domingo, 31 de mayo de 2009

II (o la fabula del cementerio de animales)

“La grulla es gracia. El tigre hermoso. El dragón fuerte. Todo enseña: lo alto y lo bajo. Ser uno con la naturaleza, aprender de su magnificencia. Si aprendemos de la naturaleza podremos superar todas las dificultades. De esta forma nos enseñaba el maestro…

De la grulla podemos aprender como desplazarnos en la dificultad, y de ese modo alejarnos de nuestro enemigo. Del tigre, aprender a necesitar ayuda de otros, y del dragón, aprender a enorgullecernos de la debilidad. Hemos de conocer de cada uno de los animales lo que puede enseñarnos, y de este modo aprenderemos a vivir.”


Maestro Shao-Lin

Si a cualquiera preguntaseis os diría que aquella noche era una noche profundamente oscura, pero yo os diré que era tan oscura como todas las demás, porque la noche es básicamente eso, oscuridad. Cierto es que la quietud y la calma eran como una vieja cuchilla apurando los últimos restos de barba en la nuez, pero si 7 noches son una semana, yo diría que 4 de estas 7 son así. Así que era una noche como cualquier otra, en la ciudad.

Por aquel entonces yo trabajaba de repartidor para los hermanos Garmendia, unos mafiosos de poca monta que habían empezado ha hacer negocios con el extranjero, con oriente, importando cantidades de objetos inútiles e invendibles, como falsos jarrones milenarios, feas estampas de segunda mano obtenidas en el puerto de Shandong, y otros objetos como trajes tarados y mascaras defectuosas, que a los ojos del profano policía de aduanas del puerto significaban trastos que solo compraría un rico excéntrico, y a los ojos del sabio coleccionista timos tan evidentes en los que solo un idiota caería. Daba igual que la decoración oriental no triunfase en aquellos tiempos, porque lo realmente beneficioso eran los dobles fondos que pasaban inadvertidos para los ojos de los funcionarios cegados por una paga no justificada.
De remesa en remesa habían conseguido ya cierto renombre, y de la venta directa al consumidor habían decidido pasar a convertirse mayoristas en vistas del florecimiento de los clubs nocturnos por toda la zona del puerto.

Lo cierto es que Manuel y Adolfo (aunque este no era su verdadero nombre) eran dos empresarios que explotaban un mercado con sus correspondientes demandantes, tan culpables como el oferente de la existencia del mismo. Pero aún quitando lo sordido del negocio, se podría decir que eran unos empresarios sin escrúpulos. Unos supervivientes natos, capaces de comerse el esqueleto de una sardina si hacia falta, aunque nunca negándose a un mullido cojín frente a una chimenea y unos cuantos ovillos de lana. Eran dos gatos tuertos y viejos, aunque el único que realmente llevaba parche era Manuel.

Aquella misma mañana me habían ascendido de correo a paquete encomendándome la primera misión aquella misma noche. Debía de llevar un extraño bulto hasta un local que quedaba cerca del puerto, el cual ya no recuerdo bien su nombre, porque cambio tantas y tantas veces y fui otras tantas yo…

La ciudad de noche es peligrosa, me habría dicho mi madre, que nunca había estado en una localidad de más de 250 fuegos. Le habían llegado historias, como a todos. Y muchas veces se desconfía de las historias, de los cuentos y de las fábulas, pero debéis de creer en ellas porque de una u otra manera son verdad.

Por aquella zona una bicicleta es todo un lujo, y más me valía ir con el bulto a la espalda, caminar a lo mío y no fijarme en nada más, ni en los marineros derribados por el alcohol que se disponían en forma de reguero desde el agua hasta bien entrado el asfalto, ni las putas viejas y enfermas que me cogían de la mano si pasaba demasiado cerca, mirandome con ojos enfermos y huecos, ni tampoco en todas aquellas personas que se refugiaban de su bochornosa podredumbre en las oxigenadas avenidas, familias enteras (madre y 5 hijos), famélicos. Dicen que en Europa nadie pasa hambre, pero eso ya es otro cantar.

