lunes, 28 de junio de 2010
El Extraño Homenaje (I)
Acepté más que por lo lacrimogeno del asunto por falta de dinero. Una niña había desaparecido a la salida del "Buttes Chaumont" hacía más de 72 horas. La policía había abierto una investigación, pero no sabían por donde empezar. La niña tenía unos 3 años y había ido con su hermano al parque. Éste se había alejado unos metros a recoger una pelota y cuando volvió un hombre se la llevaba de la mano. Cuando intento pedir ayuda alguien le partió una botella en la cabeza. El agresor escapó, y no se sabe nada de la niña ni del hombre que se la llevó. No hay noticias de ningún tipo. Nadie pide un rescate. Lógico, la madre es una inmigrante del Yunan que acaba de obtener el permiso de residencia, y malvive en un piso de alquiler junto a sus dos hijos en un piso cerca de Pyrinées. O por lo menos lo hacía antes de que se llevasen a su hija y su hijo estuviese en el hospital con una contusión craneal leve.
Tomas, le dije, sabes tan bien como yo que está muerta, o estará muerta en cualquier caso antes de que la encuentre, Si no han pedido rescate esto es obviamente secuestro para violación o algo peor. Y entonces Tomás habló de una mujer destrozada, de una familia traumatizada, de un mundo injusto, del porque de nuestro trabajo, de las implicaciones raciales del asunto, de la necesidad de esperanza y de 800 Euros como primer pago por intentar resolver el caso. A veces Karim, me dijo Tomas, tengo la impresión de que tienes alma, y ahora mismo me pregunto en que me baso. Y colgó.
800 Euros. Es mucha pasta por una china. Mucha para un caso tan evidente, cualquier guionista de telefilmes podría decir que es lo que ha pasado. Es tanta pasta que la madre no podrá pagar por sí sola seguro, aunque si Tomas se ofrece seguro que será pagada. Por lo tanto, pasta es. Y seguro que alguna asociación de inmigrantes chinos estará ahí para lo que haga falta.
La pregunta es porque la policía se toma tantas molestias en resolver este caso, porque me llama la policía y no la asociación de inmigrantes chinos o la propia madre. Y la respuesta es la de siempre aquí en París: el dinero y la raza. La madre no tiene suficiente dinero como para contratarme, así que hace uso de los servicios públicos de seguridad y justicia. Los servicios de seguridad y justicia no tienen tiempo y archivan el caso. Entonces la madre desconsolada llora a la asociación que presiona al político de turno que presiona a la policía para que resuelva el caso. ¿Por qué no llamarme a mi y seguir confiando en los servicios públicos? Porque mi nombre es Karim Baraki y soy argelino. De origen argelino, pero por lo visto aquí da igual si eres o eres hijo. Argelino sin dinero es un argelino de mierda y son de sobra conocidas las tensiones entre la comunidad asiática y la magrebí. En parte es por ello por lo que los chicos de belleville andan bastante desbordados. El pasado 20 junio hubo una manifestación por un Belleville “más seguro”. Lo que quieren es tirar a todos los árabes de ahí. Tras la manifestación hubo varios disturbios racistas. Y ahí es donde vuelvo a entrar yo otra vez. Seguro que algún listo pensó que quien mejor que un argelino para resolver la desaparición de una niña china. Seguro que pensó que sería un maravilloso golpe mediático que ayudaría a rebajar tensiones. Y a mí no me queda nada más que aceptar porque no llego a fin de mes. Siempre el dinero y la raza. Siempre.
Personalmente detesto esta clase de casos. Trabajando como detective privado, lejos de vivir inquietantes aventuras y una vida de tensiones y riesgo, vives en una rutina. El crimen es poco imaginativo pero siempre desagradable. Se repiten motivos, modus operandi, se repiten las armas homicidas, la hora de la muerte... pero todas las victimas tienen una cara. Y sabiendo como va a acabar todo esto, no quiero ver la cara de esa niña, pero no me queda otra. Me tomo un café con hielo, hace calor, y consulto en internet la dirección del Hospital donde el hermano está ingresado. Hospital Robert Degre, boulevard d'Algérie, en el 19émé. Dejo el tazón de café en la pila y me dirijo hacia la boda del metro.
jueves, 17 de junio de 2010
-Dylan-
En el abotargante y caluroso mayo parisino- no el del 68, hubo y habrá más, este concretamente es un mayo fuera del tiempo- un elemento está fuera de su sitio. Es un hombre ¿o tal vez un personaje?... esto nunca quedará del todo claro. El hecho de que el personaje estuviese allí era firmar su propia sentencia de muerte. Pero lo increíble de todo el asunto es que él ya lo sabía.
Sentado sobre las incomodas escaleras de la estación de autobuses de Galleni, en Bagnolet, allí donde la arquitectura Haussmaniana deja paso a un paisaje urbano afilado y hostil, donde los cinturones que comunican París con el mundo sobrepasan las cabezas de los que allí viven, nuestro elemento espera mientras termina de leer un manuscrito. Retiene una de las última frases del texto: “..la suerte no existe y tu destino ya está escrito”. Al llegar al punto y final comprende lo inevitable del asunto. Se levanta y camina. Es casi un autómata en manos del destino, un espectador de su propia vida.
Superando la estación de autobuses, caminó calle arriba dirección Bagnolet, buscando un bar que sabía que no encontraría abierto. La camarera le indicó mientras cerraba la persiana que siguiese más adelante, pueblo adentro, que tal vez allí encontrase lo que buscaba. Entró a un kebab, pidió una coca-cola y una crepe de nutella, obteniendo únicamente el refresco por el que pago solo 50 céntimos ya que no tenías más suelto. Bajo la mirada amenazante del tendero, continuó su marcha. Extrañado observaba el lugar, como quien recorre terreno hostil, bajo el insufrible sudor estival. Al fondo de la calle desierta se topó de golpe contra la iglesia del pueblo, en la que los jóvenes del lugar quemaban piedras de hachis y escuchaban música. Prefirió pasar inadvertido, como tenía que ser. Subió por una calle empinada en la que había una parada de autobús metropolitano, de la que descendieron 4 chicas probablemente chinas. Están chillaban y mascaban chicle. Les preguntó por un bar y todas le dijeron que no tenian ni idea en un lenguaje de lo más vulgar seguramente a modo de burla por su registro en lengua francesa tan universitario. Finalmente las cuatro chicas desaparecen y él vuelve a quedarse sólo. Por un momento vacila, piensa seguir a las mujeres y se queda un rato quieto. Considera la posibilidad de lanzar una moneda al aire y decidir a través del cara o cruz que si izquierda o derecha. Pero en cuanto mete una mano en su bolsillo, una de las chicas de antes, aparece de la nada y le arranca la moneda de la mano mientras le dice en un perfecto castellano “Ciñete a lo que hay. Tienes que entenderlo, la suerte no existe y tu destino ya está escrito”. Le cogió de la mano, y lo llevó calle adentro.
Nuestro elemento fue encontrado horas más tarde muerto en esa misma calle con un puñal clavado en la espalda. Cuando la policía registra su cadáver encuentra una libreta negra donde se detallan todos los sucesos precedentes a su muerte, solo que escritos con anterioridad del mismo puño y letra de la víctima. Los investigadores y yo mismo, no acabamos, pese a la exacta documentación de los hechos, de aclarar la naturaleza de lo acontecido.
Si efectivamente conocía su destino ¿Por qué no intentar evitar lo ocurrido? ¿Es que acaso no podía evitarse? Tal vez la víctima estuviese bajo los efectos de una maldición, del embrujo de la ficción sobre la realidad que en una red de círculos concéntricos atrapa al lector pudiendo llevarlo hasta la muerte siendo el asesino en tal caso el propio texto; o a caso es solo el instrumento de muerte con el que la víctima trazó para si misma su propio fin siendo entonces un suicidio y el puñal un mero hecho circunstancial. O tal vez el texto fue el verdugo obediente de un asesino sin rostro; ese mismo asesino que se presenta como el fin inevitable de todos los mortales que siempre y pese a la diversidad circunstancial tiene un idéntico resultado en la muerte, recordándonos que la suerte no existe y que tu destino ya está escrito.
Bagnolet, Mayo, Ille de France.
domingo, 13 de junio de 2010
Los supervivientes
It's easy to live
Easy living- canción interpretada por Billie Holiday
Era martes tarde, probablemente el momento de la semana más impersonal y anodino, y frente a frente de nuevo, pero separados por la vieja y algo tarada mesa de madera, volvieron a verse en aquel café de Mouffetard.
-¿Nunca te traje aquí antes?
-No. ¿Vienes a menudo?
-A veces, cuando no voy muy mal de dinero.
No había música, tan solo las explosiones de risa de los otros clientes y los culos de sus vasos impactando contra sus mesas.
Los cafés- de sobre con leche y dos terrones, y uno solo, acompañados de dos vasos vacíos con hielo- tardaban en llegar porque el camarero se había entretenido hablando con nosequien. Finalmente, los cafés llegaron junto con la cuenta, boca abajo, como exige la educación de la restauración francesa, siempre que la ésta supere los 7 Euros.
Hablaron de cosas importantes. Me resulta muy difícil determinar el tema de la conversación pues estaba en clave: referencias a personas que desconozco, hechos de los que jamás he oído hablar, y demasiadas frases que nunca se han querido ni querrán decirse jamás. Toda una conversación cifrada incluso, y sobretodo, para los mismos interlocutores. Todo un iceberg.
Sin embargo, muchas veces, tal vez la mayoría, lo importante no es lo que se dice, sino cómo se dice. Ambos se miraban con cara de culpabilidad y de acusación, reconociéndose y reconociendo la mentira después de tanto tiempo en sí mismos y frente a ellos. Finalmente la conversación enfrió el café y derritió los hielos. “Este café es una mierda” coincidieron.
Pero cambiando violentamente de tema y dejando el vaso de café solo contra la mesa, uno de los dos hablo claro por primera vez en toda la tarde
-¿Pero estamos vivos, no? También se trata de eso
-Si claro... Sin embargo no deja de sorprenderme que estemos vivos. Que sigamos con vida... O tal vez lo que me pesa tanto es que no me sorprende para nada.
No dijeron ni una palabra más. Dieron la vuelta al recibo, y cada uno pagó su parte de la cuenta, desapareciendo de nuevo entre la multitud que abarrotaba el mercadillo de Mouffetard. Decidieron, cada uno por su lado, no volver a verse jamás, como medida de supervivencia.
domingo, 9 de mayo de 2010
VI
Ahora sin maquillaje, frente al espejo, frente a sus arrugas, frente a la cicatriz infantil y a la cana oculta, piensa. No debería de estar pensando, pero efectivamente así lo hace. Y no piensa en el objetivo, no piensa en la finalidad, no calcula estrategia ninguna ni repasa las palabras que el mundo escuchará, palabras que hace suyas cada vez que habla, cada vez que las interpreta. Lo que está haciendo es mirarse en ropa interior, en el silencio de la habitación frente al espejo, sobrepasado completamente por los acontecimientos y por la circunstancia. Y no le gusta lo que vé, por eso como un niño en mitad de la noche, llama a su maquilladora.
-¿Qué pasa? ¿Qué haces? Quedan 15 minutos y todavía no estás vestido
-Por eso te he llamado. Necesito que....
-Espere. ¡Charlotte!¡Charlotte! ¡Ven aquí enseguida!, necesitamos otra ropa interior, esta es ridícula, ¡date prisa! Tranquilo, ya verás como en 10 minutos parecerás otro.
Entonces , desde el fono de la habitación, aparece un tipo con injertos capilares en la cabeza, y con un impoluto traje negro que contrastaba con el blanco brillante de su “iphone”. Sonríe, y pasea con lentitud mientras revisa los papeles. Entra en la sala, deja los papeles sobre la mesa, y posa sus manos sobre los hombros del hombre.
