lunes, 26 de noviembre de 2007

Escrito Tipiquísta nº1

Secuandando la inciciativa de Madmoiselle Quiensinó, y considerando el tipiquismo como un mundo a explorar, ahí va un escrito que yo considero tipiquista. La definición del termino, la podreís encontrar en su blog, aunque de hecho aún se sigue definiendo. Esto es mi visión personal de lo que puede ser el tipiquísmo. Seguro que hay diferencias, ya sabeis, no es lo mismo el impresionismo de Monet que el de Renoir (mujajajaja, mascad mi pedantería). Por último, antes de empezar, recordad que esto es un comienzo, y que los comienzos son dificiles, mejorables, y generalmente no se entienden. Ahí va una obra para la causa.

Charlie Parker, Investigador

La tarde 25 de noviembre, Charlie Paker, investigador privado, descendía las escaleras que conducían al “O’ Malley’s”, uno de los pocos antros de Queens donde se podía estar a salvo del mundo los domingos por la tarde hasta que cerrasen.El hecho de que al volver arrastrándose a casa, después de un considerable número de vasos, no le esperaría nadie, no era ni mucho menos un motivo de tristeza.


Es más, había un cimiento importante para su personalidad y su autoestima en el saber que él no era la clase de persona que se casaría con una preciosa y tonta mujer, que envejecería con él, criando hijos en un adosado de Nueva Jersey. No, el no soportaría criar a un Timmy, una Maggie y un Charlie Jr, mientras su mujer, preñada de nuevo, se levantaría a las 6 de la mañana para preparar el desayuno dejando la cama fría una hora antes de que el se levantara. Cortar el césped, barbacoa los domingos, y sexo políticamente correcto los sábados pares de cada mes. Antes que todo eso prefería la cómoda soledad y pagarse putas toda la vida.


-Hola Brian, lo de siempre
-¡C!, cuanto tiempo sin verte por aquí ¿Qué hay? ¿Qué dices?
-Digo que me pongas lo de siempre- Charlie no aguantaba la jerga juvenil, que Brian O’Malley, último sucesor de la dinastía O’Malley, empleaba con él, pero sobretodo no soportaba su innecesaria conversación, el solo estaba allí para tomarse una copa y esperar a alguien.
-Con tanto tiempo sin venir creí que te habrías casado- después de dos segundos de pronunciar la última letra de la frase, hasta el se dio cuenta de que no había tenido gracia.- Dry Martini, aquí tienes Charlie.


“Este puto crío no comprende la diferencia entre mezclar y agitar” Lo cierto, es que el Dry Martín es la clase de combinados en los que una mala mezcla puede resultar bastante desagradable. Aún así, se lo bebió de un trago y sin pestañear, quería evitar cualquier conversación con Brian.

-Casi se me olvida, C, un chofer ha pasado por aquí y ha dejado una nota para ti- Charlie puso un extraño gesto al leer la nota, una sonrisa torcida, la clase de expresión que pone una persona que no le gusta la lluvia y comprueba en sus propias carnes que sabía que iba a llover. En la nota, escrito con una caligrafía de la alta sociedad, ponía “ lo siento, pero hoy no podrá ser”

Arrugó la nota en su bolsillo, pidió esta vez un Manhattan, y se encendió un cigarrillo. El bar estaba casi desierto, el humo flotaba por toda la instancia mientras poco a poco desaparecía y se alejaba. Charlie no había mudado aún su gesto y recordaba a su cliente de esta mañana, que acababa de darle plantón.

7 horas antes, Charlie Parker, investigador privado, llegaba a su oficina con barba de un par de días y la corbata mal abrochada. La noche anterior no había bebido tanto, pero un hombre a veces se merece un respiro, sobretodo si es su propio jefe. Sin demasiada risa pero sin entretenerse, subió las tres plantas que había hasta su despacho, y se encontró alguien esperando en el banco de madera que había junto a la puerta.

Lo cierto es que no se puede decir que Charlie fuese un hombre disimulado, y dedico un par de segundos a mirarle las piernas, pero ni siquiera a ella le dedicaría un gesto de aprobación, simplemente observó como se observa un periódico sobre la mesa del desayuno. Sacó un paquete de cigarrillos y se encendió uno, mientras seguía de pié, aunque esta vez esperando a que ella se dignase a mirarle. Pero su educación victoriana seguramente le impediría comenzar una conversación con alguien que no era de su mismo sexo, ni de su misma clase social.

