viernes, 19 de diciembre de 2008

Cuentos morales: confesiones



Imagínate: el soldado en la ciénaga de Masada
aprende patria,
de la manera
más imborrable,
contra cada púa en el alambre. (P.Celan)



Hay ciertos días en los que la ciudad no está en ninguna parte. La geografía y la historia se dan la espalda mutuamente en casi todas las calles y avenidad de Berlin. El este se aleja, renqueando, poco a poco de vuelta a su guarida. Parece no importarle a nadie al tiempo que la nostalgia se ha mercantilizado. Ya no es real.

Aquel editor de Bayern parecía haber nacido para estar donde estaba, allí sentado, en el conocido Madame Claude, con la camisa empapada de sudor y los ojos primitivos escrutando entre las lumbres y sombras los movimiento de mercancía. Al otro lado del ring, un servidor, calculando cuántos más de aquellos Kaipiroska podría soportar antes de perder la compostura necesaria para continuar con el negocio. Diría que para unos cinco, tres si no me doy prisa y tengo que pagar un taxi de vuelta, no sea que pierda el último U-bahn.
Jomski llegaba pálido de la barra, visiblemente bebido y resuelto a parpadear unas ciento quince veces por minuto. Cocaína. Justo antes de sentarse, haciendo alarde del mejor equilibrio ucraniano, se gira para acompañar con la mirada a una de las parroquianas vertiendo así la mitad de su copa sobre mi chaqueta. Adoro a mi agente.

“Mirad quien viene por ahí. Se mueve como una sombra”.

Bajo las escaleras que conducen al baño. Otra ceremonia; agua fría en la nuca y jabón en las manos. A través de una rendija de la cortina veo un cacho de cielo rojo. Decido salir de aquí, a la mierda mi libro.
Subo las escaleras y pago mis copas, las de Jomski también, por la putada.

“La naturaleza no tiene estilo. No tiene vergüenza de mostrarse tal y como es. Niña repolluda demasiado maquillada”

Resaca. Suspiro y me incorporo. Busco por el suelo esa zapatilla aventurera que siempre falta. La encuentro en un sitio absurdo, me calzo y me levanto. A ver qué me tiene qué decir esta. Abro el balcón de par a par y os juro que huele a hierba fresca. La calle se extiende con sus tejados hasta perderse en el horizonte. En el horizonte unas inmensas nubes rojas y blancas aplastan los tejados que tienes bajo ellas. Me imagino que no estoy en Berlin, que esas nubes a lo lejos no son nubes sino una gran montaña, probablemente un volcán extinguido que lleva siglos observando esta ciudad donde en otro tiempo nací y viví toda mi vida. Una ciudad de un país olvidado, sudamericano probablemente, donde el tiempo se ha detenido y a nadie le importa que muera más gente de la que tendría que morir. Cierro los ojos y pienso en la madre que tuve, en los amigos que me sonrieron, en los recuerdos que no sabía que tuviera. Como aquella vez, siendo un niño, que hice con mi familia una excursión a la ladera del volcán y desde allí arriba, viendo mi vieja ciudad tan pequeña, puse un dedo delante de la cara y me imaginé que era un titán que la aplastaba. O cuando siendo adolescente fui con unos amigos a buscar drogas a las barriadas pobres de las afueras, y en la casa a la que entramos había una mujer desnuda tirada en un colchón sucio amamantando a cuatro niños (recuerdo incluso que uno me ladró, pero cuando vi esto, ya había conseguido la droga). O hace un mes, cuando fusilamos, obedeciendo órdenes y para que no nos fusilaran a nosotros, a quince campesinos que me parecieron hechos de sal, por muy lejos que esté el mar de esta ciudad, y que no sangraron sino que se derrumbaron y se vaciaron como globos pinchados. Fusilamientos literales, claro, literarios. Así funcion la crítica literaria. Ahora mismo que pienso que soy otro que vive en Madrid y quiere ser escritor, y miro al cielo y lo veo mirando también el cielo, y haciéndose las mismas preguntas que yo.

“Un día te despertarás y comprenderás que todo ha pasado, que el que eras ya se ha ido”

Debajo de mi ventana una pareja de gays discuten a gritos y parece que sufren. Pienso que si les tirara unas monedas quizás les parecería mal y me contengo. Cae la noche como cae una buena frase.
Vuelvo a entrar en casa cuando se encienden las farolas y no la reconozco y me doy cuenta de que nunca he estado solo.
“Mirad quien viene por ahí. Se mueve como una sombra”.

Repite el que habla cuando yo no quiero hablar. Y me apetece hacerle caso. Me tiro al suelo, extendido y me arrastro por mi casa, sigiloso, para no despertar a los que duermen (e niño aprendí que los objetos son como las hienas, si no eres mas alto que ellos te ignoran o te muerden).El suelo de la cocina es fresco, y tomo, por primera vez en mi vida, plena conciencia de que los azulejos son igual que mis poemas. Me quedo dormido debajo de la mesa.
“Un día te despertarás y comprenderás que todo ha pasado, que el que eras ya se ha ido”

domingo, 30 de noviembre de 2008

Verde

Texto: Pepe Ruiz

Cancion: "High and Dry"

Hacia como 20 minutos que Robert Capland llevaba esperando en la estación de metro. Mascaba chicle, y no había comido nada durante horas sin duda para evitar el aliento. El sabor elegido esta vez fue menta fresca, lo cual le daba un sabor de boca mejor de lo que solía tener, aunque siempre le resultaba tremendamente desagradable aquel extraño frío en sus generalmente fosas nasales saturadas de mucosidades. Pero que otra opción quedaba ¿la fresa? El sabor le acababa dando acidez de saliva. No podía arriesgarse hoy.

Un maravilloso sol de primavera se estrellaba contra las escaleras mecánicas. Por la impaciencia, en vez de esperar a que su estampa subiese, se asomó para ver cuando aparecía por el fondo del pasillo. Siempre tenía que llegar tarde. Pero al final aparecía, y se olvidaba de todo. Llevaba una camiseta de tirantes del mercadillo de la plaza de la Mercé, y unos muy contraculturales pantalones de tela.

Ascendía lentamente, y Capland permaneció quieto e impasible como si no hubiese dado 40.000 vueltas al ver que no llegaba. Ambos sonreían, estúpidamente. Aunque tenía un año menos que él le, sacaba medio palmo y cuando se besaban tenía que auparse un poco, lo suficiente como para durante aquel tiempo, el tiempo en el que quedaban un par de veces por semana, se le endureciesen los gemelos. Tenéis razón, no es muy alto.

De todas formas y pese a lo incomodo de la postura, aquellos besos lentos e intensos, con la boca pequeña (esto hacia que se sintiese a veces coartado, o por lo menos, le hacia sentir contención, concepto opuesto a sus principios erótico-festivos) valían la pena. Tanto, que le gustaba recordarlos cuando se volvía a su casa. La sensación. La intensidad.

Todas las tardes en las que quedaban solían transcurrir de manera similar. Él esperaba, ella llegaba, y se dirigían al cauce seco del río, o a cualquier plazuela del barrio del carmen. Hablaban poco, se observaban mucho, y se cogían de la mano en días calurosos, cosa que a Julia le sacaba particularmente de quicio, pero para no crear una situación incómoda, se callaba.

El río es particularmente cómodo para las parejas adolescentes en los días de primavera. Ya sabéis el sol cae, y el césped aún esta verde, a veces mojado, la gente pasa y sonríe, o se santigua, o silba o mira o grita, o se calla, o no se da cuenta.

Después de inocentes magreos (accidentales moratones, mordiscos precisos, manos, tetas, culos, torpezas, acelerones, disculpas, y aquellos besos…) se quedaban tumbados. Generalmente, él, apoyaba la cabeza en su tripa, y empezaba a decir un montón de tonterías pseudos-maduras que a ella le daban bastante igual. Porque Robert Capland era la clase de adolescente que decía ser adulto, pero que escasamente sobrepasaba la talla física y mental de niñato. Es curioso, ella parecía una cría en varios aspectos y nunca intentó demostrar lo contrario, lo que la convierte en un ser tremendamente maduro.

La primavera terminaba, y aquella tarde caminaron los dos hacia otra parada de metro, para que ella se fuese a casa. En el anden, esperando, ella le abrazo mientras el se hacia el interesante, repitiendo el contacto carnal favorito; era como meter los dedos en un enchufe…

- Te quiero

- Yo también te quiero

Por supuesto los dos mintieron. Iban liándose con otras personas por ahí, y no tardarían en dejar de verse, con el fin de la primavera. Pero no nos concierne hablar de ese asunto. Por favor no hablemos hoy de lo efímero.

Cuando salió de ahí, tal vez por la luz, el cauce del río le resulto (y el mundo) le resultó de un color verde intenso de tacto suave, como su ropa interior.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Gris

-salgamos de este agujero Josías, antes de que sea demasiado tarde-

Ya no existe el Jazz, tan solo en los discos viejos y en los caros recopilatorios bien señalados y re-etiquetados que podemos encontrar en la Fnac. Yo nunca conocí el Jazz, (ni tampoco un verdadero hippy), no conocí su ambiente, su real impacto. Nada, no queda nada de eso. Imagino lo que fue, me lo imagino. Lo adapto desde y hacia mi punto de vista subjetivo. Lo convierto en un totem irreal, mítico, falso, y lo asocio con lo que me da la gana para terminar de corromperlo: con el cine negro, el tabaco rubio, las medias de seda, el cara o cruz, los gatos, y la planta intermedia de un parking. Y oh si, todo confluye, y hoy es un día tremendamente Jazz.