-Campeón, este es el último debate. Las encuetas del times marcan que en las elecciones arrasarás sin ninguna duda, pero no podemos permitirnos ninguna bajada de defensas. No se trata de ganar, se trata de humillar.
-Ajá
-Por eso quiero que recuerdes todo lo que hemos hecho durante la campaña. Quiero los gestos, quiero las palabras, quiero que saques a ese tú tan genial ¿entendido?
-Ajá
-Aquí tienes el discurso. Recuerda, las palabras en negrita son las que tienes que enfatizar más. Como hemos visto que tu popularidad ha crecido entre las mujeres de entre 50-75 años del medio Oeste, te hemos escrito esto de aquí. 4 tonterías, ya sabes, para que las seduzcas.
-Ajá
-Me gusta este olor ¿colonia nueva? ¿como se llama?
-No lo sé...- y entonces, vuelve a perderse en si mismo en el espejo-.
-Bueno, en cinco minutos sales a la arena. ¿Estás preparado?
-No lo sé. ¿Estoy preparado?
-Si. Estás preparado- le dice dándole un par de golpes en la espalda- Estás muy preparado.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Nu Händer Det Igen
El primer jueves de cada mes, las alarmas anti-aéreas retumban en París. Resulta imposible informatizar tal sistema ni saber si funcionan a menos de que efectivamente se utilicen, así que puntualmente a las 12 retumban por toda la ciudad. Las reacciones ante tal sonido son las que distinguen al habituado del al recién llegado.
La nieve ha desaparecido, y el cielo raso de París convierte a algunos (porque hay a quien el tiempo le da bastante igual) en algo más felices. Dicen que el sol ayuda a la serotonina. Eso será, el tema es que una extrañamente fuerza interior me brota de no sé qué parte cuando llega la primavera y me hace sentir vivo. Miro el sol por la ventana, cambio el calendario de hoja, y pienso, hoy tienen que sonar las alarmas justo cuando suenan. Atontado observo el callejón nacional, pensando que tal vez el último ciclo que pensé calendario, es una autentico suicidio, incluso tener el calendario en casa. Es agradable bien el tiempo cuando se espera algo pero no cuando el agua desaparece poco a poco por el fregadero, a través de esa pequeña ranura que aún queda entre el tapón de goma y el círculo plateado.
El tiempo que pasa. Se supone que el tiempo no existe y que lo único que existe es la fuerza de la gravedad... pero ¿Cómo explico entonces que me crece el pelo, las uñas, la barba, la vida y la muerte de las plantas, y los plátanos podridos de la alacena? ¿En qué quedamos? El hombre es el único animal que tiene una conciencia cultural de su propia muerte... ¿con qué fin? ¿de qué sirve saber de que al final te mueres? ¿No sería más fácil que todo se acabase de golpe, sin ser conscientes del horror, como esos cuerpos formicantes descubiertos en las ruinas de Pompeya?
-Piensa lo que quieras, el mundo funcionará como funciona al margen de lo que te dé por cavilar- dice el viejo chino mientras apura su larga pipa de madera, la deja un momento sobre el taburete de ikea, y se mesa un rato sus barbas blancas- no sé a dónde intentas llegar con todo esto. Y vigila el arroz que se te va a pasar.
Continúa sentado en el sofá fumando y gorroneándome la casa desde hace tres días. Un día apareció así de golpe, en casa, revisándome los trabajos para la facultad y dándome ciertos puntos de vista que no había llegado aún a contemplar. Tras preguntarme si podía sentarse y yo responderle agradecido por su apareció que si, no se ha levantado de ahí mientras yo estaba en la casa, aunque a veces le he encontrado con el pelo mojado y oliendo a mi colonia, por lo que presupongo que de vez en cuando se ducha.
El menú de hoy es arroz con salmón y ajoaceite. Al viejo le gusta la comida picante, todo hay que decirlo, a mi me gusta bastante también, y aunque la comida se me acabe el doble de rápido, es agradable tener compañía para comer y no ronca.
-¿Por qué no tiras ese bambú a la basura?- dice con la boca llena- me refiero, esta medio amarillo, medio seco. Podrido, podríamos decir. Que ganas con darle una muerte lenta en vez de tirarlo a la basura y acabar rápida y limpiamente con esto.
-Supongo en que tengo confianza en que podrá vivir
-La tienes... Tienes la confianza...- el viejo sigue rumiando un rato mientras me pongo el resto del ajo aceite en el plato- Pues tal vez sea por eso por lo que no deberían de caer las bombas sobre el mundo. Uno no sabe cuándo es el momento apropiado para morir. Es más, uno nunca cree que sea el momento apropiado para morir. Bueno, a veces sí, pero entonces se deja morir, y ni siquiera sabe uno... uno suele tener la confianza en que aun puede, incluso a veces se cree que debe seguir viviendo- seguía pensando mientras cogió una rebanada de pan y empezó a limpiar con sus arrugados dedos el bol- Además, ¿Bombardearías a alguien por su bien? ¿Tú lo harías?
-¿Y tú?- Sonrió de una manera extraña, y entonces se escucho un estruendo de motores, que empezó como el zumbido de una abeja, pero que a cada vez se hizo más y más fuerte. Y entonces las alarmas empezaron a sonar. Mientras alguien tocaba a la puerta rápidamente y los teléfonos empezaban a sonar, encendí la radio para saber qué pasaba.
-Francamente, yo no sé qué haría. Pero está claro que hay gente que sí que está dispuesta a ello.
Asomado por la ventana, vi como a lo lejos, aparecían los aviones.
martes, 19 de enero de 2010
Mira el reloj, quedan aún horas para terminar el trabajo. Pero la paciencia también forma parte de todo esto. Aún queda todo el transcurso del relato para acabar del todo, pero eso no será hasta la última parte. Entonces, el hombre volvera a actuar. Y hasta que llegué ese momento, se recuesta en el sillón de cuero, y espera.
lunes, 4 de enero de 2010
Imagen: “Lighthouse at two lights”
Comienzo hoy una serie de relatos anual que publicaré con la mayor puntualidad posible, agradecido de que cada día el mundo blog este menos poblado y de que por tanto menos imbéciles se pasen por aquí. Me alegro que esto pase de moda, y de que las cucarachas por fin vuelvan al lugar que nos corresponde. El ciclo se llamará calendario, y corresponde a otra serie de ejercicios estilisticos, esta vez basado en un calendario decorado con fotos de Edward Hooper.
Desde una indiscreta distancia observamos toda la acción, que sin embargo se desarrolla como si para ellos no existiéramos; como si fuéramos espectadores, o peor, lectores, de una realidad que ocurre queramos o no. De la vieja casa del faro, un hombre sale envuelto en el sigilo matinal, y camina colina abajo para no volver.
La vieja casa del faro queda en un silencio digno de un museo. Tan solo el viento y las flojas lejanas olas del mediterrano. El propietario, que no es el hombre que vimos salir esta mañana, decidió poner tejas, ya que le recordaban a sus orígenes del norte. Nostalgia que se intentó suplir por la estética patéticamente, y que no cumplió su función, ya que después de terminar finalmente la casa, y con todos lo problemas que trajo, acabó revendiendola y volviendo (si es que en realidad podemos volver a alguna parte). Y desde entonces la casa fue cambiando de manos, hasta hoy, en la que un desconocido sale por la puerta, y se queda vacía.
Podemos pararnos y pasarnos horas imaginando por qué. ¿Será necesariamente más cierto lo que yo imagine solo porque soy el escritor de este relato? Todas las ficciones son igual de validas, pero no resulta relevante su validez sino lo entretenidas que nos resulten, ya que todas son presumiblemente falsas, infundadas, o ficticias. Yo imagino un crimen, un homicidio, y jarrones resquebrajados por pasillos, y un conocido disfrazado de extraño saliendo por la puerta de casa con la tranquilidad de un inocente, y bajo llave en un baúl en lo alto del faro inutilizado, la victima. Y depende de por donde hagamos el corte, esto puede ser el principio, el final, o la mitad de una historia. ¿Podría ser esto un drama con fatales consecuencias?¿Un thriller tal vez? Podríamos convertir esto en una comedia si no exageramos mucho el tema de el asesinato. ¿O es que no hay cadáver? ¿Son mis origenes judios los que me obligan a buscar un culpable? Yo no soy infalible.
Lo innegable, el axioma de todo esto es que un hombre del que no se nada salio de esta casa esta mañana y no volverá, y esto es así. Ni peros ni discusiones, hay unas reglas. ¿De que juego dices? Bien, te propongo que matemos dos pájaros de un tiro. Para empezar, que como autor me retiro, y ya que los dos estamos en esto, y que el cuento es tan tuyo como mio, que te pringues las manos y dejes de vivir del cuento. Dime lo que ha pasado aquí. Y de paso que rompas está cómoda dictadura del testigo mudo-manco-sordo-tullido, en la que te lavas las manos. Levantate, Lázaro, y anda. Y de paso invitame a un café, que me debes uno.
lunes, 7 de diciembre de 2009
La noche es totalmente cerrada, incluso los neones brillan menos. Ha llovido hace poco, el suelo sigue mojado y el frío es húmedo, se cala en los huesos amenazante. Es por eso por lo que los ciudadanos corren a su casas con las cestas de la compra hasta arriba, cargados de pequeños placeres que conviertan su escondrijo en un hogar, y lo hacen evitando el cañón de luz que hay en lo alto de la Torre Eiffel, cañón que rastrea la presencia de aquellos que deambulan por un espacio en el que no deberían estar...
No soy una excepción, y esta noche yo también me alejaré del mundo un poco más. Disfruto de la sensación de ingravidez, del calor del invierno, de la luz débil y del sueño profundo. Ah sí, y de todo el humo del mundo, en todas sus formas. Por y para estos placeres, esta noche planeo quedarme en casa. Todo lo que necesito es llegar, y aunque quiero llegar, tengo la sensación de que no llegaré nunca, la sensación de, aunque sepa por donde voy, de estar perdido. Cruzo la calle, subo a la acera, primer a la izquierda, vuelvo a girar, salto el charco, vigilo que no vengan coches, ahora giro a la derecha, camino, camino, y sigo caminando, rechazo atajos, camino seguro, camino correcto, caminar, caminar mas rápido, llegar a casa, a salvo...
Pero, al fondo de la estrecha calle, una silueta femenina grita mi verdadero nombre tras la niebla. Se acerca primero andando, yo la espero totalmente paralizado, y en los metros finales corre y me abraza, con mucha fuerza. Fuerza que finalmente se convierte en ternura mientras pasea su cabeza contra mi pecho. El silencio, el calor, la forma de agarrarme y mi verdadero nombre, solo solo podrían coincidir en Ella....
Ella otra vez. Que gracioso. Siempre es ella. Dice que se llama de una manera distinta, siempre. Siempre dice que es otra persona. Se presenta siempre con formas diferentes, pero en realidad es siempre alguien. Nunca ha conseguido engañarme. Pero esta vez no se presenta con engaños, solo me abraza, de esa manera en la que ella, aunque lo negase anteriormente, me ha abrazado siempre. Pero ahora no me engaña, es sincera. No dice mucho, la sinceridad consiste tal vez en hablar poco...solo repite mi nombre real una y otra vez mientras me sigue abrazando. Finalmente me dice algo más.
“Nunca te he querido, Pepe. Nunca. Pero a veces te necesito. Ambos nos necesitamos de vez en cuando. No puedes engañarme, aquellas veces tu siempre me necesitaste tanto como yo. Todos nos necesitamos. Todos. Las sombras a la luz, los amantes a los amados, y los asesinos a las victimas...”
lunes, 23 de noviembre de 2009
Octava y última llamada
Llevo dos horas sentado en la misma comisaría de policía, desde las seis de la mañana, hora en la que los periódicos salen de la imprenta para ser distribuidos en cada esquina de la ciudad. Nueva York es un tapete donde lo importante es repartir las mejores cartas a los jugadores, y los chicos del New York Herald saben que para repartir las mejores cartas hay que tener una buena fuente: la policía, ese peculiar terrario al que van a parar todo los gusanos.
