lunes, 23 de noviembre de 2009

Octava y última llamada



Llevo dos horas sentado en la misma comisaría de policía, desde las seis de la mañana, hora en la que los periódicos salen de la imprenta para ser distribuidos en cada esquina de la ciudad. Nueva York es un tapete donde lo importante es repartir las mejores cartas a los jugadores, y los chicos del New York Herald saben que para repartir las mejores cartas hay que tener una buena fuente: la policía, ese peculiar terrario al que van a parar todo los gusanos.

-Jerry, maldito bastardo, dile a Bob qué hiciste ayer en el local de Madame Dirken, que se lo cuente a su hermanito y que lo publiquen en su panfleto de mierda.

Aquí todo el mundo me llama Bob. Darnton Junior, si acaso, pero solo algunos peces gordos que conocieron a mi padre, Vincent Darnton, famoso periodista que recibió de golpe toda el reconocimiento que había deseado a lo largo de su carrera al mismo tiempo que recibió una bala en el culo al otro lado del charco. Peces gordos que le conocieron en los años posteriores a su accidente, en aquellos cinco años en los que continuó ejerciendo el noble pero amargo oficio del periodismo local antes de morir por las heridas obtenidas. Pero estos peces gordos son una excepción, desde luego. La policía sigue siendo igual de corrupta pero ha perdido la vista global, decía mi padre, se han vuelto ciegos. Al menos en comisarías como la de Brownsville, en la que como ya he dicho llevo dos horas sentado, los idiotas como los agentes Jerry y Mike están por todos lados.

-Jeje... diablos, Bob... ¿Te... te acuerdas de Claudia?. No me mires así, Bobby, yo te respeto, respétame tú a mí. Oh, vamos... aquellas, sí, bueno, aquellas furcias que encontramos en el gabinete del señor Sullivan, el tipo australiano que... ¿Me estas escuchando?
-¿Qué te parece eso, Jerry? No te está escuchando, sigue leyendo esa bazofia que le dieron en Cambridge. Enséñanos qué llevas ahí, muchacho.

Si sigo aquí es en parte por honrar su memoria pero sobretodo por la presión de mi hermano Chris, columnista del Herald como todos y cada uno de los miembros de la familia Dartnon. Prometí pasar aquí cada mañana de los lunes, miércoles y viernes para tomar apuntes sobre casos policiales. Desprecio a los policías dentro de lo que mi situación me permite. Por lo general no molesto, me llevo algunos libros para distraerme y procuro no estar en medio. Tampoco a ellos les hace demasiada gracia tener a alguien como yo fisgoneando en sus archivos, para la policía no soy más que la variación de un picapleitos. Sin embargo, poca o ninguna diferencia hay entre un periodista, un policía y un historiador.

-¡No te jode, Jerry! ¡El muchacho guarda una novela dentro del Penthause!

Me gradué en Historia hace ocho años. Entré en la universidad de Columbia gracias a los contactos de mi padre, que hurgó en su orgullo lo suficiente como para encontrar alguien a quien pedirle un favor tan humillante. Que me decantase por la Historia no sentó bien a nadie, pero que además recibiese una beca para marcharme a Inglaterra fue la gota que colmó el vaso del pragmatismo de los Darnton.
A tu padre no le mató aquel metal coreano que los coreanos le pusieron en el culo, me recuerda mamá a veces, fue tu decisión de irte a Cambridge a por ese condenado doctorado. Y razón no le faltaba, corroboraba mi hermano.

-¿Qué demonios os pasa, chicos?- contesté al mismo tiempo que arrebataba el libro de Huizinga de las manos de Mike, compañero de patrulla de Bob y, lo peor de todo, el portavoz del sargento Woody. Eso lo convertía en mi conexión con la comisaría - Llegáis tarde.
-¿Qué estabas leyendo?
-No es de tu incumbencia, Mike.
-¿Pero por qué lo escondes?
-Escucha pedazo de animal, la secretaria de mi hermano me llamará enseguida y querrá información sobre el caso del cadillac del alcalde que hallaron en la bahía. Dicen que dentro había una chica. Bien ¿Qué tienes?
-Verás, Bob, el sargento no me dijo qué se puede y qué no puede decir -dice Mike- así que me temo que no hay nada que decir.

