lunes, 7 de diciembre de 2009

El chef de la casa recomienda acompañar este plato con la canción Breathe, del disco Dark Side of the Moon, (Pink Floyd).



La noche es totalmente cerrada, incluso los neones brillan menos. Ha llovido hace poco, el suelo sigue mojado y el frío es húmedo, se cala en los huesos amenazante. Es por eso por lo que los ciudadanos corren a su casas con las cestas de la compra hasta arriba, cargados de pequeños placeres que conviertan su escondrijo en un hogar, y lo hacen evitando el cañón de luz que hay en lo alto de la Torre Eiffel, cañón que rastrea la presencia de aquellos que deambulan por un espacio en el que no deberían estar...

No soy una excepción, y esta noche yo también me alejaré del mundo un poco más. Disfruto de la sensación de ingravidez, del calor del invierno, de la luz débil y del sueño profundo. Ah sí, y de todo el humo del mundo, en todas sus formas. Por y para estos placeres, esta noche planeo quedarme en casa. Todo lo que necesito es llegar, y aunque quiero llegar, tengo la sensación de que no llegaré nunca, la sensación de, aunque sepa por donde voy, de estar perdido. Cruzo la calle, subo a la acera, primer a la izquierda, vuelvo a girar, salto el charco, vigilo que no vengan coches, ahora giro a la derecha, camino, camino, y sigo caminando, rechazo atajos, camino seguro, camino correcto, caminar, caminar mas rápido, llegar a casa, a salvo...

Pero, al fondo de la estrecha calle, una silueta femenina grita mi verdadero nombre tras la niebla. Se acerca primero andando, yo la espero totalmente paralizado, y en los metros finales corre y me abraza, con mucha fuerza. Fuerza que finalmente se convierte en ternura mientras pasea su cabeza contra mi pecho. El silencio, el calor, la forma de agarrarme y mi verdadero nombre, solo solo podrían coincidir en Ella....

Ella otra vez. Que gracioso. Siempre es ella. Dice que se llama de una manera distinta, siempre. Siempre dice que es otra persona. Se presenta siempre con formas diferentes, pero en realidad es siempre alguien. Nunca ha conseguido engañarme. Pero esta vez no se presenta con engaños, solo me abraza, de esa manera en la que ella, aunque lo negase anteriormente, me ha abrazado siempre. Pero ahora no me engaña, es sincera. No dice mucho, la sinceridad consiste tal vez en hablar poco...solo repite mi nombre real una y otra vez mientras me sigue abrazando. Finalmente me dice algo más.

“Nunca te he querido, Pepe. Nunca. Pero a veces te necesito. Ambos nos necesitamos de vez en cuando. No puedes engañarme, aquellas veces tu siempre me necesitaste tanto como yo. Todos nos necesitamos. Todos. Las sombras a la luz, los amantes a los amados, y los asesinos a las victimas...”

...Y luego de decirme esto, da media vuelta, y se va, sin mediar palabra. La veo alejarse mientras sigo paralizado en la acera, sintiendo cada vez más frío. Cuando ella desaparece finalmente tras la niebla y para siempre, noto como me voy enfriando poco a poco. Nunca volveré a casa. La botella de lambrusco que compré se estrella contra el suelo cuando el último grado centigrado que había en mi cuerpo se escapa, en mi último aliento. Luego caigo sobre la acera mojada, y no me muevo nunca más.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Octava y última llamada



Llevo dos horas sentado en la misma comisaría de policía, desde las seis de la mañana, hora en la que los periódicos salen de la imprenta para ser distribuidos en cada esquina de la ciudad. Nueva York es un tapete donde lo importante es repartir las mejores cartas a los jugadores, y los chicos del New York Herald saben que para repartir las mejores cartas hay que tener una buena fuente: la policía, ese peculiar terrario al que van a parar todo los gusanos.

-Jerry, maldito bastardo, dile a Bob qué hiciste ayer en el local de Madame Dirken, que se lo cuente a su hermanito y que lo publiquen en su panfleto de mierda.

Aquí todo el mundo me llama Bob. Darnton Junior, si acaso, pero solo algunos peces gordos que conocieron a mi padre, Vincent Darnton, famoso periodista que recibió de golpe toda el reconocimiento que había deseado a lo largo de su carrera al mismo tiempo que recibió una bala en el culo al otro lado del charco. Peces gordos que le conocieron en los años posteriores a su accidente, en aquellos cinco años en los que continuó ejerciendo el noble pero amargo oficio del periodismo local antes de morir por las heridas obtenidas. Pero estos peces gordos son una excepción, desde luego. La policía sigue siendo igual de corrupta pero ha perdido la vista global, decía mi padre, se han vuelto ciegos. Al menos en comisarías como la de Brownsville, en la que como ya he dicho llevo dos horas sentado, los idiotas como los agentes Jerry y Mike están por todos lados.

-Jeje... diablos, Bob... ¿Te... te acuerdas de Claudia?. No me mires así, Bobby, yo te respeto, respétame tú a mí. Oh, vamos... aquellas, sí, bueno, aquellas furcias que encontramos en el gabinete del señor Sullivan, el tipo australiano que... ¿Me estas escuchando?
-¿Qué te parece eso, Jerry? No te está escuchando, sigue leyendo esa bazofia que le dieron en Cambridge. Enséñanos qué llevas ahí, muchacho.

Si sigo aquí es en parte por honrar su memoria pero sobretodo por la presión de mi hermano Chris, columnista del Herald como todos y cada uno de los miembros de la familia Dartnon. Prometí pasar aquí cada mañana de los lunes, miércoles y viernes para tomar apuntes sobre casos policiales. Desprecio a los policías dentro de lo que mi situación me permite. Por lo general no molesto, me llevo algunos libros para distraerme y procuro no estar en medio. Tampoco a ellos les hace demasiada gracia tener a alguien como yo fisgoneando en sus archivos, para la policía no soy más que la variación de un picapleitos. Sin embargo, poca o ninguna diferencia hay entre un periodista, un policía y un historiador.

-¡No te jode, Jerry! ¡El muchacho guarda una novela dentro del Penthause!

Me gradué en Historia hace ocho años. Entré en la universidad de Columbia gracias a los contactos de mi padre, que hurgó en su orgullo lo suficiente como para encontrar alguien a quien pedirle un favor tan humillante. Que me decantase por la Historia no sentó bien a nadie, pero que además recibiese una beca para marcharme a Inglaterra fue la gota que colmó el vaso del pragmatismo de los Darnton.
A tu padre no le mató aquel metal coreano que los coreanos le pusieron en el culo, me recuerda mamá a veces, fue tu decisión de irte a Cambridge a por ese condenado doctorado. Y razón no le faltaba, corroboraba mi hermano.

-¿Qué demonios os pasa, chicos?- contesté al mismo tiempo que arrebataba el libro de Huizinga de las manos de Mike, compañero de patrulla de Bob y, lo peor de todo, el portavoz del sargento Woody. Eso lo convertía en mi conexión con la comisaría - Llegáis tarde.
-¿Qué estabas leyendo?
-No es de tu incumbencia, Mike.
-¿Pero por qué lo escondes?
-Escucha pedazo de animal, la secretaria de mi hermano me llamará enseguida y querrá información sobre el caso del cadillac del alcalde que hallaron en la bahía. Dicen que dentro había una chica. Bien ¿Qué tienes?
-Verás, Bob, el sargento no me dijo qué se puede y qué no puede decir -dice Mike- así que me temo que no hay nada que decir.

Nada nuevo bajo el sol. En Cambridge no se me previno para esto. Aún así, parece ser una buena vacuna contra el empirismo ingenuo que tanto adoran los beefeaters amantes del Cricket. En Nueva York la policía tiene una versión sobre los hechos; versión que es, en primer lugar, la versión oficial. Aquí no se hace trabajo de campo. A partir de sus declaraciones la prensa negra escribe sus crónicas. Se presupone que la falta de objetividad se compensa con estilo. Desde la portada hasta las necrológicas: sencillamente, ni método ni moral. Por no hablar de la censura.

-Pero te contaré algo mejor. En realidad lo hará Jerry, ¿Verdad Jerry?
-Bueno, no creo que sea necesario, Mike.
-¡Oh, venga! Está bien. Verás, hijo, el agente Jerry Graham, encontró una cosa muy especial en el coche patrulla esta mañana -los dos se ríen a carcajadas- ¿Y sabes qué era, hijo? Una preciosidad, sí señor ¿Sabes el qué?
-Sorpréndeme -le digo.
-El maldito hijo de puta estuvo anoche con su pequeña furcia jugando en el asiento de atrás después de hacer la inspección por, bueno, ya sabes, aquella chica del alcalde trabajaba allí y todo eso -Jerry mira al suelo con algo de vergüenza e introspección-. Resulta que la pequeña fierecilla estaba practicándole una buena...
-Ahórrate los detalles -le interrumpo.
-¡Vamos Bob! !Pareces uno de esos remilgados con tu condenados aires a lo Irving Berlín!
-Dime lo que tengas que contarme y déjame en paz.
-Bien, pues resulta que la muchacha era tuerta y Jerry no lo sabía. Estaba tan borracha que ¡Se le cayó el ojo de cristal entre las piernas de Jerry! ¡Un magnífico ojo azul!

Aquello tenía gracia, la verdad. Aunque no quisiera estar en el pellejo de la pobre muchacha ahora mismo. Me gustaría poder mandar a mi hermano una historia parecida, o, incluso, ¿Por qué no? Debería escribir algún libro sobre la historia de la prensa negra, sobre las relaciones entre los policías, los asesinos y los periodistas. Quizás algún día lo haga. Antes de que todo se vaya al carajo. Al menos esta gente leería algo de historia y, de paso, hacer algo útil a ojos de mi hermano. Aunque, en realidad ¿Qué importa? El hermano del rector de Cambridge era un granjero mucho más rico que él. En un mundo que es cada vez mas un mundo los diarios sólo se preocupan por el patio trasero. Los crímenes tienen más importancia que los artículos sobre asuntos internacionales, lo privado predomina sobre lo público. Nueva York no es ni ha sido el paraíso, sencillamente los neoyorkinos se sienten más cerca del cielo como si... como si ciudad fuese en realidad un faro deslumbrante.

-Te crees muy gracioso, Mike, pero por qué no le cuentas a Bobby lo de aquella chica de Kansas, ¿Eh?
-Cierra el pico, Jerry.
-Oh, vamos, eso me interesa. Seguro que te puedo conseguir una buena portada.
-¿Ves como tienes la prensa en la sangre, Bobby? -se burla Mike- En realidad no es mi cuñada, bueno... -se ríe- todavía no.
-¡No se si lo será después de todo!
-Que te calles, he dicho. Espero que no tengas una condenada grabadora por ahí, Bob. Verás, llevé a Mery al teatro hace dos noches. Tendrías que haberla visto, toooda una monada. Bueno, este uniforme que ves es toda un amuleto para las mujeres aunque pocas veces conseguimos atraer a chicas tan dulces como Mery, palabra. ¿Sabes, Bob? Te pegaría, es muy de tu estilo.
-¡Pero cuéntale lo de la bolsa!
-Maldito estúpido, estoy haciéndolo. Bueno, todo fue perfecto. Después del teatro fuimos a zampar en un italiano del Soho donde nos tomamos una botella de vino entera. Y, bueno, el resto puedes imaginártelo. Todo de maravillas.
-Peero... -le hice entrever que no tenía tiempo, lo cual, aunque era cierto, no estaba reñido con cierta curiosidad por saber qué clase de historia sería esta.
-Sí, sí... verás Bob, cuando ayer me desperté en el departamento de aquella preciosidad, a su lado, me sentí el tipo más feliz del mundo. Sin embargo, aquellos jodidos italianos... en fin, tuve que ir al servicio.

Tengo que detenerle para comprobar que no he recibido ninguna llamada de la oficina del Herald. Van a llamarme en cualquier momento y no sé qué narices decirle sobre la chica del cadillac.