Me dijeron que cuando llegase al local preguntase por Hop-Frog, el dueño. Había oído cosas horribles de ese tipo. Las peores lenguas decían que era el responsable del asesinato de unos altos cargos de su país, y que había huido hasta aquí, pero yo no podía creer que un tipo de nombre tan simpático no tuviese acorde una simpática personalidad. El plan era entrar y salir y reunirse con los muchachos al otro extremo de la playa para pasar la noche del jueves. Tras las llamadas a la puerta cerrada y la palabra secreta, la primera puerta fue abierta. Un enorme simio sobrio y una sardina china con gafas esperaban en una sala previa al lugar, comprobando las reservas de los clientes y vigilando que nada extraño entrase al ambiente de paz y calma que se ofrecía al consumidor.

- Y ¿ese paquete?- dijo la sardina
- Solo puede abrirlo Hop- Frog- dije con la voz mas púber que he puesto en mi vida.
- Eso ya lo veremos- dijo la voz tras las gafas, mientras los brazos de simio se acercaban con cara de haber hecho esto mismo antes hacia un rato
- ¿Sabe usted para quien trabajo? ¿Le suenan los hermanos Garmendia? No creo que les guste mucho que se discutan sus ordenes. ¿Quiere que mis jefes se enfaden?

Hubo un forcejeo, y me puse a gritar mientras agarraba aquel bulto con mi vida. El escándalo fue suficiente como para que un engominado cuervo, vestido a medida y que fumaba en boquilla cruzase la segunda puerta.

- ¿Qué cojones está pasando aquí?- grazno
- Aquí el muchachito no quiere enseñarme lo que hay en el bulto
- ¿Ocultas algo mequetrefe?- inquirió el cuervo
- No. Pero los hermanos Garmendia me han dicho que esto solo puede abrirlo…
- ¡Ah! Tu eres el chico de Adolfo. Vaya vaya vaya, pensé que llegarías mañana. Da igual, ya se dice normalmente, “cuanto antes mejor”- apuro otra calada mas- ¿En que estabas pensando Nuts? Si te dice que viene de los Garmendia me tendrías que avisar enseguida.
- Lo siento jefe- dijo el simio con cara de mono de circo enjaulado y muy cansado, mientras la sardina se escurría tras la segunda puerta- no sucederá más.
- ¿Vas a venir tú normalmente?- volvió ha hablarme el cuervo
- No lo sé señor
- Cuervo, llámame cuervo
- No lo sé cuervo
- Da igual, voy a enseñarte todo esto antes de llevarte al despacho de todas formas. Un chiquillo tan valiente… podrías incluso trabajar para nosotros- dijo ingenuamente

Cuervo abrió la puerta número dos, y se puso a buscar en los cajones mientras yo regentaba el paquete. Muerto de curiosidad dispuse mi nariz sobre la puerta número tres, una cortina de cuentas, pero lo único que vi fue un largo pasillo, un jarrón de los Garmendia, grande y falso, y muchísimo humo. “No te quedes ahí” me dijo el cuervo “pasa”. Y pasé, y a lo largo del pasillo habían camas y cuerpos sobre ellas, cuerpos ausentes, soñando, y entiéndase sueño como actividad cerebral inconsciente no necesariamente agradable, soñando despiertos. En cada una de las camas animales moribundos, tigres de circo, dragones de cera que se consumían lentamente, rendidos ante la pesadilla, la pequeña lámpara de gas, y las largas pipas de madera. Una extraña música incomprensible y extranjera salía del alguna parte para poner la guinda a aquella visión de estar en un cementerio de animales.

Atravesamos la estancia y subimos por unas escalerillas de metal hasta un altillo, un cuchitril gris, con manchas de moho en las paredes, un calendario de mujeres desnudas y un cenicero humeante. Hop-Frog estaba de espaldas en una silla giratoria de cuero de imitación, fumando cara a la pared, pero al oír pasos se dio rápidamente la vuelta.