Nada nuevo bajo el sol. En Cambridge no se me previno para esto. Aún así, parece ser una buena vacuna contra el empirismo ingenuo que tanto adoran los beefeaters amantes del Cricket. En Nueva York la policía tiene una versión sobre los hechos; versión que es, en primer lugar, la versión oficial. Aquí no se hace trabajo de campo. A partir de sus declaraciones la prensa negra escribe sus crónicas. Se presupone que la falta de objetividad se compensa con estilo. Desde la portada hasta las necrológicas: sencillamente, ni método ni moral. Por no hablar de la censura.

-Pero te contaré algo mejor. En realidad lo hará Jerry, ¿Verdad Jerry?
-Bueno, no creo que sea necesario, Mike.
-¡Oh, venga! Está bien. Verás, hijo, el agente Jerry Graham, encontró una cosa muy especial en el coche patrulla esta mañana -los dos se ríen a carcajadas- ¿Y sabes qué era, hijo? Una preciosidad, sí señor ¿Sabes el qué?
-Sorpréndeme -le digo.
-El maldito hijo de puta estuvo anoche con su pequeña furcia jugando en el asiento de atrás después de hacer la inspección por, bueno, ya sabes, aquella chica del alcalde trabajaba allí y todo eso -Jerry mira al suelo con algo de vergüenza e introspección-. Resulta que la pequeña fierecilla estaba practicándole una buena...
-Ahórrate los detalles -le interrumpo.
-¡Vamos Bob! !Pareces uno de esos remilgados con tu condenados aires a lo Irving Berlín!
-Dime lo que tengas que contarme y déjame en paz.
-Bien, pues resulta que la muchacha era tuerta y Jerry no lo sabía. Estaba tan borracha que ¡Se le cayó el ojo de cristal entre las piernas de Jerry! ¡Un magnífico ojo azul!

Aquello tenía gracia, la verdad. Aunque no quisiera estar en el pellejo de la pobre muchacha ahora mismo. Me gustaría poder mandar a mi hermano una historia parecida, o, incluso, ¿Por qué no? Debería escribir algún libro sobre la historia de la prensa negra, sobre las relaciones entre los policías, los asesinos y los periodistas. Quizás algún día lo haga. Antes de que todo se vaya al carajo. Al menos esta gente leería algo de historia y, de paso, hacer algo útil a ojos de mi hermano. Aunque, en realidad ¿Qué importa? El hermano del rector de Cambridge era un granjero mucho más rico que él. En un mundo que es cada vez mas un mundo los diarios sólo se preocupan por el patio trasero. Los crímenes tienen más importancia que los artículos sobre asuntos internacionales, lo privado predomina sobre lo público. Nueva York no es ni ha sido el paraíso, sencillamente los neoyorkinos se sienten más cerca del cielo como si... como si ciudad fuese en realidad un faro deslumbrante.

-Te crees muy gracioso, Mike, pero por qué no le cuentas a Bobby lo de aquella chica de Kansas, ¿Eh?
-Cierra el pico, Jerry.
-Oh, vamos, eso me interesa. Seguro que te puedo conseguir una buena portada.
-¿Ves como tienes la prensa en la sangre, Bobby? -se burla Mike- En realidad no es mi cuñada, bueno... -se ríe- todavía no.
-¡No se si lo será después de todo!
-Que te calles, he dicho. Espero que no tengas una condenada grabadora por ahí, Bob. Verás, llevé a Mery al teatro hace dos noches. Tendrías que haberla visto, toooda una monada. Bueno, este uniforme que ves es toda un amuleto para las mujeres aunque pocas veces conseguimos atraer a chicas tan dulces como Mery, palabra. ¿Sabes, Bob? Te pegaría, es muy de tu estilo.
-¡Pero cuéntale lo de la bolsa!
-Maldito estúpido, estoy haciéndolo. Bueno, todo fue perfecto. Después del teatro fuimos a zampar en un italiano del Soho donde nos tomamos una botella de vino entera. Y, bueno, el resto puedes imaginártelo. Todo de maravillas.
-Peero... -le hice entrever que no tenía tiempo, lo cual, aunque era cierto, no estaba reñido con cierta curiosidad por saber qué clase de historia sería esta.
-Sí, sí... verás Bob, cuando ayer me desperté en el departamento de aquella preciosidad, a su lado, me sentí el tipo más feliz del mundo. Sin embargo, aquellos jodidos italianos... en fin, tuve que ir al servicio.