- ¿Es usted Charlie Parker, el sabueso?- aquello le sorprendió a Charlie, no solía equivocarse
- Nosotros, o por lo menos yo, preferimos llamarnos investigadores privados
- Como sea
- En cualquier caso ¿Quién lo busca?
- Mi nombre es Natalie Le Gardon, y en el caso de que usted fuera quien yo busco, quisiera contratar sus servicios.
- A, es usted una cliente- el hecho de tener un cliente en tanto tiempo casi fue algo sorprendente- pase.

Al abrirle la puerta y dejarle pasar primero, se descubrió volviéndole a mirar las piernas, unas delicadas piernas en una discreta moral y decorosa falda, que combinada con su mirada entre el desprecio, el recelo, y la lascivia, resultaba de lo más erótica. Su despacho no era el lugar más idóneo donde iniciar un contacto sexual, resultaba sucio, y desastrado. Papeles, ventiladores, un ventanal estropeado, y un ventilador para menguar el sofocante verano de Queens, ahora ya tan lejano. Pese al brillo insinuante de sus ojos, y el rítmico movimiento de sus pasos, sus gestos al moverse por el despacho reflejaban ante todo asco, pero bueno, él no podía pagarse sirvientes.

-Usted dirá
-Mi padre, Sr. Parker, es un hombre ya mayor, y por lo tanto fácilmente impresionable. No debe de quedarle ya mucho tiempo, 6 meses o quizás un año, y ha empezado a frecuentar la compañía de un hombre. Su nombre es Gustav Grindderman. Es uno de los principales subalternos de la empresa de mi padre, Spanish Oil Co., se dedica a la exportación de aceite de oliva. Pues bien, no me fío de ese hombre, y creo que su intención es hacerse el hijo para figurar en su testamento. Como comprenderá, como principal heredera no me resulta un hecho agradable. Me gustaría que averiguase quien es ese hombre y que pretende - Charlie tomaba notas todo lo deprisa que podía.
-Más despacio señorita Le Gardon.
-No puedo ir más despacio, llevo mucho tiempo esperando ahí fuera y tengo otras reuniones hoy. ¿acepta el trabajo?

Además de no resultarle un asunto limpio, era obvio que la chica mentía y que seguramente fuera una hija interesada que busca quitarse de en medio a la competencia. Por el contrario, hacia semanas que no le salía un caso, y el último tipo decidió no pagarle. No sabía cuanto tiempo más podría esquivar a sus acreedores. Al ver que el tiempo transcurría y que Charlie no decía nada, ella le dio una tarjeta con su dirección y su número de teléfono, y le dijo que considerase la oferta. Un segundo antes de que cruzase la puerta ella se dio la vuelta y le preguntó:

-¿Le gusta el Jazz, Señor Parker?
-Lo detesto
-Que lástima- Puso un gesto extraño y desapareció por la puerta.

No tardó ni seis horas, en llamarle, ya que dio un rápido vistazo a su balanza de pagos. Para obtener un poco más de información, el pensó en el “O’Malley’s”, jugando en casa uno no se espera sorpresas. Pero aquel plantón cambiaba definitivamente las tornas. Había caído en su red, y sabía que había demasiados detectives privados en Nueva York y muy pocos clientes, y que tendría que hacer lo que ella dijese cuando dijese, porque no dejaba de ser un trabajador que necesitaba su salario. Verse atrapado por ella le producía sensaciones complejas. Por un lado la odiaba, y por otro le atraía. Detestaba su dinero porque aquello le convertía en su subordinado y a la vez lo necesitaba.

