Una fiesta de alta sociedad. Un hotel maravilloso, repleto de columnas de mármol italiano y exclusivas copas de cristal de bohemia, con los licores mas exóticos, los vinos más reserva, y los whyskis más caros. También hay gente. Y una mala broma de música de fondo, un disco de versiones samba bosanova y chanson français de los grandes éxitos del rock alternativo. Ahora mismo suena smells like teen spirit en una versión de cumbia Venezolana. No creo que Kurt Cobain se retuerza en su tumba ya que llegó a odiar esa canción, y Curtney se estará metiendo todos los royalties en vena. Sin embargo no dejo de tener la sensación de haber descubierto una fábrica de Reebok clandestina en un petrolero en Malasia. Pronto, y quitándole peso al asunto, llegué a la conclusión de que era de esperar, ya que las siglas de la pareja eran C y K, como Calvin Klein.
Alguien me dejo aquí aparcado hace mucho rato, y apoyando el codo en barra imaginaba que no estaba aquí. Era lo mejor que podía hacer, ya que era una minoría absoluta en una mayoría de estudiantes de 3º de económicas en plena fiesta de ecuador de carrera. Ya pueden tocar el coche de empresa, el sofá de cuero y la mujer florero con la punta de los dedos… están felices, es normal. Y ¿Cómo he acabado yo asistiendo a una fiesta así? Sencillo aunque vergonzoso. Es el gran drama de aquellos que vivimos entre dos aguas, el gran contra de aquellos que estuvieron en mal sitio en mal momento. Sí, instituto de pago, ex -compañeros ricos, tardes vacías en verano, y una corbata que hacía demasiado tiempo que no me anudaba. Eso y la maldita pregunta que sirve para justificar todas las mamonadas que he podido hacer en mi vida ¿Por qué no?
Un paso en el vestíbulo y sabía que me estaba equivocando de sitio, lo mismo que la primera vez que pise aquel viejo armatoste aún con olor a seminario. “No deberías estar aquí, chico” mis viejos zapatos recién limpiados pisaban aquellos caros suelos, alado de un viejo compañero de clase el cual, como era de recibo bajo su doctrina religiosa, había decidido llamarme. Ama a tu prójimo supongo... Hace mucho tiempo, bajo la dictadura, creo que hubo una campaña que se llamaba “lleve un pobre a su mesa”. Y así es como me miraban todas aquellas personas que yo muchas veces había visto a la salida del metro y me había negado a saludar, esquivándoles tras las salidas de stop. Sin embargo, y como es normal para ellos, me saludaron con una falsedad poco disimulada y una sonrisa forzada. Incluso alguno de ellos se permitió la licencia de utilizar algún coloquialismo como “ye, campeón”. Nos distribuyeron en distintas mesas redondas, decoradas con un mantel blanco e impoluto, una cubertería completa y reluciente, y algunos entrantes. Y vino. Y por qué no… Como elemento neutro e imprevisto me asignaron en una mesa alejada de ciertos círculos, cosa que me vino de perlas. Mi amigo, el cual sospecho del OPUS o católico – propagandista, disparo en un ritmo amable y calculado una serie de preguntas que oscilaban entre la total intrascendencia y un educado y respetuoso interés en saber de mí en todo este tiempo. Observando su actitud en la comida estaba seguro de dos cosas, de que seguía virgen, y de que si se le apretaban un poco las tuercas sería un tipo normal o un completo psicópata. Su caro reloj no dejaba de recordarme que el tiempo pasaba y pasaría toda la noche lento…
No toque la cena. Por supuesto que aquella decisión no tenía que ver con ninguna rectitud moral-política, simplemente es que aquel ambiente me daba nauseas y además no comprendo esa clase de cocina. Dan ganas de no comerla. Recuerdo que solo le hinqué el diente al postre, una especie de copa de nata y frambuesas, por supuesto cara y de lo más reluciente. Nadie se molestó en preguntarme porque no comía, y francamente no me apetecía soltarles ningún discurso.
Terminada la cena y los cafés (nadie de mi mesa bebió licor), y aquella conversación en la que tomaba partido cada vez que me lanzaban la pelota, en la que se hablo de actualidad y de algo más, llegó la ronda de saludos. Me divirtió seguir viendo a un montón de mujeres que seguían con unos enormes pechos y que me seguían despreciando. Y sí, tenéis razón, me resultan por completo sexualmente deseables, pero yo también las desprecio. ¡Que complicado verdad! Pese al mutuo desprecio y la extraña atracción, aliñado ya con un par de copas salude a unas cuantas, que me devolvieron el saludo con los dos falsos besos de rigor y algún cumplido que me la traía un poco floja “estas igual”, “iros a la mierda” pensaba. Pobre gente, con su rico mundo interior y yo les tengo asco porque si. Cuando me cansé de las bellezas museo pase a los hombres. Que elegantes, cuanto futuro, como los quiere Papá. Que interesantes son sus negocios, y que complejo y fascinante es el mundo empresarial, o judicial, o que complicadísimo resulta sacarse una ingeniería industrial.