Tengo que detenerle para comprobar que no he recibido ninguna llamada de la oficina del Herald. Van a llamarme en cualquier momento y no sé qué narices decirle sobre la chica del cadillac.

-¡Que se joda tu hermano, Bob!- sugiere Jerry- ¡El final es lo mejor!
-Sois un publico estupendo, vosotros dos -dice Mike, bastante lacónico.
-Y vosotros largáis demasiado y además nunca sobre lo que me interesa.
-Bueno, que tuve que ir al servicio -prosigue Mike sin hacer caso a mi comentario- y, vaya..., todo lo del italiano tenía mejor pinta que cuando nos lo sirvieron, palabra. Pero no fue hasta que fui a estirar de la cadena cuando me di cuenta de la gravedad del asunto -Jerry estalla en carcajadas-. Imagínatelo, después de siete citas intentándolo no podía dejar un regalo similar en aquel retrete. Probé con todo, Bobby, con todo. En aquel maldito cuarto no había manera de hacer tragar aquello. Probé con el agua de la fregona, el único que había en todo el departamento pues al parecer Mery no paga sus facturas a tiempo -la risa de Jerry es tan exagerada que atrae las miradas de otros agentes- ¡Maldito Jerry, vas a meternos en problemas!
-Mike, escúchame bien: no tengo todo el día -le digo sin poder esconder media sonrisa.
-Te lo estas pasando tan bien como este gusano ¿Verdad? Bueno, pues, decidí "cazar" esa ballena con mi calcetín y sacarlo bien por la ventana o por la puerta. No hará falta que te cuente lo que me costó aquello, supongo -niego con la cabeza, a punto de reír yo también- bien, chico listo. Decidido a salir de allí lo antes posible para deshacerme del cuerpo del delito, me propuse dar un pequeño beso de despedida a Mery, que seguía, o eso pensaba yo, dormida en la cama. Pero, bueno, no me malinterpretes, Bob, pero al verla allí semidesnuda pensé qué demonios, quizás pueda darme otra fiestecilla si Mery está por la labor ¡Y vaya si lo estaba!, ante tamaño espectáculo se me olvidó todo el asunto del calcetín, así que cuando tuve que marcharme, lo dejé sobre la mesa de la cocina sin más.
-¡Santa Claus se ha adelantado este año! ¡Apuesto a que no volverá a colgar otro par de medias en diciembre nunca más! - culmina Jerry. Los tres estallamos en sonoras carcajadas hasta que desde dentro del despacho del sargento un par de dedos entreabren la cortina.

-Sois unos idiotas, los dos, ¿Me oís?
-Verás Bob, no todos tenemos un bonito doctorado. Dime: ¿Qué le dirás a los del Herald cuando te llamen?





Imagen: Brassai

domingo, 15 de noviembre de 2009

Septima Llamada

(o también conocido como "¿La última llamada?")


La puerta se cierra con un sereno “clack”, y haciendo desaparecer el último rallo de luz artificial (algo es algo), que iluminaba la estancia. Si hubiese estado allí habría escuchado los pasos alejarse por el pasillo hasta el ascensor, la puertas metálicas del ascensor abrirse y cerrarse, incluso el ascensor moverse hacia la planta baja. Pero yo no estaba allí. Nadie estaba allí. La casa estaba vacía.

En la oscuridad total nadie podría adivinar la disposición del apartamento, donde empiezan y acaban las paredes, ni donde están los muebles, si es que los hay, donde empieza el techo, ni de si tienes los ojos abiertos. Oscuridad, no penumbra. Absoluta oscuridad. Oscuridad casi también auditiva, rota de vez en cuando por un coche cruza la apartada calle, casi como un susurro ligero. No llueve, no hace viento, no ladran los perros, no se escucha a los vecinos, parece que ha comenzado el fin de la luz y del sonido, y que ahora todo estará en una total, absoluta, inmutable, y asfixiante paz. Desde esta noche, y para siempre.

