lunes, 23 de febrero de 2009

¿Qué estrella cae sin que nadie la mire?

Faulkner





Urko (nuestro Goethe contemporáneo)


Durante el instituto odiaba a Faulkner. Por aquel entonces existir era fácil, una música alegre. Fue difícil, eso sí, encontrar entre los demás estudiantes algo que no fueran pequeño profetas, princesas y putas resabidas. Me pregunto qué era o seré yo. El caso es que en los últimos cuatro años desarrollé una misantropía agradable, popular, en otras palabras, publicable.

Escogí una carrera que no se impartiese en las universidades de mi ciudad natal y fingí un entusiasmo desmedido -navideño incluso- por mi ficticia vocación. Mi padre, lejos de hacer preguntas, se alegró de verme al fin interesado por algo. Siempre ha creído que funciono a base de obsesiones periódicas, como cuando proclamaba que el mejor escritor del universo era precisamente aquel autor cuyo libro acabase de leer, no importaba quien. Esto incluía, lamentablemente a pelagatos como Christian Jacq -del cual me tragué cualquier telenovela egipcia imaginable-, Robert Shea, Salinger, pasando por Auster, el gilipollas de Vargas Llosa e incluso Beckett.
Mi padre siempre pensó que volvería, así como mis tres hermanos mayores. Es una creencia bastante extendida entre mi familia, contagiosa al parecer.

Lo niego siempre, pero disfruto una barbaridad dramatizándolo todo. Soy un pusilánime inconfesable, no me soporto, sobretodo en los comienzos. Tendrías que haberme visto en la última fila, rodeado de un par de aquellos aprendices de pelagato vestidos como si fuera el día más importante de su vida, escribiendo sus biografías imaginarias.
Había grandes idiotas entre mis compañeros. El más grande de todos ellos siempre levantaba la mano y hacía un comentario sobre cualesquiera que fuese el tema sobre el cual estuviese hablando el profesor, pero siempre con la misma y apresurada conclusión: que hasta los más listos del universo decían tonterías, como cuando Kant dijo que la lógica no había evolucionado en dos mil años por que con Aristóteles había alcanzado su máximo. Me sacaba de quicio. En fín, yo escribía, por ejemplo, cómo algunos de ellos se habían fracturado algún hueso queriendo imitar a un superhéroe, chorradas así. Intentaba dar explicación a sus comportamientos estúpidos con traumas y situaciones ridículas en la infancia. Era bastante sádico, la verdad. En ocasiones me ponía más serio y hasta llegaba a las treinta páginas. En realidad me obsesiono muy fácilmente.

Cuando empecé a conocer a algunos de ellos casi ninguna de mis biografías se adecuaba a lo que ellos contaban sobre sí mismo. Tuve tentanciones de llamarles mentirosos, pero hubiese sido demasiado tedioso explicar porqué. Lo más sencillo fue no interesarse por la vida de los demás. Francamente, puede ser decepcionante.
Sucede que la decepción era todavía mayor con todas aquellas chicas. Es increíble la cantidad de virtudes absurdas puede uno adjudicarle a una mujer en silencio, desde lo lejos. ¿Creeís que Werther se hubiese pegado aquel tiro de haber pasado más tiempo con Charlotte? Pienso a menudo en ello. En mi caso, mi particular Albert fue la estupidez. No puedo explicártelo de otra forma. Las distancias cortas han estropeado la mayoría de mis relacionas con las personas.
Así que pasé a la poesía. Supongo que era un paso más en la caída. Que me jodan si aquello no fue tomar distancia. Por el amor de Dios, eso sí fue ridículo. Yo jamás he entendido a ninguno de los poetas que he leído. Nunca tuve ni puta idea de lo que quiso decir Eliot ni Gingsberg, tampoco no he sido capaz de arrojar ni un centímetro de luz a esos textos tan escuetos de los poetas alemanes. Quizás por eso escribía poesía, al fin y al cabo siempre ha sido más fácil que leerla.