-Jerry, maldito bastardo, dile a Bob qué hiciste ayer en el local de Madame Dirken, que se lo cuente a su hermanito y que lo publiquen en su panfleto de mierda.
Aquí todo el mundo me llama Bob. Darnton Junior, si acaso, pero solo algunos peces gordos que conocieron a mi padre, Vincent Darnton, famoso periodista que recibió de golpe toda el reconocimiento que había deseado a lo largo de su carrera al mismo tiempo que recibió una bala en el culo al otro lado del charco. Peces gordos que le conocieron en los años posteriores a su accidente, en aquellos cinco años en los que continuó ejerciendo el noble pero amargo oficio del periodismo local antes de morir por las heridas obtenidas. Pero estos peces gordos son una excepción, desde luego. La policía sigue siendo igual de corrupta pero ha perdido la vista global, decía mi padre, se han vuelto ciegos. Al menos en comisarías como la de Brownsville, en la que como ya he dicho llevo dos horas sentado, los idiotas como los agentes Jerry y Mike están por todos lados.
-Jeje... diablos, Bob... ¿Te... te acuerdas de Claudia?. No me mires así, Bobby, yo te respeto, respétame tú a mí. Oh, vamos... aquellas, sí, bueno, aquellas furcias que encontramos en el gabinete del señor Sullivan, el tipo australiano que... ¿Me estas escuchando?
-¿Qué te parece eso, Jerry? No te está escuchando, sigue leyendo esa bazofia que le dieron en Cambridge. Enséñanos qué llevas ahí, muchacho.
Si sigo aquí es en parte por honrar su memoria pero sobretodo por la presión de mi hermano Chris, columnista del Herald como todos y cada uno de los miembros de la familia Dartnon. Prometí pasar aquí cada mañana de los lunes, miércoles y viernes para tomar apuntes sobre casos policiales. Desprecio a los policías dentro de lo que mi situación me permite. Por lo general no molesto, me llevo algunos libros para distraerme y procuro no estar en medio. Tampoco a ellos les hace demasiada gracia tener a alguien como yo fisgoneando en sus archivos, para la policía no soy más que la variación de un picapleitos. Sin embargo, poca o ninguna diferencia hay entre un periodista, un policía y un historiador.
-¡No te jode, Jerry! ¡El muchacho guarda una novela dentro del Penthause!
Me gradué en Historia hace ocho años. Entré en la universidad de Columbia gracias a los contactos de mi padre, que hurgó en su orgullo lo suficiente como para encontrar alguien a quien pedirle un favor tan humillante. Que me decantase por la Historia no sentó bien a nadie, pero que además recibiese una beca para marcharme a Inglaterra fue la gota que colmó el vaso del pragmatismo de los Darnton.
A tu padre no le mató aquel metal coreano que los coreanos le pusieron en el culo, me recuerda mamá a veces, fue tu decisión de irte a Cambridge a por ese condenado doctorado. Y razón no le faltaba, corroboraba mi hermano.
-¿Qué demonios os pasa, chicos?- contesté al mismo tiempo que arrebataba el libro de Huizinga de las manos de Mike, compañero de patrulla de Bob y, lo peor de todo, el portavoz del sargento Woody. Eso lo convertía en mi conexión con la comisaría - Llegáis tarde.
-¿Qué estabas leyendo?
-No es de tu incumbencia, Mike.
-¿Pero por qué lo escondes?
-Escucha pedazo de animal, la secretaria de mi hermano me llamará enseguida y querrá información sobre el caso del cadillac del alcalde que hallaron en la bahía. Dicen que dentro había una chica. Bien ¿Qué tienes?
-Verás, Bob, el sargento no me dijo qué se puede y qué no puede decir -dice Mike- así que me temo que no hay nada que decir.
Nada nuevo bajo el sol. En Cambridge no se me previno para esto. Aún así, parece ser una buena vacuna contra el empirismo ingenuo que tanto adoran los beefeaters amantes del Cricket. En Nueva York la policía tiene una versión sobre los hechos; versión que es, en primer lugar, la versión oficial. Aquí no se hace trabajo de campo. A partir de sus declaraciones la prensa negra escribe sus crónicas. Se presupone que la falta de objetividad se compensa con estilo. Desde la portada hasta las necrológicas: sencillamente, ni método ni moral. Por no hablar de la censura.
-Pero te contaré algo mejor. En realidad lo hará Jerry, ¿Verdad Jerry?
-Bueno, no creo que sea necesario, Mike.
-¡Oh, venga! Está bien. Verás, hijo, el agente Jerry Graham, encontró una cosa muy especial en el coche patrulla esta mañana -los dos se ríen a carcajadas- ¿Y sabes qué era, hijo? Una preciosidad, sí señor ¿Sabes el qué?
-Sorpréndeme -le digo.
-El maldito hijo de puta estuvo anoche con su pequeña furcia jugando en el asiento de atrás después de hacer la inspección por, bueno, ya sabes, aquella chica del alcalde trabajaba allí y todo eso -Jerry mira al suelo con algo de vergüenza e introspección-. Resulta que la pequeña fierecilla estaba practicándole una buena...
-Ahórrate los detalles -le interrumpo.
-¡Vamos Bob! !Pareces uno de esos remilgados con tu condenados aires a lo Irving Berlín!
-Dime lo que tengas que contarme y déjame en paz.
-Bien, pues resulta que la muchacha era tuerta y Jerry no lo sabía. Estaba tan borracha que ¡Se le cayó el ojo de cristal entre las piernas de Jerry! ¡Un magnífico ojo azul!
Aquello tenía gracia, la verdad. Aunque no quisiera estar en el pellejo de la pobre muchacha ahora mismo. Me gustaría poder mandar a mi hermano una historia parecida, o, incluso, ¿Por qué no? Debería escribir algún libro sobre la historia de la prensa negra, sobre las relaciones entre los policías, los asesinos y los periodistas. Quizás algún día lo haga. Antes de que todo se vaya al carajo. Al menos esta gente leería algo de historia y, de paso, hacer algo útil a ojos de mi hermano. Aunque, en realidad ¿Qué importa? El hermano del rector de Cambridge era un granjero mucho más rico que él. En un mundo que es cada vez mas un mundo los diarios sólo se preocupan por el patio trasero. Los crímenes tienen más importancia que los artículos sobre asuntos internacionales, lo privado predomina sobre lo público. Nueva York no es ni ha sido el paraíso, sencillamente los neoyorkinos se sienten más cerca del cielo como si... como si ciudad fuese en realidad un faro deslumbrante.
-Te crees muy gracioso, Mike, pero por qué no le cuentas a Bobby lo de aquella chica de Kansas, ¿Eh?
-Cierra el pico, Jerry.
-Oh, vamos, eso me interesa. Seguro que te puedo conseguir una buena portada.
-¿Ves como tienes la prensa en la sangre, Bobby? -se burla Mike- En realidad no es mi cuñada, bueno... -se ríe- todavía no.
-¡No se si lo será después de todo!
-Que te calles, he dicho. Espero que no tengas una condenada grabadora por ahí, Bob. Verás, llevé a Mery al teatro hace dos noches. Tendrías que haberla visto, toooda una monada. Bueno, este uniforme que ves es toda un amuleto para las mujeres aunque pocas veces conseguimos atraer a chicas tan dulces como Mery, palabra. ¿Sabes, Bob? Te pegaría, es muy de tu estilo.
-¡Pero cuéntale lo de la bolsa!
-Maldito estúpido, estoy haciéndolo. Bueno, todo fue perfecto. Después del teatro fuimos a zampar en un italiano del Soho donde nos tomamos una botella de vino entera. Y, bueno, el resto puedes imaginártelo. Todo de maravillas.
-Peero... -le hice entrever que no tenía tiempo, lo cual, aunque era cierto, no estaba reñido con cierta curiosidad por saber qué clase de historia sería esta.
-Sí, sí... verás Bob, cuando ayer me desperté en el departamento de aquella preciosidad, a su lado, me sentí el tipo más feliz del mundo. Sin embargo, aquellos jodidos italianos... en fin, tuve que ir al servicio.
Tengo que detenerle para comprobar que no he recibido ninguna llamada de la oficina del Herald. Van a llamarme en cualquier momento y no sé qué narices decirle sobre la chica del cadillac.
-¡Que se joda tu hermano, Bob!- sugiere Jerry- ¡El final es lo mejor!
-Sois un publico estupendo, vosotros dos -dice Mike, bastante lacónico.
-Y vosotros largáis demasiado y además nunca sobre lo que me interesa.
-Bueno, que tuve que ir al servicio -prosigue Mike sin hacer caso a mi comentario- y, vaya..., todo lo del italiano tenía mejor pinta que cuando nos lo sirvieron, palabra. Pero no fue hasta que fui a estirar de la cadena cuando me di cuenta de la gravedad del asunto -Jerry estalla en carcajadas-. Imagínatelo, después de siete citas intentándolo no podía dejar un regalo similar en aquel retrete. Probé con todo, Bobby, con todo. En aquel maldito cuarto no había manera de hacer tragar aquello. Probé con el agua de la fregona, el único que había en todo el departamento pues al parecer Mery no paga sus facturas a tiempo -la risa de Jerry es tan exagerada que atrae las miradas de otros agentes- ¡Maldito Jerry, vas a meternos en problemas!
-Mike, escúchame bien: no tengo todo el día -le digo sin poder esconder media sonrisa.
-Te lo estas pasando tan bien como este gusano ¿Verdad? Bueno, pues, decidí "cazar" esa ballena con mi calcetín y sacarlo bien por la ventana o por la puerta. No hará falta que te cuente lo que me costó aquello, supongo -niego con la cabeza, a punto de reír yo también- bien, chico listo. Decidido a salir de allí lo antes posible para deshacerme del cuerpo del delito, me propuse dar un pequeño beso de despedida a Mery, que seguía, o eso pensaba yo, dormida en la cama. Pero, bueno, no me malinterpretes, Bob, pero al verla allí semidesnuda pensé qué demonios, quizás pueda darme otra fiestecilla si Mery está por la labor ¡Y vaya si lo estaba!, ante tamaño espectáculo se me olvidó todo el asunto del calcetín, así que cuando tuve que marcharme, lo dejé sobre la mesa de la cocina sin más.
-¡Santa Claus se ha adelantado este año! ¡Apuesto a que no volverá a colgar otro par de medias en diciembre nunca más! - culmina Jerry. Los tres estallamos en sonoras carcajadas hasta que desde dentro del despacho del sargento un par de dedos entreabren la cortina.
-Sois unos idiotas, los dos, ¿Me oís?
-Verás Bob, no todos tenemos un bonito doctorado. Dime: ¿Qué le dirás a los del Herald cuando te llamen?
Imagen: Brassai
domingo, 15 de noviembre de 2009
Septima Llamada
La puerta se cierra con un sereno “clack”, y haciendo desaparecer el último rallo de luz artificial (algo es algo), que iluminaba la estancia. Si hubiese estado allí habría escuchado los pasos alejarse por el pasillo hasta el ascensor, la puertas metálicas del ascensor abrirse y cerrarse, incluso el ascensor moverse hacia la planta baja. Pero yo no estaba allí. Nadie estaba allí. La casa estaba vacía.