Subió de nuevo las escaleras que le llevaba a Nueva York, de noche ahora, y se puso al trabajo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Poesía de bolsillo

Poetas que se masturban
en islas desiertas.
Cruces gamadas impresas
en las almohadas.
Gente que transita
sin prisa ni remedio.
Calles que son llevadas
a los lugares indicados.
Mi vida al revés,
con los pies colgando.

domingo, 11 de noviembre de 2007

El frío en septiembre

( 1º Parte, a modo de edición de prueba de los seriales de televisión)

Mi tren salía a las 10:36, en dirección al centro de la ciudad. Mis dedos recorrían el metal frío del pasamanos al pasar por escaleras de la estación que lleva a los pasajeros hasta el andén número 2. La estación tomaba aspecto de edificio en obras por la mañana. Las tonalidades grises se fundían con el cielo y viceversa, una isla entre el mar de césped de un verde totalitario. En mi cabeza los abusos de la cebada negra aplicaban métodos de tortura china a mis neuronas, lo que viene a ser llamado una señora resaca. Mientras esperaba, recordé las fotografías de la noche anterior, la despedida de Amaia y el grupo de estudiantes coreanos, mi intento en vano de escribir algo coherente al llegar a casa y la frustración de no haberme atrevido a besar a Gaëlle. El tren me sacó de mis pensamientos y abordé el vagón junto a una marabunta de niñas enfundadas en ropa deportiva rosa que despertaron mi rechazo enfermizo por tal color.
La línea del tranvía que enlazaría con el aeropuerto no estaría preparada hasta dentro de dos años, así que debería cruzar buena parte del casco antiguo hasta tomar uno de esos citylink en los que se hacinan jóvenes, turistas de clase media y algún que otro policía de incógnito. Lo último que me apetecía era coger uno de esos taxis, así que no había otra alternativa.
El recorrido desde Howth hasta la estación central de la ciudad duraba por lo menos 40 minutos. Mientras sacaba toda la parafernalia necesaria para escuchar música en el tren, miraba de soslayo el cristal; a través del cual proyectaban una película de vegetación interminable, de un verde esmeralda apagado, como el contenido de una cazuela de acelgas humeante. Sería inútil intentar convencerme de que todo aquello carecía de dimensión dramática para mí. Lo cierto es que cada metro de vegetación que dejábamos atrás se cargaba en mi espalda como un saco de arena, uno tras otro. Apoyé los pies en el asiento de enfrente, que ya tenía el tapizado, también verde, muy ennegrecido –supuse que el mío estaría igual- y encendí el reproductor. Gaëlle me había entregado un cd virgen, sin marcas de rotulador ni nada parecido que diese pista alguna acerca del contenido, pero yo sabía que contenía algunas canciones suyas, como regalo de despedida. Al dármelo incluyó en el lote una sonrisa que no me atreví a recoger.
Meses después me enteraría que estudió en el conservatorio de Marsella desde los 5 años, que había girado por toda Francia, incluso Canadá, ganando certámenes y participando en todo tipo de actos con la guitarra española.
-Algún día iré a Madrid de gira y te mandaré entradas para que vengas a verme- dijo la noche de antes, consciente o no de lo que aquello significaba para mí. Le imaginé en el quirófano, vestida para operar, sacándose veneno de sus ojos verdes para inyectármelo directamente en el pecho mientras un yo ajeno a la función, anestesiado y tumbado en la mesa metálica de su laboratorio maligno, iba bombeando el líquido hacia cada extremo del cuerpo.
Sabía que en la oficina me preguntarían si habría echado algún polvo con alguna de las compañeras de congreso, con alguna extranjera compañera del congreso. Javier, el jefe de recursos humanos, era la clase de gilipollas al que había que conquistar con fanfarronadas, y no hubiese admitido un "nada de nada" por respuesta después de casi 5 semanas pagadas por la empresa, si no que exigiría al menos una historia bien cargada de detalles. Podría decir que me enamoré de una niña de 17 años, pero decir la verdad no era una opción.
Al contrario, inventé una historia acerca de alguna de las cenas extra-oficiales con mucho whiskey y alguna congresista alemana con el tacón roto que necesitaba que le llevase hasta el hotel. Pura mierda, sí, pero perfectamente creíble: pan et circus.
La empresa estaba interesada en cubrir a las tantas compañías asentadas en el Holyrood Park, una especie de mega-recinto financiero que albergaba a las sucursales de las empresas del sector de las nuevas tecnologías. El Irish Tiger, organizaba en septiembre un congreso sobre recursos legales en el marco del mercado tecnológico al que fui en calidad de representante de la asesoría. Aprovechaba el viaje para hacer un curso de idiomas, inglés aplicado a las relaciones empresariales en el Trinity College, con todos los gastos pagados por la empresa. Aparte de los 4 meses en los que estuve haciendo el máster en Frankfurt, jamás había salido de Madrid.
Jamás intenté explicar a Pau, mi mejor amigo, ni si quiera a mi hermana el motivo por el cual perseguí a Gaëlle cada noche. Acepté el curso de los acontecimientos siguiendo la idea de Schopenhauer: toda negligencia es deliberada, todo encuentro casual una cita, todo está predispuesto por el hombre en un estado anterior, dando por imposible cualquier razonamiento crítico.

