martes, 19 de mayo de 2009

I

Los periódicos nos recibieron aquella mañana con la noticia de que un peligroso criminal andaba en busca y captura. Al parecer alguien había atracado un banco y disparado contra un guarda, no me enteré muy bien. A veces resulta imposible entender que diablos es lo que realmente ocurre en el caso de que la fuente que nos sostiene es la prensa (ese atajo de porteras y cuenta cuentos a sueldo). La foto del malhechor era la primera plana, y su descripción psicológica podía encontrarse en la noticia más destacada de la sección de sucesos, "peligroso y está armado". Aunque lo bueno que tienen ahora las autopistas es que esta clase de noticias sensacionalistas pasan por completo desapercibidas.

Cierto es que años atrás, donde los bares de carretera eran eso y no self-services, siempre había algún que otro habitual de la barra que escudriñaba los anónimos rostros que se deslizaban por el lugar, imaginando de que huían. Pero ahora la realidad es bien distinta, y detrás de los souvenirs y las chocolatinas bajas en azúcar, los tickets de compra y los uniformes reglamentarios de las dependientas con esa estúpida gorra, quien entran ya no es una sombra. Ahora son posibles clientes preguntando donde están los aseos esperando que el dispensador de jabón funcione correctamente, y ocasionalmente algún mochilero que se desvió de su ruta atraído por la leyenda de el dorado.

Si el limbo existe tiene que ser pareció a un área de descanso en una carretera a media tarde en agosto, con su bollería prefabricada y bebidas abusivamente caras y un quiosco donde la prensa llega puntualmente dos días tarde.

Los zapatos de un cliente brillan con la luz de los primeros destellos de los tubos fluorescentes, antes de que en la cafetería dispongan todo para que comience la cena. Como todos, el también ojea sin detenerse demasiado la prensa, en especial la sección de anuncios. Piensa en un viaje largo, y da vueltas a un globo terráqueo imaginario esperando a que se paré para elegir el punto de destino, aunque de momento se conforma con haber repostado la gasolina y con que Marta, su hija pequeña, salga del baño y no tenga que entrar a buscarla. No le gustaba tener que responder a preguntas impertinentes formuladas por marujas impertinentes de impertinente domingueo. Hoy ha decidido volver a fumar, es como un premio, algo así como el humo de la victoria. Una chica con las cejas tintadas se le acerca mascando chicle y preguntándole educadamente que quiere. Cerveza sin alcohol y un batido de fresa con trocitos de fresa dentro. No falta mucho para la cena.

Un hombre grasiento y sudoroso se le acerca por detrás y le pregunta por su nombre, mientras le sujeta un hombro con fuerza. Reaccionando rápidamente le estampa en la cara el servilletero de metal, y lo empuja contra el suelo y hecha a correr por el pasillo, buscando a su hija antes de huir. Con suerte solo serían dos o tres. Pero mientras razona el plan de escape tres dos se alojan en su espalda, y uno en su cráneo. Cae al suelo, definitivamente.

El policía sonríe y enfunda el arma. Un culpable acaba de morir. De la niña se encargaría un equipo de psicólogos de asuntos sociales destinado para esta clase de eventualidades. No le dejaron ver el cuerpo de su padre porque era demasiado pequeña, lo que era totalmente comprensible. Del dinero que había robado 3 días antes a mano armada en una importante sede bancaria y que ocultaba en un doble fondo del maletero también se encargaría la policía, tomándolo seguramente como prueba, para despues resiturilo a su legitimo propietario, el Goliath National Bank.

La quietud, después de los sucesos, se volvió a instalar en el área de servicio. El tipo grasiento, que resulto ser un sargento de la policía federal, antes de subir al coche de vuelta a casa, acaricio a un chucho cruzado y algo tuerto que vagabundeaba por la zona. Le encantaban los perros. Cuando su coche desapareció a lo largo de la infinitamente recta autopista, el can se quedo allí sentado, con la lengua fuera bajo una luz amarilla y con un extraño y estúpidamente expresión de feliz ignorancia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando se ha mencionado lo de la niña, he tenido visiones de "Thelma y Louise", pero el autor ha sabido esquivar rápidamente el peligro.

Buena escena digna de road movie, con final (in)feliz incluido. El detalle del perro cuadra perfectamente.

Las reflexiones sobre las áreas de servicio no me han gustado tanto; un poco trilladas. Ah, eso ¡y su autor viaja demasiado por autopista! Debería visitar las áreas de servicio en las carreteras comarcales castellano-manchegas. O una Waffle House sureña, en su variante norteamericana.

Vladimir dijo...

Thank You very much madames et monsieurs! Tanto aplauso es ensordecedor