No sé, hay historias que no os puedo contar. Yo no soy Borges, no sé escribir sin asignar realidad a los sustantivos. Recuerdo aquel relato de la biblioteca de Babel en el que cada libro era un resúmen de los otros libros, cada novela eran todas las novelas, cada obra de teatro era todas las piezas, cada ensayo era la repetición clónica de clichés infundados. Eso me pasa a mí con las personas.

Esto, definitivamente, no es un relato; pero no me importa. Tal vez sea la sombra de algo que no pretende llegar a ser un relato. No lo sé, hablo demasiado. A fin de cuentas ¿Qué es un relato? Poco importa, en realidad. Estoy un poco cansado de los conceptos aunque a veces me gusta aceptar ciertos axiomas sin demasiadas preguntas. No hablo de rebeldía política o social, sino de rebeldía metafísica, absurda y maravillosa. Así me va, tan a menudo preocupado por mantener un mínimo de sensibilidad y al mismo tiempo obsesionado por negarla.. En realidad, qué coño, adoro los axiomas tanto como la contradicción. Por lo demás, qué se yo, empecé a fumar, nunca te lo dije.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Relato Cifrado

Y en el más absoluto silencio
todo se acaba
sin risas, ni abucheos, ni cadalsos,
sin discurso final. Sin quererlo,
como quien despierta de un sueño,
se desvanece, se disipa sin pena ni gloria,
se acaba. Todo. Simplemente.
Así, sin valoracioens personales própias, en una esquina,
viendo pasar a conocidos silenciopsos que dijeron que conocerte
y que ya no dicen nada, porque claro, estás muerto.

Y, ¿qué permanece?
Nada. Nunca. El recuerpo es siempre una construcción del recordante.
Esto ha sido una manera más de tirar el tiempo,
como hacer puenting,
sacarse una carrera,
leerse un buen libro,
o enamorarse,
o correrse,
o frotarse las plantas de los pies en invierno...

Observa el cuerpo caído, muerto de viejo, en mitad de la pradera.
Así es como mueren los Leones.
Deborados por la hierba.

-Humberto Arenal-


Porque será que siempre me pasa lo mismo…

Empezar, siempre difícil siempre, extraño, y rara vez excitante del todo sino más bien insatisfactorio. Te preguntas porque haces lo que haces y sin embargo lo haces, te agobias y piensas que estas tirando el tiempo, porque seguramente ves el futuro y te imaginas como puede acabar todo, pero te consuela ese empirismo total que te dice que no te fíes de la experiencia, y que saltes desde un quinto piso porque al fin y al cabo nadie entiende exactamente la gravedad. Así que avanzas la cornisa, pasito a pasito, y cada vez se va estrechando más todo, eres consciente, tal sobre consciente de la altura y sabes que el batacazo esta ahí, pero tu confías en el bueno de David.

Entonces el sabor deja de ser ajeno, la notas disonantes, y su tic extraño deja de ser extraño. La rareza toma sentido y entonces la llamas particularidad, originalidad, novedad al fin y al cabo. Rebobinas la cinta y vuelves a escuchar la misma canción una y otra y otra vez, aprendiéndote la letra, descubriendo un extraño coro que la primera vez que escuchaste la canción no podías ni sospechar, descubriendo que no solo lleva almendras sino también avellanas ¡avellanas, joder! ¿A quien se le habrá ocurrido ponerle avellanas? ¿Estaba rezando? ¿A quien? Esto es lo mejor que podría haber pasado en este mes. Es más, esto es lo mejor que ha pasado desde el descubrimiento del fuego.

Es como si el sol brillase muchísimo mas fuerte, como si nunca hubiese brillado tanto, como si todo el mundo se saludase por los pasillos, cantase la misma canción, y os saludaseis con saludos secretos como si fuerais amigos de toda la vida. Y la vida es preciosa, y tiene sentido, y no te importa verla dos o 3 veces al día porque te encanta aunque luego le pongas mala cara.

Pronto, como todo lo bueno bello e importante de la vida se va desplazando de una dorada periferia a un muy relevante centro, y gana peso, y a ti te parece bien. Bueno miento, hay un momentos en los que te parece que va demasiado rápido, que todo se esta precipitando, y momentos en los que echarías a correr estirando del brazo hacia delante porque sabes bien lo que hay que hacer, y momentos en los que el tiempo no pasa y te alegras, porque enfrías la cabeza y vuelves a ser consciente de que anda es eterno, y que se trata exactamente de eso, del segundo en el que pensaste “me acordaré de este segundo”.