-¡Que se joda tu hermano, Bob!- sugiere Jerry- ¡El final es lo mejor!
-Sois un publico estupendo, vosotros dos -dice Mike, bastante lacónico.
-Y vosotros largáis demasiado y además nunca sobre lo que me interesa.
-Bueno, que tuve que ir al servicio -prosigue Mike sin hacer caso a mi comentario- y, vaya..., todo lo del italiano tenía mejor pinta que cuando nos lo sirvieron, palabra. Pero no fue hasta que fui a estirar de la cadena cuando me di cuenta de la gravedad del asunto -Jerry estalla en carcajadas-. Imagínatelo, después de siete citas intentándolo no podía dejar un regalo similar en aquel retrete. Probé con todo, Bobby, con todo. En aquel maldito cuarto no había manera de hacer tragar aquello. Probé con el agua de la fregona, el único que había en todo el departamento pues al parecer Mery no paga sus facturas a tiempo -la risa de Jerry es tan exagerada que atrae las miradas de otros agentes- ¡Maldito Jerry, vas a meternos en problemas!
-Mike, escúchame bien: no tengo todo el día -le digo sin poder esconder media sonrisa.
-Te lo estas pasando tan bien como este gusano ¿Verdad? Bueno, pues, decidí "cazar" esa ballena con mi calcetín y sacarlo bien por la ventana o por la puerta. No hará falta que te cuente lo que me costó aquello, supongo -niego con la cabeza, a punto de reír yo también- bien, chico listo. Decidido a salir de allí lo antes posible para deshacerme del cuerpo del delito, me propuse dar un pequeño beso de despedida a Mery, que seguía, o eso pensaba yo, dormida en la cama. Pero, bueno, no me malinterpretes, Bob, pero al verla allí semidesnuda pensé qué demonios, quizás pueda darme otra fiestecilla si Mery está por la labor ¡Y vaya si lo estaba!, ante tamaño espectáculo se me olvidó todo el asunto del calcetín, así que cuando tuve que marcharme, lo dejé sobre la mesa de la cocina sin más.
-¡Santa Claus se ha adelantado este año! ¡Apuesto a que no volverá a colgar otro par de medias en diciembre nunca más! - culmina Jerry. Los tres estallamos en sonoras carcajadas hasta que desde dentro del despacho del sargento un par de dedos entreabren la cortina.

-Sois unos idiotas, los dos, ¿Me oís?
-Verás Bob, no todos tenemos un bonito doctorado. Dime: ¿Qué le dirás a los del Herald cuando te llamen?





Imagen: Brassai

domingo, 15 de noviembre de 2009

Septima Llamada

(o también conocido como "¿La última llamada?")


La puerta se cierra con un sereno “clack”, y haciendo desaparecer el último rallo de luz artificial (algo es algo), que iluminaba la estancia. Si hubiese estado allí habría escuchado los pasos alejarse por el pasillo hasta el ascensor, la puertas metálicas del ascensor abrirse y cerrarse, incluso el ascensor moverse hacia la planta baja. Pero yo no estaba allí. Nadie estaba allí. La casa estaba vacía.

En la oscuridad total nadie podría adivinar la disposición del apartamento, donde empiezan y acaban las paredes, ni donde están los muebles, si es que los hay, donde empieza el techo, ni de si tienes los ojos abiertos. Oscuridad, no penumbra. Absoluta oscuridad. Oscuridad casi también auditiva, rota de vez en cuando por un coche cruza la apartada calle, casi como un susurro ligero. No llueve, no hace viento, no ladran los perros, no se escucha a los vecinos, parece que ha comenzado el fin de la luz y del sonido, y que ahora todo estará en una total, absoluta, inmutable, y asfixiante paz. Desde esta noche, y para siempre.

Y cuando no nadie allí esperaba nada, un sonido de alarma irrumpe desde quien sabe que punto en el interior de la casa. Es un teléfono, un sonido clásico, lo que entendemos por el sentido estrictamente de timbre, un teléfono viejo a lo años 30. Resuena y retumba por toda la casa, en intervalos muy breves de tiempo, dejando menos de un segundo de espacio entre el fin de un timbre y luego otro. El sonido es insistente, penetrante, taladrante, molesto. Se trata de un dispositivo que se pensó precisamente para eso, no es ni una radio ni un tocadiscos, es la alarma de un teléfono, y cumple su función. Golpes en el silencio, golpes contra la oscuridad, golpes que no pueden durar para siempre, y que finalmente, tras un minuto, todo vuelve a la oscura normalidad.

Fuera quien fuera quien llamase no ha dejado mensaje. Esta llamada telefónica se ha perdido para nosotros, que no pudimos cogerla, y para quien viva en el piso, que no estaba allí. Quizás no era tan importante, o sí, nunca lo sabremos. No tengo más conocimiento de que pasó en aquel lugar, ni de que pasa, y mucho menos de lo que puede llegar a pasar. No se si hubo más llamadas o de si las habrá. Lo que si que sé es que en cualquier momento y sin ningún aviso puede volver a sonar el teléfono.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Sexta llamada

Pequeña fábula también conocida como: "plagiando a Kafka y a Conrad" o incluso:

"Pero no hagamos ya más literatura: (ni nos escribamos, ni nos saludemos si -de camino a clase- nos cruzamos en el pasillo)."



Pero no hagamos ya más literatura. Por este mismo correo (o mañana) te envío, certificado, mi cuaderno de versos, que guardarás, y del que podrás disponer para cualquier fin como si fueras yo mismo. (...) Adiós. Si mañana no consigo la estricnina en dosis suficientes, me arrojaré al metro... No te enfades conmigo.

Mario de Sà-Carneiro (Carta a Pessoa del 31-3-1916)*






Los señores X y Z entran en la cafetería y registran el local con los ojos sin sacar las manos de los bolsillos. El señor J no ha llegado aún. Habrá vuelto a perderse, opina el señor X; no, no, esto ya ha ocurrido algún martes, suele llegar tarde por culpa del palique de su profesor, afirma el otro. Cuelgan los abrigos y se adentran en el local. Piden dos cafés dobles y el señor Z dedica a la camarera un chiste obsceno bastante vulgar que hace reír sonoramente a su compañero, contagiando con esta risa a un grupo de profesores que apuran sus vasos de orujo antes de marchar a clase. A pesar del hambre deciden no pedir nada y, tras quedarse solos en la barra, los dos caballeros se dirigen a una mesa cerca del ventanal para que, si se diera el caso, poder avistar mejor al señor J.


¿Cómo va tu pieza? pregunta el señor X frotándose las manos, entumecidas por el frío de afuera. El señor Y se toma algo de tiempo para su respuesta y cuando finalmente parece haberla encontrado, una camarera -no es la misma camarera que les ha tomado nota- les trae los cafés de la forma más brusca que la diplomacia hostelera le permite. El del señor Y tiene un cuarto del café bailando por el platillo de la taza, deliberadamente derramada. Ustedes me disculparan, señores, se disculpa ella, ¿Querrán que les traiga otro? Los dos jóvenes escritores se miran divertidos y niegan con la cabeza. Se escuchan algunos gritos en la cafetería y la camarera se aleja. Sirven el carajillo demasiado cargado aquí, dice el señor Z, a lo que el señor X responde con una renovada carcajada con ganas la nueva ocurrencia.

Tu guión, que cómo va, repite el señor X tras un par de sorbos a su café. Esta vez la respuesta es definitivamente interrumpida por la aparición del señor J desde el otro lado de la calle, bajando la avenida muy lentamente sujetando el teléfono con una mano, gesticulando de forma violenta con la otra.
Te apuesto el café a que se trata de la señorita de J, bromea Z. Quizás su madre, dice el señor X, su madre con la tercera amenaza en lo que llevamos de mes. No, no, mira sus ojos, no le gritaría así a su madre, de todas formas enseguida lo sabremos, concluye el señor Z, quien a continuación lanza una nube de humo que podría parecer burlón pero en realidad contiene algo de desazón mezclado con ¿envidia?, al menos así lo piensa el señor X.


Este último se levanta a por otro paquete de tabaco y, de paso, pide otros dos cafés sin provocar a las camareras, que parecen haber olvidado el asunto anterior. Al volver a la mesa no puede evitar fijarse en una pareja que discute acaloradamente en el otro extremo de la cafetería, situación que comenta a su colega Z.


-¿Has visto aquellos dos, junto al servicio?

-Llevo escuchándoles desde que hemos entrado ¿Qué les ocurre?

-No sé, los dos están muy excitados. Es decir, -se adeanta a la broma de su compañero- bastante nerviosos.

-Aham...

-Ella ha intentado levantarse dos veces y él le ha retenido sujetándola por la muñeca-. Esto parece divertir a su colega, que juguetea de nuevo con el humo del segundo cigarro- Hoy estás un tanto distraído ¿Se puede saber te hace tanta gracia?


El señor Z tampoco responde esta vez pues el señor J ha entrado en la cafetería y se dirige hacia ellos con las manos sobre la cabeza, dejando entrever cierta desesperación.


-¿Qué tal está la señorita J? - pregunta Z, burlón.

-¿Cómo sabes...?

-Te hemos estado observando a través del teléfono- corta el señor X.

-Y yo he ganado la apuesta. ¿Dime, J, Lo has traído?- pregunta Z.

-Se acabó -balbucea J, sin contestar la pregunta- hemos terminado. No pido tanto, qué se yo... tampoco no hay que ser... ¡Un momento! ¿Apuestas? ¿Habeís hablado con Agnes?

-¿Quién es Agnes?- pregunta el señor X cuando, de repente, vuelve a sonar el teléfono de J, que se disculpa y sale apresuradamente olvidándose el abrigo. Los otros dos observan como cruza la estrecha avenida y vuelve a recorrer primero hacia arriba y luego hacia abajo un pequeño trecho de la acera sin dejar de tiritar y gritar por teléfono.


Agnes, dice el señor Z, es la chica que conoció en el taller de narrativa del sindicato. El señor Z resume entonces los cerca de dos meses de relación tormentosa entre el señor J y Agnes, las llamadas telefónicas de madrugada en las que aquel -mucho más joven que los señores Z y X- le consultaba sobre varios asuntos. Por un lado, continua Z, parece que la chica es una belleza pero que, por otro lado, según J su talento literario deja mucho que desear. Al parecer hace tres noches ella estuvo leyendo lo que parecía ser un relato de género infumable, y así lo calificó J procurando un mínimo de sensibilidad. Creo que llevan así desde entonces. Comprendo, murmura el señor X, además hoy es día de taller. En efecto, corrobora el señor Z. Es increible lo mucho que sabes sobre tu camello, añade el señor X. Esta vez es Z el que ríe. Necesito esa mierda ahora.


Hagamos un inciso. Los señores X y Z están en la cafetería de la facultad por un motivo en concreto: adquirir cierta cantidad de hachís del señor J, también escritor aunque todavía estudiante y, por tanto, lógicamente más joven que aquellos.


El señor X vuelve a levantarse -esta vez para ir al servicio- y aprovecha la ocasión para observar el desarrollo de los acontecimientos en la mesa de la otra pareja. Para su sorpresa, en la mesa hay ahora otra mujer y los tres conversan animadamente. El señor X incluso cree detectar algo sonrisa en el rictus del muchacho que antes sujetaba a su ¿novia? de forma violenta. Desde su sillón el señor Z, que también les observa, piensa algo parecido. Aprovecha la ausencia tanto de su colega como del joven señor J para hurgar en los bolsillos del abrigo de este en busca del tan ansiado costo. No tarda demasiado en encontrar una pequeña piedra algo cimbreante y de no más de dos gramos. El señor Z, experto en estos menesteres coloca en una cucharilla y la calienta colocando el fuego del mechero debajo de ella hasta que consigue la consistencia necesaria para ser diluida en el café y remueve bien la cuchara en el suyo hasta quedar una cantidad insignificante que, movido por el compañerismo, la diluye en la taza de su colega.


Al mismo tiempo el señor X se adentra poco a poco en los denigrantemente sucios aseos de la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Él considerado asímismo un tipo bastante pragmático, se encuentra claramente indignado por el estado del aseo. Incluso llega a compadecerse a por los alumnos, aunque enseguida su solidaridad se convierte en irritación al observar que en el pasillo que lleva al aseo de las mujeres un riachuelo de burujos líquidos de color amarillo anaranjeado causados casi con seguridad por una mala digestión remata el cuadro. No pienso pedir nada de comida en la cafetería, se dice. Con las ganas de orinar desvanecidas, decide entonces tomarse la justicia por su mano y se acerca a la conserjería para preguntar por algún responsable. Parecía conducir directamente al corazón de las tinieblas, vocifera citando a Conrad sin apenas darse cuenta, pero con su ilustrada queja no recibe más que un cruce de brazos. Frustrado, vuelve a la cafetería decidido a acabar rápidamente con lo que ha venido a hacer y, al pasar por la barra, pide un whisky con hielo.