En la oscuridad total nadie podría adivinar la disposición del apartamento, donde empiezan y acaban las paredes, ni donde están los muebles, si es que los hay, donde empieza el techo, ni de si tienes los ojos abiertos. Oscuridad, no penumbra. Absoluta oscuridad. Oscuridad casi también auditiva, rota de vez en cuando por un coche cruza la apartada calle, casi como un susurro ligero. No llueve, no hace viento, no ladran los perros, no se escucha a los vecinos, parece que ha comenzado el fin de la luz y del sonido, y que ahora todo estará en una total, absoluta, inmutable, y asfixiante paz. Desde esta noche, y para siempre.
Y cuando no nadie allí esperaba nada, un sonido de alarma irrumpe desde quien sabe que punto en el interior de la casa. Es un teléfono, un sonido clásico, lo que entendemos por el sentido estrictamente de timbre, un teléfono viejo a lo años 30. Resuena y retumba por toda la casa, en intervalos muy breves de tiempo, dejando menos de un segundo de espacio entre el fin de un timbre y luego otro. El sonido es insistente, penetrante, taladrante, molesto. Se trata de un dispositivo que se pensó precisamente para eso, no es ni una radio ni un tocadiscos, es la alarma de un teléfono, y cumple su función. Golpes en el silencio, golpes contra la oscuridad, golpes que no pueden durar para siempre, y que finalmente, tras un minuto, todo vuelve a la oscura normalidad.
Fuera quien fuera quien llamase no ha dejado mensaje. Esta llamada telefónica se ha perdido para nosotros, que no pudimos cogerla, y para quien viva en el piso, que no estaba allí. Quizás no era tan importante, o sí, nunca lo sabremos. No tengo más conocimiento de que pasó en aquel lugar, ni de que pasa, y mucho menos de lo que puede llegar a pasar. No se si hubo más llamadas o de si las habrá. Lo que si que sé es que en cualquier momento y sin ningún aviso puede volver a sonar el teléfono.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Sexta llamada
"Pero no hagamos ya más literatura: (ni nos escribamos, ni nos saludemos si -de camino a clase- nos cruzamos en el pasillo)."
Mario de Sà-Carneiro (Carta a Pessoa del 31-3-1916)*
Los señores X y Z entran en la cafetería y registran el local con los ojos sin sacar las manos de los bolsillos. El señor J no ha llegado aún. Habrá vuelto a perderse, opina el señor X; no, no, esto ya ha ocurrido algún martes, suele llegar tarde por culpa del palique de su profesor, afirma el otro. Cuelgan los abrigos y se adentran en el local. Piden dos cafés dobles y el señor Z dedica a la camarera un chiste obsceno bastante vulgar que hace reír sonoramente a su compañero, contagiando con esta risa a un grupo de profesores que apuran sus vasos de orujo antes de marchar a clase. A pesar del hambre deciden no pedir nada y, tras quedarse solos en la barra, los dos caballeros se dirigen a una mesa cerca del ventanal para que, si se diera el caso, poder avistar mejor al señor J.
¿Cómo va tu pieza? pregunta el señor X frotándose las manos, entumecidas por el frío de afuera. El señor Y se toma algo de tiempo para su respuesta y cuando finalmente parece haberla encontrado, una camarera -no es la misma camarera que les ha tomado nota- les trae los cafés de la forma más brusca que la diplomacia hostelera le permite. El del señor Y tiene un cuarto del café bailando por el platillo de la taza, deliberadamente derramada. Ustedes me disculparan, señores, se disculpa ella, ¿Querrán que les traiga otro? Los dos jóvenes escritores se miran divertidos y niegan con la cabeza. Se escuchan algunos gritos en la cafetería y la camarera se aleja. Sirven el carajillo demasiado cargado aquí, dice el señor Z, a lo que el señor X responde con una renovada carcajada con ganas la nueva ocurrencia.
Tu guión, que cómo va, repite el señor X tras un par de sorbos a su café. Esta vez la respuesta es definitivamente interrumpida por la aparición del señor J desde el otro lado de la calle, bajando la avenida muy lentamente sujetando el teléfono con una mano, gesticulando de forma violenta con la otra.
Te apuesto el café a que se trata de la señorita de J, bromea Z. Quizás su madre, dice el señor X, su madre con la tercera amenaza en lo que llevamos de mes. No, no, mira sus ojos, no le gritaría así a su madre, de todas formas enseguida lo sabremos, concluye el señor Z, quien a continuación lanza una nube de humo que podría parecer burlón pero en realidad contiene algo de desazón mezclado con ¿envidia?, al menos así lo piensa el señor X.
Este último se levanta a por otro paquete de tabaco y, de paso, pide otros dos cafés sin provocar a las camareras, que parecen haber olvidado el asunto anterior. Al volver a la mesa no puede evitar fijarse en una pareja que discute acaloradamente en el otro extremo de la cafetería, situación que comenta a su colega Z.
-¿Has visto aquellos dos, junto al servicio?
-Llevo escuchándoles desde que hemos entrado ¿Qué les ocurre?
-No sé, los dos están muy excitados. Es decir, -se adeanta a la broma de su compañero- bastante nerviosos.
-Aham...
-Ella ha intentado levantarse dos veces y él le ha retenido sujetándola por la muñeca-. Esto parece divertir a su colega, que juguetea de nuevo con el humo del segundo cigarro- Hoy estás un tanto distraído ¿Se puede saber te hace tanta gracia?
El señor Z tampoco responde esta vez pues el señor J ha entrado en la cafetería y se dirige hacia ellos con las manos sobre la cabeza, dejando entrever cierta desesperación.
-¿Qué tal está la señorita J? - pregunta Z, burlón.
-¿Cómo sabes...?
-Te hemos estado observando a través del teléfono- corta el señor X.
-Y yo he ganado la apuesta. ¿Dime, J, Lo has traído?- pregunta Z.
-Se acabó -balbucea J, sin contestar la pregunta- hemos terminado. No pido tanto, qué se yo... tampoco no hay que ser... ¡Un momento! ¿Apuestas? ¿Habeís hablado con Agnes?
-¿Quién es Agnes?- pregunta el señor X cuando, de repente, vuelve a sonar el teléfono de J, que se disculpa y sale apresuradamente olvidándose el abrigo. Los otros dos observan como cruza la estrecha avenida y vuelve a recorrer primero hacia arriba y luego hacia abajo un pequeño trecho de la acera sin dejar de tiritar y gritar por teléfono.
Agnes, dice el señor Z, es la chica que conoció en el taller de narrativa del sindicato. El señor Z resume entonces los cerca de dos meses de relación tormentosa entre el señor J y Agnes, las llamadas telefónicas de madrugada en las que aquel -mucho más joven que los señores Z y X- le consultaba sobre varios asuntos. Por un lado, continua Z, parece que la chica es una belleza pero que, por otro lado, según J su talento literario deja mucho que desear. Al parecer hace tres noches ella estuvo leyendo lo que parecía ser un relato de género infumable, y así lo calificó J procurando un mínimo de sensibilidad. Creo que llevan así desde entonces. Comprendo, murmura el señor X, además hoy es día de taller. En efecto, corrobora el señor Z. Es increible lo mucho que sabes sobre tu camello, añade el señor X. Esta vez es Z el que ríe. Necesito esa mierda ahora.
Hagamos un inciso. Los señores X y Z están en la cafetería de la facultad por un motivo en concreto: adquirir cierta cantidad de hachís del señor J, también escritor aunque todavía estudiante y, por tanto, lógicamente más joven que aquellos.
El señor X vuelve a levantarse -esta vez para ir al servicio- y aprovecha la ocasión para observar el desarrollo de los acontecimientos en la mesa de la otra pareja. Para su sorpresa, en la mesa hay ahora otra mujer y los tres conversan animadamente. El señor X incluso cree detectar algo sonrisa en el rictus del muchacho que antes sujetaba a su ¿novia? de forma violenta. Desde su sillón el señor Z, que también les observa, piensa algo parecido. Aprovecha la ausencia tanto de su colega como del joven señor J para hurgar en los bolsillos del abrigo de este en busca del tan ansiado costo. No tarda demasiado en encontrar una pequeña piedra algo cimbreante y de no más de dos gramos. El señor Z, experto en estos menesteres coloca en una cucharilla y la calienta colocando el fuego del mechero debajo de ella hasta que consigue la consistencia necesaria para ser diluida en el café y remueve bien la cuchara en el suyo hasta quedar una cantidad insignificante que, movido por el compañerismo, la diluye en la taza de su colega.
Al mismo tiempo el señor X se adentra poco a poco en los denigrantemente sucios aseos de la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Él considerado asímismo un tipo bastante pragmático, se encuentra claramente indignado por el estado del aseo. Incluso llega a compadecerse a por los alumnos, aunque enseguida su solidaridad se convierte en irritación al observar que en el pasillo que lleva al aseo de las mujeres un riachuelo de burujos líquidos de color amarillo anaranjeado causados casi con seguridad por una mala digestión remata el cuadro. No pienso pedir nada de comida en la cafetería, se dice. Con las ganas de orinar desvanecidas, decide entonces tomarse la justicia por su mano y se acerca a la conserjería para preguntar por algún responsable. Parecía conducir directamente al corazón de las tinieblas, vocifera citando a Conrad sin apenas darse cuenta, pero con su ilustrada queja no recibe más que un cruce de brazos. Frustrado, vuelve a la cafetería decidido a acabar rápidamente con lo que ha venido a hacer y, al pasar por la barra, pide un whisky con hielo.
En su camino de regreso coincide con el señor J, que parece más enfurecido todavía que antes y tiene las orejas coloradas. Mierda, mierda, mierda, farfulla exhibiendo su teléfono completamente destrozado. Lo lancé al suelo. Maldita sea, hace un frío de narices ahí afuera. Mierda, mierda. Se vuelve a colocar la chaqueta ante la tensa mirada del señor Z y, tras murmurar "ahora vengo", se va a la barra, donde los señores X y Z le ven solicitar el teléfono de la cafetería. Al parecer lo obtiene no sin poca diplomacia y -desde allí no lo pueden asegurar a ciencia cierta- alguna propina.
Entretanto los señores X y Z guardan silencio y observan cómo el tierno señor J manotea y hace gestos de que sus llamadas no obtienen respuesta alguna. Absortos como están los dos amigos que, casi no reparan en que la pareja que discutía en el otro extremo de la cafetería abandonan el lugar muy alterados y vuelven a entrar inmediatamente después con un semblante más inquieto todavía.
El señor X accede a regañadientes a seguir un poco más con la situación. Intenta incorporarse para pedir otro vaso de Whisky pero no puede moverse. Desde la barra, pero como si hubiese el doble de distancia, le llega la voz enfurecida del señor J gritando "no hagamos ya más literatura" y machacando el aparato contra el mostrador ante el horror de las camareras. Súbitamente, la muchacha que andaba con la pareja de enajenados del fondo ulterior, la tercera en discordia, arranca a correr hacia la mesa en la que estan sentados los señores X y Z para dirigirse finalmente hacia la salida, desde donde continúa corriendo avenida abajo.
-¿No crees que deberíamos detenerla? -pregunta monsieur X, que empieza a tener ganas de vomitar a causa del hachís.
Inmediatamente la otra pareja le sale a la zaga. Paralelamente, en la barra el señor J se acurruca en un extremo de la barra. El señor Z le hace una señal para que traiga algo de beber, que sea fuerte, añade a gritos.
-¿Qué relación crees que tendrán? - continúa aquel- Parecen sonámbulos.
-Cierra el pico X, pueden estar armados - el señor Z comienza a tener las pupilas dilatadas y acaricia su taza con esmero.
-¿Crees que corren hacia la cama?
-Lo que en realidad me pregunto es qué cojones estará haciendo el señor J. Francamente, me duele la cabeza.
-Hemos bebido mucho. Estoy cansado, vayámonos.
-Espera, espera... hemos venido a por algo y no me iré sin ello.