Y cuando no nadie allí esperaba nada, un sonido de alarma irrumpe desde quien sabe que punto en el interior de la casa. Es un teléfono, un sonido clásico, lo que entendemos por el sentido estrictamente de timbre, un teléfono viejo a lo años 30. Resuena y retumba por toda la casa, en intervalos muy breves de tiempo, dejando menos de un segundo de espacio entre el fin de un timbre y luego otro. El sonido es insistente, penetrante, taladrante, molesto. Se trata de un dispositivo que se pensó precisamente para eso, no es ni una radio ni un tocadiscos, es la alarma de un teléfono, y cumple su función. Golpes en el silencio, golpes contra la oscuridad, golpes que no pueden durar para siempre, y que finalmente, tras un minuto, todo vuelve a la oscura normalidad.

Fuera quien fuera quien llamase no ha dejado mensaje. Esta llamada telefónica se ha perdido para nosotros, que no pudimos cogerla, y para quien viva en el piso, que no estaba allí. Quizás no era tan importante, o sí, nunca lo sabremos. No tengo más conocimiento de que pasó en aquel lugar, ni de que pasa, y mucho menos de lo que puede llegar a pasar. No se si hubo más llamadas o de si las habrá. Lo que si que sé es que en cualquier momento y sin ningún aviso puede volver a sonar el teléfono.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Sexta llamada

Pequeña fábula también conocida como: "plagiando a Kafka y a Conrad" o incluso:

"Pero no hagamos ya más literatura: (ni nos escribamos, ni nos saludemos si -de camino a clase- nos cruzamos en el pasillo)."



Pero no hagamos ya más literatura. Por este mismo correo (o mañana) te envío, certificado, mi cuaderno de versos, que guardarás, y del que podrás disponer para cualquier fin como si fueras yo mismo. (...) Adiós. Si mañana no consigo la estricnina en dosis suficientes, me arrojaré al metro... No te enfades conmigo.

Mario de Sà-Carneiro (Carta a Pessoa del 31-3-1916)*






Los señores X y Z entran en la cafetería y registran el local con los ojos sin sacar las manos de los bolsillos. El señor J no ha llegado aún. Habrá vuelto a perderse, opina el señor X; no, no, esto ya ha ocurrido algún martes, suele llegar tarde por culpa del palique de su profesor, afirma el otro. Cuelgan los abrigos y se adentran en el local. Piden dos cafés dobles y el señor Z dedica a la camarera un chiste obsceno bastante vulgar que hace reír sonoramente a su compañero, contagiando con esta risa a un grupo de profesores que apuran sus vasos de orujo antes de marchar a clase. A pesar del hambre deciden no pedir nada y, tras quedarse solos en la barra, los dos caballeros se dirigen a una mesa cerca del ventanal para que, si se diera el caso, poder avistar mejor al señor J.


¿Cómo va tu pieza? pregunta el señor X frotándose las manos, entumecidas por el frío de afuera. El señor Y se toma algo de tiempo para su respuesta y cuando finalmente parece haberla encontrado, una camarera -no es la misma camarera que les ha tomado nota- les trae los cafés de la forma más brusca que la diplomacia hostelera le permite. El del señor Y tiene un cuarto del café bailando por el platillo de la taza, deliberadamente derramada. Ustedes me disculparan, señores, se disculpa ella, ¿Querrán que les traiga otro? Los dos jóvenes escritores se miran divertidos y niegan con la cabeza. Se escuchan algunos gritos en la cafetería y la camarera se aleja. Sirven el carajillo demasiado cargado aquí, dice el señor Z, a lo que el señor X responde con una renovada carcajada con ganas la nueva ocurrencia.

Tu guión, que cómo va, repite el señor X tras un par de sorbos a su café. Esta vez la respuesta es definitivamente interrumpida por la aparición del señor J desde el otro lado de la calle, bajando la avenida muy lentamente sujetando el teléfono con una mano, gesticulando de forma violenta con la otra.
Te apuesto el café a que se trata de la señorita de J, bromea Z. Quizás su madre, dice el señor X, su madre con la tercera amenaza en lo que llevamos de mes. No, no, mira sus ojos, no le gritaría así a su madre, de todas formas enseguida lo sabremos, concluye el señor Z, quien a continuación lanza una nube de humo que podría parecer burlón pero en realidad contiene algo de desazón mezclado con ¿envidia?, al menos así lo piensa el señor X.