En su camino de regreso coincide con el señor J, que parece más enfurecido todavía que antes y tiene las orejas coloradas. Mierda, mierda, mierda, farfulla exhibiendo su teléfono completamente destrozado. Lo lancé al suelo. Maldita sea, hace un frío de narices ahí afuera. Mierda, mierda. Se vuelve a colocar la chaqueta ante la tensa mirada del señor Z y, tras murmurar "ahora vengo", se va a la barra, donde los señores X y Z le ven solicitar el teléfono de la cafetería. Al parecer lo obtiene no sin poca diplomacia y -desde allí no lo pueden asegurar a ciencia cierta- alguna propina.


Entretanto los señores X y Z guardan silencio y observan cómo el tierno señor J manotea y hace gestos de que sus llamadas no obtienen respuesta alguna. Absortos como están los dos amigos que, casi no reparan en que la pareja que discutía en el otro extremo de la cafetería abandonan el lugar muy alterados y vuelven a entrar inmediatamente después con un semblante más inquieto todavía.


El señor X accede a regañadientes a seguir un poco más con la situación. Intenta incorporarse para pedir otro vaso de Whisky pero no puede moverse. Desde la barra, pero como si hubiese el doble de distancia, le llega la voz enfurecida del señor J gritando "no hagamos ya más literatura" y machacando el aparato contra el mostrador ante el horror de las camareras. Súbitamente, la muchacha que andaba con la pareja de enajenados del fondo ulterior, la tercera en discordia, arranca a correr hacia la mesa en la que estan sentados los señores X y Z para dirigirse finalmente hacia la salida, desde donde continúa corriendo avenida abajo.


-¿No crees que deberíamos detenerla? -pregunta monsieur X, que empieza a tener ganas de vomitar a causa del hachís.


Inmediatamente la otra pareja le sale a la zaga. Paralelamente, en la barra el señor J se acurruca en un extremo de la barra. El señor Z le hace una señal para que traiga algo de beber, que sea fuerte, añade a gritos.


-¿Qué relación crees que tendrán? - continúa aquel- Parecen sonámbulos.

-Cierra el pico X, pueden estar armados - el señor Z comienza a tener las pupilas dilatadas y acaricia su taza con esmero.

-¿Crees que corren hacia la cama?

-Lo que en realidad me pregunto es qué cojones estará haciendo el señor J. Francamente, me duele la cabeza.

-Hemos bebido mucho. Estoy cansado, vayámonos.

-Espera, espera... hemos venido a por algo y no me iré sin ello.


Los gritos del cocinero vuelven a distraerles de la conversación. Ha sacado un cuchillo y amenaza al señor J con llamar a la policía si no deja a las camareras en paz, si no suelta la botella de whisky que ha cogido de la barra. Este retrocede, da la espalda al gordo cocinero solo cuando se encuentra muy cerca de los dos colegas. Les ordena: dadme un móvil mientras del bolsillo interior de su abrigo saca una pequeña placa de costo que tira en medio de la mesa. Dadme el móvil y estamos en paz.

-Pero... ¿Y el dinero? - le interroga el señor Z.

-Simplemente tu puto teléfono. Te lo devolveré la próxima vez


En cuanto consigue prestado el teléfono de X, el jóven J sale también disparado de allí. Tras observar el material y asentir, el señor Z propone pagar la cuenta y pasear hasta la colonia residencial degustando el botín. El señor X se siente realmente enfermo y así se lo hace saber su colega, que amablemente se ofrece a pagarle un taxi a casa.


El señor Z abandona la mesa y se dirige hacia una barra en la que se acantonan un cocinero y unas camareras de mirada desconfiada que no parecen demasiado dispuestas a prestar su teléfono de nuevo. A medio camino, se gira para gritar un hermoso "que te jodan" y escapa con su premio en el bolsillo a a misma velocidad que los anteriores clientes del local.


El señor X se desliza hacia abajo en su sillón como si de una bañera se tratase. En realidad se alegra de perder de vista por fin a todos.






*Recogido de Enrique Vila-Matas"Suicidios ejemplares" publicado por Anagrama.

martes, 3 de noviembre de 2009

Quinta llamada

Otra manifestación en París. Columnas de manifestantes bien encuadradas se agolpan alrededor de la plaza de Chatelet en dirección al puente de l'Ille de la Cite. El ambiente es festivo sin dejar de lado la función principal del acto en cuestión. En un bolsillo de un pantalón comienza a vibrar un teléfono móvil

-¿Mama?
-Holaaaa
-¡Hola Mama!, ¿Qué tal?
-Holaaa hijo. ¿Dónde estas que se oye ruido por ahí?
-Nada nada ¿Todo bien?
-Si si, todo bien
-¿Qué tal por casa?
-Uy, como siempre. ¿Y tú? ¿Hace frio por ahí?
-Bueno, bastante bastante
-Ya te he comprado los pijamas. Cuando tu hermana vaya para allá te los llevará
-Bien bien
-Es que aquí hace mucho calor. Estamos a treinta grados
-Madre mía... yo ya llevo la trenca...
-Pues aquí mucho calor hijo, aquí mucho calor
-Se te oye muy mal. ¿Estas en la cocina?
-Si
-Pues sal de la cocina que allí hay mala cobertura
-Un momento
-¡Liberte, Kurdistan!¡Liberte, Kurdistan! ¡Liberte Kurdistan!
-¿Qué dices?
-¡Ya se te oye mejor!
-¿Y donde estas que se escucha tanto alboroto?
-Pues que me he ido para el centro a estudiar a la biblioteca y me he topado de frente con una manifestación
-Ten mucho cuidado hijo. Ten mucho cuidado. ¡No hagas ninguna tontería que nos conocemos!
-Pero si me he encontrado con ella. Ni si quiera se de que va. No tengo ni idea.
-Ten mucho cuidado que.... madre mia. ¡No te metas en lios!
-Que no mamá, que no. No te preocupes. Es que he estado mucho rato en la biblioteca y me los he encontrado, que me voy ya para el metro hacia casa
-… ¡Que en esos grupos.. !ays... ¡que la extrema derecha os está manipulando!
-¡Que no se de que va la manifestación y que me voy ya para casa!
-¿Has comido?
-Si
-¿Qué has comido?
-Sopa. Sopa de sobre. ¡Aquí están muy buenas!
-Pero no como la que te hace tu madre ¿verdad?
-No...
-Oye, la sopa no será de ajo ¿no? Que ya sabes que eso es como una bomba y te duele la tripa
-No mama, no es de ajo.
-Ays...Ya tienes ganas de volver a casa, ¿a que sí?
-Si, bueno, si...
-¡Que te hecho mucho de menos!- de repente los tambores empiezan a tocar más fuerte
-Y yo también mamá
-¿Qué?
-¡Qué yo también te hecho de menos!
-¡Vale vale! ¡Ahora te paso con tu padre! ¡Nada de capulladas ni gilipolleces ¿eh?! ¡Que estas ahí --para estudiar!
-¡Un beso!- Justo en ese momento aprece una bella y hippiosa protestante con unos panfletos en la mano. No a la privatisation de la poste! Tien! Sarkozy il veuz privaticer le serveux postal!. Le da un panfleto y con la cara muy enfadada se va a seguir repartiendo panfletos. En ese momento el padre coge el teléfono.
-Chaval
-¡Merci!
-¡Chaval! ¿donde estas?
-Volviendo a casa
-Volviendo a casa... No quiero que te despistes ¿eh? Mira lo que te paso el año pasado
-¡Pero que me la he encontrado!¡Que acabo de salir de la biblioteca y me voy para casa!
-Bueno. Yo advierto.¿ Anoche que, a las 7 de la mañana?
-Si
-¿Y es necesario salir hasta las 7?
-Si
-Bueno... espero que las notas salgan como tienen que salir
-Saldrán tranquilo
-Si yo tranquilo estoy. Pero no te me descentres
-No no
-¿Esta noche sales?
-Si
-¿Y a qué hora volverás?
-Pues tarde
-Tarde no es una hora que salga en el reloj
-Ya pero es que no te puedo decir una hora. Porque a lo mejor vuelvo a las 5 o a lo mejor a las 7, no lo se
-Bueno, no tardes ¿Todo bien?
-Todo estupendo
-Ten cuidado
-Tendré cuidado. ¿Por casa bien?
-Si. Tu madre y yo nos hemos ido a casa de tus abuelos. Luego hemos estado andando por ahí un rato, y ahora dejamos a Teresa en su casa y nos volvemos a cenar. ¿Has llamado a tus abuelos?
-No, aún no. Cuando llegue a casa
-Acuérdate de llamarles
-¿Como están?
-Bien Bien- sirenas de policía, la gente grita y silba, alguien tira una piedra- Oye, ten mucho cuidado que no quiero tener ningún disgusto
-Pero, vamos a ver. ¿Cuando no me cuido?
-Bueno. Mi obligación como padre es decírtelo.
-Vale vale. Pero que sepas que me se cuidar, tranquilo
-¿De que es la manifestación?
-Pues no lo se. Aquí la gente gritaba algo sobre el Kurdistan, pero me han dado un panfleto sobre la privatización del servcicio postal. Ni idea la verdad. Aunque me ha parecido ver una bandera del PCF por ahí
-Uy el PCF... No te puedes fiar de los comunistas.
-Si, bueno, yo que se... me la he encontrado de frente, que me he ido a estudiar a Pompidu hoy. --¿Esta la teta por ahí?
-Se ha ido al cine
-Dale un besito de mi parte- la gente grita más fuerte. Llegan más sirenas de policía. En alguna parte en la que ninguno de los interlocutores puede llegar a ver la policía se pone los cascos y dirige sus manos hacia las porras. ¿Acto de simple intimidación o están a punto de cargar?
-Bueno chaval, un beso. Perdida cuando llegues a casa esta noche
-Vale. Voy a ver si encuentro un hueco para entrar en el metro
-Cuidate mucho
-Un beso papa- te quiero mucho, dice la madre de fondo
-Tu madre que te quiere mucho
-Yo también os quiero. Un beso

Se corta la comunicación, y el teléfono vuelve de nuevo al bolsillo. No lejos de allí, en una furgoneta blanca, dos gendarmes, desconcertados, leen la transcripción de la llamada.

-¿En que idioma esta esto?
-Creo que es en Italiano, pero no sabría decirle, señor. Puede que sea en Rumano, en Portugués, incluso en Español
-¿Español dices?- Retuerce su bigote nerviosamente. Su sudor, que es espeso y de un olor desagradable, brota en su frente. Saca rápidamente un cigarrillo- avisa a la central. Quiero que un par de hombres sigan a ese elemento las 24 horas. Quien es, que come, que hace, a quien se folla y que tipo de azúcar prefiere.
-Le capto inquieto señor. ¿Ocurre algo?
-Me voy al ministerio de interior. Si Hugo Chavez tiene algo que ver, esto se nos queda grande- sale de la puerta de la furgoneta resuelto a tomar cartas en el asunto- ¡Ah!, y dile a los antidisturbios que carguen. ¡Y con contundencia!


Este relato esta dedicado con todo el amor del mundo a Enrique Vila-Matas y todos los pseudo-situacionistas del mundo. También a mis compañeros de asamblea de la Facultad de Geografía e Historia, ¡que el año pasado estaríamos en alguna asamblea de asambleas o algo así! Presupongo que alguno de vosotros habrá vivido una conversación telefónica similar. También a aquellos dos simpaticos policias de incognito que adecuadamente disfrazados se colaron aquella noche en la que protestamos enfrenete del Bancaja y a aquellos chivatos (quienes sean) que relataban nuestros planes a rectorado.