Los gritos del cocinero vuelven a distraerles de la conversación. Ha sacado un cuchillo y amenaza al señor J con llamar a la policía si no deja a las camareras en paz, si no suelta la botella de whisky que ha cogido de la barra. Este retrocede, da la espalda al gordo cocinero solo cuando se encuentra muy cerca de los dos colegas. Les ordena: dadme un móvil mientras del bolsillo interior de su abrigo saca una pequeña placa de costo que tira en medio de la mesa. Dadme el móvil y estamos en paz.
-Pero... ¿Y el dinero? - le interroga el señor Z.
-Simplemente tu puto teléfono. Te lo devolveré la próxima vez
En cuanto consigue prestado el teléfono de X, el jóven J sale también disparado de allí. Tras observar el material y asentir, el señor Z propone pagar la cuenta y pasear hasta la colonia residencial degustando el botín. El señor X se siente realmente enfermo y así se lo hace saber su colega, que amablemente se ofrece a pagarle un taxi a casa.
El señor Z abandona la mesa y se dirige hacia una barra en la que se acantonan un cocinero y unas camareras de mirada desconfiada que no parecen demasiado dispuestas a prestar su teléfono de nuevo. A medio camino, se gira para gritar un hermoso "que te jodan" y escapa con su premio en el bolsillo a a misma velocidad que los anteriores clientes del local.
El señor X se desliza hacia abajo en su sillón como si de una bañera se tratase. En realidad se alegra de perder de vista por fin a todos.
*Recogido de Enrique Vila-Matas"Suicidios ejemplares" publicado por Anagrama.
martes, 3 de noviembre de 2009
Quinta llamada
-¿Mama?
-Holaaaa
-¡Hola Mama!, ¿Qué tal?
-Holaaa hijo. ¿Dónde estas que se oye ruido por ahí?
-Nada nada ¿Todo bien?
-Si si, todo bien
-¿Qué tal por casa?
-Uy, como siempre. ¿Y tú? ¿Hace frio por ahí?
-Bueno, bastante bastante
-Ya te he comprado los pijamas. Cuando tu hermana vaya para allá te los llevará
-Bien bien
-Es que aquí hace mucho calor. Estamos a treinta grados
-Madre mía... yo ya llevo la trenca...
-Pues aquí mucho calor hijo, aquí mucho calor
-Se te oye muy mal. ¿Estas en la cocina?
-Si
-Pues sal de la cocina que allí hay mala cobertura
-Un momento
-¡Liberte, Kurdistan!¡Liberte, Kurdistan! ¡Liberte Kurdistan!
-¿Qué dices?
-¡Ya se te oye mejor!
-¿Y donde estas que se escucha tanto alboroto?
-Pues que me he ido para el centro a estudiar a la biblioteca y me he topado de frente con una manifestación
-Ten mucho cuidado hijo. Ten mucho cuidado. ¡No hagas ninguna tontería que nos conocemos!
-Pero si me he encontrado con ella. Ni si quiera se de que va. No tengo ni idea.
-Ten mucho cuidado que.... madre mia. ¡No te metas en lios!
-Que no mamá, que no. No te preocupes. Es que he estado mucho rato en la biblioteca y me los he encontrado, que me voy ya para el metro hacia casa
-… ¡Que en esos grupos.. !ays... ¡que la extrema derecha os está manipulando!
-¡Que no se de que va la manifestación y que me voy ya para casa!
-¿Has comido?
-Si
-¿Qué has comido?
-Sopa. Sopa de sobre. ¡Aquí están muy buenas!
-Pero no como la que te hace tu madre ¿verdad?
-No...
-Oye, la sopa no será de ajo ¿no? Que ya sabes que eso es como una bomba y te duele la tripa
-No mama, no es de ajo.
-Ays...Ya tienes ganas de volver a casa, ¿a que sí?
-Si, bueno, si...
-¡Que te hecho mucho de menos!- de repente los tambores empiezan a tocar más fuerte
-Y yo también mamá
-¿Qué?
-¡Qué yo también te hecho de menos!
-¡Vale vale! ¡Ahora te paso con tu padre! ¡Nada de capulladas ni gilipolleces ¿eh?! ¡Que estas ahí --para estudiar!
-¡Un beso!- Justo en ese momento aprece una bella y hippiosa protestante con unos panfletos en la mano. No a la privatisation de la poste! Tien! Sarkozy il veuz privaticer le serveux postal!. Le da un panfleto y con la cara muy enfadada se va a seguir repartiendo panfletos. En ese momento el padre coge el teléfono.
-Chaval
-¡Merci!
-¡Chaval! ¿donde estas?
-Volviendo a casa
-Volviendo a casa... No quiero que te despistes ¿eh? Mira lo que te paso el año pasado
-¡Pero que me la he encontrado!¡Que acabo de salir de la biblioteca y me voy para casa!
-Bueno. Yo advierto.¿ Anoche que, a las 7 de la mañana?
-Si
-¿Y es necesario salir hasta las 7?
-Si
-Bueno... espero que las notas salgan como tienen que salir
-Saldrán tranquilo
-Si yo tranquilo estoy. Pero no te me descentres
-No no
-¿Esta noche sales?
-Si
-¿Y a qué hora volverás?
-Pues tarde
-Tarde no es una hora que salga en el reloj
-Ya pero es que no te puedo decir una hora. Porque a lo mejor vuelvo a las 5 o a lo mejor a las 7, no lo se
-Bueno, no tardes ¿Todo bien?
-Todo estupendo
-Ten cuidado
-Tendré cuidado. ¿Por casa bien?
-Si. Tu madre y yo nos hemos ido a casa de tus abuelos. Luego hemos estado andando por ahí un rato, y ahora dejamos a Teresa en su casa y nos volvemos a cenar. ¿Has llamado a tus abuelos?
-No, aún no. Cuando llegue a casa
-Acuérdate de llamarles
-¿Como están?
-Bien Bien- sirenas de policía, la gente grita y silba, alguien tira una piedra- Oye, ten mucho cuidado que no quiero tener ningún disgusto
-Pero, vamos a ver. ¿Cuando no me cuido?
-Bueno. Mi obligación como padre es decírtelo.
-Vale vale. Pero que sepas que me se cuidar, tranquilo
-¿De que es la manifestación?
-Pues no lo se. Aquí la gente gritaba algo sobre el Kurdistan, pero me han dado un panfleto sobre la privatización del servcicio postal. Ni idea la verdad. Aunque me ha parecido ver una bandera del PCF por ahí
-Uy el PCF... No te puedes fiar de los comunistas.
-Si, bueno, yo que se... me la he encontrado de frente, que me he ido a estudiar a Pompidu hoy. --¿Esta la teta por ahí?
-Se ha ido al cine
-Dale un besito de mi parte- la gente grita más fuerte. Llegan más sirenas de policía. En alguna parte en la que ninguno de los interlocutores puede llegar a ver la policía se pone los cascos y dirige sus manos hacia las porras. ¿Acto de simple intimidación o están a punto de cargar?
-Bueno chaval, un beso. Perdida cuando llegues a casa esta noche
-Vale. Voy a ver si encuentro un hueco para entrar en el metro
-Cuidate mucho
-Un beso papa- te quiero mucho, dice la madre de fondo
-Tu madre que te quiere mucho
-Yo también os quiero. Un beso
Se corta la comunicación, y el teléfono vuelve de nuevo al bolsillo. No lejos de allí, en una furgoneta blanca, dos gendarmes, desconcertados, leen la transcripción de la llamada.
-¿En que idioma esta esto?
-Creo que es en Italiano, pero no sabría decirle, señor. Puede que sea en Rumano, en Portugués, incluso en Español
-¿Español dices?- Retuerce su bigote nerviosamente. Su sudor, que es espeso y de un olor desagradable, brota en su frente. Saca rápidamente un cigarrillo- avisa a la central. Quiero que un par de hombres sigan a ese elemento las 24 horas. Quien es, que come, que hace, a quien se folla y que tipo de azúcar prefiere.
-Le capto inquieto señor. ¿Ocurre algo?
-Me voy al ministerio de interior. Si Hugo Chavez tiene algo que ver, esto se nos queda grande- sale de la puerta de la furgoneta resuelto a tomar cartas en el asunto- ¡Ah!, y dile a los antidisturbios que carguen. ¡Y con contundencia!
Este relato esta dedicado con todo el amor del mundo a Enrique Vila-Matas y todos los pseudo-situacionistas del mundo. También a mis compañeros de asamblea de la Facultad de Geografía e Historia, ¡que el año pasado estaríamos en alguna asamblea de asambleas o algo así! Presupongo que alguno de vosotros habrá vivido una conversación telefónica similar. También a aquellos dos simpaticos policias de incognito que adecuadamente disfrazados se colaron aquella noche en la que protestamos enfrenete del Bancaja y a aquellos chivatos (quienes sean) que relataban nuestros planes a rectorado.
Pero sobretodo quiero dedicárselo a mis padres, quienes mucho padecen por mi, y a los que inevitablemente quiero.
jueves, 29 de octubre de 2009
Cuarta llamada
(Versión del relato de Géza Csáth remasterizada)
Dos celadores de bata blanca vestían a un cadáver de baja estatura y pelo rubio. Sobre la enorme mesa de disección metálica hubiesen cabido dos personas como él. El menudo cadáver de carne blanquecina que respondía al nombre de Moritz Malicka
Los dos hombres realizan a la perfección la tarea que les había sido encomendada, enabonando primero los magníficos pies del cadáver, enormes en relación con el resto del cuerpo, recorriendo después concienzudamente con la esponja el resto, comenzando por las pantorrillas y acabando por los hombros. El agua levemente enrojecida por la sangre se cuela por el desague.
Una vez secado, los dos celadores limpian las uñas al fiambre, colorean sus pómulos, componen sus cejas de forma adecuada y limpian su dentadura. Con cuidado limpian sus cabellos y aplican una mascarilla para potenciar el brillo. Rematarán la faena peinando hacia atrás los rubios cabellos del difunto.
Por último, visten al muchacho con la ropa que les facilitaron para ello. Calcetines negros, ropa interior y camisa blanca de algodón, traje azul marino de seda con el logo del programa y unos zapatos italianos con cordones a juego con la corbata color ocre.
Cuando han terminado, acuden al dossier del material gráfico para corroborar que su imagen se corresponde con el aspecto que Moritz Malicka tenía al entrar en los platós de la famosa cadena. Solo el señor Witman en calidad de caporal tiene acceso al sobre.
"No, idiota, no era ese su peinado, llevaba raya en la izquierda" increpa así a su ayudante que, dócil, corrige su trabajo.
Tras cuatro horas de trabajo, no pueden más que admirar su estupendo trabajo. La única tarea es llamar para que pasen a recoger el cadáver engalanado. Utiliza el teléfono móvil que ha recibido junto al dossier del muchacho y la ropa.
Todavía no ha anochecido y el resultado es excelente, tanto que deciden bajar a la cafetería y sumar una copita de coñac al cortado de rigor.
Con el calor de la bebida, el más joven rompe las reglas del oficio:
-Pues ha ido bastante bien, ¿No, don Nicolás?
-Sí, sí ha ido bien.
-...
El ayudante juguetea distraido con los posos de café, algo descontento con la respuesta.
-Dame fuego, chico.
-Sí, eh....¿Dónde... dónde se lo llevan?
-¿El qué?
-Al fiambre, tan emperifollado, que dónde...
-Que me des fuego, cojones. Y cierra la puta bocaza, joder.
Witman no quiere mal a su muchacho, pero sabe la clase de problemas que traen cierta clase de preguntas, por lo que toma la misma actitud que tomaron con él cuando empezó el negocio. Sabe que no será la última pregunta del muchacho, que toda precaución es poca con la clase de gente que han hecho el encargo. El encanto de la ideosincracia y su álbum pintoresco de categorías fueron para él un paisaje excitante, pensaba el experimentado Witman, decidido a no perder un ápice de su fama.