- ¿Y tu quien eres chico?- dijo nerviosamente asomando los dientes. La imagen que te formas de alguien dista siempre mucho de la realidad. Hop-Frog era una rata, una sucia rata. Una rata vieja, con la cola roída, los dientes amarillos, los ojos enanos y la rábida en cada uno de sus sucios pelos. Tenía una voz rasposa, y una extraña manera de gesticular. Sus ojos eran dos bolas brillantes negras, casi tan negras como las de cuervo, pero con más años encima, con mucho más mundo visto, muchísimo mas gastados. Hop-Frog se sorprendió con aquel gesto por parte de los Garmendia ya que últimamente, nuevos proveedores habían ofrecido sus servicios, y los negocios eran los negocios. Hop-Frog hizo una oferta a los gatos Garmendia, prometiéndole fidelidad a su producto siempre y cuando este fuera mucho mas barato. Parecía que no iban a ceder pero una rata siempre consigue lo que quiere. Ahora reía entre sus muchos dientes- bien chico- siguió hablando- veamos lo que me has traído- al abrir el paquete la sorpresa fue mayúscula cuando lo que encontró fue el cadáver de una rana. Debía de ser reciente pues no me había percatado del olor. La rata, perdida de rabia desenfundo su revolver Colt, dio un salto por encima del escritorio, y me sujeto de la camisa mientras hundía el cañón en mi frente.- ¿qué significa esto? ¿Es una broma? , ¿Eres un bromista? ¿Te has creído muy gracioso? ¿O los bromistas son tus jefes? Pues no aguanto a los bromistas, hay gente que ha muerto por mucho menos de esto, gente mucho más importante. Vuelve a tu casita hijo de puta y diles a tus jefes que les voy a meter esta puta rana por el culo. O mejor creo que les daré un mensaje que entenderán más claramente- Hop-Frog quitó el seguro de la pistola y el disparo fue inmediato.

Cuando las autoridades llegaron aquello se lleno de ratas, monos, cucarachas y urracas, por no hablar de periodistas, policías y otros carroñeros, que buscaban sacar provecho de todo aquello. El cadáver de Hop-Frog estaba tendido en el suelo, con una nota de suicidio post-mortem sobre su mesa. Yo me quedé toda la escena sentado en una silla del despacho, asegurando ser un primo lejano de cuervo, que estaba de visita en la ciudad, observando la sangre de rata sobre el despacho. Es negra ¿sabéis? No el mismo negro que sus ojos, sino más bien un negro podrido.

Los policías antes de levantar el cadáver bromeaban. Para ellos recoger gente con los sesos abiertos es algo muy normal. Resultaba que Hop-Frog no tenía documentos oficiales de identidad, ni pasaporte, ni visados ni nada, y tan solo respondía el nombre de Hop-Frog. “Tendremos que enterrarlo en el cementerio de animales”, dijeron mientras lo bajaban por las escaleras.

Cuando todo el mundo se fue, cuervo se ofreció a llevarme a cualquier parte, por las molestias. Entramos en el auto, y recorrimos toda la ciudad hasta mi casa. Yo no dejaba de mirarle, porque nunca había visto a un asesino. Y al principio era solo por eso, pero es que durante el trayecto el cuervo empezó a perder todas las plumas. Estaba dejando el coche perdido, pero no decía nada. A lo mejor era lo normal en aquella época del año. Pero en el momento en el que se le cayó el pico, y dejo entrever el hocico y los dientes amarillos en forma de sierra, supe que el cuervo era ahora una rata. Tal vez siempre lo fue, y esperó el momento para salir, o tal vez cuando matas a una rata por la espalda te conviertes en una rata, y son tus actos lo que te definen. Todo esto está más allá de este relato.

