miércoles, 1 de abril de 2009

Tierra quemada

Diario de Jean-Paul Manzzini

25 de septiembre de 1812, Rusia

Hoy el cielo vuelve a estar nublado. Supuestamente nos levantamos pronto, sin embargo las horas pasan y yo no soy consciente de ello. No puedo entender el paso del tiempo si no veo al sol moverse, tengo la sensación de que es la misma hora todo el rato, y de que los segundos pasan muy lentamente. O tal vez caminamos demasiado lento. Tampoco acabo de comprender hacia donde avanzamos. Necesito sol para orientarme, sol para caminar, sol para vivir.
Cuando todo esto termine, migraré a algún lugar donde las nubes no existan. Dicen que en el Caribe.

La noche pasó sin más, iba escribir que tranquila, pero no es así, vamos a decir que fue tensa pero sin incidentes. Realmente no ocurre nada desde Somlesk. Los hombres pasaron la noche en vela, algunos de manera abierta, jugando a las cartas, alrededor de la hoguera, consumiendo las provisiones que algún día nos harán falta. Pero eran una minoría, el resto permaneció despierto, pero con los ojos cerrados, inmóvil sobre sus catres, fingiendo descanso. Cada día estoy más convencido de que no puede obtenerse el descanso aquí; no en esta estepa tan hostil y eterna. Su tranquilidad hipócrita, hace que camines por donde camines, siempre sientas unos ojos clavados en la espalda, y empiezo a pensar que es la propia Rusia quien esperando su momento, el momentno exacto.

Avanzamos sobre la nada. Aquí en retaguardia lo único que vemos es una fila larga de hombres en una marcha muy torpe y muy lenta. Siempre dicen que estamos a dos días de darles alcance, que están huyendo, pero yo no me lo creo. Cada vez que llegamos donde estaban solo encontramos las cenizas de un granero vacío y tierra quemada.

Pronto llegaremos a Moscú, o a lo que quede de él.