Cucaracha Homicida (tiemble señor Marías)

jueves, 8 de noviembre de 2007

Casablanca

Mientras nuestras manos se entrecruzaban despacio, el automóvil se dirigía vertiginosamente hacia las afueras de la ciudad. Avanzaba como un león hambriento, feroz e inevitablemente hacia la presa. Tan feroz e inevitable como el tiempo.

Porque de hecho, el tiempo transcurría, ahora que el final estaba tan cerca, demasiado rápido, y tan lapidariamente como los nazis sobre Francia. En el voraz transcurso de los segundos y los metros sobre carreteras secundarias, nuestras manos se entrecruzaban despacio, volviendo a reconocerse. Prometo que fue el segundo más lento de mi vida. Un segundo intenso, a cámara lenta, mientras la realidad no dejaba de acelerar. ¿Demuestra esto la relatividad del tiempo de la que hablaba Albert? ¿Tiene que ver con aquello de que si una persona, en un viaje sideral, si supera la velocidad de la luz, envejece mas lento que una persona que se queda en la tierra, y al volver, envejece el doble de rápido?

Sentada en el asiento de al lado, mirando por la ventana, de manera nerviosa, tú temías por tu suerte y deseabas llegar a tiempo. Observabas como el tiempo no pasaba todo lo deprisa que debía pasar, acariciando mis huellas dactilares, inconscientemente, aliviando, solo por un segundo, el inevitable hecho de tu marcha, mientras nublabas cualquier perspectiva de futuro, congelándome justo en aquella sensación, relativizando el tiempo.

Resulta curioso, como el tiempo describe sensaciones tan aleatorias en el mismo momento, en relación con las distintas personas que lo experimentan. Para ti, todo transcurría demasiado despacio, y para mi demasiado deprisa. Los significados de las palabras deprisa y despacio variaban por completo según quien de los dos las estuviera escuchando.

Los hechos que ocurrieron después de que bajásemos del coche, sucedieron tan rápido como había previsto. El avión esperaba, había tiempo de sobra para facturar, embarcar, ir al baño y despedirse. Ahora te recuerdo recorriendo con una sonrisa en el pasillo de los baños de la Terminal 2 del aeropuerto, mientras te observaba inmóvil, como apunto de ser embestido por un trailer de varios ejes. Sin decir nada nos abrazamos, y nos besamos, y el tiempo transcurrió a dos velocidades al mismo tiempo, como antes, tan deprisa, y a la vez tan despacio.

En el filo de los momentos, la gente demuestra ser lo que realmente es. Entre lágrimas, te pedí que te quedases, aún sabiendo que era imposible. Me besaste por última vez, y prometiste volver a verme. Y agachando el ala del sombrero, di medía vuelta, y me dejé arrastrar por la cinta transportadora hasta el aparcamiento.

No soy Rick. He demostrado no serlo. Supongo que por protegerme, creo que nadie es Rick. Ni siquiera él, él era Bogart, y quiero creer que Bogart y Rick habrían actuado de manera distinta. Quiero creer que Rick no existe.

Tu avión se aleja contigo dentro. Yo estoy en el supermercado cerca del apartamento, y compro una botella de Smirnoff y unas galletas mantecosas, evitando el planteamiento de las preguntas, sensaciones y lamentos que siempre surgen en estas ocasiones. En mi cuarto vaso consecutivo, imagino un extra de la película de Casablanca, en la que Bogart, tras despedirse del policía francés hasta el día siguiente, abre un paquete de galletas.




Texto: Pepe Ruiz Andrés
Fotografía:
Blanca Ruiz Andrés
Montaje fotográfico: Aída Prados Cano

Marco- Escenico:
París (Francia)
Inspiración: Aída Prados Cano