Vuelven a subir en silencio. Todo se ha producido como acordado y en la sala solo quedan las herramientas y el hedor a muerte, el inicio de la posteridad.
La llamada telefónica ha desarrollado toda una mecanismo. En menos de veinte minutos el cadáver ha sido recogido y ahora va de camino al plató de televisión desde donde anuncian una gran sorpresa tras la publicidad.
Dos dias antes, ante un consejo de dirección formado por tres personas, la secretaria había traido una carpeta de color negra con el logo del programa que contenía las copias para cada uno de los asistentes del plan de emergencia contra la caída de audiencia. Aquello parecía realmente una buena inversión, pero el nuevo docu-reality simplemente no estaba causando el efecto esperado. Solo algo estaba claro: cadena había arriesgado mucho, muchísimo dinero en el proyecto.
El directivo de mayores ojeras resume el contenido de los planes. Todos asienten, dispuestos como están en seguir adelante. El aparato logístico está en marcha.
Alguien entrará en la academia militar donde los jóvenes homosexuales serán corregidos, disparará su 9 milímetros y convertirá un programa de mierda en un tesoro mediático. Aunque se le prometió lo contrario, la entrada del señor Witman y su tiro certero sí fue recogido por las cámaras de Televisión. Para cuando lo supo, los poemas del joven asesinado ya tenían editor.
domingo, 25 de octubre de 2009
Tercera Llamada
-Rymond Chandler-
No estaba mirando, ninguno de los dos lo estaba. Una sensación de abatimiento y de quietud, casi de velatorio diría yo, cubría el amueblado despacho de la fábrica. Ya sabéis, la mirada perdida de la catástrofe impenetrable, los ojos de los que miren al cielo el día en el que retruenen las trompetas en el cielo y la balanza nos juzgue a todos y cada uno. Big Crunch. Porque saben lo que está apunto de pasar. “Si algo deberíamos de saber ya los japoneses, es lo que nos puede caer del cielo”, dijo el que se sentaba más cerca de la la puerta.
-Yasuo Mori, nos conocemos desde Princeton- continuo hablando, con la cabeza y la corbata metida entre las piernas- Se cuando estas preocupado, y se cuando no lo estas. Pero lo peor de todo es que se cuando deberías de estarlo. ¿Es qué no te das cuenta de todo lo que está en juego?
-Mira, asisto a las reuniones, aunque creas que no. Me paso aquí mucho tiempo revisando gráficas, aunque creas que no. Mi vida es esta empresa, y no solo mi vida, sino el legado de mi familia. Soy el presidente y el principal accionista. Soy muy consciente de todo lo que está en juego. Pero no creo que un ataque de histeria solucione nada.
-...Necesito una copa. ¿Quieres algo?
-Un vicepresidente que no se comporte como una mujer cuando se le requiere en su sitio.
Cabreado, desapareció del despacho a zancadas, en dirección a donde estuviese el whysky, y con él, el manto de pesadumbre y tragedia. Simplemente el despacho estaba en silencio, como cualquier otro día en el que hubiese estado concentrado en los informes trimestrales, solo que esta vez estaba quieto. Quieto. Le gustaba. No era la primera vez esta semana, ni la segunda en este mes. Llevaba dándole cada vez más vueltas al tema, desde hacía tiempo. Calma, reposo, felicidad, vida campestre, volver a Osaka.
Descubrió que sus ojos se habían posado en el retrato que 3 años atrás le había regalado la junta de accionistas. Seriedad, confianza, previsión, esa era el mensaje que intentaba transmitir el pintor a quien lo mirase (ordenes estrictas de la junta, claro). Pero para él, bajo los ojos de su propio retrato se escondía una sórdida historia de amor, o mejor dicho, una dulce historia de sexo. No pudo evitar recordar gemidos puntuales, fotografiás no recomendadas para menores, variedades de posturas y lugares tras el seguro pestillo de la habitación y bajo su atenta mirada. A ella le gustaba mirar los ojos del cuadro mientras él se corría.
El recuerdo fue interrumpido de nuevo por el intranquilo vicepresidente, que balanceaba un “on the rox” por encima de la alfombra, desesperado, incapaz de imaginar como pagaría todas las facturas, y saltándose todo protocolo rogó al superior:
-Capitulemos. ¡Podemos capitular, no pasa nada!. Más vale dar un poco que perderlo todo ¿no? ¡Negociar!
-¿Negociar dices? Solo pueden negociar los hombres, no la chusma.
-¡Maldito egoísta! ¡¿Y que pasa con los demás?!¡Los demás ¿Qué hacemos?! ¡Solo te interesas tu mismo y esa puta!
-Por nuestra larga amistad, voy hacer como que no has venido hoy a trabajar, porque estabas enfermo. Ahora, por favor, vete.
Horas más tarde la secretaría descolgó el teléfono, y miro con gravedad al señor presidente. “Habrá huelga”. Se levantó con una actitud que parecía parodiar a los galanes de Hollywood, se acercó ridículamente hasta ella, levanto con suavidad su mentón, acerco sus labios y le dijo “Bueno. Están en su derecho”.
Mientras se besaban, pasaron torpemente de nuevo hasta el despacho, y el pestillo volvió a cerrarse de nuevo. Los empleados comentaron durante mucho tiempo como no pararon en toda la tarde, e incluso en toda la noche, aunque lo cierto es que se quedaron exhaustos poco después de las 12. Pero el pestillo se quedó cerrado, quedando desnudos con una manta, observando las luces de la fábrica desde la ventana del despacho. Pero para ser sinceros, tampoco aquella noche las dos personas que había en allí miraban nada en especial. El, con la mirada perdida más allá de las apagadas chimeneas que apenas se distinguían en la noche, y ella, exhausta.
Un coche de empresa la deja en su apartamento,un cuartucho a las afueras de Tokyo, amueblado a duras penas.
Y de pronto, la llamada telefónica:
-Camarada, buen trabajo.
-Lo que sea por la revolución.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Segunda llamada
Suena el teléfono suena desde el interior del establecimiento. El empleado es perezoso y está fuera, a pocos pasos de la puerta, por lo que alcanza a escuchar el timbre. A regañadientes, suelta el cigarrillo y en cuatro grandes zancadas -tan grandes como sus estrechos pantalones se lo permiten- se apodera del aparato.
-Videoteca Amargord, dígame.
-Si... eh, hola -balbucea una voz- sí, mira, que soy el del otro día, el de la película esa de Tarragona de los alemanes.
-¿Cómo? ¿Perdona?
-Que el martes pasado me llevé una película.
-¿Aham, hay algún problema?
-Bueno, por mi parte no, vaya -rie nervioso- el caso es que tengo dos días de retraso.
-En ese caso-dice el empleado sin cambiar a un tono más severo- deberías de traerlo lo antes posible.
-Ya pero... esque no va a poder ser, resulta que he salido de viaje y no volveré hasta la semana que viene.
-Entonces deberás abonar la consiguiente multa.
-Oh, vaya, pero si la película es un tostón.
-Eso no tiene nada que ver. Mira... ¿te llamas..?
-Pedro, por Pedro tiene que salir mi ficha.
-Vamos a ver, te voy a poner un tope de 5€ por el retraso, pero tráemela en cuanto puedas.
-¿5 pavos, encima que te llamo? Joder con la política interna, ¿pero creeís que mucha gente os iba a alquilar un bodrio como este?
-Las normas son así para todos, Pedro.
-Pues que os jodan, ya os tiraré la cinta por el buzón y no volveré nunca más. Habeís perdido uno de los pocos clientes. Puta secta de enteradillos, seguro que teneís una tapadera en el videoclub.
-Es una videoteca -comenta antes de colgar, algo divertido, el dependiente.
Mientras, en el establecimiento ha entrado una pareja. Les observa curiosear en la sección de cine Europeo, ella lleva un pañuelo palestino con lentejuelas. Jodido pueblo, piensa el receloso empleado. Procura recordar a qué película se referia el cliente del teléfono y recuerda haberla adquirido en uno de esos lotes que las cadenas de Televisión subastan, más que nada para rellenar la vacía sección de cine alemán. Recuerda que El Jefe le había mandado allí. Probablemente sí fuese basura, concluye. Acto seguido, apunta una cruz roja en el borde superior de la ficha del cliente y dibuja bigote y cuernos sobre la fotocopia de su DNI.
Tras un par de minutos el empleado, fastidiado por no poder salir a fumar enseguida, decide acabar con la pareja y se decide a cortar por lo sano.
-¿Qué buscaís? -pregunta el joven subalterno de la videoteca con sonrisa del gato de Chesire en ristre.
-No sabemos exactamente... ¿Qué teneís de cine alemán? -replica el chico.
-Huy, os recomendaría una estupenda pero se la acaban de llevar. ¿Conoceís a Werner Herzog?
-No, no, películas raras no - espeta ella- ¿Por qué no cogemos alguna del Woody Allen?
-Sí, -acepta el chico- ¿teneís la de Annie Hall o la Tapadera?
-Annie Hall es horrible, no la tenemos. Y... ehm, La Tapadera no me suena, ¿estaís seguro que es suya? -de repente suena el teléfono fijo de nuevo- Será mejor que os largueís, ya es tarde voy a cerrar enseguida.
A pesar de los reproches de la pareja, el ahora eficiente asalariado del negocio logra sacar a los inoportunos clientes, cierra la llave tras ellos y corre la cortina. El teléfono no ha dejado de sonar. Vuelve al mostrador y lo descuelga.
-Ábrelo ahora.
El empleado de los cinco epítetos se dirige a la colección de cine europeo del aparador empotrado donde se exponen las películas, aparta el par de carátulas del Werner Herzog de los 70 que nadie, insisto, nadie toca nunca y deja descubierta una manilla.
La manilla, al estirarse, abre una compuerta por la cual sale un reguero de pequeñas mujeres en silencio: tailandesas, chinas, camboyanas... hasta 23 de ellas. Como cada día, al final de la fila aparece el supervisor del pequeño taller.
-¿Cómo ha ido hoy? -pregunta este último.
-Bien, bien, pero empiezo a tener paranoias con esto de la Tapadera.
sábado, 17 de octubre de 2009
Primera llamada
Esperaba con paciencia la llamada telefónica.
Días anteriores le habían dicho que le llamaría, lo que claro está sonaba a que tal situación no se daría ni en un universo paralelo contiguo a este. Sin embargo y haciendo acopio de todas sus fuerzas, exponiendo su ego a un más que probable probable impacto directo, llamó. “Sí, sí, de hecho iba a llamarte ahora, pero es un poco... un mal momento.... mucho estrés, ¿puedes esperar 10 minutos o... una hora como mucho?”. A mi parecer se le exigía demasiado, y era toda una muestra de debilidad decir sí, pero si , dijo sí, y esperó, porque no le importaba esperar. Así que se sentó en el sofá, cerró los ojos durante 2 segundos exactamente, y cuando los abrió observó con terror y asambro, con la crédula incredulidad del que observa un milagro, EL DESIERTO.
