jueves, 8 de noviembre de 2007

Casablanca

Mientras nuestras manos se entrecruzaban despacio, el automóvil se dirigía vertiginosamente hacia las afueras de la ciudad. Avanzaba como un león hambriento, feroz e inevitablemente hacia la presa. Tan feroz e inevitable como el tiempo.

Porque de hecho, el tiempo transcurría, ahora que el final estaba tan cerca, demasiado rápido, y tan lapidariamente como los nazis sobre Francia. En el voraz transcurso de los segundos y los metros sobre carreteras secundarias, nuestras manos se entrecruzaban despacio, volviendo a reconocerse. Prometo que fue el segundo más lento de mi vida. Un segundo intenso, a cámara lenta, mientras la realidad no dejaba de acelerar. ¿Demuestra esto la relatividad del tiempo de la que hablaba Albert? ¿Tiene que ver con aquello de que si una persona, en un viaje sideral, si supera la velocidad de la luz, envejece mas lento que una persona que se queda en la tierra, y al volver, envejece el doble de rápido?

Sentada en el asiento de al lado, mirando por la ventana, de manera nerviosa, tú temías por tu suerte y deseabas llegar a tiempo. Observabas como el tiempo no pasaba todo lo deprisa que debía pasar, acariciando mis huellas dactilares, inconscientemente, aliviando, solo por un segundo, el inevitable hecho de tu marcha, mientras nublabas cualquier perspectiva de futuro, congelándome justo en aquella sensación, relativizando el tiempo.

Resulta curioso, como el tiempo describe sensaciones tan aleatorias en el mismo momento, en relación con las distintas personas que lo experimentan. Para ti, todo transcurría demasiado despacio, y para mi demasiado deprisa. Los significados de las palabras deprisa y despacio variaban por completo según quien de los dos las estuviera escuchando.

Los hechos que ocurrieron después de que bajásemos del coche, sucedieron tan rápido como había previsto. El avión esperaba, había tiempo de sobra para facturar, embarcar, ir al baño y despedirse. Ahora te recuerdo recorriendo con una sonrisa en el pasillo de los baños de la Terminal 2 del aeropuerto, mientras te observaba inmóvil, como apunto de ser embestido por un trailer de varios ejes. Sin decir nada nos abrazamos, y nos besamos, y el tiempo transcurrió a dos velocidades al mismo tiempo, como antes, tan deprisa, y a la vez tan despacio.

En el filo de los momentos, la gente demuestra ser lo que realmente es. Entre lágrimas, te pedí que te quedases, aún sabiendo que era imposible. Me besaste por última vez, y prometiste volver a verme. Y agachando el ala del sombrero, di medía vuelta, y me dejé arrastrar por la cinta transportadora hasta el aparcamiento.

No soy Rick. He demostrado no serlo. Supongo que por protegerme, creo que nadie es Rick. Ni siquiera él, él era Bogart, y quiero creer que Bogart y Rick habrían actuado de manera distinta. Quiero creer que Rick no existe.

Tu avión se aleja contigo dentro. Yo estoy en el supermercado cerca del apartamento, y compro una botella de Smirnoff y unas galletas mantecosas, evitando el planteamiento de las preguntas, sensaciones y lamentos que siempre surgen en estas ocasiones. En mi cuarto vaso consecutivo, imagino un extra de la película de Casablanca, en la que Bogart, tras despedirse del policía francés hasta el día siguiente, abre un paquete de galletas.




Texto: Pepe Ruiz Andrés
Fotografía:
Blanca Ruiz Andrés
Montaje fotográfico: Aída Prados Cano

Marco- Escenico:
París (Francia)
Inspiración: Aída Prados Cano


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero que mantengas el nivel, querido.
Genial.
Por cierto, se merecen créditos la musa inspiradora y la ciudad-escenario (sabemos que no es Casablanca)

Au revoir!

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov) dijo...

Es cierto. Conste que lo pongo porque son partes esenciales de la creación.

P.d: Espero Mantener el nivel. París fecunda ideas geniales en mi cabeza.

Anónimo dijo...

Cada palabra... pesa, en esa atmósfera tan gris que has creado. Este es el (a)típico relato que recuerdas.

Te felicito de corazón, Pepe. Echaba de menos leerte, la verdad.

Eme

Anónimo dijo...

Sigues utilizando la melancolía a la perfección. Me ha gustado especialmente el momento de la despedida en el aeropuerto, la frase "En el filo de los momentos, la gente demuestra ser lo que realmente es" es mítica.

Anímate que muy pronto os volveréis a ver Rick

Luciérnaga dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

El suprimido es mío! lo escribí en un momento extremo de sensiblería y me he arrepentido...

sólo decía que me encantó el "relato"!! sí sí!!

y que me encanta que haya un Pepe inspirado por una Aída.
Me alegra saber que hay alguien que quiere ser Rick, el simple hecho de quererlo ser, ya te hace serlo un poco.

y creo que nada más que añadir!!

besossssssss!

Insecto L.

Eva B. dijo...

"Para ti, todo transcurría demasiado despacio, y para mi demasiado deprisa."

Sabes que particularmente me gusta este relato, que lo leí de una manera fría y distante y cuando dijiste "así está bien" fue como si hubiera sido absorbida por un gusano gigante, ya no había más que hacer, estaba en paz y estaba claro que no iba a ser el último beso... Y me parece que no, que no lo ha sido.

"Al filo de los momentos la gente demuestra ser lo que realmente es" y a veces eso es una constante, un ahora es un filo, aquí hay otro...

Objetivamente me ha encantado y, como te digo siempre, subjetivamente, etc.
:)