Para empezar es invierno (las estaciones del año, señor Millagui, son vitales, y al igual que los chinos vinculaban una parte del cuerpo a una estación y a un punto cardinal, yo digo que el jazz es para el otoño-invierno, y a electrónica para el verano), y esta nublado, amenaza con llover, pero todo se queda en mera palabreria. Se dice que no lejos si sucede, y la nieve cae a 1000 metros sobre el mar. Hace frío, lo va a seguir haciendo. Entre la planta de caja del parking y el 3er sótano, una tubería deja escapar agua, que a la chita callando forma un charco bastante considerable que es chafado por un felino que corre de debajo de un Volvo hacia unos cubos de basura. Puro jazz, puro jazz. No se oyen saxofones y no hacen falta.

Mi padre paga el parking. Quiero y no quiero imaginarmela en mi cuarto. Finalmente salimos de ahí en el coche, hacia lo gris (el color de la luz los días nublados), y sale de nuevo cara.

El parking (por el mero hecho d que el escritor así lo dice) permanece ahí, con sus ojos de gato y sus charcos. El señor de la garita, Vicente, permanece en su puesto. Así lo hará hasta que acabe su turno. Le gusta su garita, esta cómodo. No se pone la radio, ni la tele, no lee los periódicos. Es tan singular llamativo y entrañable como los símbolos de falange en las viejas placas de las viviendas de protección oficial. Se le nota consumido, plagado de arrugas, con el gesto muy serio, y un bigote adoc. Tiene tabaco, y un mechero gris de propaganda, pero no sé si fuma. Es feliz. En realidad creo que todo se la trae bastante floja. No creo que piense en su jubilación, y mucho menos en como nadie le retrate a sus espaldas. Él sencillamente está ahí, manteniendo una relación atemporal e indiferente con el mundo.

El reloj marca as cuatro, y un rayo bien definido de luz entra por la rampa. Lo mira con displicencia. No lo necesita.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El vacio y el sentido

La escalera descendía cientos y cientos de escalones hacia un pasillo que se vuelve infinito a los ojos del perdido.

Nunca llego a imaginar que hubiera podido existir nada parecido debajo de una biblioteca pública (sirvieron como almacenes y refugio anti-aéreo en guerra, posteriormente como salas de interrogatorios. Actualmente sirven de almacenes de nuevo, encerrando libros que hoy no deberían de ser encontrados en una biblioteca, reflejos que negamos de nosotros mismos…).

Y al final, una enorme sala, tras una enorme puerta, tras estanterías plagadas de DVDS, cintas de Video, y rollos cinematográficos, en un pequeños rincón, unos pequeños ojos y una enorme barba están viendo una película sobe un colchón viejo. Cáscaras de frutas diversas se amontonan en montañas no muy alejadas del colchón, al igual que paquete de tabaco, colillas, mecheros y cerillas usadas. El extraño eremita no pareció advertir la llegada extraña, y continuó absorto observando las imágenes. Observa los diálogos sin parpadear, sin girar la cabeza. Parece que esté intentando ver cosas que hay detrás de la pantalla.

- Siéntate, hay sitio para dos- y se desplaza a un lado

- No quisiera molestar- el Robinson no contesta, sigue absorto en las imágenes. Sin mirar alcanza un paquete de tabaco y se enciende un cigarrillo. Sigue manteniendo su oferta de compartir el colchón, que al final acepta. Permanecen en silencio los dos la televisión. La película es “arsénico por compasión”, pero la están viendo sin subtitular en un idioma que no acaba de comprender.

- Es increíble- dice el ermitaño- la veas en el idioma que la veas esta película sigue sin tener gracia. Cada día el cine me da más asco- Continúan viendo la película, y fumando juntos tabaco rancio y comiendo fruta de temporada.

- ¿Quién eres?

- Mi nombre es Vladimir Poliakov

- Imposible, hace dos noches yo…

- Somos muchos

- ¿Y que se supone que haces aquí?

- Estoy viendo una película

Y si bien el tiempo desapareció la existencia de pronto cobró sentido.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Relato de Género

Ascensor para el cadalso, otra vez. ¿Qué diablos tenía aquella canción? Era como ver anillos de humo concéntricos en un verdadero garito de jazz, cosa que nunca podría hacer porque eso ya no existe. Se quedo mirando el techo, un buen rato, y pensó que salvo por aquella canción ya no tendría porque estar por allí, pero es que aquella canción estaba sonando, y permanecería mientras Miles siguiera sonando.

O si, "lupas" estaba preciosa aquella noche, sin embargo la prefería con la ropa de oficina y con sus maravillosas gafas de culo de vaso, que le resultaban tan inocentes... sin embargo, hasta que ella no se fue al baño, y la trompeta no rompió el zumbido del contrabajo, a todo le faltaba algo. Pero ahora todo era perfecto. Una mujer preciosa estaba sentada en un retrete pensando en él, una muralla de humo le impedía ver la puerta del local, en la ciudad se perpetraba un caos que será eterno, y que inexplicablemente ahora sabe dulce. Pero sobretodo Miles... Miles es el hilo conductor de todo esto. Y cuando acabe la canción ya no será lo mismo. Será peor.

"Ascensor para el cadalso" pensó, y puso la misma sonrisa que pone un condenado a muerte "es precisamente lo que es esta canción, una trampa. Te eleva mientras te anuda una soga al cuello y luego cuando acaba, te deja caer".

Dos segundos después, la canción había acabado, y el silencio consiguió llegar a través de los ruidos de las copas, y "Lupas" encontró sobre su silla su ropa, sus zapatos con sus calcetines dentro y su sombrero sobre la mesa. En un mal castellano intento denunciar a la Policía su desaparición, pero fue inútil. Nunca nadie más supo de él.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Microrelato




Lo miserable desde la teoría de la relatividad. Tú, antes en una plaza, con algunas botellas avalando tus decisiones. Caminas hacia un punto objetivo, hacia unos ojos verdes en concreto. Te miras bien. Admites que hay algo de mediocridad, algo de sulfato básico detectable. Pero has elegido precisamente ese objetivo por la falta de criterio, te las sabes todas. Contienes una carcajada, en una capital europea, quizás Madrid, la mujer de tu vida comparte cama con cuatro compañeros del trabajo. Qué más da, esta noche -solo por esta noche- Juan Pablo Castel y César Vallejo se dan la mano, como si llegara el momento de hacerse viejo. Ha habido suerte.

Tus amigos piensan que nada de lo que dices es cierto hasta que lo escribes. Entre el ruido y la furia de los ferrocarriles el camino a casa con la persona equivocada puede ser desastroso. Eso no lo sabías.
Recuerdas las palabras del aburrido Faulkner. The world is still. How still it is. El metro tarda demasiado en llegar a tu parada. La chica que te acompaña se ha quedado dormida. Es el problema de las segundas opiniones: demasiado tiempo para pensar. Sales sin despertarla. La próxima vez asegúrate de que no haya demasiada luz, la gente es propensa al arrepentimiento.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Sobre dioses y estatuas

Una vez la última piedra fue encajada en el muro impenetrable, y arquitectos y capataces fueron, lógicamente ejecutados, el secreto permaneció a salvo.

Ni un rayo de luz pudo penetrar en aquella habitación cerrada. Los inscripciones de las paredes solo fueron legibles durante 6 horas más, tiempo en el que las antorchas tardaron en consumirse. Después, todo quedo en silencio, a oscuras. Sí, la oscuridad, el silencio perpetuo, no tiene porque ser algo negativo o desagradable... son relaciones conceptuales del mundo de hoy, que se centra más en lo inmediato y lo dinámico, que se empeña en excluir a la muerte de la vida, como un niño que se repite a sí mismo que el hombre del saco no está debajo de su cama. Y huye... La muerte llega cuando llega, y a veces significa paz.

Protegido por las arenas del tiempo, por las dunas cambiantes, las inclemencias del desierto, los mitos, las historias, y los cuentos de niños, las lunas fueron pasando y la cámara permaneció inmóvil, permanente, incorrupta, sagrada.

Y así fue hasta que un día el sonido volvió a suceder. Fuertes y rítmicos mazazos, y tan incansables como un cobrador de deudas, derribaron la losa de piedra, que cayó al suelo, dejando entrar la luz (artificial) que durante tantos siglos había estado desterrada. Cuerpos extraños sujetaban linternas y lámparas, sudados, sin aliento, respirando, consumiendo la atmósfera que no debía ser de nuevo experimentada por un organismo vivo. Se sustrajeron los tesoros del faraón, se clasificaron y se etiquetaron, exibiendolos en museos, a la vista de cualquiera, como monstruos de circo, como simples pescados en una tienda. Y en la pista central, el sarcófago, abierto, y el cuerpo faraón, que mantenía una ya inútil expresión de solemnidad.

Observándolo, casi como si se hubiese hecho con toda la crueldad del mundo, en el lado apuesto de la sala nº 15 del museo de historia natural, (y como parte de una exposición itinerante) estaba el Dios Seth, con su expresión terrorífica y hierática. Ahora ya solo era una estatua.

sábado, 18 de octubre de 2008

Aparentemente Límpio

Musica: Exit Music (for a Film), del álbum OK Computer

Hola Sara:

Hoy he ido al cine y he visto una película aburridísima que apenas ha llamado mi atención. Creo que incluso ha llegado un momento que me he dormido… cuando estaba despierto me llamaba tan poco la atención que ni lo sé. La sala estaba por completo vacía así que si hubiese roncado no habría importado absolutamente nada; es el drama de los multicines: ni acomodador, ni vendedor de palomitas, ni taquillera, nada….

Cuando salí del cine estaba lloviendo en la calle y no me importó mojarme; en cierto modo me sentía mucho más cómodo notando encima el peso de la lluvia. Dejé el coche en el aparcamiento porque por alguna razón decidí caminar, preferí caminar… a veces me pasa, ya lo sabes, y entonces camino. La calle parecía eterna y la lluvia infinita, el agua arrastraba toda la mierda que se había quedado pegada al asfalto y no soplaba el viento, y los perros no ladraban… era todo muy diferente a mis pesadillas. Porque no pasó nada fuera de lo normal, porque no estaba pensando en nada… simplemente sucedió, vi las luces de casa encendidas y decidí seguir caminando. Se de sobra que no hay nadie en casa.