Y cada vez más tiempo juntos, y mejor, y si, desde luego, pasas buenos y malos momentos, discusiones, largas y pesadas como las sesiones parlamentarias de una democracia representativa con lideres vacíos de discurso, noches en las que no puedes dormir porque escuchas un montón de mierdas que ya te has escuchado, pero que sigues escuchándolas porque sabes que es importante que lo estés escuchando. Y ¿por qué? Pues porque la has cagado, has metido la pata hasta el fondo, te has dejado llevar por el sentimentalismo, y las mariposillas del estomago, y los rayos de sol. Te has enamorado.

Quieres creer que de algún modo es para siempre por supuesto, y entonces le guiñas un ojo a David y dices, si joder esta vez es diferente, se trata de esa canción, de ese grupo, del grupo, de la forma, del gesto, del sabor… pero que va. Vas por mitad de la circunferencia.

Y una vez te das cuenta de que este enamorado se te pone cara de novio, te pones serio, empiezas a pensar en el futuro, a racionalizar los sentimientos, a trabajar por una relación, mucho o poco, francamente, trabajas todo aquello que estas dispuesto a trabajar. Te peinas bien para conocer a sus padres, te levantas pronto, te haces el simpático con sus colegas… te esfuerzas y dedicas tiempo, y eres consciente de que podrías estar en tu casa viendo una buena peli. Mentira, serás consciente más tarde, aún no.

Finalmente, un fin semana arrancáis el coche y os largáis en un fin de semana romántico, y todo sale perfecto, desde principio hasta el final, sin olvidar ningún detalle. Y colocarías ese fin de semana en esa teórica lista de los 10 mejores discos de la historia de la música Underground. La foto de los dos inundando las calles sale en las portadas de todos los periódicos del mundo. En tu foro interno, ahora si, algo te dice, que ahora es cuando la pelota baja, ese punto que en el instituto llamabas a las parábolas el punto de inflexión. Los sabes y no lo reconoces y entonces te dices que esto solo es el principio de algo muchísimo mejor que esta todavía por venir.

Termina el fin de semana, te deja en casa con el coche y te planta un beso de esos que saben medio tristes y se va, y estas tan cansado que esa noche no estas para nadie, y no coges llamadas de nadie, duermes de un tirón 12 horas. Cae el telón para el descanso como en una obra de teatro.

Se alza el telón y el decorado ha cambiado, y de momento no pinta extraño, diferente sin duda pero no extraño. Porque aquí es cuando se convence que los grupos son buenos, y que las relaciones funcionan, cuando llegan los problemas. Problemas por aquí, y problemas por allá, de cualquier tipo, ya sabes, de celos, “a donde va todo esto”, de confianza, de rumores, de inexperiencia también… de proyectos en común que descubres que al final solo son propios. Pero lo duro de verdad llegan los problemas externos, esos que no están en tu mano, esos que lo único que puedes hacer es abrir el paraguas y esperar. Y la lluvia no para ni un maldito segundo, y no hay suficiente espacio para los dos en el paraguas. Te constipas por tercera vez en este año, y aguantas el tipo porque no eres esa clase de gilipollas que se larga en cuanto empiezan los problemas, claro que no.

Pero no somos mas que rocas kársticas en un mundo de lluvias y viento, y si a la fuerza no entra, entonces se nos cuela entre los poros, porque así es el agua, parece que actúe a su antojo, y se queda ahí, y parece que no molesta, que no era para tanto, pero en cuanto llega lo mas crudo del invierno se congela y ¡zas! Resquebraja. Fracturas, toses, mocos, desilusión, pero fidelidad. Confianza y fidelidad. Y si embargo sensación, de ausencia, de frío, de que parece que hay mucha menos gente por las calles, de que el mundo importa ahora mucho menos, y cada vez menos.