Este último se levanta a por otro paquete de tabaco y, de paso, pide otros dos cafés sin provocar a las camareras, que parecen haber olvidado el asunto anterior. Al volver a la mesa no puede evitar fijarse en una pareja que discute acaloradamente en el otro extremo de la cafetería, situación que comenta a su colega Z.


-¿Has visto aquellos dos, junto al servicio?

-Llevo escuchándoles desde que hemos entrado ¿Qué les ocurre?

-No sé, los dos están muy excitados. Es decir, -se adeanta a la broma de su compañero- bastante nerviosos.

-Aham...

-Ella ha intentado levantarse dos veces y él le ha retenido sujetándola por la muñeca-. Esto parece divertir a su colega, que juguetea de nuevo con el humo del segundo cigarro- Hoy estás un tanto distraído ¿Se puede saber te hace tanta gracia?


El señor Z tampoco responde esta vez pues el señor J ha entrado en la cafetería y se dirige hacia ellos con las manos sobre la cabeza, dejando entrever cierta desesperación.


-¿Qué tal está la señorita J? - pregunta Z, burlón.

-¿Cómo sabes...?

-Te hemos estado observando a través del teléfono- corta el señor X.

-Y yo he ganado la apuesta. ¿Dime, J, Lo has traído?- pregunta Z.

-Se acabó -balbucea J, sin contestar la pregunta- hemos terminado. No pido tanto, qué se yo... tampoco no hay que ser... ¡Un momento! ¿Apuestas? ¿Habeís hablado con Agnes?

-¿Quién es Agnes?- pregunta el señor X cuando, de repente, vuelve a sonar el teléfono de J, que se disculpa y sale apresuradamente olvidándose el abrigo. Los otros dos observan como cruza la estrecha avenida y vuelve a recorrer primero hacia arriba y luego hacia abajo un pequeño trecho de la acera sin dejar de tiritar y gritar por teléfono.


Agnes, dice el señor Z, es la chica que conoció en el taller de narrativa del sindicato. El señor Z resume entonces los cerca de dos meses de relación tormentosa entre el señor J y Agnes, las llamadas telefónicas de madrugada en las que aquel -mucho más joven que los señores Z y X- le consultaba sobre varios asuntos. Por un lado, continua Z, parece que la chica es una belleza pero que, por otro lado, según J su talento literario deja mucho que desear. Al parecer hace tres noches ella estuvo leyendo lo que parecía ser un relato de género infumable, y así lo calificó J procurando un mínimo de sensibilidad. Creo que llevan así desde entonces. Comprendo, murmura el señor X, además hoy es día de taller. En efecto, corrobora el señor Z. Es increible lo mucho que sabes sobre tu camello, añade el señor X. Esta vez es Z el que ríe. Necesito esa mierda ahora.


Hagamos un inciso. Los señores X y Z están en la cafetería de la facultad por un motivo en concreto: adquirir cierta cantidad de hachís del señor J, también escritor aunque todavía estudiante y, por tanto, lógicamente más joven que aquellos.


El señor X vuelve a levantarse -esta vez para ir al servicio- y aprovecha la ocasión para observar el desarrollo de los acontecimientos en la mesa de la otra pareja. Para su sorpresa, en la mesa hay ahora otra mujer y los tres conversan animadamente. El señor X incluso cree detectar algo sonrisa en el rictus del muchacho que antes sujetaba a su ¿novia? de forma violenta. Desde su sillón el señor Z, que también les observa, piensa algo parecido. Aprovecha la ausencia tanto de su colega como del joven señor J para hurgar en los bolsillos del abrigo de este en busca del tan ansiado costo. No tarda demasiado en encontrar una pequeña piedra algo cimbreante y de no más de dos gramos. El señor Z, experto en estos menesteres coloca en una cucharilla y la calienta colocando el fuego del mechero debajo de ella hasta que consigue la consistencia necesaria para ser diluida en el café y remueve bien la cuchara en el suyo hasta quedar una cantidad insignificante que, movido por el compañerismo, la diluye en la taza de su colega.