No sé donde te has ido. No quiero saberlo. Yo me voy a ir muy lejos. No voy a poder evitar odiarte Sara, creo que ya te odio. Y creo que no podré perdonarte nunca, y que te olvidaré odiándote y deseando no volver a verte, hasta de que finalmente me convenza de que no exististe jamás.

No firmó la carta. El cerco de una mancha de café americano dejó ilegibles algunas partes. Pagó la cuenta deprisa y salió por la puerta. La curiosa camarera intentó leer aquella grafía ilegible, pero abandonó tras un esfuerzo superficial. Pasó un paño sucio, recolocó el servilletero, y todo quedo aparentemente limpio.

Texto: Vladimir Poliakov

viernes, 10 de octubre de 2008

La Tormenta

Música: Bob Dylan (A hard rain is gonna fall)

La habitación, como un pequeño refugio en mitad de la montaña en mitad del invierno, le acoge, le protege y le mima. A lo largo del tiempo, de su vida, siempre ha sido así, y las paredes, más que encerrarle le protegían. De hecho, debido al paso del tiempo, ha humanizado sus muros azules casi blancos, o más bien los ha dotado de vida y de alma, como hacían los primitivos pueblos celtas con los bosques y las montañas, tomando aquel punto del espacio como un lugar fijo en el tiempo (en el tiempo siempre cambiante), un pequeño poste en medio de una riada.

¿Por qué? Pues tal vez porque en el fondo no deja de ser una prolongación de si mismo, sus paredes, sus libros, la disposición de los muebles, todo un efecto de su voluntad y un espejo bondadoso de su persona, un autorretrato más que idealizado, simpático. Y no tiene porque ser algo raro, los antiguos ya decoraban su entorno llenándolos de jeroglíficos, murales y frescos, que además de mostrar cosas al gran público, contaban a sus arquitectos, decoradores y obreros algo que al resto de la humanidad se nos escapa.

La puerta se cierra, firme aunque silenciosa, y contra la madera rebotan muchas frases (algunas penetran) que ya se han escuchado antes, largos discursos sobre el futuro, la seguridad, sobre lo insoportable de la convivencia con su persona, la hipocresía, el pragmatismo, la necedad, la inexperiencia… largos discursos sobre el desengaño. Discursos que a lo largo de generaciones han sido repetidos, siempre por supuesto con la pequeña variación del autor o más bien emisor, y que a lo largo de la historia ha sido repetido de padres ha hijos a lo largo y ancho de la geografía planetaria. Y quien sabe…

Pero la puerta se ha cerrado, y aunque físicamente sea casi inapreciable la diferencia entre que esté entornada y cerrada, hace que se cierre un mundo y que se habrá otro, que se expande a través de la ventana, que asoma a todo un mundo enorme ¿Real? No, por supuesto que no, pero tampoco fantástico, tan solo subjetivo, tan subjetivo como el mundo de mosca de todos los habitantes del planeta.

Comienza a sonar la música, y mientras se pierde mirando al infinito desde su cama sonríe. Tiene 17 años y el caos le hace gracia. Imagina como llueve tanto que todo va quedando sumergido bajo las aguas de una apocalíptica tormenta, una tormenta que primero la gente menosprecie, pero que finalmente ahogue, todo en general.

Y en vaqueros y calcetines se duerme involuntariamente sobre el edredón, mientras en sueños contempla las ruinas sumergidas bajo el peso del agua. Pero mientras, fuera, la tormenta.
Texto: Vladimir Poliakov
Fotografía: Zacarias Zuax

sábado, 27 de septiembre de 2008

KARMA-POLICE

(Daré las explicaciones cuando y como me de la gana).

Perteneciente a la colección de cuentos "Radiohead:Grandes exitos". La recomendación de la casa es que primero busquen la canción, y mientras suena de fondo comiencen con la lectura. Lo apropiado ahora sería decir disfruten, pero prefiero que lean.


El vagón de metro avanza veloz por las vías, chirriante, dejando un rastro de chispas eléctricas que iluminan brevemente los túneles de metro de la ciudad, allí donde reina una oscuridad total. Es como observar a un pequeño asteroide en un punto del infinito espacio en el que no haya estrellas, ni nada que produzca luz salvo el mismo… como si estuviese atravesando un agujero negro. Hace ya mucho que la parada no aparece, y cualquiera diría que el maquinista se ha perdido, que las paradas ya no existen, que todo ha desaparecido menos el vagón, la oscuridad y sus tripulantes…

El compartimiento está casi vacío, debe de haber unas 4 personas en total. Los asientos, en colores tierra y crema, están destrozados y pintarrajeados, así como los cristales del vagón, de manera que ni siquiera puede observarse con tranquilidad la eterna oscuridad exterior. La luz fluorescente parpadea de manera arrítmica y caótica en oscura armonía con el traqueteo de las ruedas y las vías.

Un segundo observa a un tercero en el vagón de metro, durante bastante rato y con total fijación. Esta repantigado con las dos piernas subidas haciendo extraños sonidos con la garganta. Debe tener asma. Se subió hace dos paradas y tras ojear un periódico gratuito, arrugarlo, y tirarlo al suelo, al ver que el tren no paraba, se ha ido cambiando de asiento todo el rato y dando nerviosos paseos a lo largo del pasillo hasta que finalmente se ha sentado en el tercer hueco de asientos, de lado, mirando fijamente a la chica rubia que masca chicle y juguetea con el móvil, ajena a su depredador. Su mirada es agresiva, y tiene el ceño fruncido, como de molestia constante. Pero ella no se siente para nada observada, o le da igual, o por lo menos actúa como si no se sintiera nada o como si no le molestase; o es muy feliz o todo se la trae un poco floja (en realidad no lo sé, esto ya es opinar por opinar).

Finalmente aparece la lúgubre luz de la parada de metro, ella sale con cierta prisa y el por supuesto sale detrás. Para ticar en la salida se pone justo detrás de ella, mirando hacia arriba como si la cosa no fuera con él, como si no la estuviera persiguiendo, mirando al techo, silbando una canción que se inventa sobre la marcha. A través de multitudes los dos utilizan las escaleras mecánicas para salir y bajo el desagradable sol de finales de octubre (blanquecino, moribundo, que ciega y no brilla). Los coches con prisa se desesperan en las innumerables rotondas, el aire es frio y sucio como la escarcha del extrarradio, la gente resignada fuma en la puerta de sus trabajos, el ambiente es hostil. Y mientras él le persigue a ella en un plano secuencia interminable, en el que cada vez los dos objetos de esta persecución se hallan cada vez más cerca. Él se mete la mano en los bolsillos buscando algo que no encuentra, y ella incomprensiblemente recude aún más el paso.

- Bueno, ya vale ¿no?- me dice el chaval, que ante de mi gesto de sorpresa continua en su indignación- ¿te crees que soy gilipollas o que? No paras de mirarme desde el metro- Balbuceo. La rubia permanece en su sitio, enviando un mensaje te texto y mirándome como si fuese un pervertido- Mira tío, llevas tocándome los cojones un buen rato. Si no quieres nada, deja de seguirme o te reviento a ostias.

Reanuda su marcha a paso ligero, bastante cabreado y mirando para atrás observando que no le sigo. Se ajusta el gorro de lana en la cabeza y desaparece en la primera esquina. La chica rubia permanece mascando chicle y con el móvil, apoyada contra una señal alado del callejón del mercado. Su rostro acusador se va como llegó, mientras vuelve a enajenarse de todo así en general. Comprensiblemente avergonzado yo retomo el mío.

Camino en dirección al video-club (debo de devolver “en la ciudad de Silvia”, una película si se me permite infumable, minutos de mi vida tirados a la basura). A veces en la vida te sorprendes haciendo cosas repugnantes, estúpidas, o simplemente impropias de tu conducta. De todas formas ¿De que conducta estamos hablando y bajo que circunstancias? La gente suele hablar de la conducta habitual identificándolo con la conducta “correcta” o “moral”, y esto no tiene porque ser necesariamente así; no sabemos cual sería nuestra conducta en cualquier situación, tan solo realizamos una proyección moralista en una hipotética (y nos convencemos a nosotros mismos de que actuaríamos así), bajo una lógica y un sentimiento controlado. Así cualquiera… Tal vez esto es propio de mí. ¿Y qué? Continuo caminando, me reflejo mal en los cristales de las tiendas de comestibles rusas. Tal vez toda esta reflexión sea una forma de justificarme, una forma de evadir mi sentimiento de culpa al descubrirme haciendo esto. Un intento de evasión inútil por otra parte. ¿Ha sido algo voluntario y premeditado? ¿O algo más subconsciente? Yo quería seguirles, pero no me sentía como si les estuviese persiguiendo, no con malas intenciones…

La culpa, pero sobretodo la vergüenza debe de ser enorme, porque noto un par de ojos clavados en mi espalda, antecos a todo lo que digo y a todo lo que pienso, siguiéndome paso por paso. Debe de ser la culpa. Seguro. Hasta donde puede llegar el cerebro cuando quiere, porque oigo pasos a mi espalda, pasos que me siguen por muchos rodeos que esté dando. Busco tiendas abiertas, para meterme dentro y saber si me siguen pero aquí solo hay portales, portales y más portales. Doy con la plaza, me meto por dentro de los laberintos de las mesas de las terrazas de los bares, haciendo eses, y oigo como se apartan las sillas metalicas a mi espalda. Pero necesito asegurarme, porque yo no me atrevo a girarme

El karma me ha encontrado rápido. Es un juez eficaz e implacable en sus veredictos, cuando quiere claro. No le basta solo con el sentimiento de culpa. La culpa nunca es suficiente para el jurado y el juez, ni por supuesto para las victimas. Hay victimas que nunca tienen suficiente. Una vez he descendido las escaleras del videoclub lo comprendo todo. Sí, he sido perseguido desde mucho antes de mi culpa. Llevas persiguiéndome desde que comenzó el relato...