La lluvia acaba, y llega ese momento del invierno en el que hace sol pero hace frío. Es eso exactamente frío. Ya empiezas a notar como has ido quemando el CD tema tras tema, canción tras canción, de que te lo sabes de memoria, y al final… joder al final no es más que un CD. Tú lo sabes, y ya lo habían insinuado antes por ahí, hace ya tiempo y no querías oírlo, porque seguías estando muy enamorado. Y ya no por cierto, ahora de lo que se trata es de cariño. Cariño, y costumbre… No hace falta que os dragáis nada la ultima vez que os veis, está todo claro. Se va y tú no te quedas mucho rato, y el hall de la faculta parece ahora mucho más grande que nunca, y mucho más vacío.
Caminando para casa estas de mala ostia. O sí, siempre me pasa lo mismo, pero bueno, que me quiten lo bailao, y te lames las heridas con la lengua más rasposa de tu vida que recuerdes. Que me quiten lo bailao…. Será posible. Pues ya ves. Pues vaya baile. Nunca fuiste un buen bailarín. Eso lo dirás porque nunca me has visto salir de la ducha en verano.

Pasarás varias fases, justificación, odio, perdón, y completo escepticismo. Nunca me volveré a enamorar. La música esta perdida, en manos de revistas como la Mondo Sonoro y de grupillos de mierda a los que la gente se adhiere quien sabe por que. El último disco de los Artic Monkeys fue una basura, ¿nadie se ha dado cuenta?, es más, todo esta basura Indie-rock hace ya mucho tiempo que se fue al garete, ¿por qué quieren seguir con lo mismo cuando ya no funciona? Ya no creo en el arte.

Y entonces una belleza pasa, con las piernas exactamente como a ti te gustan. Y entonces piensas “Me la suda que estés tan buena. Me da igual”. Pero no, no te da igual, sino todo lo contrario.


Dedicado a todos aquellos que lucharon por la educación publica en el curso 2008-2009. Salud compañeros.

jueves, 12 de febrero de 2009

Trabajo

“Y en plena rebeldía estudiantil, un personaje con una barba tan ridículamente marxista como un personaje godariano, se preguntaba sobre qué es el trabajo…”



Lili Tiantian se limpia con esmero y apatía una serie de manchas que parecen incrustadas en el cristal izquierdo de las gafas. Su visión se concentra en un plano desenfocado de sus piernas, su bata blanca, sus gafas, sus manos y su clínex manchado de saliva. Sus manos son finas aunque tiene los dedos cortos. Un vecino de hace años, que siempre que podía le tiraba los trastos, una vez le dijo que tenía las manos de pianista, lo que destapó sus intenciones, aunque siempre podía no tener muy claro lo que eran exactamente esa clase de manos.

La habitación estaba entera para ella sola. Tres días antes en el hospital se había realizado el sorteo para turnos de guardia entre los forenses y le había tocado, precisamente, el día 1 de Enero. Los conceptos “racismo” e “hijo de puta” se le pasaron por la cabeza cuando se enteró a posteriori de que el sorteo se había realizado sin ella presente y además, sospechosamente, le habían tocado los peores días. Pero estaba acostumbrada a tragar y a guardársela, esperando algún día devolvérselas juntas a todos.

Hasta entonces permanecería sentada en el taburete viejo del deposito de cadáveres del hospital general Juan-Paul Marat como forense residente, sala que ya comenzaba a serle totalmente familiar y personal, en la que pasaba las horas leyendo, trabajando y bebiendo café. Se había permitido el lujo de hacer una discreta peronsalización poniendo una pequeña cinta azul brillante en un aparato de aire acondicionado en la ranura por donde el aire sale despedido para tener el referente visual de que efectivamente funciona, y además, para romper la monotonía del color blanco-hospital, siempre limpio hasta lo insultante, que se extendía hasta donde alcanza la vista.