Al mismo tiempo el señor X se adentra poco a poco en los denigrantemente sucios aseos de la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Él considerado asímismo un tipo bastante pragmático, se encuentra claramente indignado por el estado del aseo. Incluso llega a compadecerse a por los alumnos, aunque enseguida su solidaridad se convierte en irritación al observar que en el pasillo que lleva al aseo de las mujeres un riachuelo de burujos líquidos de color amarillo anaranjeado causados casi con seguridad por una mala digestión remata el cuadro. No pienso pedir nada de comida en la cafetería, se dice. Con las ganas de orinar desvanecidas, decide entonces tomarse la justicia por su mano y se acerca a la conserjería para preguntar por algún responsable. Parecía conducir directamente al corazón de las tinieblas, vocifera citando a Conrad sin apenas darse cuenta, pero con su ilustrada queja no recibe más que un cruce de brazos. Frustrado, vuelve a la cafetería decidido a acabar rápidamente con lo que ha venido a hacer y, al pasar por la barra, pide un whisky con hielo.


En su camino de regreso coincide con el señor J, que parece más enfurecido todavía que antes y tiene las orejas coloradas. Mierda, mierda, mierda, farfulla exhibiendo su teléfono completamente destrozado. Lo lancé al suelo. Maldita sea, hace un frío de narices ahí afuera. Mierda, mierda. Se vuelve a colocar la chaqueta ante la tensa mirada del señor Z y, tras murmurar "ahora vengo", se va a la barra, donde los señores X y Z le ven solicitar el teléfono de la cafetería. Al parecer lo obtiene no sin poca diplomacia y -desde allí no lo pueden asegurar a ciencia cierta- alguna propina.


Entretanto los señores X y Z guardan silencio y observan cómo el tierno señor J manotea y hace gestos de que sus llamadas no obtienen respuesta alguna. Absortos como están los dos amigos que, casi no reparan en que la pareja que discutía en el otro extremo de la cafetería abandonan el lugar muy alterados y vuelven a entrar inmediatamente después con un semblante más inquieto todavía.


El señor X accede a regañadientes a seguir un poco más con la situación. Intenta incorporarse para pedir otro vaso de Whisky pero no puede moverse. Desde la barra, pero como si hubiese el doble de distancia, le llega la voz enfurecida del señor J gritando "no hagamos ya más literatura" y machacando el aparato contra el mostrador ante el horror de las camareras. Súbitamente, la muchacha que andaba con la pareja de enajenados del fondo ulterior, la tercera en discordia, arranca a correr hacia la mesa en la que estan sentados los señores X y Z para dirigirse finalmente hacia la salida, desde donde continúa corriendo avenida abajo.


-¿No crees que deberíamos detenerla? -pregunta monsieur X, que empieza a tener ganas de vomitar a causa del hachís.


Inmediatamente la otra pareja le sale a la zaga. Paralelamente, en la barra el señor J se acurruca en un extremo de la barra. El señor Z le hace una señal para que traiga algo de beber, que sea fuerte, añade a gritos.


-¿Qué relación crees que tendrán? - continúa aquel- Parecen sonámbulos.

-Cierra el pico X, pueden estar armados - el señor Z comienza a tener las pupilas dilatadas y acaricia su taza con esmero.

-¿Crees que corren hacia la cama?

-Lo que en realidad me pregunto es qué cojones estará haciendo el señor J. Francamente, me duele la cabeza.

-Hemos bebido mucho. Estoy cansado, vayámonos.

-Espera, espera... hemos venido a por algo y no me iré sin ello.


Los gritos del cocinero vuelven a distraerles de la conversación. Ha sacado un cuchillo y amenaza al señor J con llamar a la policía si no deja a las camareras en paz, si no suelta la botella de whisky que ha cogido de la barra. Este retrocede, da la espalda al gordo cocinero solo cuando se encuentra muy cerca de los dos colegas. Les ordena: dadme un móvil mientras del bolsillo interior de su abrigo saca una pequeña placa de costo que tira en medio de la mesa. Dadme el móvil y estamos en paz.

-Pero... ¿Y el dinero? - le interroga el señor Z.

-Simplemente tu puto teléfono. Te lo devolveré la próxima vez


En cuanto consigue prestado el teléfono de X, el jóven J sale también disparado de allí. Tras observar el material y asentir, el señor Z propone pagar la cuenta y pasear hasta la colonia residencial degustando el botín. El señor X se siente realmente enfermo y así se lo hace saber su colega, que amablemente se ofrece a pagarle un taxi a casa.