Es una bella imagen. Durante muchas noches había soñando con la inmensidad, con la materialización del concepto eterno en un plano temporal y espacial ante sus ojos, con aquella visión que le permitiesen por fin entender y comprender. No se había esforzado en buscar realmente algo así, soñaba pero no lo buscaba, pues lo suponía algo meramente teórico, y de repente se había topado con ello en su salón, de la mano de la perspectiva de esperar entre 10 minutos y una hora. La inmensidad, la insignificancia. Mirando hasta donde alcanzaba su visto, creyó ver ese punto donde finalmente convergía dos planos paralelos, el fin del mapa. Se levantó, apartó la mesita de noche, dio dos pasos para adelante, y cayó en la cuenta de que no era más que una ilusión óptica. Aquello plantado ante sus ojos, aquel espectaculo era realmente el infinito. ¿Cuantos habían experimentado esta misma sensación y cuanto esfuerzo les costo encontrarlo? Se sintió afortunado, dichoso, acababa de entrar en el circulo del primer Vikingo que puso un pié en Terranova, en el círculo de Gagarin y del primer anfibio que salio del mar hacia la tierra. Que visión tan atractiva. De hecho era muy atractiva. Pero ante aquel panoramana sin embargo, actuaba como quien lo la estuviese viendo, por si acaso se desvanecía, pero sin poder disimular una sincera y estupida sonrisa. Se dirigió hacia la cocina y puso la cafetera en marcha. Mientras el agua se calentaba, apagó todas las luces de la casa, cerró las cortinas, y se sentó de nuevo sobre el sofá para contemplar sin inmutarse el espacio, literalmente.
Una luz vibró sobre la mesilla de noche. Si, dijo la voz al otro lado del teléfono. ¿Estas ahí? Sí, sí. No pareces muy contento. Es que aún no me lo creo. Lo dicho, el lunes, en el lugar y a la hora. Bien, tengo que colgar, Adiós. Apartó el teléfono de su oreja, y lo volvió a dejar donde estaba. Mientras duraba la llamada telefónica, algún momento de la breve conversación, todo el infinito se había borrado de golpe. Permanecería quieto en su sofá, varias horas, esperando a su regreso, pero nunca fue así. Finalmente acabó él mismo desistiendo y marchándose.
viernes, 9 de octubre de 2009
Iceberg
Aunque su recorrido -como hemos avanzado- es el más sencillo, sin embargo no es el más corto. Para llegar al número veintiocho de la Home Street ha de dejar atrás un par de comercios, algunos grises como el negocio especializado en dormitorios o el bar de Lap Dance con nombre de artista y modelo de coche familiar; otros coloridos como la oficina del banco o la franquicia de bocadillos extremadamente caros. Pero todo esto es irrelevante y no aparecería en el cuento de no ser el camino que separa su habitación del cine un trayecto de tan reducidas dimensiones. Me disculpen los impacientes.
El tercero de los tres personajes recorre exactamente el camino pero de forma opuesta, desde la entrada del cine hasta su pequeño cuarto en la residencia de Tollcross. Con una sola variación en el camino; para en una cafetería y comprar un sandwich de queso, algunas cervezas y cigarrillos. La diferencia, a modo de avatar, a modo de advertencia a lector y también a modo de pie de página, es el rictus. Este tercer personaje tiene la expresión degenerada de un Munch -léase Monk- que ha aprendido a no ser tan impresionable, un Monk más viejo aunque no necesariamente más sabio, más acostumbrado aunque en absoluto resignado o dócil. El tercer personaje vuelve a casa y, además, no camina del todo sólo.
Entre uno y otro hay un lapsus de tiempo que dura casi dos horas. Hay una metamorfosis, una montaña mágica y una Odisea parodiadas en los diarios que escribe el segundo personaje de este cuento y que por desgracia serán pasados por alto. A diferencia de los otros dos, éste tiene una perspectiva limitada. No me malinterpreten, el primer y el tercer personaje lo intentan, otean el horizonte y colocan sus manos a modo de visera sin lograr ver más allá. El horizonte en este segundo caso es la pantalla del cine y si diera más detalles de cómo ha llegado allí abusaría de la paciencia del lector.
En el primer corto de la noche un grupo de vaqueros jóvenes llegan a la recepción de un pequeño del Oeste. El recepcionista comenta nervioso haber recibido un telegrama desde Chicago, después comenta algo sobre una visita similar hace cinco años, los nervios los produce los maletines en forma de rifle que llevan los hombres. Uno espera que suban arriba y acribillen a alguien y entre toda esta confusión aparezca un nombre de mujer pero tras apenas dos minutos de cháchara lo que tenía que pasar en el establecimiento ha pasado ya y el jefe del grupo prefiere no arrepentirse aquella noche, algo que arrepentirá por cierto el resto de su vida, piensa el personaje número dos.
Aquí cabe decir que el personaje número dos es algo parecido a un aficionado al cine que envía artículos a la revista que coodirige el amigo de un amigo, que no le paga nada pero le invita a algún preestreno casi siempre -a excepción de una vez que fue por teléfono- vía correo electrónico. Lo realmente importante es desvelar el secreto del susodicho personaje: su manía a creerse partícipe de lo que ocurre a su alrededor, el guante al que van o aspiran ir todas las bolas del pitcher. Aunque quizás esto es importante sólo si se compara con el personaje número uno, que sería algo así como el bate tímido que deja pasar las bolas sin rozarla a pesar del elegante swing.
El segundo corto iba sobre un marino del primer cuarto del siglo veinte que desaparece en el mar. La composición del argumento recuerda a Andréi Rubliov solo que, en aquella la locura es un personaje secundario y tiene límite visible.
El tercer corto es de animación y en una escena un niño extraviado y un pequeño duende tienen la siguiente conversación:
-Esto no es la noche- dice el niño refiriéndose a la extraño vapor morado que cubre sus cabezas desde una distancia suficiente como para obtener el calificativo de cielo.
-Tienes razón. -contesta el otro- Sean cualesquiera que sean los misterios y males que trae la noche no se puede comparar con la penumbra que ahora viene – dicho lo cual se produce un silencio.
El último y cuarto corto era de estilo documental y tenía el curioso efecto común a cualquier documental histórico de vincular la experiencia contemporánea del espectador con la de generaciones anteriores, inmediatas o no. Parecía seguir el hilo argumental de la magnífica prosa de Mark Twain en aquel relato "Oración de Guerra", y tras el documental el segundo personaje queda muy afectado y sale de la sala antes de los créditos para encerrarse en los aseos a escribir la crítica de rigor a modo de diarios. Con caligrafía irregular el impresionable muchacho llena hasta la última página de la libreta. No será suya la tarea de procesar su contenido.
De esos aseos precisamente saldrá disparado el número tres justo en el momento en el que el segundo personaje escribe la última palabra de los diarios. En la huida que es este regreso a casa se incorpora el personaje número uno al cruzar aquel las taquillas de la entrada. Entre número uno y número tres hay una diferencia de peso que hemos olvidado mencionar. El tercero camina con un peso muerto añadido y solo caminan juntos los ochenta primeros metros. No lejos de allí, el risco sobre el cual se apoya el castillo de Edimburgo parece un iceberg y la fortaleza hongos petrificados llenos de ventanas. Desde allí arriba se ve el rastro que han ido dejando los tres personajes confundiéndose con las huellas de otros cuentos. Desde el cuarto de la residencia no se ve el castillo pero sí la parroquia que preside la Home St con su pestaña afilada como remate. Como el final de un cuento similar a un cuerpo ahogado cuya única parte visible en el medio de la corriente es la cabeza pequeña de un niño curioso y a todas luces demasiado confiado.
lunes, 5 de octubre de 2009
-ALAIN RESNES-
Volvió a mirar al cielo y se sintió menguar en cada respiración. Las palmas de las manos se incrustaban en el material del que estaba hecho el edificio, pero él no notaba ese dolor. Contemplaba las estrellas como quien contempla un manuscrito en una lengua antigua e indescifrable. Más allá del mensaje encriptado creyó poder entender qué es lo que decían aquellas palabras en forma de galaxias aparentemente tranquilas. Con el cuello en máxima tensión, cerró con lentitud y fingida serenidad sus párpados. Se estaba muriendo de miedo, sobrepasado por conceptos que nunca llegó a comprender en la primera de sus vidas. Como quien aprieta un botón, su cerebro había comenzado a arrojarle toda la información que almacenaba sobre el universo y las estrellas, pero sobretodo, pero con especial ímpetu, todo aquellos datos relacionados con los agujeros negros.
“...El vasto universo que nos rodea empezó como un punto infinitamente pequeño de gravedad y densidad infinitas…
Un agujero negro comienza con un acontecimiento de gran trascendencia, la muerte de una estrella. Cuando muere una gran estrella se contrae sobre si misma. Donde estaba la estrella la gravedad se vuelve infinitamente potente, y todo lo que se aproxima a ella es absorbido, incluso la luz. La luz no puede escapar, ninguna radiación puede escapar. Es una esfera absolutamente negra en el espacio, por eso tiene aspecto de agujero negro.
El núcleo invisible de un agujero negro es un lugar misterioso donde se transforma la estructura del tiempo y del espacio y las ecuaciones de la física se vienen abajo. Si seguimos las ecuaciones hasta su conclusión inevitable la materia se contraería para formar un punto único. Este punto único es infinitamente pequeño e infinitamente denso. El centro de un agujero negro tiene un curioso parecido con el principio del Big Bang. Los agujeros negros son lugares donde el espacio y en el tiempo llegan a su fin y la materia desaparece por aplastamiento. Si pudiéramos entender como el tiempo llega a su fin en los agujeros negros... eso podría ayudarnos a entender como empezó el Big Bang ”
Idiotamente, una vez toda la información acumulada se disipó, comenzó a elaborar su propia información ficticia, y sus propias teorías. Si el universo empezó con algo absolutamente similar a el núcleo de un agujero negro, tal vez en los diferentes núcleos de los agujeros negros , se halle la puerta de entrada a otro universo distinto... como si al otro lado del agujero, al otro lado de la muerte de una estrella, no es que esa estrella siga viviendo, sino que hay un universo infinito lleno de ellas. Pero entonces volvió a recordar otra cosa con respecto al tema.
“Lo que ocurre con la información dentro de un agujero negro es que simplemente desaparece. Esto destruye la mayoría de leyes fundamentales de la física, de causalidad y transformación de la energía. Una vez algo sobrepasa el horizonte de sucesos de un agujero negro ya no hay vuelta atrás, se ha perdido para siempre. Y si hay alguna forma de destruir la energía, si esta no solo se transforma sino que efectivamente se destruye, eso quiere decir, que hay partes del universo que están desapareciendo”
Soltó un gran vaho desde su boca hacia el espacio y vio como se disipó a los 10 segundos. Apreto los dientes con fuerza, miro al cielo nocturno solo una vez más, y por un momento creyó derrumbarse.
-¿ Por qué no me lo has dicho antes?
- No vi la necesidad. Que lo supieses o no, no cambiaría absolutamente nada.
-Aún así, creo que tenía derecho a saberlo en su momento
-No me hables en ese tono. Yo no soy el responsable de todo lo que está sucediendo. Además, hice lo que hice y creo que lo hice bien. Y sobretodo lo hice por tú bien.
Quedaron otro momento en silencio, pero ya no miraban al cielo. Miraban ahora a la calle, la gran inmensidad de edificios, y a las luces que se iban apagando, como si la ciudad también estuviese desapareciendo. “Y entonces ¿qué podemos hacer?” “Nada” dijo en un tono que sonó más a advertencia que a otra cosa; “Nada” volvió a mascullar entre dientes.
*Para evitar capulleces troleras, decir que la letra en negrita no es mía, claro está, ya que poca física puedo ofreceros, por mucho que la astrofísica me fascine (me fascina directamente proporcional a lo que la desconozco). Esta información la he sacado de un documental de la BBC sobre la paradoja de la información. Y ya se que eso de que el universo esta desapareciendo es una teoría refutada por Leonard Zaskyn. Pero yo digo, si la paradoja de la información no fue últil para la ciencia, pues que me sea útil a mi
viernes, 25 de septiembre de 2009
V
-¿Ni si quiera salir al pasillo? Estamos apunto de quedarnos sin cerillas y vamos a necesitar fuego, no me gusta estar a oscuras todo el rato.
-Si enciendes una vela podrá vernos.
- No si la ponemos ahí. Y además, creo que salir al pasillo seria una buena idea, podemos hablar con los vecinos, preguntarles si tienen algún canal de información, si tienen cerillas, no se, preguntar cosas, y así de paso no me aburro de ti, que en el fondo ya nos conocemos mucho.