Pero sobretodo quiero dedicárselo a mis padres, quienes mucho padecen por mi, y a los que inevitablemente quiero.

jueves, 29 de octubre de 2009

Cuarta llamada

CUARTA LLAMADA

(Versión del relato de Géza Csáth remasterizada)


Dos celadores de bata blanca vestían a un cadáver de baja estatura y pelo rubio. Sobre la enorme mesa de disección metálica hubiesen cabido dos personas como él. El menudo cadáver de carne blanquecina que respondía al nombre de Moritz Malicka

Los dos hombres realizan a la perfección la tarea que les había sido encomendada, enabonando primero los magníficos pies del cadáver, enormes en relación con el resto del cuerpo, recorriendo después concienzudamente con la esponja el resto, comenzando por las pantorrillas y acabando por los hombros. El agua levemente enrojecida por la sangre se cuela por el desague.

Una vez secado, los dos celadores limpian las uñas al fiambre, colorean sus pómulos, componen sus cejas de forma adecuada y limpian su dentadura. Con cuidado limpian sus cabellos y aplican una mascarilla para potenciar el brillo. Rematarán la faena peinando hacia atrás los rubios cabellos del difunto.

Por último, visten al muchacho con la ropa que les facilitaron para ello. Calcetines negros, ropa interior y camisa blanca de algodón, traje azul marino de seda con el logo del programa y unos zapatos italianos con cordones a juego con la corbata color ocre.

Cuando han terminado, acuden al dossier del material gráfico para corroborar que su imagen se corresponde con el aspecto que Moritz Malicka tenía al entrar en los platós de la famosa cadena. Solo el señor Witman en calidad de caporal tiene acceso al sobre.

"No, idiota, no era ese su peinado, llevaba raya en la izquierda" increpa así a su ayudante que, dócil, corrige su trabajo.

Tras cuatro horas de trabajo, no pueden más que admirar su estupendo trabajo. La única tarea es llamar para que pasen a recoger el cadáver engalanado. Utiliza el teléfono móvil que ha recibido junto al dossier del muchacho y la ropa.

Todavía no ha anochecido y el resultado es excelente, tanto que deciden bajar a la cafetería y sumar una copita de coñac al cortado de rigor.

Con el calor de la bebida, el más joven rompe las reglas del oficio:

-Pues ha ido bastante bien, ¿No, don Nicolás?

-Sí, sí ha ido bien.

-...

El ayudante juguetea distraido con los posos de café, algo descontento con la respuesta.

-Dame fuego, chico.

-Sí, eh....¿Dónde... dónde se lo llevan?

-¿El qué?

-Al fiambre, tan emperifollado, que dónde...

-Que me des fuego, cojones. Y cierra la puta bocaza, joder.

Witman no quiere mal a su muchacho, pero sabe la clase de problemas que traen cierta clase de preguntas, por lo que toma la misma actitud que tomaron con él cuando empezó el negocio. Sabe que no será la última pregunta del muchacho, que toda precaución es poca con la clase de gente que han hecho el encargo. El encanto de la ideosincracia y su álbum pintoresco de categorías fueron para él un paisaje excitante, pensaba el experimentado Witman, decidido a no perder un ápice de su fama.


Vuelven a subir en silencio. Todo se ha producido como acordado y en la sala solo quedan las herramientas y el hedor a muerte, el inicio de la posteridad.

La llamada telefónica ha desarrollado toda una mecanismo. En menos de veinte minutos el cadáver ha sido recogido y ahora va de camino al plató de televisión desde donde anuncian una gran sorpresa tras la publicidad.


Dos dias antes, ante un consejo de dirección formado por tres personas, la secretaria había traido una carpeta de color negra con el logo del programa que contenía las copias para cada uno de los asistentes del plan de emergencia contra la caída de audiencia. Aquello parecía realmente una buena inversión, pero el nuevo docu-reality simplemente no estaba causando el efecto esperado. Solo algo estaba claro: cadena había arriesgado mucho, muchísimo dinero en el proyecto.

El directivo de mayores ojeras resume el contenido de los planes. Todos asienten, dispuestos como están en seguir adelante. El aparato logístico está en marcha.

Alguien entrará en la academia militar donde los jóvenes homosexuales serán corregidos, disparará su 9 milímetros y convertirá un programa de mierda en un tesoro mediático. Aunque se le prometió lo contrario, la entrada del señor Witman y su tiro certero sí fue recogido por las cámaras de Televisión. Para cuando lo supo, los poemas del joven asesinado ya tenían editor.



domingo, 25 de octubre de 2009

Tercera Llamada

La muchachita se volvió hacia mi- ¿Le interesa el comunismo?
-Rymond Chandler-

No estaba mirando, ninguno de los dos lo estaba. Una sensación de abatimiento y de quietud, casi de velatorio diría yo, cubría el amueblado despacho de la fábrica. Ya sabéis, la mirada perdida de la catástrofe impenetrable, los ojos de los que miren al cielo el día en el que retruenen las trompetas en el cielo y la balanza nos juzgue a todos y cada uno. Big Crunch. Porque saben lo que está apunto de pasar. “Si algo deberíamos de saber ya los japoneses, es lo que nos puede caer del cielo”, dijo el que se sentaba más cerca de la la puerta.

-Yasuo Mori, nos conocemos desde Princeton- continuo hablando, con la cabeza y la corbata metida entre las piernas- Se cuando estas preocupado, y se cuando no lo estas. Pero lo peor de todo es que se cuando deberías de estarlo. ¿Es qué no te das cuenta de todo lo que está en juego?
-Mira, asisto a las reuniones, aunque creas que no. Me paso aquí mucho tiempo revisando gráficas, aunque creas que no. Mi vida es esta empresa, y no solo mi vida, sino el legado de mi familia. Soy el presidente y el principal accionista. Soy muy consciente de todo lo que está en juego. Pero no creo que un ataque de histeria solucione nada.
-...Necesito una copa. ¿Quieres algo?
-Un vicepresidente que no se comporte como una mujer cuando se le requiere en su sitio.

Cabreado, desapareció del despacho a zancadas, en dirección a donde estuviese el whysky, y con él, el manto de pesadumbre y tragedia. Simplemente el despacho estaba en silencio, como cualquier otro día en el que hubiese estado concentrado en los informes trimestrales, solo que esta vez estaba quieto. Quieto. Le gustaba. No era la primera vez esta semana, ni la segunda en este mes. Llevaba dándole cada vez más vueltas al tema, desde hacía tiempo. Calma, reposo, felicidad, vida campestre, volver a Osaka.

Descubrió que sus ojos se habían posado en el retrato que 3 años atrás le había regalado la junta de accionistas. Seriedad, confianza, previsión, esa era el mensaje que intentaba transmitir el pintor a quien lo mirase (ordenes estrictas de la junta, claro). Pero para él, bajo los ojos de su propio retrato se escondía una sórdida historia de amor, o mejor dicho, una dulce historia de sexo. No pudo evitar recordar gemidos puntuales, fotografiás no recomendadas para menores, variedades de posturas y lugares tras el seguro pestillo de la habitación y bajo su atenta mirada. A ella le gustaba mirar los ojos del cuadro mientras él se corría.

El recuerdo fue interrumpido de nuevo por el intranquilo vicepresidente, que balanceaba un “on the rox” por encima de la alfombra, desesperado, incapaz de imaginar como pagaría todas las facturas, y saltándose todo protocolo rogó al superior:

-Capitulemos. ¡Podemos capitular, no pasa nada!. Más vale dar un poco que perderlo todo ¿no? ¡Negociar!
-¿Negociar dices? Solo pueden negociar los hombres, no la chusma.
-¡Maldito egoísta! ¡¿Y que pasa con los demás?!¡Los demás ¿Qué hacemos?! ¡Solo te interesas tu mismo y esa puta!
-Por nuestra larga amistad, voy hacer como que no has venido hoy a trabajar, porque estabas enfermo. Ahora, por favor, vete.

Horas más tarde la secretaría descolgó el teléfono, y miro con gravedad al señor presidente. “Habrá huelga”. Se levantó con una actitud que parecía parodiar a los galanes de Hollywood, se acercó ridículamente hasta ella, levanto con suavidad su mentón, acerco sus labios y le dijo “Bueno. Están en su derecho”.

Mientras se besaban, pasaron torpemente de nuevo hasta el despacho, y el pestillo volvió a cerrarse de nuevo. Los empleados comentaron durante mucho tiempo como no pararon en toda la tarde, e incluso en toda la noche, aunque lo cierto es que se quedaron exhaustos poco después de las 12. Pero el pestillo se quedó cerrado, quedando desnudos con una manta, observando las luces de la fábrica desde la ventana del despacho. Pero para ser sinceros, tampoco aquella noche las dos personas que había en allí miraban nada en especial. El, con la mirada perdida más allá de las apagadas chimeneas que apenas se distinguían en la noche, y ella, exhausta.

Un coche de empresa la deja en su apartamento,un cuartucho a las afueras de Tokyo, amueblado a duras penas.

Y de pronto, la llamada telefónica:

-Camarada, buen trabajo.
-Lo que sea por la revolución.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Segunda llamada

"Cuando un hombre, por causa de su aspereza natural, pretende retener lo que, siendo superfluo para él, es necesario para los demás, y, debido a la terquedad de sus pasiones, no puede corregirse, habrá de ser expulsado de la sociedad por constituir un peligro para ella."

Thomas Hobbes


Suena el teléfono suena desde el interior del establecimiento. El empleado es perezoso y está fuera, a pocos pasos de la puerta, por lo que alcanza a escuchar el timbre. A regañadientes, suelta el cigarrillo y en cuatro grandes zancadas -tan grandes como sus estrechos pantalones se lo permiten- se apodera del aparato.

-Videoteca Amargord, dígame.
-Si... eh, hola -balbucea una voz- sí, mira, que soy el del otro día, el de la película esa de Tarragona de los alemanes.
-¿Cómo? ¿Perdona?
-Que el martes pasado me llevé una película.
-¿Aham, hay algún problema?
-Bueno, por mi parte no, vaya -rie nervioso- el caso es que tengo dos días de retraso.
-En ese caso-dice el empleado sin cambiar a un tono más severo- deberías de traerlo lo antes posible.
-Ya pero... esque no va a poder ser, resulta que he salido de viaje y no volveré hasta la semana que viene.
-Entonces deberás abonar la consiguiente multa.
-Oh, vaya, pero si la película es un tostón.
-Eso no tiene nada que ver. Mira... ¿te llamas..?
-Pedro, por Pedro tiene que salir mi ficha.
-Vamos a ver, te voy a poner un tope de 5€ por el retraso, pero tráemela en cuanto puedas.
-¿5 pavos, encima que te llamo? Joder con la política interna, ¿pero creeís que mucha gente os iba a alquilar un bodrio como este?
-Las normas son así para todos, Pedro.
-Pues que os jodan, ya os tiraré la cinta por el buzón y no volveré nunca más. Habeís perdido uno de los pocos clientes. Puta secta de enteradillos, seguro que teneís una tapadera en el videoclub.
-Es una videoteca -comenta antes de colgar, algo divertido, el dependiente.

Mientras, en el establecimiento ha entrado una pareja. Les observa curiosear en la sección de cine Europeo, ella lleva un pañuelo palestino con lentejuelas. Jodido pueblo, piensa el receloso empleado. Procura recordar a qué película se referia el cliente del teléfono y recuerda haberla adquirido en uno de esos lotes que las cadenas de Televisión subastan, más que nada para rellenar la vacía sección de cine alemán. Recuerda que El Jefe le había mandado allí. Probablemente sí fuese basura, concluye. Acto seguido, apunta una cruz roja en el borde superior de la ficha del cliente y dibuja bigote y cuernos sobre la fotocopia de su DNI.

Tras un par de minutos el empleado, fastidiado por no poder salir a fumar enseguida, decide acabar con la pareja y se decide a cortar por lo sano.

-¿Qué buscaís? -pregunta el joven subalterno de la videoteca con sonrisa del gato de Chesire en ristre.
-No sabemos exactamente... ¿Qué teneís de cine alemán? -replica el chico.
-Huy, os recomendaría una estupenda pero se la acaban de llevar. ¿Conoceís a Werner Herzog?
-No, no, películas raras no - espeta ella- ¿Por qué no cogemos alguna del Woody Allen?
-Sí, -acepta el chico- ¿teneís la de Annie Hall o la Tapadera?
-Annie Hall es horrible, no la tenemos. Y... ehm, La Tapadera no me suena, ¿estaís seguro que es suya? -de repente suena el teléfono fijo de nuevo- Será mejor que os largueís, ya es tarde voy a cerrar enseguida.