-Todos estamos hechos del mismo barro.... ¡barro!- Dr. Zivhago

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La Habana: No se puede vivir del Recuerdo

La segunda parte de Mujeres, titulada “Mujeres (Nocturno)” es sin duda más larga e infumable que la primera. Además, en ella hay muchas mas mentiras, y se adapta mucho peor al formato blog. Además me han dicho que tiene sangre Judía. Por ello queridos amigos, he decidido no publicar la segunda parte de mi relato (en realidad es un único relato que hice muy mal en separar, nunca debió separarse), y por otros motivos que me reservo. En fin, en vez de eso, y siendo conscientes de que el curso académico comienza y todas esas mandingas este es mi ultimo relato Cubano. No se puede vivir del recuerdo.


El mar es impactante y simpático a la vez, tranquilo y sugerente pero innegablemente azul. Una masa de color uniforme se extiende hasta el infinito, casi sin olas, tan solo las de rigor para que no le quiten el calificativo de océano al Atlántico en Cuba. Y cuanto más lejos miras, más uniforme parece todo aquello. Un color, solo uno y nada más. Y también el sol, que aprieta pero no ahoga, y sobretodo refleja en aquel mar en trance.

Los turistas (si, si yo también) han caído en la trampa, y se han dirigido hasta el otro lado de la bahía para ver el morro y el faro, la fortaleza que Carlos III construyo al recuperar Cuba de los ingleses, para nada, todo sea dicho. Compran carísimos botellines de agua, caminan bajo el sol, y observan las caras baratijas pesando en familiares y allegados: collares, tortugas talladas en madera, figuras casi humanas, cajas de puros, boinas revolucionarias… no falta nada. Al fondo, la carretera a playa del este se pierde y reaparece en varias colinas hasta que finalmente se ve un lugar al que llaman “A la mar”. Mucho y muy diverso he oído de aquel lugar, desde que es un fracaso de proyecto urbanístico, pasando a que allí marginan a la población que echan de la habana vieja hacinándolos en condiciones carcelarias, a oír que es una vivienda digna y un lugar muy decente para vivir, pero esa es otro historia.

Yo estoy, más que sentado depositado en el faro. A decir verdad no estoy mirando nada. Estoy algo cansado, he caminado mucho. Visité el barrio chino de la Habana, luego la iglesia ortodoxa, luego cogí un ferry para ir a Casablanca (villa o barrio que se sitúa al otro lado de la bahía de la habana), y de allí fuimos caminando hasta el faro. La maravilla y yo. Sólo pretende ser amable conmigo. Qué lastima. Tras una larga caminata bajo el sol, y todos los escalones del faro, y las fotos de rigor (le encantan las fotos), se me ocurrió la idea de sentarme. Ella también decide sentarse, y por lo menos yo me quedo un buen rato absorto, tan en trance como el Caribe que observo. La brisa del mar me refresca, y convierte al sol en solo luz.

- Óyeme Pepe, ¿por que no te afeitas la barba?
- ¿No te gusta?
- Pareces muy viejo. ¿quieres parecer mayor?
- No, no es eso, para nada. Me olvide la maquinilla en casa y…
- Ay pues un día vamos al barbero que…
- No… me gusta así, creo que me la dejaré un tiempo
- Pero que aquí hay barberos muy buenos. Te sientas y te ponen la espuma y te dejan bien apuradito
- Ya pero no sé- me retuerzo los pelos de la perilla- le estoy cogiendo cariño


Pronto la autoridad del faro llega, y nos advierte de que no podemos seguir allí sentados. No da explicaciones. Es un mito eso de que todos los caribeños son simpáticos. Supongo que el carácter va mucho más allá de lo cultural, ya que aún no he oído hablar de un lugar donde no existiera un antipático.

La maravilla nos apura para que nos marchemos. Yo le pido que espere un momento, porque sigo absorto, completamente atrapado. Ojala el tiempo se detuviese aquí y ahora, porque sin saberlo, todo lo que mi cerebro almacena, va desapareciendo y convirtiéndose en una tabla rasa, igual que ocurre al mojar una tabilla de barro. Estoy completamente alisado. No tengo recuerdos, no tengo pasado, no tengo sentimientos, ni apreciaciones, no tengo planes, no tengo futuro, no tengo ningún sentido, y no estoy mirando nada. Solo permanezco. Y extrañamente me siento en un orden total, un orden que hacía ya demasiado tiempo que no experimentaba, y que anhelaba.

Comprendo que no se puede vivir del recuerdo, y solo de la experiencia del ahora. Comprendo que no se puede vivir del recuerdo, y que tal vez vivir, en el sentido absoluto de la palabra, solo se pueda realizar prescindiendo del mismo, prescindiendo de muchas cosas… Creo que he llegado al final de mi escapada, y que después de todo esto comenzará otra. Estoy en lo alto de una parábola, en el mismísimo punto de inflexión.

Voy a arrepentirme cuando me levante. Cuando lo haga, voy a arrepentirme mucho

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Literatura Pulp - Simulacro fugaz [ 5 días] . Relato de terror

Despertó de madrugada, sudando, buscó el reproductor entre los pliegues de la sábana mediante una serie de movimientos perezosos. Lo encontró debajo de la almohada, sin batería. Empezó a inquietarse y pensó en salir del cuarto a por un vaso de leche tibia. Desde su puerta el pasillo resplandecía con una luz extraña provinente del salón, situado al otro extremo del corredor.
Recorrió los siete metros inmerso la oscuridad halitosa y pudo ver como en la mesa del comedor alguien había dejado su ordenador encendido. Resignado, procedió a revisar su correo.

Lo encontraron muerto al día siguiente. (música de terror)

From: Ojos de gata
To: -
Subject: RE-cordar, del latín "recordis": volver a pasar por el corazón (Eduardo Galeano "El libro de los abrazos)

Date: Thu, 31 Jul 2008 23:25:31 +0000

desde lo más profundo del insomnio que mantengo le respondo señor pues agradable resulta leerle, a la par que sorprendente,....pues pensé q la nena JMÁS le daría mi notita...lo juro x snooopy


¿importancia de la música en su vida? según Niestzche-(nombre , el cuál nunca sé escribir, ni he podido con el anticristo,) yaaaaaaaaaaaa, comencé muy fuerte, lo sé, es porque según mi psiquiatra soy hipomaníaca-ya sabes-como Jack Nicholson en la peli "Mejor imposible", me gusta que vd.intrigado se encuentre, yo indagué sobre su persona, pero...muy poco,pues,confío en las co-incidencias y no es tan insoportable la espera (ni la levedad del ser)

"que cada uno siga su destino, cada uno en su lugar.....Bunbury" Vd. perdone pues escucho joaquin, Sabina mientras le leo, he dormido 2 horas y cigarrillo de vainilla en mano en mano, esta noche lo estoy celebrando, he conoccido otra faceta nueva de mí, me encanmta re-descubrirme, mimarme, tocarme, lamerme, pintarme, cosquillearme y...

por selene me conocen mis allegados

por aubergine mis amig@s del liceo francés

por Trinidad my "girlfriend"

por paleta my sweet-honey

por Ququ mi sister(jejeje, ella es kuku y para querernos decimos queso y eso -x la vergüenza de peuqeñas de decirnos te quiero)

por mima mis papis

por la maga mis coleguillas argentinos

por inma los extraños q faltan por co-no-cer,


por amelie els amics alternatius-modernos q ahir tractaren de lligar en lkes teues xiketes, tranquilícese, estuvimos a punto de: 1.ir de after, pero una quiso abandonar el barco y como el titanic todas nos fuimos al fondo,


(jejejej, al igual q BUcowsky, tengo varios alter-egos o polifacetísmo, me encamta inventar palabras, sorry ahora no recuerdo el verbo, estoy más espesa que bob, bob esponja que vive ne la piña debajo del puente, no gari???


Esteban se llamaba mi diario, por "Todo sobre mi madre " de almodóvar, y si quiere conocerme puede ver:


Noviembre dulce
Amelie
clementine
y 1 de almodovar "mujeres al borde de 1 ataque de nervios", carmen maura...si,si,si...
o escuchar "Sin embargo" de Joaquin Sabina
o COMPLETAMENTE LOCA de alejandro SAnz (snif snif..)
cómo lee, adoro la música, el cine y los libros por ese orden según épocas, y el psicoánalizarme...en fin, too much information x today, i think so...

p.d. rescató mi bolso xq me volví loquita x Natalia, su amiga, y encima en mi coralito (my car, q antes era 1barco-pirata), sonaba el freak-show de Bunbury...peco de despistada pero...

¿Acaso existe la perfección)

2ª p.d.mejor q rayuela, historia de cronopios y famas...

sweet, sweet drreams my little friend




jueves, 4 de septiembre de 2008

La Habana: Mujeres (diurno)

Muchachos y lectores. Esto también es otro escrito. El segundo publicado en este blog, y uno de los muchos que itnento mecanografiar. Es denso, es largo, es personal y no refleja fielmente la realidad. Así están las cosas. Metiendonos un poco en farina, os diré que es la primera parte de un largo cuento que nunca debió separarse, pero así es el formato blog. La semana que viene publicaré la segunda parte. O no. Y os advierto, no va de política. Dejo lo mejor, o por lo menos la sangre, para el final. Así que damas y caballeros con todos ustedes.