- No entiendo como puedes hacer chistes en este preciso momento, cuando nos están rondando por ahí fuera.
Si quieres nos ponemos todos a llorar, si es que crees que los llantos no le atraerán.
Además, tampoco creas que el contacto con los demás vecinos nos ayudará tanto, perderemos lo poco que tenemos, y por suerte aun quedan en la despensa como 7 latas de atún.
- Podemos compartirlas. Tenemos comida de sobra hasta mañana
Tu da tu parte si a ti te da la gana. Yo no lo haré, no sé cuanto durará la noche.
-¿Y cual es tu solución entonces?
-Mi solución. Pues hacer exactamente lo que han dicho. Permanezcan en sus casa hasta la mañana siguiente y no se alarmen.
-¿Y hasta entonces?
-Pues podemos permanecer despiertos o seguir dormidos. Pero aquí
Los nervios hacen que sus palabras suenen más a ordenes que a recomendaciones u opciones. Tal vez lo son, pero como no dijo ordeno, no pasa absolutamente nada.
Finalmente, y cuando mirando al infinito se queda dormido, Otro sale finalmente al pasillo. Solo hay dos viviendas en cada planta., y una gran cristalera que asoma a la ciudad y en consecuencia al mundo. Se acerca a la ventana para hacerse una idea de que es lo que esta pasando por ahí fuera pero nada, la misma nada que dentro de la casa, a excepción de la luna que aquella noche resplandece pálidamente. Llama a cada puerta de todo el edificio, pero nada también. O todo el mundo se marcho al saber la noticia, o es que nadie quiere abrir la puerta, en cualquier caso el resultado es el mismo. Harto de contemplar la oscuridad decide moverse hasta la calle. Estadisticamente tiene que haber alguien que halla llegado a su misma conclusión, se dice con esperanza. Y sale a la calle en busca de un encuentro en la oscuridad.
Pero en la calle no hay nadie. Esta solo ahí fuera. Comienza a correr, buscando una luz, o algún punto brillante y el escándalo de sus pisadas retumba tan fuerte que se oye hasta desde el décimo piso. Y mientras lo pasos retumban secos, las madres susurran a sus hijos que miren por la ventana, que la tele no miente, que sí que es verdad que alguien les esta rondando a todos, y que no deben salir. Pero se confunden de persona. Aunque tal vez no. ¿O si?
domingo, 20 de septiembre de 2009
Se tumbó en el sofá y miro a la pantalla del portátil, aun intranquilo. Si todo su universo se hubiese quedado dentro de aquellas 4 paredes, bastaría solo con frotar, secar, y comprar. Pero no. Había un universo ingobernable, inexplicable, y caótico, ininteligible, violento, carente de sentido y sentimientos, que se extendía durante la eternidad y hacia el infinito desde aquel lugar tan insignificante.
Pensó mandar noticias a la Isla, Estoy bien, pero luego cambio de idea y cerró los ojos.
martes, 7 de julio de 2009
IV
Bien, esta sala de espera, era particularmente anodina, casi de género podríamos decir. Un sofá, unos colores tranquilos, paredes lisas, un reloj, y una serie de revistas apiladas sobre un revistero, organizadas por orden de antigüedad, mezclando los mas variados temas, desde prensa rosa, a revistas de videojuegos, el ultimo escándalo socio-político, un reportaje en profundidad sobre el turismo en el Adriático, y sobretodo entrevistas ligeras a variopintos personajes, que tan rápido se leían y tan rápido se olvidaban…
Y si bien era una sala de consulta normal y corriente, en un piso la mar de corriente, abierto a horas corrientes, la especialidad no era para nada corriente. De hecho, no se trataba propiamente dicha de una consulta médica. Los médicos, todos ellos, habían resultado completamente ineficientes ante lo que le adolecía. Todos ellos, públicos, privados, amigos, recomendados, lejanos, siempre coincidían en el mismo diagnostico: no concluyente, pero nada por lo que merezca la pena preocuparse. Había llegado la hora en ponerse en manos de los paramédicos, y sus paradiagnósticos. Por supuesto, estas no eran las formas que habría escogido, pero su prima, y compañera de piso, estaba ya harta de verle deambular por las noches en peregrinación a la nevera, harta de sus ojeras y su mala cara, su poco humor, y sus continuas quejas, así que lo arrastró hasta una consulta que una compañera de trabajo que le solía lanzar miraditas le recomendó con un tono de voz a mi parecer bastante sensual, aunque ella decidió restarle importancia.
Sí, podríamos decir que no era una consulta totalmente al uso, ya que el diagnostico lo realizaba un gato domestico dotado de gran sabiduría. El anuncio, y todas las personas que habían acudido al lugar lo decían, “un gato muy sabio, y muy suave”. ¿Pero como iba a resolver un gato un problema que ni un neurocirujano había podido llegar a comprender? Eres un antiguo, le dijo su prima, la medicina alternativa puede llegar a ser muy efectiva. Una vez, en la zona oeste, una adivina me tiro las cartas y adivinó que iba a dejarme la carrera. Entonces mi madre es una bruja, pensó…
¿Qué clase de persona busca un gato para que le solucione un problema? Miró a su alrededor, y vió el resto de gente que había en la sala. Tan solo 3 personas, un señor calvo y de larga barba negra, que llevaba un libro bastante gordo bajo el brazo, un ridículo sombrero sobre las piernas, y no dejaba de ajustarse el sonotone y observar el movimiento de su reloj de bolsillo, un niño con cara de trasto acompañado de un tigre de peluche, y una señora que tapaba su cara con un periódico y tenía algún defecto en el habla, acompañada de su hija, que tenía un increíble parecido con Mafalda.
“Esto es un chiste”, pensó en voz alta, agarró los trastos e hizo un amago de salir por el pasillo hacia la puerta. Pero justo en ese momento la enfermera dijo su nombre. Su prima y la enfermera (que no dejaba de mirar de reojo a la prima) lo acompañaron hacia la sala de diagnostico, y lo empujaron hacia dentro, quedándose solas en un pasillo saturado de pacientes.
Y ahí estaba, a solas con el doctor. La habitación parecía la de un doctor normal y corriente. De hecho tenía incluso material de oficina y una pequeña biblioteca medica con obras que podrían encontrarse en cualquier librería universitaria, salvo algún tratado de anatomía especializado, y una curiosa maqueta a tamaño de real de un cerebro humano, en la que cada parte estaba coloreada de un color. Lo único que lo diferenciaba era que bajo el escritorio se encontraba un cuenco con pienso, otro con agua, un pequeño cesto donde con el nombre “Doctor Gato” donde normalmente hay un sillón de cuero en todas las consultas privadas, y por supuesto, el animal en cuestión.
Tomaba el sol sobre un libro bastante grande titulado la dieta de la alcachofa, sobre el sillón del escritorio. Era un gato peludo, gordo y de color rojizo, con pinta de bonachón, y unos ojos enternecedores. Su pelaje se veía suave, y sus bigotes largos y duros. El animal era totalmente impasible, y respondió con total ignorancia a la intromisión del extraño protagonista del cuento.
Al principio, el paciente, se quedó un poco descolocado. Le pareció un gato, y así lo era, totalmente normal. Después de no poder más, y estallar en carcajadas, una vez se hubo reído bastante intento salir de la consulta, pero observó que la puerta no tenía pomo por dentro, sino una simple gatera, de salida. Lógico, si se trataba de una puerta diseñada para un animal que no puede dominar los pulgares. Asomó la mano por la gatera, pero no pareció obtener ningún efecto. Luego empezó ha hablar a través de la gatera, para que le abriesen, y viendo que esto tampoco obtuvo respuesta, asomo el ojo y vió que derepente no había nadie en la consulta. ¿Se habría olvidado su prima de él? Para colmo tenía su móvil. Se había quedado encerrado, hasta mañana, al menos, en la consulta del Doctor Gato, acompañado de Doctor Gato, por supuesto.
Gritó, desde luego que si, abrió la ventana y chilló un poco, pero tampoco nadie parecía escucharle. De todas formas aquella silla de paciente no parecía tan incómoda. Así que tras los primeros momentos de pánico, se recostó en la camilla, y se encendió un cigarrillo. Tarde o temprano la enfermera entraría por la puerta. Y mientras tanto, si corriese el riesgo de inanición, siempre podría comerse al doctor.
Las horas y los cigarros parecían ir pasando, y el doctor estaba ahí, encima del libro, recibiendo un maravilloso baño de sol. El tiempo se había detenido en aquel lugar, sin ninguna duda. Y más o menos a la altura del quinto filtro, el animal por fin, movió ficha. Maulló, y se le quedó mirando fijamente. Por un momento creyó que intentaba establecer algún tipo de comunicación, pero pronto volvió a apoyar la cabeza contra la portada del libro y siguió recibiendo los rayos de sol.
Debe de ser un problema muy gordo si creo que un gato a intentado hablar conmigo, pensó. Debe de ser un problema terrible…
Y su problema…. La verdad es que no era un problema tan especial. Simple angustia mal digerida y prolongada. Él tenía ahora 24 años, y había terminado su carrera, y esta era la excusa del momento, aunque lo cierto es que nunca supo bien porque hacía lo que hacía. Su obsesión por lo cierto y lo incierto, le había llegado hasta la más absurda de las posiciones filosóficas ante la vida, una especie de post-modernismo barato, o quizás era un empirismo radical con un regustillo a reflexiones de autores de nombres resonantes que escribieron allá por los 50. Ni idea. Cierto es que muchas de esas reflexiones habían partido desde un punto de vista totalmente modesto, pero su personalidad tan pretenciosa le llevaba a afirmar con rotundidad la imposibilidad de la afirmación. Precisamente había estudiado historia, y fueron esas actitudes la que le llevo a pensar para si mismo que la historia era imposible conocerla, de ningún modo. Se trataba de una de esas reflexiones fortuitas a las que llegas a una reflexiona sin haber leído antes a ningún autor que hablase del tema, pero resulta que luego hay una escuela historiográfica que ha vendido muchos libros a costa de esta misma idea. Así que había e iba a dedicar su vida a algo inexistente, algo que desde su comenzó se gesto como pura mentira para comunicar el linaje de los reyes con los dioses de la antigüedad, los Zeus y los Ra. Todas las ciencias sociales son meras conjeturas… Y para colmo dar clase de enseñanza secundaria es como mentir sobre una mentira en sí misma. Pero es que no hay nada real, pensaba mientras fumaba, no hay nada que sea real…
Y cuando la palabra real retumbó fuerte en su cráneo, el gato se levantó de su asiento, y comenzó a caminar hacia él, con cara de que le compadecía, y con toda la tranquilidad del mundo. Pero cuando se aproximó lo suficiente sacó las uñas y le dio un fuerte zarpazo en el brazo. Cubriéndose el corte, y retorciéndose del escozor, tras empujar al gato hacia el otro lado del escritorio, no comprendía porque el animal le había hecho eso. Y entonces, el gato le dijo con una profunda voz: “Porque el dolor que sientes en este momento, y la cicatriz que se te quedará en el brazo, son y serán algo indudablemente real. Pero tu verás que haces con el resto”. “¿Acabas de hablar?” Dijo el paciente, y el gato volvió a recostarse sobre el libro, y a continuar con su baño de sol.
Justo en ese momento la enfermera paso a la consulta. “Muy bien, pase por aquí, y le cobraremos le tomaremos nota, de la factura y todo lo demás”. Sin entender aún nada, se dejo arrastrar por la prima hacia el pasillo, observado de reojo al felino, que continuó sentado como si nada hubiese pasado. Ni siquiera tuvo, el doctor claro está, la cortesía de guiñarle un ojo en actitud de complicidad.