A pesar de los reproches de la pareja, el ahora eficiente asalariado del negocio logra sacar a los inoportunos clientes, cierra la llave tras ellos y corre la cortina. El teléfono no ha dejado de sonar. Vuelve al mostrador y lo descuelga.
-Ábrelo ahora.

El empleado de los cinco epítetos se dirige a la colección de cine europeo del aparador empotrado donde se exponen las películas, aparta el par de carátulas del Werner Herzog de los 70 que nadie, insisto, nadie toca nunca y deja descubierta una manilla.
La manilla, al estirarse, abre una compuerta por la cual sale un reguero de pequeñas mujeres en silencio: tailandesas, chinas, camboyanas... hasta 23 de ellas. Como cada día, al final de la fila aparece el supervisor del pequeño taller.
-¿Cómo ha ido hoy? -pregunta este último.
-Bien, bien, pero empiezo a tener paranoias con esto de la Tapadera.



sábado, 17 de octubre de 2009

Primera llamada

La eterna derrota también puede ser la eterna esperanza”


Esperaba con paciencia la llamada telefónica.

Días anteriores le habían dicho que le llamaría, lo que claro está sonaba a que tal situación no se daría ni en un universo paralelo contiguo a este. Sin embargo y haciendo acopio de todas sus fuerzas, exponiendo su ego a un más que probable probable impacto directo, llamó. “Sí, sí, de hecho iba a llamarte ahora, pero es un poco... un mal momento.... mucho estrés, ¿puedes esperar 10 minutos o... una hora como mucho?”. A mi parecer se le exigía demasiado, y era toda una muestra de debilidad decir sí, pero si , dijo sí, y esperó, porque no le importaba esperar. Así que se sentó en el sofá, cerró los ojos durante 2 segundos exactamente, y cuando los abrió observó con terror y asambro, con la crédula incredulidad del que observa un milagro, EL DESIERTO.

Es una bella imagen. Durante muchas noches había soñando con la inmensidad, con la materialización del concepto eterno en un plano temporal y espacial ante sus ojos, con aquella visión que le permitiesen por fin entender y comprender. No se había esforzado en buscar realmente algo así, soñaba pero no lo buscaba, pues lo suponía algo meramente teórico, y de repente se había topado con ello en su salón, de la mano de la perspectiva de esperar entre 10 minutos y una hora. La inmensidad, la insignificancia. Mirando hasta donde alcanzaba su visto, creyó ver ese punto donde finalmente convergía dos planos paralelos, el fin del mapa. Se levantó, apartó la mesita de noche, dio dos pasos para adelante, y cayó en la cuenta de que no era más que una ilusión óptica. Aquello plantado ante sus ojos, aquel espectaculo era realmente el infinito. ¿Cuantos habían experimentado esta misma sensación y cuanto esfuerzo les costo encontrarlo? Se sintió afortunado, dichoso, acababa de entrar en el circulo del primer Vikingo que puso un pié en Terranova, en el círculo de Gagarin y del primer anfibio que salio del mar hacia la tierra. Que visión tan atractiva. De hecho era muy atractiva. Pero ante aquel panoramana sin embargo, actuaba como quien lo la estuviese viendo, por si acaso se desvanecía, pero sin poder disimular una sincera y estupida sonrisa. Se dirigió hacia la cocina y puso la cafetera en marcha. Mientras el agua se calentaba, apagó todas las luces de la casa, cerró las cortinas, y se sentó de nuevo sobre el sofá para contemplar sin inmutarse el espacio, literalmente.

Una luz vibró sobre la mesilla de noche. Si, dijo la voz al otro lado del teléfono. ¿Estas ahí? Sí, sí. No pareces muy contento. Es que aún no me lo creo. Lo dicho, el lunes, en el lugar y a la hora. Bien, tengo que colgar, Adiós. Apartó el teléfono de su oreja, y lo volvió a dejar donde estaba. Mientras duraba la llamada telefónica, algún momento de la breve conversación, todo el infinito se había borrado de golpe. Permanecería quieto en su sofá, varias horas, esperando a su regreso, pero nunca fue así. Finalmente acabó él mismo desistiendo y marchándose.

viernes, 9 de octubre de 2009

Iceberg

Este cuento trata sobre tres personajes. El primero de ellos realiza el camino más sencillo y es el única que sabe a dónde va. En un primer lugar cruza el patio del bloque de viviendas donde se aloja y tras pasar el pequeño porche gira a la derecha. Continua por la pequeña callejuela hasta desembocar en Lauriston Place, recorre ésta dirección Tollcros y al llegar a la Home Street camina hacia la parroquia de la aguja en forma de canino o baba afilada que desafía, si no la gravedad, al menos sí la altura media de los demás edificios del ensanche.
Aunque su recorrido -como hemos avanzado- es el más sencillo, sin embargo no es el más corto. Para llegar al número veintiocho de la Home Street ha de dejar atrás un par de comercios, algunos grises como el negocio especializado en dormitorios o el bar de Lap Dance con nombre de artista y modelo de coche familiar; otros coloridos como la oficina del banco o la franquicia de bocadillos extremadamente caros. Pero todo esto es irrelevante y no aparecería en el cuento de no ser el camino que separa su habitación del cine un trayecto de tan reducidas dimensiones. Me disculpen los impacientes.

El tercero de los tres personajes recorre exactamente el camino pero de forma opuesta, desde la entrada del cine hasta su pequeño cuarto en la residencia de Tollcross. Con una sola variación en el camino; para en una cafetería y comprar un sandwich de queso, algunas cervezas y cigarrillos. La diferencia, a modo de avatar, a modo de advertencia a lector y también a modo de pie de página, es el rictus. Este tercer personaje tiene la expresión degenerada de un Munch -léase Monk- que ha aprendido a no ser tan impresionable, un Monk más viejo aunque no necesariamente más sabio, más acostumbrado aunque en absoluto resignado o dócil. El tercer personaje vuelve a casa y, además, no camina del todo sólo.

Entre uno y otro hay un lapsus de tiempo que dura casi dos horas. Hay una metamorfosis, una montaña mágica y una Odisea parodiadas en los diarios que escribe el segundo personaje de este cuento y que por desgracia serán pasados por alto. A diferencia de los otros dos, éste tiene una perspectiva limitada. No me malinterpreten, el primer y el tercer personaje lo intentan, otean el horizonte y colocan sus manos a modo de visera sin lograr ver más allá. El horizonte en este segundo caso es la pantalla del cine y si diera más detalles de cómo ha llegado allí abusaría de la paciencia del lector.

En el primer corto de la noche un grupo de vaqueros jóvenes llegan a la recepción de un pequeño del Oeste. El recepcionista comenta nervioso haber recibido un telegrama desde Chicago, después comenta algo sobre una visita similar hace cinco años, los nervios los produce los maletines en forma de rifle que llevan los hombres. Uno espera que suban arriba y acribillen a alguien y entre toda esta confusión aparezca un nombre de mujer pero tras apenas dos minutos de cháchara lo que tenía que pasar en el establecimiento ha pasado ya y el jefe del grupo prefiere no arrepentirse aquella noche, algo que arrepentirá por cierto el resto de su vida, piensa el personaje número dos.

Aquí cabe decir que el personaje número dos es algo parecido a un aficionado al cine que envía artículos a la revista que coodirige el amigo de un amigo, que no le paga nada pero le invita a algún preestreno casi siempre -a excepción de una vez que fue por teléfono- vía correo electrónico. Lo realmente importante es desvelar el secreto del susodicho personaje: su manía a creerse partícipe de lo que ocurre a su alrededor, el guante al que van o aspiran ir todas las bolas del pitcher. Aunque quizás esto es importante sólo si se compara con el personaje número uno, que sería algo así como el bate tímido que deja pasar las bolas sin rozarla a pesar del elegante swing.

El segundo corto iba sobre un marino del primer cuarto del siglo veinte que desaparece en el mar. La composición del argumento recuerda a Andréi Rubliov solo que, en aquella la locura es un personaje secundario y tiene límite visible.

El tercer corto es de animación y en una escena un niño extraviado y un pequeño duende tienen la siguiente conversación:
-Esto no es la noche- dice el niño refiriéndose a la extraño vapor morado que cubre sus cabezas desde una distancia suficiente como para obtener el calificativo de cielo.
-Tienes razón. -contesta el otro- Sean cualesquiera que sean los misterios y males que trae la noche no se puede comparar con la penumbra que ahora viene – dicho lo cual se produce un silencio.

El último y cuarto corto era de estilo documental y tenía el curioso efecto común a cualquier documental histórico de vincular la experiencia contemporánea del espectador con la de generaciones anteriores, inmediatas o no. Parecía seguir el hilo argumental de la magnífica prosa de Mark Twain en aquel relato "Oración de Guerra", y tras el documental el segundo personaje queda muy afectado y sale de la sala antes de los créditos para encerrarse en los aseos a escribir la crítica de rigor a modo de diarios. Con caligrafía irregular el impresionable muchacho llena hasta la última página de la libreta. No será suya la tarea de procesar su contenido.

De esos aseos precisamente saldrá disparado el número tres justo en el momento en el que el segundo personaje escribe la última palabra de los diarios. En la huida que es este regreso a casa se incorpora el personaje número uno al cruzar aquel las taquillas de la entrada. Entre número uno y número tres hay una diferencia de peso que hemos olvidado mencionar. El tercero camina con un peso muerto añadido y solo caminan juntos los ochenta primeros metros. No lejos de allí, el risco sobre el cual se apoya el castillo de Edimburgo parece un iceberg y la fortaleza hongos petrificados llenos de ventanas. Desde allí arriba se ve el rastro que han ido dejando los tres personajes confundiéndose con las huellas de otros cuentos. Desde el cuarto de la residencia no se ve el castillo pero sí la parroquia que preside la Home St con su pestaña afilada como remate. Como el final de un cuento similar a un cuerpo ahogado cuya única parte visible en el medio de la corriente es la cabeza pequeña de un niño curioso y a todas luces demasiado confiado.


lunes, 5 de octubre de 2009

“Yo no soy el responsable, solo recibía ordenes, dijo el jefe. Y Yo no soy el responsable, solo recibía ordenes, dijo el oficial. Entonces ¿Quien es el responsable?"
-ALAIN RESNES-



Volvió a mirar al cielo y se sintió menguar en cada respiración. Las palmas de las manos se incrustaban en el material del que estaba hecho el edificio, pero él no notaba ese dolor. Contemplaba las estrellas como quien contempla un manuscrito en una lengua antigua e indescifrable. Más allá del mensaje encriptado creyó poder entender qué es lo que decían aquellas palabras en forma de galaxias aparentemente tranquilas. Con el cuello en máxima tensión, cerró con lentitud y fingida serenidad sus párpados. Se estaba muriendo de miedo, sobrepasado por conceptos que nunca llegó a comprender en la primera de sus vidas. Como quien aprieta un botón, su cerebro había comenzado a arrojarle toda la información que almacenaba sobre el universo y las estrellas, pero sobretodo, pero con especial ímpetu, todo aquellos datos relacionados con los agujeros negros.

“...El vasto universo que nos rodea empezó como un punto infinitamente pequeño de gravedad y densidad infinitas…
Un agujero negro comienza con un acontecimiento de gran trascendencia, la muerte de una estrella. Cuando muere una gran estrella se contrae sobre si misma. Donde estaba la estrella la gravedad se vuelve infinitamente potente, y todo lo que se aproxima a ella es absorbido, incluso la luz. La luz no puede escapar, ninguna radiación puede escapar. Es una esfera absolutamente negra en el espacio, por eso tiene aspecto de agujero negro.