A Giulio o Julio, se le encendieron los ojos, se le abrillantaron las pupilas y se le llenaron de dulce malicia mediterranea, lo mismo que cuando oyeron las palabras ron cubano, y más aún cuando escuchó la palabra mulatas.
(…)
-Dijo usted ron y mulatas, ¿mon capitain?
-Oui Monsieur. El mejor ron del mundo. Y quizás las mulatas más deliciosas del hemisferio occidental. Las hay deliciosas, hermosas, sensuales, divinas…

-Humberto Arenal-


El día comienza, como siempre, con el ruido del ventilador a mínima potencia y con las sabanas a las que me he ido enroscando durante la noche. Los párpados se me despegan y despierto en una habitación que se me ha vuelto familiar con mucha facilidad. Alguien ha entrado en mi cuarto durante la noche, o tal vez hace un rato, y cerró la puerta del cuarto colocando un paño de tela doblado en el cierre. No vagueo demasiado sobre el colchón, me pongo en pie y abro la puerta. Y apago el ventilador.

Sobre la mesa un vaso de plástico, de un color que no puedo bien definir, el cual se que esta lleno de algún batido de fruta tropical. Camino descalzo por todas las baldosas y atravieso la puerta de madera tipo far west que separa las dos partes en las que podríamos dividir la casa. Vivian duerme en una de ellas, y yo en la otra. Está en la cocina, terminándome de preparar el desayuno. Me lleva colmando de atenciones desde que vine, y me alimenta como si tuviese el propósito de venderme en una feria de ganado, pero siempre con mucho amor. Y yo me lo como todo, porque soy un muchacho agradecido. Y solo por eso.

- Buenos días- digo con la voz que aún se está acomodando a funcionar
- Hola mijo- cariñosamente me sonríe y continúa preparándome plátano frito poco troceado y con mucha sal, como a mí me gusta- ¿Dormiste bien?
- Estupendamente. Tienes batido de fruta bomba* encima de la mesa
- Vivian, yo no estoy acostumbrado a desayunar tanto
- A pues te lo comes. Tú mamá confió en mi estos días para que yo te alimentase bien. Además que el desayuno es lo más importante y me prometiste ayer que hoy comerías todo lo que dijese que ayer no desayunaste- Cautivo y desarmado me retiro al lavabo a lavarme la cara y las uñas, sonriendo. Es estupendo que te obliguen a hacer algo que te gusta.

No me acompaña a desayunar porque tiene que preparar la comida de Miguel Humberto, un niño de dos años al que cuida durante toda la semana todas las tardes (y en vacaciones todo el día) desde que el sujeto en cuestión tenía ocho meses. Creedme, aguantar al crío en cuestión es bastante complicado. Tiene más edad que mi madre. Se pocas cosas de Vivian. Pocas cosas concretas. Tan solo una de las muchas líneas argumentales de su vida. Que me encanta su pudín y su congrí*. Que es una mujer fuerte y muy temperamental. Suele dar ordenes, es todo un carácter (muy acorde a su físico que me recordaba a Andalucía), pero la mayoría de los imperativos que emplea conmigo tienen siempre un cariño implícito el cual me impide decirle que no. Es como comer uno de esos cacahuetes con miel y sal. Me gusta Vivian. En los pocos días que llevo aquí la considero como un miembro de mi familia, al que hacia mucho que visitaba pero que el tiempo no hizo que la proximidad se perdiese. No una tía, ni una abuela ni una madre. Algo distinto pero mío.

Atiende a unas visitas en la sala de la televisión pero se preocupa de que todo esté bien. Después de comer los huevos fritos con la clara revuelta en cebolla y jamón, y de haberme manchado todo el bigote del batido de fruta bomba que me he bebido casi de un trago, la puerta de fondo de la casa se abre y aparece ella, una fugaz sombra que no es capaz de saludar antes de haberse aseado un poco. Pero dos minutos después, cuando degluto los tostones, ella abre las puertas del otro lado de la casa.

“¿Qué bolá mi Santi? ¿Dormiste bien?” Me fulmina con una sonrisa a la que yo no soy capaz de responder. Su pelo negro tintado de mechas pelirrojas que se van decolorando hacia el rubio está cubierto por una gorra del equipo de baseball de industriales. Tan andaluza de parecer como su madre, morena de piel, y de ojos rasgados y negros, fue bautizada por Bruno como la Maravilla. Apodo que mantendré secretamente. No capta mis halagos, me saca más de diez años, y ha vivido mucha vida como para fijarse en mí. Le encanta el deporte, todo él, y es capaz de levantarse a las seis de la mañana para ver un partido de baseball. Como su madre también, todo un carácter, combinado con un pensamiento de la vida al que yo calificaría de números*, tiene el suficiente cerebro como para equipararse a cualquier persona que tiene escrito en su cara “yo leo a Schopenhauer”. Sin embargo desprecia esas formas de intelectualidad, y toda forma de excentricismo. Me desprecia a mí, aunque a la vez me tiene cariño, y nunca se pararía a leer este blog. Es perfecta. Me muero por darle un beso en la mejilla para darle los buenos días, y sin embargo me moriría si lo hiciese. Me muero por que me obligue a aprender a bailar, para ponerle mala cara y decir que me da mucha vergüenza y que no puedo hacerlo. Y sospecho que ella sabe todo esto, pero tampoco es muy dada a los cumplidos. No tengo ninguna posibilidad con ella y ello resulta adictivo. Ya me lo dijo su madre cuando le dije que me gustaban las chicas con carácter: “eres un masoquista”.

La maravilla se sienta conmigo mientras desayuno y yo me dedico a decir estupideces con la boca llena. Brillante estrategia, si. Le cuento mis planes del día. Ella irá al trabajo, y esta noche no podrá acompañarme por ahí ya que hay un partido de pelota, entre Cuba y China Taipei (Taiwán). Escojo mi ropa, me ducho, y observo mi barba como quien observa a unos gusanos de seda en una caja de zapatos agujereada; con curiosidad, un extraño cariño y ojos de sospecha y estudio. Mientras me ato los cordones de los zapatos en el salón advierto a las chicas que hoy estaré todo el día fuera, que ya llego tarde y que no me esperen para comer. Quedamos en que les llamo si me demoro.

Salgo a la calle dirección a la parada del autobús con la esperanza de que el P16 pase pronto. El sol brilla, la gasolina huele, y las mujeres caminan en todas direcciones. Mujeres que no volveré a ver nunca. Mujeres preciosas en forma (no detallaré) y en concepto (son estrellas fugaces en mi vida, maravillosas visiones que seguramente no se repitan exactamente igual). Finalmente, y tras unas cuantas paradas me bajo en la esquina de la avenida de los Presidentes, o como la conoce todo el mundo “G”, con la calle 23 (mi amada calle 23), con la intención de sentarme en unas de las sillas del café literario. Oh si, cruzamos mares y aduanas para repetir nuestra pauta de comportamiento, porque por mucho que viajemos somos quien somos. Café barato y en grandes cantidades, baratos libros desconocidos, aspirantes, y quien sabe si secretos, artistas cubanos, esperados a ser descubiertos, relacionándose endogámicamente entre sí, detrás de sombreros o extrañas vestimentas.

Yo estoy esperando a Armando, otro cubano muy dado a las mujeres, sin mucho éxito, por lo que yo pude ver. Le comenté que tal vez sus técnicas eran demasiado invasivas e intimidatorias. Que uno no puede recitar poesía erótica a diestro y siniestro en mitad de una avenida a toda desconocida con tetas con la que se cruce, voluntaria o involuntariamente. Pero claro, yo tampoco soy nadie que pueda decir algo sobre “las mujeres”… ya sabéis lo que me refiero, esa clase de gente que se permite la arrogancia de darte consejos gratuitos de mujeres diciendo “Mira chico a ellas lo que realmente les gusta es…”. Desconfíen de quien crea estar en posesión de la verdad. Solo les puede llevar a un mal final, se lo aseguro.

En fin, Armando no viene, y yo me dedico a hincharme de cafeína y a leer a Humberto Arenal, una de mis pequeñas incursiones literarias obtenidas en el mismo lugar el día anterior. Llueve desmesuradamente, y una dulce claustrofobia me susurra al oído que no podré salir de allí. Me resbalo en la silla dirección a las baldosas, lentamente, porque tengo tiempo, mientras espero a que mi quinto café se enfríe. Observo la cortina de agua que envuelve el edificio, mientras el resto de gente, envuelta en la pasividad de agosto, sigue haciendo tintinear los vasos, caer la ceniza, y mover sus lenguas al compás del dialogo. Todos menos tú.

Eres una figura reflexiva y solitaria que resalta aquí y ahora. He olvidado tu nombre. Nos presentaron ayer, y a los dos minutos lo había olvidado. Como no quería convertir la situación convencional en tensa no realicé de nuevo la pregunta por como identificarte. Inclinada, rayas una hoja, y espero que solo sean garabatos en un folio. Parte de un maquiavélico plan para seducirme, para que te mire… porque si, no lo dudes, te estoy mirando. Ni si quiera de reojo, pero te miro mentalmente. Te visualizo con una fijeza casi denunciable. ¿Será por mi educación cristiana que no me deja hablar claro, o será mi miedo al rechazo, pero no puedo ir y decirte que me pareces… no puedo decirlo ni aquí… y que quisiera que tu quisieras… en fin, estoy loco, o soy tímido. O soy un loco y estoy tímido. Debería levantarme, olvidarte, esperar al avión y visitar a un psico-algo. A ver que me cuenta… si, eso haré. Pero antes de hacerlo escribo en un trozo de servilleta un mensaje que yo solo comprendo.

“Ni te desprecio
Ni te ignoro

Pero no debes descubrirme.”


