente. Actuar como si no existiese y jugar sin presiones tampoco. La bola negra es una hecho, una realidad inevitable. Esfuérzate todo lo que puedas en aquello que consideres necesario, pero la situación seguirá absolutamente igual. La mesa. El palo. Las bolas. Las leyes de la física. Las reglas del juego. El calculo geométrico. La suerte del principiante. Tú. Yo.

Hay alborotó más allá de la partida. Se están divirtiendo. Se ríen, carcajean. Lo están pasando bien. La distensión ajena al crucial momento de la partida, al otro lado de los nubarrones de humo, envueltos en su propio sistema, con sus propias leyes y realidades. Tan ajeno... parece mentira que todos estemos bajo la misma atmósfera.

Debe de haber alrededor de unas doce mesas en todo el local. Cada mesa esta rodeada por un media de 4 personas. Contando con los camareros, la gente de la barra y el negro que trata de vender baratijas a los borrachos de nuestra izquierda, hace un total de 72 personas en el local. 72 universos en marcha, en una torpe danza, todas bajo el mismo techo, ajenos cada uno entre sí de la complejidad de los otros. Imagina por un momento un “Big Crunch” en el local, el colapso inevitable, un mal paso en todo este torpe baile y la belleza apocalíptica que supondría. Sería como ver un millón de fichas de domino desmoronándose.

¿Qué posibilidades habría de que no se produjese algo así? ¿Cuanto falta para el final?
Ni lo intentes. Demasiadas incógnitas, una ecuación, muy poco tiempo. Resuelve primero las preguntas cuyo procedimiento conozcas y acumula puntos. Respira.
Y sobretodo, lanza de una vez, porque se me había olvidado comentarte todo aquello de que el tiempo pasa y que esta partida no puede durar para siempre. Nada puede-.


Cuaracha Amarilla ( Jimmy Glass)

sábado, 16 de junio de 2007

Café, Alcohol e Insomnio

A veces ocurren cosas así.


Un domingo te levantas cuando hace rato que el sol ha trepado hasta lo más alto y toda la gente normal está sentada en la mesa viendo las noticias.
Abres los ojos y el mundo se estrella contra tu cabeza con tanta fuerza que quieres morirte ahí mismo y no tener que soportar esa resaca ni un segundo más, deseando con toda tu alma que todo se acabe, desaparecer.

Y resulta, por muy extraño que parezca, que ocurre. Y, de repente, comienzas a deshacerte. Así, sin más.
Y te asustas. Alguna vez fantaseaste con marcharte de la ciudad, pero unícamente a condición de dejar una nota. Por miedo a que nadie se percatase de tu ausencia, como ahora.

Te invade la angustia por que no has dado explicaciones a nadie. Seguramente habrás dejado algun asunto pendiente: algo que querrías haber dicho, algo que querrías haber hecho; en definitiva, todas esas cosas que se dejan para el último día.

Conforme tus pies se desvanecen, en tu cabeza se atropellan las preguntas:
¿Cómo explicar a todo el mundo que se te cumplió un deseo? ¿Tanto bebiste?


El caso es que te levantas con un dolor de cabeza insoportable y se cumple tu deseo: desaparecer. Vaya suerte.
Los judíos tienen un curioso sistema a la hora de acumular la fortuna; creen fervientemente que si les ocurre alguna desgracia, la suerte que hubiesen necesitado para evitarla, se les acumula en algún lugar, para que cuando necesiten hacer uso de ella tengan reservas suficientes. Probablemente los judíos sean los únicos que sonrian cuando pisen una mierda, pero ese es otro tema. Tú no eres judío.



"¿Y por qué no se me cumplió aquello de que mi abuelo se recuperase de aquel cáncer de colon o esa vez que desee con todas mis fuerzas que Lucía no hiciese lo que al final, la muy zorra, hizo?"


Un judío; Woody Allen, Lou Reed o el gran Kirk Douglas, por ejemplo, te dirían: "bueno, es que por aquel entonces no tenías suficiente suerte acumulada".


Pero tú no eres judío. Es más, te consideras un ateo acérrimo, enemigo visceral de todo lo que tenga que ver con las religiones. Dadas las circustancias, echas mano del breviario de expresiones populares laicas y justo antes de que la desaparición se complete sueltas un resignado "Hay que joderse".


Cucaracha Homicida (G. Kovitz)