El señor Z abandona la mesa y se dirige hacia una barra en la que se acantonan un cocinero y unas camareras de mirada desconfiada que no parecen demasiado dispuestas a prestar su teléfono de nuevo. A medio camino, se gira para gritar un hermoso "que te jodan" y escapa con su premio en el bolsillo a a misma velocidad que los anteriores clientes del local.


El señor X se desliza hacia abajo en su sillón como si de una bañera se tratase. En realidad se alegra de perder de vista por fin a todos.






*Recogido de Enrique Vila-Matas"Suicidios ejemplares" publicado por Anagrama.

martes, 3 de noviembre de 2009

Quinta llamada

Otra manifestación en París. Columnas de manifestantes bien encuadradas se agolpan alrededor de la plaza de Chatelet en dirección al puente de l'Ille de la Cite. El ambiente es festivo sin dejar de lado la función principal del acto en cuestión. En un bolsillo de un pantalón comienza a vibrar un teléfono móvil

-¿Mama?
-Holaaaa
-¡Hola Mama!, ¿Qué tal?
-Holaaa hijo. ¿Dónde estas que se oye ruido por ahí?
-Nada nada ¿Todo bien?
-Si si, todo bien
-¿Qué tal por casa?
-Uy, como siempre. ¿Y tú? ¿Hace frio por ahí?
-Bueno, bastante bastante
-Ya te he comprado los pijamas. Cuando tu hermana vaya para allá te los llevará
-Bien bien
-Es que aquí hace mucho calor. Estamos a treinta grados
-Madre mía... yo ya llevo la trenca...
-Pues aquí mucho calor hijo, aquí mucho calor
-Se te oye muy mal. ¿Estas en la cocina?
-Si
-Pues sal de la cocina que allí hay mala cobertura
-Un momento
-¡Liberte, Kurdistan!¡Liberte, Kurdistan! ¡Liberte Kurdistan!
-¿Qué dices?
-¡Ya se te oye mejor!
-¿Y donde estas que se escucha tanto alboroto?
-Pues que me he ido para el centro a estudiar a la biblioteca y me he topado de frente con una manifestación
-Ten mucho cuidado hijo. Ten mucho cuidado. ¡No hagas ninguna tontería que nos conocemos!
-Pero si me he encontrado con ella. Ni si quiera se de que va. No tengo ni idea.
-Ten mucho cuidado que.... madre mia. ¡No te metas en lios!
-Que no mamá, que no. No te preocupes. Es que he estado mucho rato en la biblioteca y me los he encontrado, que me voy ya para el metro hacia casa
-… ¡Que en esos grupos.. !ays... ¡que la extrema derecha os está manipulando!
-¡Que no se de que va la manifestación y que me voy ya para casa!
-¿Has comido?
-Si
-¿Qué has comido?
-Sopa. Sopa de sobre. ¡Aquí están muy buenas!
-Pero no como la que te hace tu madre ¿verdad?
-No...
-Oye, la sopa no será de ajo ¿no? Que ya sabes que eso es como una bomba y te duele la tripa
-No mama, no es de ajo.
-Ays...Ya tienes ganas de volver a casa, ¿a que sí?
-Si, bueno, si...
-¡Que te hecho mucho de menos!- de repente los tambores empiezan a tocar más fuerte
-Y yo también mamá
-¿Qué?
-¡Qué yo también te hecho de menos!
-¡Vale vale! ¡Ahora te paso con tu padre! ¡Nada de capulladas ni gilipolleces ¿eh?! ¡Que estas ahí --para estudiar!
-¡Un beso!- Justo en ese momento aprece una bella y hippiosa protestante con unos panfletos en la mano. No a la privatisation de la poste! Tien! Sarkozy il veuz privaticer le serveux postal!. Le da un panfleto y con la cara muy enfadada se va a seguir repartiendo panfletos. En ese momento el padre coge el teléfono.
-Chaval
-¡Merci!
-¡Chaval! ¿donde estas?
-Volviendo a casa
-Volviendo a casa... No quiero que te despistes ¿eh? Mira lo que te paso el año pasado
-¡Pero que me la he encontrado!¡Que acabo de salir de la biblioteca y me voy para casa!
-Bueno. Yo advierto.¿ Anoche que, a las 7 de la mañana?
-Si
-¿Y es necesario salir hasta las 7?
-Si
-Bueno... espero que las notas salgan como tienen que salir
-Saldrán tranquilo
-Si yo tranquilo estoy. Pero no te me descentres
-No no
-¿Esta noche sales?
-Si
-¿Y a qué hora volverás?
-Pues tarde
-Tarde no es una hora que salga en el reloj
-Ya pero es que no te puedo decir una hora. Porque a lo mejor vuelvo a las 5 o a lo mejor a las 7, no lo se
-Bueno, no tardes ¿Todo bien?
-Todo estupendo
-Ten cuidado
-Tendré cuidado. ¿Por casa bien?
-Si. Tu madre y yo nos hemos ido a casa de tus abuelos. Luego hemos estado andando por ahí un rato, y ahora dejamos a Teresa en su casa y nos volvemos a cenar. ¿Has llamado a tus abuelos?
-No, aún no. Cuando llegue a casa
-Acuérdate de llamarles
-¿Como están?
-Bien Bien- sirenas de policía, la gente grita y silba, alguien tira una piedra- Oye, ten mucho cuidado que no quiero tener ningún disgusto
-Pero, vamos a ver. ¿Cuando no me cuido?
-Bueno. Mi obligación como padre es decírtelo.
-Vale vale. Pero que sepas que me se cuidar, tranquilo
-¿De que es la manifestación?
-Pues no lo se. Aquí la gente gritaba algo sobre el Kurdistan, pero me han dado un panfleto sobre la privatización del servcicio postal. Ni idea la verdad. Aunque me ha parecido ver una bandera del PCF por ahí
-Uy el PCF... No te puedes fiar de los comunistas.
-Si, bueno, yo que se... me la he encontrado de frente, que me he ido a estudiar a Pompidu hoy. --¿Esta la teta por ahí?
-Se ha ido al cine
-Dale un besito de mi parte- la gente grita más fuerte. Llegan más sirenas de policía. En alguna parte en la que ninguno de los interlocutores puede llegar a ver la policía se pone los cascos y dirige sus manos hacia las porras. ¿Acto de simple intimidación o están a punto de cargar?
-Bueno chaval, un beso. Perdida cuando llegues a casa esta noche
-Vale. Voy a ver si encuentro un hueco para entrar en el metro
-Cuidate mucho
-Un beso papa- te quiero mucho, dice la madre de fondo
-Tu madre que te quiere mucho
-Yo también os quiero. Un beso