Abandono el papel arrugándolo encima de la mesa. Antes incluso de que me advierta su terrible secreto el camarero lo está empujando con el tenedor a la bolsa de basura, confundiéndolo con un papel vulgar y corriente, y salvándome sin querer de mi estúpida auto delación. Así todas las pruebas son inmunes y puedo caminar libre de cargos. Y camino. Primero camino, y cuando veo que tengo tiempo empiezo a deambular con algún tipo de lógica. Tiendas de música, librerías, tiendas de souvenir, todo trampas para turistas a los que les sobra el tiempo. Todo en pesos convertibles.

Acabo sentado en una silla del Coppelia (una heladería típica de la Habana, tal vez mítica, inmortalizada en varios films del lugar, donde se hacen unos helados riquísimos. Alguien inteligente me dijo que Coppelia era una metáfora perfecta de una de las facetas más paradigmáticas del cubano. Su gusto por hacer colas, y por quejarse con cierta resignación, entre la añoranza del pasado y el hastío del presente, echando de menos los buenos tiempos de cuando se hacían buenos helados. Aunque todos sabemos que hablar de “el cubano” es una generalización pero…) escribiendo frenéticamente mientras la gente de alrededor me mira. Trato de comerme el helado lo mas lento que puedo, trato de retrasar mi salida del lugar aunque inevitablemente todo se acaba, y el helado también.

Los sucesos transcurren entre las 4 y las 6 de la tarde, de manera totalmente anodina. Mi actitud se degrada en los siguientes estadios: caminar, pasear, deambular, vagabundear. Como un extraño reloj suizo, La Habana continua funcionando a su ritmo, como un mecanismo perfecto que no me necesita para nada. Y este mecanismo, de gente, de vidas que se cruzan, de burocracia, de sentimientos, de economía, política y música, de vidas cotidianas, contrabando y relaciones internacionales, gira, te seduce y a la vez te destroza, como el amor en su más pura forma contra un organismo ingenuo.

Tras mi compromiso de las 6 de la tarde, compromiso que se alargo bastante, acabo sentado en un bar cerca de la calle Infanta, bebiendo pero sobretodo hablando con Nathalie, habanera, madre y artista. Mientras, anochece.



*Papaya

*También llamado moros y cristianos. Es una forma de arroz negro, típica de la comida criolla, en la que el arroz se tinta de este color utilizando para ello judías de color negro.

* Todo es como las matemáticas. Funciona bajo una lógica que solo admite dos formas de respuesta: Correcta (2 y 2 son cuatro), e Incorrecta (2 y 2 no son 4). Solo hay una verdad, y a consecuencia de ello el resto…Mucha gente nacida en la revolución piensa así. ¿Tendrá que ver ello con la filosofía que subyace en el marxismo, pensamiento básico del régimen? Unos tienen la razón y otros están equivocados, y hay que hacer caer a la gente que está en un error porque lo esta, porque verdad hay una y solo una. Ese rasgo contra-relativista lo comparten muchas filosofías de muy dispares signos. Todas asegurando tener la verdad en la mano, y tratando de hacer ver al resto. Quien sabe, puede que sea ciego, y que alguno de ellos tenga la razón, la verdad y el sentido…

jueves, 28 de agosto de 2008

La Habana: Vivencia Luminosa

Queridos. Esto no es exactamente un relato, sino más bien un escrito, y ahí queda eso. Si no me traiciono a mi mismohabrán más, pero bueno, como dirían los beatles Tomorrow never knows. Y con todos ustedes...






-El regreso no existe, solo eternos viajes de ida. Por mucho que caminemos sobre nuestros propios pasos no podemos retroceder en el tiempo, no podemos volver, sino ir a donde estuvimos. Y en el eterno viaje el eterno viajero, que cambia constantemente...-

-Buenas tardes
-Hola, buenas tardes. Quisiera una entrada para la película de las dos
-Y si quieres más también- la dependienta, treintañera casi cuarentona, de chanza con sus compañeras de trabajo me sonríe más por sorna que por seducción, aunque no deja de resultarme agradable
- Solo una gracias- le devuelvo una sonrisa, creo que sincera
- Son dos pesos
- ¿Moneda nacional?
- Claro
- Gracias
- A ti mi vida

El cine Chaplin pasa desapercibido para la mayoría de turistas que visitan la Habana más dados a la consumición de ron y mojitos. Claro que la calle 23 (mi amada calle 23) queda muy lejos de esos circuitos turísticos prefabricados, muy lejos de los pequeños restaurantes de la Habana vieja donde Ernest Hemminway se hinchaba a mojitos y a Daykiris, y lejos por lo tanto de la clase de turistas que visitan todos los lugares donde él estuvo (extraña expresión del culto a la muerte). Aunque yo no quiero considerarme la clase de turista que no se percata del cine Chaplin. Pero he de reconocer que la primera vez que pase por allí no me percaté en absoluto de su presencia. Estaba demasiado cegado por la gente, por todas ellas, por la luz, por el singular (algunos, si se me permite, cualquieras, dirán desagradable) olor a gasolina sin refinar, y por el omnipresente sudor Habanero. Excusas, excusas y más excusas.

Las suelas de mis zapatillas estaban ardiendo durante toda la mañana en la que no había tomado nada desde la hora del desayuno. Sin embargo, no tengo hambre (cosa que se entiende si se ve el tamaño de mis desayunos en cuba. Lo cierto es que no puedo decir que ningún día pasase hambre). Para hacer tiempo, compro un poco de maní a una vieja que lo vende en la puerta del cine, que atacada también por el calor, se rinde en las escalinatas de la entrada casi cuerpo a tierra, sin mediar palabra ninguna con compradores o transeúntes. Sin hacer reclamo alguno de sus productos. Cerca de ella, un perro en su misma posición y actitud no vende nada. Mastico cada uno de los cacahuetes dando pequeños círculos, observando un poco aquella esquina, de 23 y 12. Los cafés, la gente, el tiempo loco que ahora llueve y luego quema…

La habana es la dictadura del presente, me dice un caballero vestido de negro y sin acento del lugar, con la voz rota y un pañuelo resguardándole el cuello. Esta misma mañana, había quedado en esta misma esquina con un caballero importante que vive en nuevo vedado, y ahora no aparece, y ¿por que? Pues muchacho porque la verdadera dictadura es la del ahora. Aquí los planes de futuro se caen por su propio peso porque el presente es sorprendente e imperativo, y de pronto estás en un sitio y pasa algo, y tus planes se cancelan porque ahora es ahora y luego no será, entonces claro, lo haces. ¿Tiene lógica no? Porque quien sabe luego…. ¡Y quien recuerda bien! Sin embargo solo aquí he visto aplicar esta filosofía de manera tan ortodoxa. Todo cambio de guión aquí se asimila y se absorbe. La muerte también. Y el tiempo. De nada sirve que mires al cielo muchacho, porque cuando salgas del cine todo habrá cambiado. El caballero mira su muñeca como si tuviera reloj, y se despide levantándose el sombrero dirección a la parada de autobuses.

Impresionado pero no sorprendido subo las escalinatas casi sin darme cuenta y le doy mi entrada a la señora que está allí para controlar las entradas, una funcionaria de trabajo rutinario, que amargada por su vida y siempre fija en su puesto, mira con desagrado a todos los que entramos a la sala. La película, el Alamo, de Jonh Wayne, se proyecta en una pequeña sala casi oculta en el piso superior del edificio. La gente vive con intensidad cada minuto del metraje y se maravilla, haciendo expresas sus opiniones con aplausos o breves expresiones, con el personaje de David Crockett, un coronel sureño muy campechano y noblote, y la forma en la que el argumento se desenvuelve, de manera tan culebronesca, incentiva incluso a estas intervenciones.

Salgo del cine feliz de tanta humanidad, aunque en la calle todo el mundo se haya refugiado ante una inexplicable y repentina tormenta que parece evidente. Pensaba permanecer en la calle, pero tendré que irme a casa. Atravesaré el cementerio de Colón, y luego por deducción lógica llegaré. Ahora que lo pienso me apetece un cortado y chapurrear un poco la guitarra para Vivian.

Con el sonido de la puerta cerrándose nada más llegar, la tormenta callo con todo su peso, pero ya estaba en casa.

miércoles, 30 de julio de 2008

Cronica de una fiesta de alta sociedad

-toda autobiografía es ficción. Toda ficción autobiográfica-



Una fiesta de alta sociedad. Un hotel maravilloso, repleto de columnas de mármol italiano y exclusivas copas de cristal de bohemia, con los licores mas exóticos, los vinos más reserva, y los whyskis más caros. También hay gente. Y una mala broma de música de fondo, un disco de versiones samba bosanova y chanson français de los grandes éxitos del rock alternativo. Ahora mismo suena smells like teen spirit en una versión de cumbia Venezolana. No creo que Kurt Cobain se retuerza en su tumba ya que llegó a odiar esa canción, y Curtney se estará metiendo todos los royalties en vena. Sin embargo no dejo de tener la sensación de haber descubierto una fábrica de Reebok clandestina en un petrolero en Malasia. Pronto, y quitándole peso al asunto, llegué a la conclusión de que era de esperar, ya que las siglas de la pareja eran C y K, como Calvin Klein.

Alguien me dejo aquí aparcado hace mucho rato, y apoyando el codo en barra imaginaba que no estaba aquí. Era lo mejor que podía hacer, ya que era una minoría absoluta en una mayoría de estudiantes de 3º de económicas en plena fiesta de ecuador de carrera. Ya pueden tocar el coche de empresa, el sofá de cuero y la mujer florero con la punta de los dedos… están felices, es normal. Y ¿Cómo he acabado yo asistiendo a una fiesta así? Sencillo aunque vergonzoso. Es el gran drama de aquellos que vivimos entre dos aguas, el gran contra de aquellos que estuvieron en mal sitio en mal momento. Sí, instituto de pago, ex -compañeros ricos, tardes vacías en verano, y una corbata que hacía demasiado tiempo que no me anudaba. Eso y la maldita pregunta que sirve para justificar todas las mamonadas que he podido hacer en mi vida ¿Por qué no?