Los días de verano, donde por no pasar nada ni siquiera muere mucha gente en la ciudad, aburrida de la lectura es capaz de pasar horas viendo cómo se mueve la tira. Pero hoy ni la tira se mueve ni tiene tiempo para ver cómo no lo hace. Hoy tiene trabajo, mucho. Está algo dormida y se ha olvidado de que el café de la máquina no es café sino una broma de mal gusto. Pero llegados a este punto, sorbe y traga sin paladear. Solo necesita cafeína y acabar cuanto antes. La gente tiene la extraña sensación de que cuando toma café el tiempo pasa más rápido, pero no hay nada peor que estar hasta las cejas y ver cómo, efectivamente, el tiempo no pasa. No quería volver a repetir aquella experiencia. Trabajo bueno, rápido, eficaz, y a casa. Tal vez sexo, tal vez helado. A lo mejor ni lo uno ni lo otro sino una buena rápida y eficaz tissana antes de arrastrarse a dormir.

El primer caso de hoy es un hombre de una edad avanzada. Sus ojos azul-cansado, casi fuera de las cuencas, su gesto totalmente ridículo, así como de sorpresa, su papada pronunciada y rasposa por los pelos de la barba, y su estado flácido y desagradable además del pelo blanco con un corte de pelo estilo militar no le hacen demasiada justicia. Su nombre tampoco: Javier Gutiérrez. Operario autónomo de la construcción, tenía una empresa familiar de reparaciones y otras chapucillas que le procuraban muchos beneficios en negro. Buen padre, mal marido, buen hijo, mal amigo, parecía muy abierto en un primer vistazo, pero luego te chocabas contra un muro que nadie pudo rebasar. Nada más allá, tal vez. Su comida favorita era el pollo, en especial la piel. Le solía hacer gracia que la gente le advirtiese de los riesgos del cáncer y solía soltar comentarios escasamente ingeniosos para evitar el tema mientras se metía la piel del pollo y las manos en la boca. Si hubiese podido acordarse de algo en el último momento, sería de sus años en el servicio militar obligatorio, viéndose a si mismo con el uniforme, un CEFME a la espalda, y una motocicleta a lo largo de la playa. Pero seguramente no se acordó de nada. Nos cuentan muchas tonterías sobre la muerte

Lili examina el cuerpo con una grabadora en la mano, se quita las últimas legañas antes de entrar en faena. -Nombre del sujeto: Javier Gutiérrez Salgado. 60 años. Peso: 96 Kg. Altura: 166 cm. El cuerpo presenta la habitual rigidez post-mortem-. Se detiene dos segundos en el resto del muerto. -Su gesto resulta agónico ¿Intoxicación mortal?-. Descubre la sábana y el cuerpo inerte queda desnudo ante la doctora. Acerca la mano al instrumental clínico y toma en la mano un bisturí: -Me dispongo a realizar una sección abdominal para realizar un examen del contenido estomacal-. Pero antes de cortar se asoma una cabeza por la puerta de la habitación. -¡Hey, feliz año! Voy a oncología pero luego te vienes y nos tomamos un café de verdad. Por cierto, te sienta bien trabajar en fiestas, te favorece-. Antes de que pudiese contestar, la cabeza había vuelto a desaparecer de nuevo por la puerta.

Trabajar en fiestas. No lo entendía. No entendía como su padre había podido trabajar en la pescadería casi sin cerrar un día entero durante todos estos años, antes de volver a China. No entiende esa devoción por el trabajo. Claro que si había llegado hasta donde estaba era por las horas de trabajo y trabajo empleado en cosas que no le motivaban. Lo que de verdad le gustaba a ella eran los domingos donde no se hacía nada, tirada en el sofá haciendo zapping, mal comiendo y dándose algún revolcón que otro con el vecino. Eso sí, nada imaginativo, siempre respondiendo al concepto clave: modorra dominical. Y sin embargo 6 días a la semana no es domingo y trabaja y estudiaba cosas que ni le iban ni le venían, pero que le darían dinero. Y aquí está hoy, en el depósito de cadáveres, el techo profesional que una minoría racial podrá alcanzar en la ciudad.