Se corta la comunicación, y el teléfono vuelve de nuevo al bolsillo. No lejos de allí, en una furgoneta blanca, dos gendarmes, desconcertados, leen la transcripción de la llamada.

-¿En que idioma esta esto?
-Creo que es en Italiano, pero no sabría decirle, señor. Puede que sea en Rumano, en Portugués, incluso en Español
-¿Español dices?- Retuerce su bigote nerviosamente. Su sudor, que es espeso y de un olor desagradable, brota en su frente. Saca rápidamente un cigarrillo- avisa a la central. Quiero que un par de hombres sigan a ese elemento las 24 horas. Quien es, que come, que hace, a quien se folla y que tipo de azúcar prefiere.
-Le capto inquieto señor. ¿Ocurre algo?
-Me voy al ministerio de interior. Si Hugo Chavez tiene algo que ver, esto se nos queda grande- sale de la puerta de la furgoneta resuelto a tomar cartas en el asunto- ¡Ah!, y dile a los antidisturbios que carguen. ¡Y con contundencia!


Este relato esta dedicado con todo el amor del mundo a Enrique Vila-Matas y todos los pseudo-situacionistas del mundo. También a mis compañeros de asamblea de la Facultad de Geografía e Historia, ¡que el año pasado estaríamos en alguna asamblea de asambleas o algo así! Presupongo que alguno de vosotros habrá vivido una conversación telefónica similar. También a aquellos dos simpaticos policias de incognito que adecuadamente disfrazados se colaron aquella noche en la que protestamos enfrenete del Bancaja y a aquellos chivatos (quienes sean) que relataban nuestros planes a rectorado.

Pero sobretodo quiero dedicárselo a mis padres, quienes mucho padecen por mi, y a los que inevitablemente quiero.