“Diles a tus jefes que todo sigue como siempre”, y desapareció en aquella noche tan cualquiera.

martes, 19 de mayo de 2009

I

Los periódicos nos recibieron aquella mañana con la noticia de que un peligroso criminal andaba en busca y captura. Al parecer alguien había atracado un banco y disparado contra un guarda, no me enteré muy bien. A veces resulta imposible entender que diablos es lo que realmente ocurre en el caso de que la fuente que nos sostiene es la prensa (ese atajo de porteras y cuenta cuentos a sueldo). La foto del malhechor era la primera plana, y su descripción psicológica podía encontrarse en la noticia más destacada de la sección de sucesos, "peligroso y está armado". Aunque lo bueno que tienen ahora las autopistas es que esta clase de noticias sensacionalistas pasan por completo desapercibidas.

Cierto es que años atrás, donde los bares de carretera eran eso y no self-services, siempre había algún que otro habitual de la barra que escudriñaba los anónimos rostros que se deslizaban por el lugar, imaginando de que huían. Pero ahora la realidad es bien distinta, y detrás de los souvenirs y las chocolatinas bajas en azúcar, los tickets de compra y los uniformes reglamentarios de las dependientas con esa estúpida gorra, quien entran ya no es una sombra. Ahora son posibles clientes preguntando donde están los aseos esperando que el dispensador de jabón funcione correctamente, y ocasionalmente algún mochilero que se desvió de su ruta atraído por la leyenda de el dorado.

Si el limbo existe tiene que ser pareció a un área de descanso en una carretera a media tarde en agosto, con su bollería prefabricada y bebidas abusivamente caras y un quiosco donde la prensa llega puntualmente dos días tarde.

Los zapatos de un cliente brillan con la luz de los primeros destellos de los tubos fluorescentes, antes de que en la cafetería dispongan todo para que comience la cena. Como todos, el también ojea sin detenerse demasiado la prensa, en especial la sección de anuncios. Piensa en un viaje largo, y da vueltas a un globo terráqueo imaginario esperando a que se paré para elegir el punto de destino, aunque de momento se conforma con haber repostado la gasolina y con que Marta, su hija pequeña, salga del baño y no tenga que entrar a buscarla. No le gustaba tener que responder a preguntas impertinentes formuladas por marujas impertinentes de impertinente domingueo. Hoy ha decidido volver a fumar, es como un premio, algo así como el humo de la victoria. Una chica con las cejas tintadas se le acerca mascando chicle y preguntándole educadamente que quiere. Cerveza sin alcohol y un batido de fresa con trocitos de fresa dentro. No falta mucho para la cena.

Un hombre grasiento y sudoroso se le acerca por detrás y le pregunta por su nombre, mientras le sujeta un hombro con fuerza. Reaccionando rápidamente le estampa en la cara el servilletero de metal, y lo empuja contra el suelo y hecha a correr por el pasillo, buscando a su hija antes de huir. Con suerte solo serían dos o tres. Pero mientras razona el plan de escape tres dos se alojan en su espalda, y uno en su cráneo. Cae al suelo, definitivamente.

El policía sonríe y enfunda el arma. Un culpable acaba de morir. De la niña se encargaría un equipo de psicólogos de asuntos sociales destinado para esta clase de eventualidades. No le dejaron ver el cuerpo de su padre porque era demasiado pequeña, lo que era totalmente comprensible. Del dinero que había robado 3 días antes a mano armada en una importante sede bancaria y que ocultaba en un doble fondo del maletero también se encargaría la policía, tomándolo seguramente como prueba, para despues resiturilo a su legitimo propietario, el Goliath National Bank.

La quietud, después de los sucesos, se volvió a instalar en el área de servicio. El tipo grasiento, que resulto ser un sargento de la policía federal, antes de subir al coche de vuelta a casa, acaricio a un chucho cruzado y algo tuerto que vagabundeaba por la zona. Le encantaban los perros. Cuando su coche desapareció a lo largo de la infinitamente recta autopista, el can se quedo allí sentado, con la lengua fuera bajo una luz amarilla y con un extraño y estúpidamente expresión de feliz ignorancia.