El criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Esta es una máxima policial quizás no incuestionable... aunque en este caso volvía a cumplirse. Nuestro personaje recorre sus pasos, exactamente el mismo orden de sucesos, con el fetichismo o la melancolía del momento, reproduciendo con exactitud los sucesos en su cabeza, recordando lo ocurrido...
La noche era cerrada en
Los charcos formaban una aleatoria distribución a lo largo de la plaza asfaltada, y en su agua se reflejaban las luces amarillentas, tintineantes, descaradamente artificiales, que más que iluminar, arrojaban una penumbra siniestra, acentuada por la lejanía de los pasos de aquellos que circulaban a aquellas horas por el lugar, cerca de la estación de autobuses nocturnos. Era uno de aquellos lugares que se encuentran en mitad de la nada, dentro de un laberinto de bloques de pisos donde, hacinados en lupanares, los habitantes del extrarradio dormían, a la sombra de la guadaña, de la sirena del lunes a primera hora.
Trabajadores de turno de noche, jóvenes borrachos, todos aguardan al autobús, firmes, mirando a la esquina, mirándola fijamente, como si sus miradas fueran a ejercer una especie de magia negra que hiciese aparecer de golpe el autobús que los llevaría a su destino. Todos menos ella. Ella no esta en su sitio. Ella camina como si el mundo fuera suyo, deslizándose alrededor de la plaza, maravillándose con cada rincón, redescubriendo el lugar con su mirada, a ritmo de una banda sonora inexistente salvo en su cabeza.
Despreocupada, Eva se deja absorber por la atmósfera del lugar y del momento, y por el ambiente húmedo, buscando abrigo bajo su chaqueta de lana. Lo hace cada sábado que coge el autobús para volver a casa. Quien la ve desde lejos no puede evitar sonreír, parece que sepa hacia donde va, que siga una estela marcada, una senda de baldosas amarillas hacia un punto oscuro. Y desde el punto oscuro el contra personaje, un individuo de oscura chaqueta y nombre inexistente, agazapado en las sombras. Recuerda al gato de Chersey en Alicia en el País de las maravillas, sonríe de manera cruel, y la sigue con ojos atentos en las curvas de su improvisado itinerario. Mientras ella camina, él esta quieto, en las sombras, esperando su momento... Pero no tiene que mover ni un dedo, porque es ella quien llega hasta él.
El criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Y esta vez no fue diferente. Nuestro personaje, juega con el vaho en la esquina de la plaza, y recuerda con total exactitud su mirada, su gesto, su olor, y su acompasada y profunda respiración antes de aquel susurro y aquel silencio. Eva no puede evitar el hecho de que una lágrima se le resbale por sus mejillas, recordando lo ocurrido, en aquel mismo lugar, en aquella misma plaza, porque nunca le dijeron te quiero, como aquella vez.
Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)
5 comentarios:
Eva... qué nombre tan bonito.
¿y el terrible criminal?, ¿no tiene nombre?
objetivamente, es delicado y pícaro, depende de a quién o a qué mires en la plaza. Las imagénes son escalofriantemente buenas, es estupendo, se ve, huele y se siente todo perfectamente, casi escucho la música. Parece que esa banda sonora es la que le hace perder el miedo en la noche.
subjetivamente, etc.
Personalmente, prefiero otro tipo de nombres como por ejemplo: Sofía, Lucía y Alicia.
No sé que tengo yo con ese "ía" que me lleva loco, al final haré caso al señor Poliakov y me haré un psicoanálisis.
Eso sí, coincido en que el relato es enorme. Enormísimo, qué cabrón!
Por supuesto que el nombre del criminal es Adán, lo que pasa es que se avergüenza de su nombre. y a la cucaracha homicida decirle que lo de los nombres en -ía...bueno..¿Alicía?
Aperte de estas estupideces, la narración como un capuccino: cálida, con textura y estimulante.
PD: prometo dejar las drogas.
si ello hace que dejes de ver mis relatos como capuccinos, ni se te ocurra. Es más, te compraré yo el jaco, te servire los picos en una bandeja de oro. Muchas gracias.
es mejor que la heroina!
: ))
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