El núcleo invisible de un agujero negro es un lugar misterioso donde se transforma la estructura del tiempo y del espacio y las ecuaciones de la física se vienen abajo. Si seguimos las ecuaciones hasta su conclusión inevitable la materia se contraería para formar un punto único. Este punto único es infinitamente pequeño e infinitamente denso. El centro de un agujero negro tiene un curioso parecido con el principio del Big Bang. Los agujeros negros son lugares donde el espacio y en el tiempo llegan a su fin y la materia desaparece por aplastamiento. Si pudiéramos entender como el tiempo llega a su fin en los agujeros negros... eso podría ayudarnos a entender como empezó el Big Bang ”


Idiotamente, una vez toda la información acumulada se disipó, comenzó a elaborar su propia información ficticia, y sus propias teorías. Si el universo empezó con algo absolutamente similar a el núcleo de un agujero negro, tal vez en los diferentes núcleos de los agujeros negros , se halle la puerta de entrada a otro universo distinto... como si al otro lado del agujero, al otro lado de la muerte de una estrella, no es que esa estrella siga viviendo, sino que hay un universo infinito lleno de ellas. Pero entonces volvió a recordar otra cosa con respecto al tema.

“Lo que ocurre con la información dentro de un agujero negro es que simplemente desaparece. Esto destruye la mayoría de leyes fundamentales de la física, de causalidad y transformación de la energía. Una vez algo sobrepasa el horizonte de sucesos de un agujero negro ya no hay vuelta atrás, se ha perdido para siempre. Y si hay alguna forma de destruir la energía, si esta no solo se transforma sino que efectivamente se destruye, eso quiere decir, que hay partes del universo que están desapareciendo”

Soltó un gran vaho desde su boca hacia el espacio y vio como se disipó a los 10 segundos. Apreto los dientes con fuerza, miro al cielo nocturno solo una vez más, y por un momento creyó derrumbarse.

-¿ Por qué no me lo has dicho antes?
- No vi la necesidad. Que lo supieses o no, no cambiaría absolutamente nada.
-Aún así, creo que tenía derecho a saberlo en su momento
-No me hables en ese tono. Yo no soy el responsable de todo lo que está sucediendo. Además, hice lo que hice y creo que lo hice bien. Y sobretodo lo hice por tú bien.

Quedaron otro momento en silencio, pero ya no miraban al cielo. Miraban ahora a la calle, la gran inmensidad de edificios, y a las luces que se iban apagando, como si la ciudad también estuviese desapareciendo. “Y entonces ¿qué podemos hacer?” “Nada” dijo en un tono que sonó más a advertencia que a otra cosa; “Nada” volvió a mascullar entre dientes.







*Para evitar capulleces troleras, decir que la letra en negrita no es mía, claro está, ya que poca física puedo ofreceros, por mucho que la astrofísica me fascine (me fascina directamente proporcional a lo que la desconozco). Esta información la he sacado de un documental de la BBC sobre la paradoja de la información. Y ya se que eso de que el universo esta desapareciendo es una teoría refutada por Leonard Zaskyn. Pero yo digo, si la paradoja de la información no fue últil para la ciencia, pues que me sea útil a mi

viernes, 25 de septiembre de 2009

V

-Dicen que ahí fuera hay alguien; es más, dicen que hay alguien peligroso, que no debemos salir; Lo dijeron en la tele hace un rato, aunque hace ya un par de horas que se ha ido la luz.
-¿Ni si quiera salir al pasillo? Estamos apunto de quedarnos sin cerillas y vamos a necesitar fuego, no me gusta estar a oscuras todo el rato.
-Si enciendes una vela podrá vernos.
- No si la ponemos ahí. Y además, creo que salir al pasillo seria una buena idea, podemos hablar con los vecinos, preguntarles si tienen algún canal de información, si tienen cerillas, no se, preguntar cosas, y así de paso no me aburro de ti, que en el fondo ya nos conocemos mucho.
- No entiendo como puedes hacer chistes en este preciso momento, cuando nos están rondando por ahí fuera.
Si quieres nos ponemos todos a llorar, si es que crees que los llantos no le atraerán.
Además, tampoco creas que el contacto con los demás vecinos nos ayudará tanto, perderemos lo poco que tenemos, y por suerte aun quedan en la despensa como 7 latas de atún.
- Podemos compartirlas. Tenemos comida de sobra hasta mañana
Tu da tu parte si a ti te da la gana. Yo no lo haré, no sé cuanto durará la noche.
-¿Y cual es tu solución entonces?
-Mi solución. Pues hacer exactamente lo que han dicho. Permanezcan en sus casa hasta la mañana siguiente y no se alarmen.
-¿Y hasta entonces?
-Pues podemos permanecer despiertos o seguir dormidos. Pero aquí

Los nervios hacen que sus palabras suenen más a ordenes que a recomendaciones u opciones. Tal vez lo son, pero como no dijo ordeno, no pasa absolutamente nada.


Finalmente, y cuando mirando al infinito se queda dormido, Otro sale finalmente al pasillo. Solo hay dos viviendas en cada planta., y una gran cristalera que asoma a la ciudad y en consecuencia al mundo. Se acerca a la ventana para hacerse una idea de que es lo que esta pasando por ahí fuera pero nada, la misma nada que dentro de la casa, a excepción de la luna que aquella noche resplandece pálidamente. Llama a cada puerta de todo el edificio, pero nada también. O todo el mundo se marcho al saber la noticia, o es que nadie quiere abrir la puerta, en cualquier caso el resultado es el mismo. Harto de contemplar la oscuridad decide moverse hasta la calle. Estadisticamente tiene que haber alguien que halla llegado a su misma conclusión, se dice con esperanza. Y sale a la calle en busca de un encuentro en la oscuridad.

Pero en la calle no hay nadie. Esta solo ahí fuera. Comienza a correr, buscando una luz, o algún punto brillante y el escándalo de sus pisadas retumba tan fuerte que se oye hasta desde el décimo piso. Y mientras lo pasos retumban secos, las madres susurran a sus hijos que miren por la ventana, que la tele no miente, que sí que es verdad que alguien les esta rondando a todos, y que no deben salir. Pero se confunden de persona. Aunque tal vez no. ¿O si?

domingo, 20 de septiembre de 2009

Instintivamente se levanto del sofá intentando respetar el silencio sepulcral que el Domingo por la noche y sus circunstancias habían impuesto en el vecindario. Meó con tranquilidad. Bajo las escaleras y se metió en la cocina (tampoco era muy grande). Saco la ropa de la lavadora, la extendió sobre la mesa y la doblo clasificándola en la clasificación estándar para un posterior almacenaje en sus armarios: calzoncillos, calcetines, camisetas, jerséis, pantalones toallas y una esponja, en la que metió las narices para saber si ya se le había quitado el olor a ajo. Solo la pequeña luz de la cocina estaba encendida, ya que no quería despertar a las visitas (un viejo amigo dormía en su cama durante una semana, y todo el mundo tenía derecho a descansar). Comenzó entonces a fregar los platos, en silencio y con poca agua, dosificando el jabón, mientras realizaba una lista mental de aquello que faltaba en la casa: tomates, leche, jabón, una esponja para la ducha... detergente, tal vez zanahorias. Compraría también al día siguiente, porque no, dulce de leche, y aquellos postres árabes de color naranja. El ultimo plato quedo secado y colocado en su sitio. La ropa preparada para mañana. No podía hacer más de lo que había hecho.

Se tumbó en el sofá y miro a la pantalla del portátil, aun intranquilo. Si todo su universo se hubiese quedado dentro de aquellas 4 paredes, bastaría solo con frotar, secar, y comprar. Pero no. Había un universo ingobernable, inexplicable, y caótico, ininteligible, violento, carente de sentido y sentimientos, que se extendía durante la eternidad y hacia el infinito desde aquel lugar tan insignificante.

Pensó mandar noticias a la Isla, Estoy bien, pero luego cambio de idea y cerró los ojos.

martes, 7 de julio de 2009

IV

Todas las salas de espera le llevaban mentalmente a la sala de espera de su dermatólogo, aquella sala de espera de paredes al gotele en consonancia al horrible acne de algunos de los presentes, donde tantas horas había y se había aburrido, malgastado cada maldito segundo en mirar los dibujos que adornaban las paredes, ilustraciones sobre los métodos de cura medievales. Allí es donde por primera vez vio y comprendió el concepto de trepanación, pero eso amigos, es otra historia…

Bien, esta sala de espera, era particularmente anodina, casi de género podríamos decir. Un sofá, unos colores tranquilos, paredes lisas, un reloj, y una serie de revistas apiladas sobre un revistero, organizadas por orden de antigüedad, mezclando los mas variados temas, desde prensa rosa, a revistas de videojuegos, el ultimo escándalo socio-político, un reportaje en profundidad sobre el turismo en el Adriático, y sobretodo entrevistas ligeras a variopintos personajes, que tan rápido se leían y tan rápido se olvidaban…

Y si bien era una sala de consulta normal y corriente, en un piso la mar de corriente, abierto a horas corrientes, la especialidad no era para nada corriente. De hecho, no se trataba propiamente dicha de una consulta médica. Los médicos, todos ellos, habían resultado completamente ineficientes ante lo que le adolecía. Todos ellos, públicos, privados, amigos, recomendados, lejanos, siempre coincidían en el mismo diagnostico: no concluyente, pero nada por lo que merezca la pena preocuparse. Había llegado la hora en ponerse en manos de los paramédicos, y sus paradiagnósticos. Por supuesto, estas no eran las formas que habría escogido, pero su prima, y compañera de piso, estaba ya harta de verle deambular por las noches en peregrinación a la nevera, harta de sus ojeras y su mala cara, su poco humor, y sus continuas quejas, así que lo arrastró hasta una consulta que una compañera de trabajo que le solía lanzar miraditas le recomendó con un tono de voz a mi parecer bastante sensual, aunque ella decidió restarle importancia.

Sí, podríamos decir que no era una consulta totalmente al uso, ya que el diagnostico lo realizaba un gato domestico dotado de gran sabiduría. El anuncio, y todas las personas que habían acudido al lugar lo decían, “un gato muy sabio, y muy suave”. ¿Pero como iba a resolver un gato un problema que ni un neurocirujano había podido llegar a comprender? Eres un antiguo, le dijo su prima, la medicina alternativa puede llegar a ser muy efectiva. Una vez, en la zona oeste, una adivina me tiro las cartas y adivinó que iba a dejarme la carrera. Entonces mi madre es una bruja, pensó…

¿Qué clase de persona busca un gato para que le solucione un problema? Miró a su alrededor, y vió el resto de gente que había en la sala. Tan solo 3 personas, un señor calvo y de larga barba negra, que llevaba un libro bastante gordo bajo el brazo, un ridículo sombrero sobre las piernas, y no dejaba de ajustarse el sonotone y observar el movimiento de su reloj de bolsillo, un niño con cara de trasto acompañado de un tigre de peluche, y una señora que tapaba su cara con un periódico y tenía algún defecto en el habla, acompañada de su hija, que tenía un increíble parecido con Mafalda.

“Esto es un chiste”, pensó en voz alta, agarró los trastos e hizo un amago de salir por el pasillo hacia la puerta. Pero justo en ese momento la enfermera dijo su nombre. Su prima y la enfermera (que no dejaba de mirar de reojo a la prima) lo acompañaron hacia la sala de diagnostico, y lo empujaron hacia dentro, quedándose solas en un pasillo saturado de pacientes.

Y ahí estaba, a solas con el doctor. La habitación parecía la de un doctor normal y corriente. De hecho tenía incluso material de oficina y una pequeña biblioteca medica con obras que podrían encontrarse en cualquier librería universitaria, salvo algún tratado de anatomía especializado, y una curiosa maqueta a tamaño de real de un cerebro humano, en la que cada parte estaba coloreada de un color. Lo único que lo diferenciaba era que bajo el escritorio se encontraba un cuenco con pienso, otro con agua, un pequeño cesto donde con el nombre “Doctor Gato” donde normalmente hay un sillón de cuero en todas las consultas privadas, y por supuesto, el animal en cuestión.

Tomaba el sol sobre un libro bastante grande titulado la dieta de la alcachofa, sobre el sillón del escritorio. Era un gato peludo, gordo y de color rojizo, con pinta de bonachón, y unos ojos enternecedores. Su pelaje se veía suave, y sus bigotes largos y duros. El animal era totalmente impasible, y respondió con total ignorancia a la intromisión del extraño protagonista del cuento.

