sábado, 18 de octubre de 2008

Aparentemente Límpio

Musica: Exit Music (for a Film), del álbum OK Computer

Hola Sara:

Hoy he ido al cine y he visto una película aburridísima que apenas ha llamado mi atención. Creo que incluso ha llegado un momento que me he dormido… cuando estaba despierto me llamaba tan poco la atención que ni lo sé. La sala estaba por completo vacía así que si hubiese roncado no habría importado absolutamente nada; es el drama de los multicines: ni acomodador, ni vendedor de palomitas, ni taquillera, nada….

Cuando salí del cine estaba lloviendo en la calle y no me importó mojarme; en cierto modo me sentía mucho más cómodo notando encima el peso de la lluvia. Dejé el coche en el aparcamiento porque por alguna razón decidí caminar, preferí caminar… a veces me pasa, ya lo sabes, y entonces camino. La calle parecía eterna y la lluvia infinita, el agua arrastraba toda la mierda que se había quedado pegada al asfalto y no soplaba el viento, y los perros no ladraban… era todo muy diferente a mis pesadillas. Porque no pasó nada fuera de lo normal, porque no estaba pensando en nada… simplemente sucedió, vi las luces de casa encendidas y decidí seguir caminando. Se de sobra que no hay nadie en casa.

No sé donde te has ido. No quiero saberlo. Yo me voy a ir muy lejos. No voy a poder evitar odiarte Sara, creo que ya te odio. Y creo que no podré perdonarte nunca, y que te olvidaré odiándote y deseando no volver a verte, hasta de que finalmente me convenza de que no exististe jamás.

No firmó la carta. El cerco de una mancha de café americano dejó ilegibles algunas partes. Pagó la cuenta deprisa y salió por la puerta. La curiosa camarera intentó leer aquella grafía ilegible, pero abandonó tras un esfuerzo superficial. Pasó un paño sucio, recolocó el servilletero, y todo quedo aparentemente limpio.

Texto: Vladimir Poliakov

viernes, 10 de octubre de 2008

La Tormenta

Música: Bob Dylan (A hard rain is gonna fall)

La habitación, como un pequeño refugio en mitad de la montaña en mitad del invierno, le acoge, le protege y le mima. A lo largo del tiempo, de su vida, siempre ha sido así, y las paredes, más que encerrarle le protegían. De hecho, debido al paso del tiempo, ha humanizado sus muros azules casi blancos, o más bien los ha dotado de vida y de alma, como hacían los primitivos pueblos celtas con los bosques y las montañas, tomando aquel punto del espacio como un lugar fijo en el tiempo (en el tiempo siempre cambiante), un pequeño poste en medio de una riada.

¿Por qué? Pues tal vez porque en el fondo no deja de ser una prolongación de si mismo, sus paredes, sus libros, la disposición de los muebles, todo un efecto de su voluntad y un espejo bondadoso de su persona, un autorretrato más que idealizado, simpático. Y no tiene porque ser algo raro, los antiguos ya decoraban su entorno llenándolos de jeroglíficos, murales y frescos, que además de mostrar cosas al gran público, contaban a sus arquitectos, decoradores y obreros algo que al resto de la humanidad se nos escapa.

La puerta se cierra, firme aunque silenciosa, y contra la madera rebotan muchas frases (algunas penetran) que ya se han escuchado antes, largos discursos sobre el futuro, la seguridad, sobre lo insoportable de la convivencia con su persona, la hipocresía, el pragmatismo, la necedad, la inexperiencia… largos discursos sobre el desengaño. Discursos que a lo largo de generaciones han sido repetidos, siempre por supuesto con la pequeña variación del autor o más bien emisor, y que a lo largo de la historia ha sido repetido de padres ha hijos a lo largo y ancho de la geografía planetaria. Y quien sabe…

Pero la puerta se ha cerrado, y aunque físicamente sea casi inapreciable la diferencia entre que esté entornada y cerrada, hace que se cierre un mundo y que se habrá otro, que se expande a través de la ventana, que asoma a todo un mundo enorme ¿Real? No, por supuesto que no, pero tampoco fantástico, tan solo subjetivo, tan subjetivo como el mundo de mosca de todos los habitantes del planeta.

Comienza a sonar la música, y mientras se pierde mirando al infinito desde su cama sonríe. Tiene 17 años y el caos le hace gracia. Imagina como llueve tanto que todo va quedando sumergido bajo las aguas de una apocalíptica tormenta, una tormenta que primero la gente menosprecie, pero que finalmente ahogue, todo en general.

Y en vaqueros y calcetines se duerme involuntariamente sobre el edredón, mientras en sueños contempla las ruinas sumergidas bajo el peso del agua. Pero mientras, fuera, la tormenta.
Texto: Vladimir Poliakov
Fotografía: Zacarias Zuax