Y como una bola de pinball fui rebotando de círculo íntimo en círculo íntimo hasta finalmente acabar solo contra la barra, y fui pidiendo un vodka con limón tras otro, después de lavarme enfermizamente las manos en el lavabo. Sé que en estos casos, siempre es mejor irse antes de que la crisis introspectiva degenere en autismo o en una lengua viperina. Pero las cosas siempre ocurren de modo inesperado, y entonces nº4 tomo asiento.
Nº4 era lo suficientemente lista y rica como para ser nº1, o por lo menos nº2. Tenía el suficiente reconocimiento físico de toda esa selecta comitiva del último círculo de la diana social del colegio, pero planteaba los problemas. Tener una nariz inoperable, demasiado fea como para consérvala y demasiado grande como para que una operación pasase inadvertida. Simpatizar con algunas corrientes izquierdistas (social-reformismo moderado), y además, según fuentes de primera mano, un olor vaginal particularmente desagradable. Pobre nº4, es extraño pero siempre me pareció muy desagradable físicamente, me recordaba a una meiga con aquella nariz inevitable. Borracha ya, como una beuna católica apostólica romana no practicante, se acerco con la lengua de trapo y poca estabilidad en sus pasos, aunque nada fuera de lugar, solo había que ver el lugar. Pero no me confundáis, no juzgo, yo también estaba allí. Ahora nº4 trata de establecer comunicación conmigo, esta apunto de hablar:
- Hola Vladimiro- tenían la horrible costumbre de traducir mi nombre. Aguante esa carga varios años
- Hola nº4- mira extrañada a mi respuesta
- Yo no me llamo nº4
- Sí, si que te llamas así
- Estas borracho- me dice sin poder hablar muy bien
- Como quieras- el silencio se prolonga un rato
- ¿Has visto a 13?
- No- ella me sigue sonriendo falsamente- No creo que haya venido
- A mi me dijeron que vendría
- Pues ya ves, las cosas- el silencio vuelve a prolongarse. Nº 13 es el ex –novio de nº4. Fue mucho tiempo detrás de ella, hasta que un día ella se coló por él, y primero fue bonito, luego aburrido, y finalmente insoportable cuando todo acabó, para ellos por supuesto. Dicen que aunque ella se haya enrollado ya con varios chicos, entre ellos nº7, no ha superado a nº 13, aunque lo cierto no es que todo esto me quite el sueño. Pero me apetece volver a ver a nº13. Nos gustaba hablar de música, pero ya no me coge el teléfono, desde hace casi año y medio. Tampoco yo intento llamarle. Malas lenguas hablan de sus escarceos con las drogas, que le están llevando por un camino complicado.
- ¿Y tu que tal bien?- le conté una selección de trozos aburrida, lo suficientemente impersonales y aburridos como para que se largasen rápidamente. Y así fue, siguió sonriéndome falsamente, y se fue al baño a ¿vomitar? No especificó. Volví a quedarme solo y miré como todo el mundo se divertía, y me puse de nuevo cara a la barra.
Ya no me quedaba a nadie por saludar. Seguí bebiendo y pensando en nº 13. Y en nº 25, un chaval al cual expulsaron porque “no se adecuaba al modelo del centro”, gente de suburbios pensarían. Como nº 32, nº 47, nº 76, 77, 78, 79, 80, 93… Recordé las peleas en el patio, las palizas en los aparcamientos, los amigos de amigos con palos, y la sangre que nunca llegaba al río. Conociendo a cada uno de ellos y ellas que fueron expulsando porque “no respondían al perfil”, podías elaborar una especie de prototipo generalista, que respondía a lo que ellos consideraban “carne de cañón”. Ellas son tan ricos que ni si quiera pagarán su incompetencia con una degradante mamada al de recursos humanos, porque papa tiene dinero. Y entonces me vi en el reflejo de la copa y caí en la cuenta de que a mí no me habían expulsado.
Mientras una versión pin up de los Clash sonaba me imaginaba un mejor amigo imaginario, que me invitaba a una copa, y que me preguntaba si quería hablar, pero yo le ignoraba obsesionado en el hecho de que cabía la remota posibilidad de que me pareciese a ellos, ya que un en largo periodo de mi vida me habían confundido con los mismos. Tenía que salir de ahí, tomar aire puro y mío, encontrar algún mundo comprensible. Al decirle adiós a la camarera (era preciosa), con la que no había mediado palabra en toda la noche, ella me miró con una clase de asco que me resultaba de lo más familiar. Y aquello me destrozó.