Un paso en el vestíbulo y sabía que me estaba equivocando de sitio, lo mismo que la primera vez que pise aquel viejo armatoste aún con olor a seminario. “No deberías estar aquí, chico” mis viejos zapatos recién limpiados pisaban aquellos caros suelos, alado de un viejo compañero de clase el cual, como era de recibo bajo su doctrina religiosa, había decidido llamarme. Ama a tu prójimo supongo... Hace mucho tiempo, bajo la dictadura, creo que hubo una campaña que se llamaba “lleve un pobre a su mesa”. Y así es como me miraban todas aquellas personas que yo muchas veces había visto a la salida del metro y me había negado a saludar, esquivándoles tras las salidas de stop. Sin embargo, y como es normal para ellos, me saludaron con una falsedad poco disimulada y una sonrisa forzada. Incluso alguno de ellos se permitió la licencia de utilizar algún coloquialismo como “ye, campeón”. Nos distribuyeron en distintas mesas redondas, decoradas con un mantel blanco e impoluto, una cubertería completa y reluciente, y algunos entrantes. Y vino. Y por qué no… Como elemento neutro e imprevisto me asignaron en una mesa alejada de ciertos círculos, cosa que me vino de perlas. Mi amigo, el cual sospecho del OPUS o católico – propagandista, disparo en un ritmo amable y calculado una serie de preguntas que oscilaban entre la total intrascendencia y un educado y respetuoso interés en saber de mí en todo este tiempo. Observando su actitud en la comida estaba seguro de dos cosas, de que seguía virgen, y de que si se le apretaban un poco las tuercas sería un tipo normal o un completo psicópata. Su caro reloj no dejaba de recordarme que el tiempo pasaba y pasaría toda la noche lento…

No toque la cena. Por supuesto que aquella decisión no tenía que ver con ninguna rectitud moral-política, simplemente es que aquel ambiente me daba nauseas y además no comprendo esa clase de cocina. Dan ganas de no comerla. Recuerdo que solo le hinqué el diente al postre, una especie de copa de nata y frambuesas, por supuesto cara y de lo más reluciente. Nadie se molestó en preguntarme porque no comía, y francamente no me apetecía soltarles ningún discurso.
Terminada la cena y los cafés (nadie de mi mesa bebió licor), y aquella conversación en la que tomaba partido cada vez que me lanzaban la pelota, en la que se hablo de actualidad y de algo más, llegó la ronda de saludos. Me divirtió seguir viendo a un montón de mujeres que seguían con unos enormes pechos y que me seguían despreciando. Y sí, tenéis razón, me resultan por completo sexualmente deseables, pero yo también las desprecio. ¡Que complicado verdad! Pese al mutuo desprecio y la extraña atracción, aliñado ya con un par de copas salude a unas cuantas, que me devolvieron el saludo con los dos falsos besos de rigor y algún cumplido que me la traía un poco floja “estas igual”, “iros a la mierda” pensaba. Pobre gente, con su rico mundo interior y yo les tengo asco porque si. Cuando me cansé de las bellezas museo pase a los hombres. Que elegantes, cuanto futuro, como los quiere Papá. Que interesantes son sus negocios, y que complejo y fascinante es el mundo empresarial, o judicial, o que complicadísimo resulta sacarse una ingeniería industrial.

Y como una bola de pinball fui rebotando de círculo íntimo en círculo íntimo hasta finalmente acabar solo contra la barra, y fui pidiendo un vodka con limón tras otro, después de lavarme enfermizamente las manos en el lavabo. Sé que en estos casos, siempre es mejor irse antes de que la crisis introspectiva degenere en autismo o en una lengua viperina. Pero las cosas siempre ocurren de modo inesperado, y entonces nº4 tomo asiento.

Nº4 era lo suficientemente lista y rica como para ser nº1, o por lo menos nº2. Tenía el suficiente reconocimiento físico de toda esa selecta comitiva del último círculo de la diana social del colegio, pero planteaba los problemas. Tener una nariz inoperable, demasiado fea como para consérvala y demasiado grande como para que una operación pasase inadvertida. Simpatizar con algunas corrientes izquierdistas (social-reformismo moderado), y además, según fuentes de primera mano, un olor vaginal particularmente desagradable. Pobre nº4, es extraño pero siempre me pareció muy desagradable físicamente, me recordaba a una meiga con aquella nariz inevitable. Borracha ya, como una beuna católica apostólica romana no practicante, se acerco con la lengua de trapo y poca estabilidad en sus pasos, aunque nada fuera de lugar, solo había que ver el lugar. Pero no me confundáis, no juzgo, yo también estaba allí. Ahora nº4 trata de establecer comunicación conmigo, esta apunto de hablar:

- Hola Vladimiro- tenían la horrible costumbre de traducir mi nombre. Aguante esa carga varios años
- Hola nº4- mira extrañada a mi respuesta
- Yo no me llamo nº4
- Sí, si que te llamas así
- Estas borracho- me dice sin poder hablar muy bien
- Como quieras- el silencio se prolonga un rato
- ¿Has visto a 13?
- No- ella me sigue sonriendo falsamente- No creo que haya venido
- A mi me dijeron que vendría
- Pues ya ves, las cosas- el silencio vuelve a prolongarse. Nº 13 es el ex –novio de nº4. Fue mucho tiempo detrás de ella, hasta que un día ella se coló por él, y primero fue bonito, luego aburrido, y finalmente insoportable cuando todo acabó, para ellos por supuesto. Dicen que aunque ella se haya enrollado ya con varios chicos, entre ellos nº7, no ha superado a nº 13, aunque lo cierto no es que todo esto me quite el sueño. Pero me apetece volver a ver a nº13. Nos gustaba hablar de música, pero ya no me coge el teléfono, desde hace casi año y medio. Tampoco yo intento llamarle. Malas lenguas hablan de sus escarceos con las drogas, que le están llevando por un camino complicado.
- ¿Y tu que tal bien?- le conté una selección de trozos aburrida, lo suficientemente impersonales y aburridos como para que se largasen rápidamente. Y así fue, siguió sonriéndome falsamente, y se fue al baño a ¿vomitar? No especificó. Volví a quedarme solo y miré como todo el mundo se divertía, y me puse de nuevo cara a la barra.

Ya no me quedaba a nadie por saludar. Seguí bebiendo y pensando en nº 13. Y en nº 25, un chaval al cual expulsaron porque “no se adecuaba al modelo del centro”, gente de suburbios pensarían. Como nº 32, nº 47, nº 76, 77, 78, 79, 80, 93… Recordé las peleas en el patio, las palizas en los aparcamientos, los amigos de amigos con palos, y la sangre que nunca llegaba al río. Conociendo a cada uno de ellos y ellas que fueron expulsando porque “no respondían al perfil”, podías elaborar una especie de prototipo generalista, que respondía a lo que ellos consideraban “carne de cañón”. Ellas son tan ricos que ni si quiera pagarán su incompetencia con una degradante mamada al de recursos humanos, porque papa tiene dinero. Y entonces me vi en el reflejo de la copa y caí en la cuenta de que a mí no me habían expulsado.

Mientras una versión pin up de los Clash sonaba me imaginaba un mejor amigo imaginario, que me invitaba a una copa, y que me preguntaba si quería hablar, pero yo le ignoraba obsesionado en el hecho de que cabía la remota posibilidad de que me pareciese a ellos, ya que un en largo periodo de mi vida me habían confundido con los mismos. Tenía que salir de ahí, tomar aire puro y mío, encontrar algún mundo comprensible. Al decirle adiós a la camarera (era preciosa), con la que no había mediado palabra en toda la noche, ella me miró con una clase de asco que me resultaba de lo más familiar. Y aquello me destrozó.


jueves, 10 de julio de 2008

Más allá del Estres

I'm Back- Dougals McArthur

Más allá de una crisis de estrés siempre hay una absoluta calma. Tal vez porque durante un breve periodo de tiempo se expulsa por completo el interior en ebullición, todos los actos comienzan a regirse bajo temperaturas árticas. Es lo que en la filosofía China se conoce como el Ying y el Yang. Todos tenemos en nuestro interior un Ying y un Yang, que no es una correspondencia de los valores judeocristianos del bien y del mal, o la visión de Niezstche sobre lo Apolineo y lo Dionisiaco. Se trata de un concepto más global, una especie de fuerza interna que aglutina muchas cosas, como un punto cardinal, o una temperatura, una actitud….

Entre el Ying y el Yang se establece una fuerza equilibrada pero en constante conflicto, es algo así como observar una ola del mar chocando contra la arena de la playa; la ola rompe contra la arena y la superficie de la arena retrocede, pero posteriormente, y cuando la ola vuelve hacia atrás, la arena gana terreno, hasta que el mar vuelve a romper. La arena y el agua avanzan y retroceden sorbe el mismo espacio, creando un dinámico orden marcado por estos avances y retrocesos. Este orden es lo que se conoce como el Tao.

Es una mañana de miércoles como otra cualquiera, y Mr Snoid (así solía apodarse a sí mismo en secreto, y que quede claro que nunca revelaremos su verdadero nombre), disfruta de un café con leche y una ensaimada como todas las mañanas en la cafetería que hay bajo su trabajo. Le resulta de lo más relajante comerse las ensaimadas en forma de espiral, como quien resuelve un complicado acertijo hasta llegar hasta el centro de todo, como quien desvela un enigma. Siempre comete el error de mojar una parte de esta ensaimada en el café con leche, para comprobar, como siempre, como el aguachirli barata que le sirven destroza por completo el sabor de tan especial pieza de bollería.