Cogió el móvil y llamo a sus padres. La llamada será cara porque al ver a su niña colocada y sintiéndose lejos de casa, un buen día hace 6 años decidieron volver a Xijuan. Pronto allí será Yuanxiaojie*. No es que a ella le importe, la verdad es que ha nacido muy lejos de casa y no pudo disfrutar de las tradiciones en todo su esplendor. Ocurre con los hijos de los emigrantes que, o se clavan a la tierra o van flotando sin ser finalmente de ningún lado. Y cada generación es susceptible de ser A o B. Sin embargo, desde que sus padres se fueron, ella se sentía algo perdida.

Cuando colgó se recostó sobre su sujeto. Se sintió algo sola, seca. Muerta un poco dentro, aunque quizás esto sea exagerar. La conversación había sido, como siempre, que estaban bien, que la echaban de menos, que no se olvidase de -por lo menos- vestirse de rojo para repeler al Niam* (esto lo dicen de broma, a estas alturas nadie cree ya en el Niam) y que le enviarían una cajita de Yuanxiao*.

Se incorporó, cogió el bisturí y diseccionó el estómago del sujeto. No le llevó mucho tiempo llegar a la conclusión de que se trataba de una intoxicación por salmonelosis. Seguramente el resto del trabajo de hoy sería comprobar cómo, efectivamente, todos habían muerto por la misma causa, anotarlo todo a una estadística y después llamar a los chicos de inspección de sanidad para que se ocupasen del caso. Eso le llevaría tiempo, mucho tiempo, y quería irse a casa.

Mientras sigue concentrada en sus cálculos mentales, la cabeza vuelve a aparecer y esta vez le ofrece un primer buen café de año nuevo. Desde la mesa metálica, mira los 38 cadáveres restantes, con apatía, sabiendo que será realizar lo mismo 38 veces más, obteniendo las mismas conclusiones. Saca un cigarrillo, rompe su primera promesa de año nuevo, lanza el humo al aire y sin girarse dice: -No puedo, tengo mucho trabajo que hacer-.


Niam:
Monstruo del imaginario Chino que devora animales y personas en fin de año. Suele temer al color rojo, al ruido, a la luz, y a los melocotoneros.
Yuanxiaojie: La fiesta de los faroles
Yuanxiao:
Dulces hechos con arroz glutinoso, sésamo negro, mantequilla y azúcar.

domingo, 1 de febrero de 2009

Hacía un buen rato que la madre había gritado que la cena ya estaba sobre la mesa, y con 5 o 10 minutos de retraso llegaron el resto de los familiares, disponiendo la mesa de lo necesario para la cena y encendiendo la tele.

Todos se aposentaron en su sitio personal e intransferible, respetando siempre la cadena de mando. Disciplina y fe en el mando, palabras que habían resonado más de alguna vez aquellas paredes, como punto de apoyo a ese principio de autoridad incuestionable, paralelográmica, que dotaba a los padres de un poder totalmente autocrático, eso si, con algún margen para la libertad de expresión de los vástagos, evidenciando dos verdades incuestionables en este mundo, que la libertad de expresión solo se permite cuando ésta no constituye ningún peligro (en esta casi infranqueable argamasa de amor que se habían convertido en más de 30 años de feliz matrimonio), y que una familia no es una democracia.

El destino quiso que aquella noche la televisión no funcionase. En el zapping decisorio la televisión dejó de funcionar. Un electrodoméstico que había acompañado a la familia durante más de 10 años, tal vez 15, sencillamente así, y sin ningún chispazo, se murió. Sin aspavientos, con una lacónica solemnidad. Y fue así como aquella noche la familia no vio la tele y la conversación surgió.