Al principio, el paciente, se quedó un poco descolocado. Le pareció un gato, y así lo era, totalmente normal. Después de no poder más, y estallar en carcajadas, una vez se hubo reído bastante intento salir de la consulta, pero observó que la puerta no tenía pomo por dentro, sino una simple gatera, de salida. Lógico, si se trataba de una puerta diseñada para un animal que no puede dominar los pulgares. Asomó la mano por la gatera, pero no pareció obtener ningún efecto. Luego empezó ha hablar a través de la gatera, para que le abriesen, y viendo que esto tampoco obtuvo respuesta, asomo el ojo y vió que derepente no había nadie en la consulta. ¿Se habría olvidado su prima de él? Para colmo tenía su móvil. Se había quedado encerrado, hasta mañana, al menos, en la consulta del Doctor Gato, acompañado de Doctor Gato, por supuesto.

Gritó, desde luego que si, abrió la ventana y chilló un poco, pero tampoco nadie parecía escucharle. De todas formas aquella silla de paciente no parecía tan incómoda. Así que tras los primeros momentos de pánico, se recostó en la camilla, y se encendió un cigarrillo. Tarde o temprano la enfermera entraría por la puerta. Y mientras tanto, si corriese el riesgo de inanición, siempre podría comerse al doctor.

Las horas y los cigarros parecían ir pasando, y el doctor estaba ahí, encima del libro, recibiendo un maravilloso baño de sol. El tiempo se había detenido en aquel lugar, sin ninguna duda. Y más o menos a la altura del quinto filtro, el animal por fin, movió ficha. Maulló, y se le quedó mirando fijamente. Por un momento creyó que intentaba establecer algún tipo de comunicación, pero pronto volvió a apoyar la cabeza contra la portada del libro y siguió recibiendo los rayos de sol.

Debe de ser un problema muy gordo si creo que un gato a intentado hablar conmigo, pensó. Debe de ser un problema terrible…

Y su problema…. La verdad es que no era un problema tan especial. Simple angustia mal digerida y prolongada. Él tenía ahora 24 años, y había terminado su carrera, y esta era la excusa del momento, aunque lo cierto es que nunca supo bien porque hacía lo que hacía. Su obsesión por lo cierto y lo incierto, le había llegado hasta la más absurda de las posiciones filosóficas ante la vida, una especie de post-modernismo barato, o quizás era un empirismo radical con un regustillo a reflexiones de autores de nombres resonantes que escribieron allá por los 50. Ni idea. Cierto es que muchas de esas reflexiones habían partido desde un punto de vista totalmente modesto, pero su personalidad tan pretenciosa le llevaba a afirmar con rotundidad la imposibilidad de la afirmación. Precisamente había estudiado historia, y fueron esas actitudes la que le llevo a pensar para si mismo que la historia era imposible conocerla, de ningún modo. Se trataba de una de esas reflexiones fortuitas a las que llegas a una reflexiona sin haber leído antes a ningún autor que hablase del tema, pero resulta que luego hay una escuela historiográfica que ha vendido muchos libros a costa de esta misma idea. Así que había e iba a dedicar su vida a algo inexistente, algo que desde su comenzó se gesto como pura mentira para comunicar el linaje de los reyes con los dioses de la antigüedad, los Zeus y los Ra. Todas las ciencias sociales son meras conjeturas… Y para colmo dar clase de enseñanza secundaria es como mentir sobre una mentira en sí misma. Pero es que no hay nada real, pensaba mientras fumaba, no hay nada que sea real…

Y cuando la palabra real retumbó fuerte en su cráneo, el gato se levantó de su asiento, y comenzó a caminar hacia él, con cara de que le compadecía, y con toda la tranquilidad del mundo. Pero cuando se aproximó lo suficiente sacó las uñas y le dio un fuerte zarpazo en el brazo. Cubriéndose el corte, y retorciéndose del escozor, tras empujar al gato hacia el otro lado del escritorio, no comprendía porque el animal le había hecho eso. Y entonces, el gato le dijo con una profunda voz: “Porque el dolor que sientes en este momento, y la cicatriz que se te quedará en el brazo, son y serán algo indudablemente real. Pero tu verás que haces con el resto”. “¿Acabas de hablar?” Dijo el paciente, y el gato volvió a recostarse sobre el libro, y a continuar con su baño de sol.

Justo en ese momento la enfermera paso a la consulta. “Muy bien, pase por aquí, y le cobraremos le tomaremos nota, de la factura y todo lo demás”. Sin entender aún nada, se dejo arrastrar por la prima hacia el pasillo, observado de reojo al felino, que continuó sentado como si nada hubiese pasado. Ni siquiera tuvo, el doctor claro está, la cortesía de guiñarle un ojo en actitud de complicidad.

jueves, 25 de junio de 2009

III (o también, Buscadores de Oro)

"-…El Oro es algo diabólico. Uno empieza por decirse que se conformaría con una cantidad que representase 25.000 dólares ¡que Dios no me ayude si miento! Y va decidido. Después de pasar meses sudando, mareándose, andando escaso de todo baja a los 15.000 y luego a los 10.000. Al final dice, permíteme que encuentre algo por valor de 5000 y no pediré nada más a cambio."

El Tesoro de Sierra Madre.


He aquí la habitual rutina del bar de extrarradio que presento en esta mi ficción. Primero, permanece cerrado, mientras las últimas cucarachas desaparecen en la tranquilidad de la noche ante la inminente llegada de los primeros rayos solares.
Y segundos más tarde, el camarero apaga la primera colilla del día en la misma esquina, y manosea el manojo de llaves antes de abrir el establecimiento. No se trata del típico bar grasiento, de esos ya van quedando pocos. Este se trata de un nuevo tipo de bar. Pertenece a una franquicia que simula aquellos bares añejos, solo que cumpliendo todas las normativas de sanidad (la industria de lo revival vive sin duda una de sus épocas doradas. Parece que nadie quiera vivir hoy). Es nuevo y a la vez es viejo. De hecho, los ejecutivos tomaron a bien la sugerencia que el antiguo dueño y actual encargado les hizo acerca de mantener el nombre viejo nombre para no provocar rechazo en la clientela habitual.

El camarero limpia las mesas, pone los servilleteros en su sitio mientras la máquina de café se calienta, y repone los periódicos, mientras enchufa el televisor, sirviendose su café, antes de que los dos primeros clientes caigan por el local. Antes, cuando venía aún mas gente solía poner unas revistas, pero lleva por lo menos 5 años el mismo muy interesante (aquel con la foto en portada de un antiguo galeón hundido, con un titular de llamativa tipologia en el que se lee “oro en las profundidades”).

Suele ser que los primeros clientes son totales desconocidos. Llegan pronto y esperan a que la oficina del INEM abra. Luego, con más confianza, van entrando los clientes ocasionales mientras los anonimos bebedores de café vacian la taza,pagan y se van (alguno dice buenos días). Un nuevo, y sobretodo, un nuevo que va a la oficina (como se le llama con cariño o tal vez resignación a la oficina del paro) tarda una media de entre 3 y 5 días en entender que pasará varias mañanas por allí, y por tanto no suelen hablar mucho de nada. Poco a poco, y la media de paro es de 6 meses a un año y medio (en tiempos de crecimiento económico), van entendiendo el funcionamiento, el orden único e inevitable de aquel microcosmos, sus personajes, sus tramas, aquellos temas que son omitidos, y quien opina qué en las grandes y estériles conversaciones que desencadenan los muy imparciales medios de comunicación. Conforme sigue pasando el tiempo, los tabúes se van derribando, y las preguntas surgen, para ir siendo contestadas.

-¿Quién es el extraño hombre que de vez en cuando sale a gritar por la ventana?-preguntan los que no saben durante su segundo café a eso de las 10, antes de ir ha hacer aquello que tengan previsto

-Normalmente, a eso de las 12- dice el siempre el camarero, cada día más canoso, secando los vasos de cerveza recién sacados del lavavajillas- el señor Zarzamora, asoma su cabeza todas las mañanas por el balcón para gritar que por fin a convertido el plomo en oro- Superada la pequeña introducción, que suele provocar la risa de los nuevos, el camarero impasible ante nada, continua relatando la historia- Así es, pasa todas las noches en vela, realizando experimentos…Zarzamora, o Don Norberto, como le llamaban cuando era otro de los habituales de esta barra, es un antiguo peletero, que un día, viéndose bien cubierto para la jubilación decidió vender su comercio a unas muchachas que lo transformaron en una herboristería- negocio que procierto no llegó a buen puerto. Después de muchos traspasos y reenfoques del negocio, parece ser que como locutorio funciona muy bien (lo cual rayaba la evidencia en vistas de lo que parece haber cambiado el barrio últimamente.)- En fin, Zarzamora, fue durante un tiempo un jubilado ejemplar: petanca, prensa deportiva, y toda clase de pasatiempos baratos, además de cómo no, la barra de este bar, justo en la silla donde ahora dejo las revistas. Y un día sin saber porque, se subió a su casa sin despedirse. Él estaba tranquilo, viendo la televisión, tomando su café, y se largó- y aquí tiene que hacer una pausa, siempre. Por muchas veces que llegue a esta parte de la historia, le cuesta hablar de ello, porque realmente siente cada cliente como un familiar, y aquello fue para él como perder a un sobrino 10 años mayor. Pero antes de que nada asome más de lo debido, vuelve a reenfocar su tono, tan siempre impasible a todo.- Y desde entonces todo lo que sabemos de él es que puntualmente a las 12 como un cuco se asoma por la ventana y grita que lo ha conseguido. Algunos han subido… yo tengo mucho trabajo y no puedo, pero cuentan como ha convertido su sala de estar en un laboratorio… lleno de chismes, de frascos de colores, de tablas de formulas, todo lleno de tiza. Ha vendido su televisión, y ahora se dedica a buscar oro. Pero lo más extraño es que médicamente no está loco. Su hijo ha intentado internarlo varias veces en una residencia, temiendo por la vida de su padre y por el valor del inmueble, ¡y los vecinos! Pero siempre supera los test psicológicos-
Y como si una cosa fuera ligada a la otra, cuando el camarero dice la ultima palabra termina de secar la última copa, dejando otro café sobre la barra y desapareciendo en el interior de la cocina, a seguir trabajando.

-Pues yo no se si Zarzamora está loco o no, lo que sé es que es un hijo de puta y un mal nacido- llegado a este, y salvo rara excepción o ausencia, prosigue punto la historia el hombre que bebe un tercio directamente del botellín, sin dejar de prestar atención a la máquina tragaperras- Un hijo de la gran puta, se lo digo yo. ¿Sabes de donde saco ese tipo el dinero para montarse su negocio? De todo el vecindario. Ha sido un trepa toda su vida, y seguirá siendo- Maldice un buen rato, no se sabe bien a qué, mientras vuelve a poner otra moneda en la máquina.- Hará ya treantaypico o tal vez tretaymuchos años, ese hombre estaba conmigo y con la mayor parte de los vecinos de antes trabajando en la antigua fábrica de metal, que había donde ahora van a construir el nuevo estadio. Estábamos todos metidos en la U.S.O (Unión Sindical Obrera), y llegamos a un pacto con los de comisiones para que en las elecciones para en sindicato vertical, para nuestra fábrica se presentase sobretodo la gente de nuestro partido. Espera un segundito. -Aprieta un botón luminoso que no deja de parpadear y ahora lo que se mueve es la pantalla de arriba, primero sale un limón, luego unas uvas y por último un cofre del tesoro con la palabra “price” escrito encima. No se lleva el primero pero la voz femenina que sale de la maquina le aconseja que siga miento monedas, que esta muy cerca. Mete la mano en el bolsillo, y continúa el relato mientras el juego sigue-. Bien, una noche, en este mismo bar, justo después que Zarzamora se fuese, una abogada del partido nos dijo que era un soplón de la brigada política. Automáticamente lo borramos de las listas y a la semana, en plena asamblea, en la sacristía de la parroquia de San Roque, hicieron un redada y nos llevaron a todos a la cárcel. Por suerte no estuve mucho tiempo allí, pero cuando salí Zarzamora había pasado llamarse Norberto a que le llamasen Don Norberto el peletero. Si es que este mundo... -y sigue maldiciendo quien sabe a quien, mientras el botón luminoso vuelve a brillar

Lo cierto es que el señor Zarzamora es una figura discutida del barrio. Nunca se ha llegado a demostrar nada de él, y poca gente ha llegado a conocerlo en persona desde el aquel extraño día. Todo el mundo habla de Norberto menos María, una de las mujeres más discretas del barrio. Limpia en casa de Don Norberto todos los Martes y Viernes, y pasa a recoger el sueldo el primer domingo de cada mes. Lo cierto es que a parte del improvisado laboratorio, que en realidad no es más que un alambique y la antiguo mueble de televisión, lleno de elementos inorgánicos y aparatos de medición, la casa estaba totalmente limpia. Zarzamora no come demasiado, y aunque se ducha con regularidad, deja el cuarto de baño como si nadie hubiese estado allí. Ella solo limpia el polvo y friega bien los suelos. Cada 15 días realiza todas estas tareas desnuda de cintura para abajo bajo la atenta mirada del viejo, que le dejaba una propia sustanciosa bajo una falsa figurita de porcelana que representa una carreta vacía llevada por un minero, en la entrada del piso. Sabe que es un abuelo inofensivo, pero se siente sumamente sucia al hacerlo, y a veces infiel. Luego piensa que el dinero bien lo vale. No tiene vacaciones, no tiene contrato, y le pagan miserias en todas las escaleras donde va a fregar. Ella ha venido aquí a ganar dinero. Para cobrar poco y vivir mal se habría quedado en su país.