Mr Snoid es el segundo de a bordo del departamento de recursos humanos de la empresa InterProx, una empresa relativamente joven que a nivel nacional trata de hacerse un hueco entre las grandes empresas del sector. El cometido de la empresa varia según los proyectos, hoy esto, mañana aquello…. Siempre dependiendo de lo que pida el mercado en el momento. Su tarea en esta empresa es básicamente hacer lo que Dieguito Montoya, su inmediato superior en el departamento, no quiere. Y esto consiste en despedir a gente, rechazar curriculums, realizar las entrevistas de trabajo de todos los hombres calvos, o feos, o gordos… Realiza su labor con dedicación, y sobretodo, eficiencia.

Pero el trabajo no es toda la vida de Mr Snoid. Cuando sale del trabajo, dedica la mayor parte de su tiempo a su Madre, a la que llamaremos Sra Snoid. La Sra Snoid, tras la desaparición de su marido por un viaje de negocios a Tailandia, sufrió varios shocks psicológicos, que sobrellevó durante 7 años, mientras Mr Snoid terminaba la carrera de Psicología. Una vez terminado el periodo universitario y al observar que su hijo podía ser económicamente estable, la Sra Snoid decidió derrumbarse. Actualmente en mejor estado, padece de una extraña combinación de trastornos alimenticios y síndrome de Tourette. Mr Sonid la recoge puntualmente todas las tardes a las 7 en la puerta del centro de día en la que pasa desde primera hora hasta que cierran. Mr Snoid no tiene vida amorosa. Tiene una vida ya demasiado absorbente. Tal vez cuando ascienda…
Y en cuanto al sexo es todo un onanista. Alguna vez se ha planteado contratar a alguna acompañante, pero además de que le parece inmoral y patético, es económicamente impracticable.

Pero como buen previsor, Mr Sonid ha ahorrado algo de dinero para estas vacaciones, y en Agosto irá a un apartamento en Altea con su madre, en 7ª línea de playa. El 7 siempre fue su número de la suerte. Su primera opción era visitar algún complejo turístico en un paraíso tropical, con una pulserita en la muñeca “todo incluido”, y con gente que cuidase a su madre, pero ciertos trastornos hidrofóbicos además de un pánico a volar y a los países tropicales de su madre, impiden este viaje, ya que no puede ir y no tiene con quien dejarla. En fin, Altea también está muy bien.

Y precisamente en las vacaciones es en lo que está pensando ahora mientras deshoja su ensaimada como todas las mañanas mientras lee el periódico, en la cafetería de siempre. Qué silencio, qué calma, qué paz. Da gusto tomarse un descanso en el momento exacto. Lleva toda la mañana sonando su teléfono móvil que no piensa coger, a menos de que sea realmente importante. Mientras termina de leer la sección Nacional del periódico, el teléfono vuelve a vibrar, y en el recuadro azul está escrito el teléfono del centro diurno.

-¿Sí?
-Hijo, hijo- era la voz de su madre entre lágrimas. Omitiremos la gran cantidad de tacos de la conversación, ya que es debido a una enfermedad y sería morboso y de mal gusto- Hijo ¿estás bien?
-Claro mamá
-Es que está saliendo por las noticias que ha ocurrido algo donde trabajas. Un loco ha secuestrado a alguien y
-Ni idea mamá, ¿cómo estás tú?
-Bueno…
-Oye mamá, no tengo tiempo. Y tranquilízate que estoy bien
-Vale hijo… que te quiero mucho, que te cuides y que no llegues tarde que sino creo que no vienes y…
- Un beso mamá

Dejó el móvil encima de la mesa, justo alado de la escopeta de cañón recordado con la que había vaciado tres cargadores sobre 35 personas hacia solo 15 minutos. Terminó de comerse la ensaimada, justo, y como a él le gustaba, con la parte central. Observó los cadáveres inertes desperdigados por la cafetería y le parecieron especialmente bellos. Era como estar bajo una ola del mar que se desliza sobre la orilla arenosa. La policía acababa de llegar y aún tardaría unos 10 minutos en entrar por la fuerza en el local, ya que no saben si le quedan balas y disparará contra ellos, tiempo suficiente para leerse la sección de sucesos, a ver que dice hoy…

martes, 20 de mayo de 2008

Erre






Para escritores Francia, piensa. Va a la cocina y trae dos cervezas para no hacer tanto viaje. Suena el teléfono pero no lo coge, cree que puede ser Sofía y la idea le resulta deliciosa. Experimenta una sensación de triunfo, el muy imbécil. Se frota los dedos.
Sufre un ataque de sinceridad, mira las litografías de Saura y le conmueven las figuras femeninas. Tras un par de segundos mirando fijamente las imágenes, admite que la necesita, el muy imbécil. Enciende el equipo de música, se siente poderoso a pesar de todo y escoge algo de música clásica potente, Goldberg o algo por el estilo que le sirva para fingir evasión. Se encomienda a Zola y a la tal Ajmatova. Como buen imbécil, fuma por costumbre, no por ganas. Comienza:

Erre se aloja en el Aletto Kreuzberg. Es asiduo a las tertulias de absolutamente todas las cafeterías del distrito, especialmente las dos o tres que custodian las entradas de la Heinrichplatz. Para los parroquianos del Würgeengel se trata de un poeta mediocre, de tercera. Por ello se cuidan muy bien de mantenerlo cerca como prueba indiscutible de su superioridad sobre algo o alguien, no importa qué.
Los fines de semana hace circular algunas plaquettes con versos sobre una mujer de ojos marrones y entre sus homólogos son acogidas con chanta, pero entre las mujeres que acuden a esas reuniones son pocas las que pueden presumir de tener los ojos de tal color, por lo que dos mujeres comienzan a atribuirse la inspiración de los versos del, por otro lado, despreciado poeta. A pesar de lo insignificante de su poesía, los caprichos de las dos jóvenes comienzan a levantar desazones entre los acólitos de las fondas, endogámicos como todos y cada uno de los círculos literarios de cualquier lugar que se precie. A pesar de lo anecdótico, vale decir que el Würgeengel recibe su nombre de la película del mismo director que a su vez da nombre al prestigioso cóctel de la casa, el ‘buñueloni’, que por cierto es el más odiado por Erre, apasionado detractor de la ginebra.


Se detiene aquí. Relee las líneas sin demasiada satisfacción. Frunce el ceño, piensa en Sofía y baraja la posibilidad de llamarla. Inmediatamente aparecen Flaubert y Géricault en el escritorio y le dirigen una mirada severa. A pesar del asco que le profiere el primero, comprende el mensaje, desecha la idea y espanta los dos fantasmas chasqueando los dedos. Revisa su guía de Berlín; no tiene las ideas claras. No sabe como continuar. Se imagina allí, es fácil. Enciende otro cigarro. Vuelve a sonar el teléfono. No se molesta en mirar quién es. Cuando el sonido cesa, vuelve a su tarea con fuerzas renovadas.

Erre asiste a unos cursos de verano sobre la influencia del pensamiento de los analíticos alemanes del siglo XIX en la pintura. Fueron los problemas conyugales de sus padres el motivo por el cual accedieron a pagar el curso, contentos de quitárselo de en medio sin preguntar demasiado.
La despedida fue extraña. Se sentó en el lado opuesto del autobús y no pudo despedirse de H mientras se alejaban de la estación. Pasó la mitad del viaje manoseando una moneda pequeña con la efigie de una mujer acompañada de la inscripción: Confederatio Helvetica, que no supo asociar a ningún país; la otra mitad osciló entre el moqueo autocompasivo –se sentía egoísta- y la lectura de las cartas de Rilke.


Otra pausa. Abre el cajón y extrae las fotocopias que hizo a escondidas de los diarios de Sofía. Empieza a leer frases en las que se hace referencia a un hombre que sabe perfectamente que no tiene nada que ver con él. Un malestar le trepa las piernas como una enredadera, se instala en el estómago, desarrolla espinas. Se levanta y abre la ventana. Cambia la música, escucha una canción que le recuerda a Eme. Es triste. Nota una mejoría, guarda las fotocopias y humedece ligeramente las yemas de sus dedos.

Dos semanas después de su llegada conoce a una camarera, A, así que casi olvida a H y comienza a acudir muy a menudo a la cafetería donde A trabaja, que está en la misma acera que su hostal. Suele aparecer por allí alrededor de media hora antes de tomar el metro en Kottbusser Tor para asistir a sus clases. Sin embargo, las clases son aburridas y no tarda demasiado en pulirse los días entre la cafetería de A y los bares de Kreuzberg.
Los domingos Erre se levanta temprano y escucha las variaciones de Goldberg a orillas del Panke. No sabe nadar y la rabia del piano hace las veces de flotador. Piensa que es un chico bastante corriente, a veces cierra los ojos y piensa en A, otras en H...

Su compañero de piso entra en la habitación y le pide que baje la música. Aprovecha la ocasión para pedirle tabaco, pero sabe de antemano la respuesta. Al salir tropieza con varias botellas de refresco de Cola, esparciéndolas por el suelo.
Él sonrie al imaginar la cara de aquel en cuanto compruebe que no queda gas. Intenta concentrarse otra vez. Su mente es invadida por la prosa torpe de los diarios de Sofía. Se retuerce en los siete metros cuadrados de la habitación.
Enciende otro cigarro, pero no lo toca. Y ahora qué, se pregunta. Baja la pantalla del ordenador portátil. Seguirá escribiendo mañana. Rebusca entre los montones de papeles de la facultad y encuentra el sobre que buscaba, escoge un folio no muy arrugado y piensa en escribir una carta amarga, que duela. Y ahora qué, vuelve a preguntarse. Se siente avergonzado y decide acostarse, pero sabe que será difícil a causa de la cafeína, entre otras cosas.