-No toquéis a la gata que tiene tiña- dijo la madre sin levantar la cabeza del plato
-Está infestada- secundó el padre- La he estado mirando y la tiene por todo el cuerpo. Seguramente la llevemos al veterinario.
-Si se deja- apostilló la madre.
-Si no de deja, la meto en el trasportín y se acabó- dijo el padre con sequedad. Masticó un par de veces y continuó con su razonamiento- lo que tiene por dentro lo tiene por fuera.
-¿No se le pueden dar vitaminas o algo?- La hija trataba de evitar la situación del veterinario. La primera y única vez que la gata asistió a la consulta, se refugió en el despacho de la doctora y le obsequió con un par de zarpazos.
-Pero si no se deja hacer nada… cada vez que tu padre quiere darle una pastilla, o le muerde, o la escupe, o se la traga y a continuación la vomita. Seguramente por eso lo halla cogido.
-¿Y cómo ha podido cogerla?
-¿Cómo coges tú una gripe? Además ya está muy mayor para la vida de un gato, es normal que le pase.
-Pues si hay que sacrificarla-dijo el hijo con la yema del huevo duro en la boca- ….
-Pues se sacrifica- dijo la hermana con toda la tranquilidad del mundo.
-Aún no sabemos si la vamos a sacrificar.
-Tiene… estamos en el… veamos: 1, 2, 3, 4…

Finalmente la edad del animal quedó en un punto indeterminado entre 7 y 9 años. La conversación continuó con temas cotidianos y particulares, durante más o menos 7 minutos. Posteriormente la madre decidió telefonear a su tía, para recordarle que mañana pasaría a recogerla temprano para ir al hospital. La voz se escuchaba chillona desde el interfono. Advirtió antes de colgar que ella le recibiría en camisón.

La tía abuela es todo un personaje. Como los grandes locos de las obras de teatro, ella está cuerda, pero asegura no enterarse absolutamente de nada, consciente de todo el margen de libertad que esto supone en su vida diaria. Tiene más de ochenta años y si pudiera haría y desharía como las hilanderas en el Hades. Sin embargo no es tan ambiciosa y se conforma con su pequeño feudo. Nunca tuvo hijas, y la madre se encargaba de cuidarla, con todos los quebraderos de cabeza que ello suponía (por ejemplo, interrumpir tu fin de semana de vacaciones a solas con tu marido para ir a recogerla a un balneario en Cofrentes, debido a una indisposición imaginaria que le sirvió, a la tía-abuela claro, una excelente forma de evitar su confinamiento estival).

A la mañana siguiente debería de levantarse a las 6 y media de la mañana para estar en la puerta de su casa a las ocho menos cuarto, teniendo en cuenta que tendrán que estar a las nueve en el centro de salud. De todas formas sus planes fracasarán, la tía-abuela se encargará de ello. Vive en un constante estado de resistencia e insumisión senil. No obedece, no toma la medicación correcta, se esconde en su piso cuando quiere, y cuando quiere desaparece, y reaparece. Sin embargo se le permite, pues no constituye ningún peligro mayor.

Quien sabe qué motivos la movían a la madre a comportarse de aquella manera. Desde luego la devoción no, era más bien como una tarea que le había sido encomendada y que no podía rechazar, algo así como quien hereda un título nobiliario y millones en deudas, un desagradable privilegio.

Terminada la llamada telefónica, la mesa fue retirada, cumpliendo órdenes, funcionalidad y costumbre. “Tienes que sacar la basura” dijo el padre al hijo. Y el hijo obedeció.

Era el enero más frío que recordaba. Se calzó las botas y un forro tipo leñador de mercadillo. Caminó despacio y silencioso a lo largo de la calle, en una paz tétrica digna de Poe. La luna llena, oculta tras una densa capa de nubes, hacía parecer al cielo con su luz blanca un falso techo de escayola de una sala de urgencias. Cargando el peso de la basura de la casa siempre se preguntaba de dónde saldrían tantos desechos, y no podía creer que 4 personas en 3 días fuesen capaces de fabricar tantos desperdicios. Pero lo cierto es que fabricar basura es realmente fácil, ya que todo, cualquier cosa, es susceptible de ser un desperdicio.

Dejó el cubo donde siempre y como siempre, cerró la puerta y apagó la luz. El patio quedo sin embargo iluminado por la luz de la luna, dejando en la sombra el enorme cubo color negro, listo de nuevo para ser rellenado. Pero algo se mueve entre las plantas, y dos ojos reflectan la luz con ese estilo tan siniestramente felino que sólo puede proyectar un gato doméstico peludo y gordo de un barrio acomodado del área metropolitana de una capital de provincias.

Desde el fondo de un helecho, el animal, observa el cubo con miedo. Seguramente sospecha algo.