La historia hace ya un buen rato que se ha acabado, y los consumidores consumen, como indica su sustantivo, ahora en silencio, tal vez pensado o tal vez no. El marroquí de siempre, entra como todos los días, más menos a esta ahora, para vender CDS, mecheros, y figuritas caricaturescas de algo que se le parece a Bob Marley. El hombre de la máquina juega su última moneda, y de nuevo la luz del premio gordo. La aprieta: oro, oro, y unas uvas. No hay premio gordo. El marroquí se le acerca y trata de venderle los últimos estrenos, por 3 euros cada uno, 9 euros si le compra 4, pero le hecha a patadas del bar diciéndole que se vuelva a su país, que aquí también falta trabajo. Ni María, ni el camarero se escandalizan, por todo esto, y quizás los muy nuevos sí, pero cada día menos. Están mirando para otro lado, haciendo cuentas, piensan en las facturas, y en los plazos, rebuscando con la cuchara bajo la capa azúcar alguna dorada respuesta en el poso del café aguado de maquina.

Finalmente todos se van a trabajar o a buscar trabajo. Se van simplemente. Los últimos en levantarse, escuchan una voz que grita desde un balcón que por fin a encontrado oro, puntualmente y como siempre a las doce. Y en unos minutos, 10 a lo sumo, llegarán los funcionarios a comer durante horas.

lunes, 15 de junio de 2009

El otro K. Primera parte.



"Todo delito que no se convierte en escándolo no existe para la sociedad" (H. Heine)

El desconocido camina rápido en zigzag a lo largo de la calle esquivando la luz eléctrica de las pocas farolas que funcionan. En lo apresurado de su paso sujeta apenas una grabadora, una libreta en la que se apelotonan indicaciones, direcciones postales y algun número de teléfono, y un esquálido paquete de tabaco. No huye, o al menos no huye de nada. En realidad, se dirige a una cita. Y llega tarde.

Antes de llegar a donde se dirige, ha de preguntar por el nombre del restaurante hasta tres veces. Las dos primeras veces obtiene indicaciones que se contradicen entre sí y a la tercera ocasión obtiene un encogimiento de hombros por respuesta. Finalmente llega con cuarenta minutos de retraso, justo antes de que las nubes de color borgoña abracen en forma de lluvia toda la noche de Berlín. A su llegada la cena todavía no ha comenzado pues la gran estrella -Charlotte Floyd, autora de la nueva trilogía juvenil que está arrasando en toda Europa- no ha aparecido todavía.
Dado que se trata de un acto privado el desconocido ha de presentar su acreditación, y a pesar de su condición de desconocido es poseedor de una, una que además le identifica como enviado del suplemento cultural del periódico de mayor tirada en Irlanda.

Hemos de aclarar algo. El desconocido no se dedica a la crítica literaria, si no a la cinematográfica. El motivo de su traslado es el estreno de la versión cinematográfica del primer volúmen, dirigida por un también jóven Andrzej Zanussi -al igual que la escritora, ronda los veinticinco- director recién salido de la academia de Łódź. De esta industrial ciudad polaca por otra parte desconocida, al joven director le encanta repetirlo en todas las entrevistas que el desconocido se ha leído para hacer un estudio de campo, también provienen sus admirados Polanski y Kieślowski. Aunque debido a los retrasos con el equipaje en el aeropuerto de Tegel el desconocido no ha podido asistir a la premier, no puede permitirse saltarse la especie de rueda de prensa-after party que la productora se ha encargado de organizar.

Para hacer honor a la verdad hay que mencionar que hizo su intento en las columnas literarias, pero la presión que le suponía el enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre el escritor y el crítico -ambos dentro de la tipología de insectos enamorados de su propia sombra proyectada por la lámpara de su estudio- le supuso no pocas noches de insomnio y alguna enemestidad inesperada. Sin el coraje necesario -quizás sin las amistades adecuadas- el desconocido optó por el cine, esfera en la que se mueve más dinero, pero al mismo tiempo lugar en el que las críticas son menos feroces, más indirectas y repartidas. Más cobardes.

Nuestro desconocido pudo haber elegido otra profesión, claro, o incluso hacerse periodista deportivo -profesión ingrata donde las haya, pero donde la opinión de uno no importa una mierda y prima el reporterismo primitivo, la capacidad de pronunciar apellidos extranjeros con correción y la sonrisa de boxeador- especialmente teniendo en cuenta que él es de la opinión de que es mucho mejor leer que escribir, pequeño defecto derivado de la misantropía crónica que brota en la noble profesión del periodismo. Al respecto, y citando al pobre amargado de Kierkegard -lo cual no era precisamente una casualidad- solía decir “¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!" aunque la mayor parte de las veces obtenía como respuesta a sus pocos destellos de casi-erudicción enciclopédica un lacónico encogimiento de hombros. A pesar de los pesares, acabó con el puesto de encargado de sección cuando poco después de comenzar a trabajar en el periódico, cuando la treintena empezaba a asomar las orejas y todavía recordaba el nombre de al menos cinco compañeros de facultad.

Antes pasarse al suplemento cultural comenzó en la línea dura de la edición diaria, cubriendo parte de la sección de cultura. En la irlanda de su periódico la cultura tenía algo de arqueología dirigida a rendir culto a los grandes de principios de siglo pasado. En los siete años de su carrera periodística su sección fue perdiéndo páginas hasta quedar igualado a las dedicadas a la liga inglesa, que ocupaba un par más que la FAI Primer Division, es decir la irlandesa. A pesar del sueldo decente que le suponía este trabajo, antes de dirigir su sección en el suplemento hizo un par de trabajos para los deportes, aunque siempre con algun trasfondo políticosocial como cuando cubrió la actividad de algunos constructores privados alrededor del permiso de planificación urbanística para actualizar el existente Phibsboro Shopping Centre y su relación con el nuevo estadio de los Bohemians – apodados Bohs entre los que tienen algo de añoro por el gaélico y The Gypsies por el resto-, el equipo local de Dublín. Todos aquellos artículos fueron firmadados con varios pseudónimos para proteger una supuesta fama de crítico de cine que no existía.

Nuestro desconocido, llamémosle K, no se tomó el adelgazamiento de estas páginas culturales como algo de su responsabilidad, no se concebía a sí mismo como el eco de las aspiraciones cinemátograficas de todo un pueblo -que fue exáctamente el término que empleó su superior por teléfono cuando le propuso el puesto- si no más bien kafkiano en el sentido celular de la palabra, al modo de un escritor de hoy día, aislado, en medio de un mundo en el cual hace mucho que la literatura no tiene una función definida, y por consiguiente sin responsabilidad ni misión, libre por su misma inutilidad.

Pero volvamos al restaurante, llamado curiosamente chez Franz, en el corazón de lo que alguna vez fue el boulevard de los posteriormente denominados intelectuales, Schöneberg, a día de hoy conocido por sus locales de ambiente. K es dirigido por el personal del establecimiento a través de un larguísimo pasillo hasta lo que le parece el salón principal de un local al más puro estilo de los años veinte de la capital. Pequeñas mesas redondas para pequeños grupos de cuatro o cinco personas se amontonan alrededor de una muchísimo mayor y algo elevada en la cual se muestran los símbolos del grupo editorial, la productora de cine, el título de la película y los nombres tanto de de la autora como del director en una tipografía estirada y atrevida que nunca había visto.

En aquella enorme mesa, con sonrisa de presidente de una república nueva jugando al poker con sus allegados, el director reaccionaba riendo de forma escandalosa a cada una de las historias que sus compañeros de mesa le contaban.
K. pasó de largo hasta llegar, todavía guiado por el camarero que había pedido la acreditación, al lugar que le habían asignado, prácticamente al final de la sala, lo más lejos posible de la enorme mesa con publicidad. K dejó entrever un mínimo de decepción que provocó una mueca a medio camino entre lo burlón y lo triste del camarero. La mesa la compartía junto con tres tipos de marcado acento inglés -conocidos de la escritora, dijeron- que no llegarían a los 30 -tampoco K lo hacía- que hablaban apresuradamente entre ellos, como interponiéndose en una conversación que versaba sobre el supuesto affair del director con la escritora; y un periodista alemán, que no participaba en la conversación y que parecía doblar la edad a todos. Vestido de forma impecable y de gestos mecánicos aunque en cierto modo también nerviosos por lo incómodo de situación, el alemán -que se llamaba, según dijo, Leibniz, aunque K pensó que era una broma- no ocultaba su desprecio por toda aquella exhibición de juventud.

Aunque la invitación al evento parecía incluir una cena, en las mesas -todavía medio vacías- solo hay copas, que son rellenadas de vino con una más que incómoda regularidad por el ejército de camareros, regularidad que parecía haber sido muy bien aprovechada por los ingleses.

-¿Oye, te han dicho el camarero cuándo cojones va a comenzar esto? -dijo uno de los tres ingleses, Andrew, una vez finalizadas las presentaciones formales.
-No, acabo de llegar a Berlín hace tres horas y estoy un poco perdido. Mierda, ¿Alguno de vosotros ha visto la película?- contestó K procurando emplear un tono amistoso.
-Debería de haber comenzado hace una hora- dijo el alemán ignorando la pregunta, también en inglés y sin ocultar enfado. Apenas hubo acabado la frase, uno de los otros tres, Arthur o quizás Aaron -poco importan los nombres- se levantó y dijo mirad imbéciles, os lo dije, ahí está Lotte.

La sala empezó a hervir en murmullos que se entremezclaban en el aire y llegaban convertidos en una maraña de ruido envalentada en la lámpara de araña que colgaba del techo. Tan delgada como si aquello fuese la rueda de prensa de una rehén recién liberada y no un acontecimiento de tal envergadura, la escritora no parecía tener espacio en su pequeño rostro para albergar una sonrisa. Se trataba de una chica de andar sólido y convincente, alta incluso para ser de familia inglesa y con un cabello lacio a medio camino entre el rubio mohíno y el rojizo aflijido; de piel pálida como si le fuese la vida en ello.
Un par de flashes fueron contenidos de inmediato por los eficientes empleados del chez Kafka, que no pudieron hacer lo mismo con la fortísima ovación que llenó la sala. En cuanto la popular Charlotte Floyd subió el par de escalones que conducían a la plataforma donde se encontraba la gran mesa del director de su editorial, los productores, y el joven director entre otros, su expresión cambió radicalmente. Dibujando una mueca que pocas gente quisiera volver a ver en su vida -desde luego, K no- Charlotte Floyd aceleró el paso y una vez estuvo junto a un todavía sonriente Andrzej Zanussi que se había levantado para aplaudir, y ante el asombro de toda la sala, propinó al director un guantazo en la mejilla que sonó a limpia y medida, pero también a blasfemia en medio del silencio pulcro de un templo vacío.

Tras los obligados dos segundos de estupor aún indoloro, Zanussi se zafó de la muchacha, quien dió media vuelta y entre un celaje de flashes ahora sí imparable, se disolvió como un mensaje secreto escrito sobre la superficie del agua.