domingo, 11 de noviembre de 2007

El frío en septiembre

( 1º Parte, a modo de edición de prueba de los seriales de televisión)

Mi tren salía a las 10:36, en dirección al centro de la ciudad. Mis dedos recorrían el metal frío del pasamanos al pasar por escaleras de la estación que lleva a los pasajeros hasta el andén número 2. La estación tomaba aspecto de edificio en obras por la mañana. Las tonalidades grises se fundían con el cielo y viceversa, una isla entre el mar de césped de un verde totalitario. En mi cabeza los abusos de la cebada negra aplicaban métodos de tortura china a mis neuronas, lo que viene a ser llamado una señora resaca. Mientras esperaba, recordé las fotografías de la noche anterior, la despedida de Amaia y el grupo de estudiantes coreanos, mi intento en vano de escribir algo coherente al llegar a casa y la frustración de no haberme atrevido a besar a Gaëlle. El tren me sacó de mis pensamientos y abordé el vagón junto a una marabunta de niñas enfundadas en ropa deportiva rosa que despertaron mi rechazo enfermizo por tal color.
La línea del tranvía que enlazaría con el aeropuerto no estaría preparada hasta dentro de dos años, así que debería cruzar buena parte del casco antiguo hasta tomar uno de esos citylink en los que se hacinan jóvenes, turistas de clase media y algún que otro policía de incógnito. Lo último que me apetecía era coger uno de esos taxis, así que no había otra alternativa.
El recorrido desde Howth hasta la estación central de la ciudad duraba por lo menos 40 minutos. Mientras sacaba toda la parafernalia necesaria para escuchar música en el tren, miraba de soslayo el cristal; a través del cual proyectaban una película de vegetación interminable, de un verde esmeralda apagado, como el contenido de una cazuela de acelgas humeante. Sería inútil intentar convencerme de que todo aquello carecía de dimensión dramática para mí. Lo cierto es que cada metro de vegetación que dejábamos atrás se cargaba en mi espalda como un saco de arena, uno tras otro. Apoyé los pies en el asiento de enfrente, que ya tenía el tapizado, también verde, muy ennegrecido –supuse que el mío estaría igual- y encendí el reproductor. Gaëlle me había entregado un cd virgen, sin marcas de rotulador ni nada parecido que diese pista alguna acerca del contenido, pero yo sabía que contenía algunas canciones suyas, como regalo de despedida. Al dármelo incluyó en el lote una sonrisa que no me atreví a recoger.
Meses después me enteraría que estudió en el conservatorio de Marsella desde los 5 años, que había girado por toda Francia, incluso Canadá, ganando certámenes y participando en todo tipo de actos con la guitarra española.
-Algún día iré a Madrid de gira y te mandaré entradas para que vengas a verme- dijo la noche de antes, consciente o no de lo que aquello significaba para mí. Le imaginé en el quirófano, vestida para operar, sacándose veneno de sus ojos verdes para inyectármelo directamente en el pecho mientras un yo ajeno a la función, anestesiado y tumbado en la mesa metálica de su laboratorio maligno, iba bombeando el líquido hacia cada extremo del cuerpo.
Sabía que en la oficina me preguntarían si habría echado algún polvo con alguna de las compañeras de congreso, con alguna extranjera compañera del congreso. Javier, el jefe de recursos humanos, era la clase de gilipollas al que había que conquistar con fanfarronadas, y no hubiese admitido un "nada de nada" por respuesta después de casi 5 semanas pagadas por la empresa, si no que exigiría al menos una historia bien cargada de detalles. Podría decir que me enamoré de una niña de 17 años, pero decir la verdad no era una opción.
Al contrario, inventé una historia acerca de alguna de las cenas extra-oficiales con mucho whiskey y alguna congresista alemana con el tacón roto que necesitaba que le llevase hasta el hotel. Pura mierda, sí, pero perfectamente creíble: pan et circus.
La empresa estaba interesada en cubrir a las tantas compañías asentadas en el Holyrood Park, una especie de mega-recinto financiero que albergaba a las sucursales de las empresas del sector de las nuevas tecnologías. El Irish Tiger, organizaba en septiembre un congreso sobre recursos legales en el marco del mercado tecnológico al que fui en calidad de representante de la asesoría. Aprovechaba el viaje para hacer un curso de idiomas, inglés aplicado a las relaciones empresariales en el Trinity College, con todos los gastos pagados por la empresa. Aparte de los 4 meses en los que estuve haciendo el máster en Frankfurt, jamás había salido de Madrid.
Jamás intenté explicar a Pau, mi mejor amigo, ni si quiera a mi hermana el motivo por el cual perseguí a Gaëlle cada noche. Acepté el curso de los acontecimientos siguiendo la idea de Schopenhauer: toda negligencia es deliberada, todo encuentro casual una cita, todo está predispuesto por el hombre en un estado anterior, dando por imposible cualquier razonamiento crítico.

Cucaracha Homicida (tiemble señor Marías)

4 comentarios:

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov) dijo...

Sr G.K.A.

Su relato es conmovedor, un gran comienzo para una novela, o un trozo de vida en un genial cuento corto.

Dice lo que, y como, tiene que decir las cosas. No me imagino otra manera de leerlo.

Aplausos sonoros, y flores en el camerino.

Anónimo dijo...

Querida Cucaracha Homicida:

Tú ya no eres de este planeta.

A los pies de tus letras

Cucaracha homicida dijo...

había subido una versión sin corregir, ruego disculpen mi puta mierda de seriedad =)

Y, por supuesto, gracias señores.

Anónimo dijo...

Empecé a leer esto seguro de que era de C. Amarilla, y cuál fue mi sorpresa cuando vi que ¡Oh, es de Cucaracha vasca! Antes de llegar al final te descubrí por lo del cd. Sí, París da grandes ideas, y sus "femmes", muchas más.
Por cierto: ¿Por qué el nombre Gaëlle?
+porciertos: espero segunda parte(como poco).

"Ne pas de quà!"