viernes, 11 de enero de 2008

La Vida Inadvertida

La mano se introduce en un colosal bol de palomitas. El recipiente es tan grande que si nos cayéramos dentro, los servicios de rescate encontrarían nuestros cuerpos sin vida, desecados por la alta concentración de sal. Menos mal que no estamos ahí.

La mano en si pertenece a un sujeto, del cual no diremos su verdadero nombre, aunque para entendernos, le llamaremos Francisco Fernández. Su nombre real es de origen polaco, (impronunciable para nosotros), aunque él sea natural de Almussafes. Sus padres tampoco son polacos, ni sus abuelos. De hecho su relación con Polonia se limita a su nombre. Los motivos de su exótico nombre son simplemente haber nacido en la década de los ochenta, años en los que además de esta se tomaron otras muchas decisiones estrafalarias.

Dejando a parte el tema de su extraño nombre, Francisco Fernández llevaba una existencia monótona y previsible. Después de estar 5 minutos con él puedes conocer perfectamente todas las acciones que realizará hasta que a los 76 años muera de viejo, en la habitación 512 del Hospital General Provincial. Se trata de la clase de persona que no estorba, pero que tampoco destaca, una presencia no desagradable pero si aburrida. Se trata de simplemente alguien más.

Nació en el año 1983, en una cama de la planta de maternidad del Hospital de la Fe, en Valencia. El parto fue breve, y el niño nació sin ninguna complicación. Creció sano, sin contar con los episodios de gripe anuales en invierno, y aquella semana que paso con el brazo escayolado al resbalar con una capa de grava que había sobre el campo de fútbol del patio de su colegio. Su primer recuerdo se remonta a los 3 años. Se trata de un breve instante en su memoria con la imagen de una rodaja de mortadela contra una pared blanca. Nunca fue un estudiante brillante, ni un atleta, pero nunca se metió en ningún lío. Le gustaba mucho ver la televisión, aunque siendo el menor de tres hermanos, nunca dispuso del control del mando a distancia, hasta que estos dejaron de interesarse por el aparato. Un par de año más tarde el también lo hizo. En cuanto la adolescencia, un episodio de acné que duró un año, algún ocasional suspenso, algún desengaño amoroso, y un muy sudado carné de conducir ante la crueldad de los examinadores.

Sexo casual, salidas regulares con su círculo de amigos, conversaciones intrascendentes, posicionamiento parcial con el equipo de fútbol de su ciudad, amante de la comida a domicilio, las películas de acción y los domingos caseros como este. Otra forma de felicidad.

Rebaña el bool de palomitas, aunque aún le quedan muchas para llegar al fondo. Sus padres se han ido de fin de semana, y sus hermanos ya han conseguido una seudo- independencia. En la apacigüe soledad de su salón, en un momento de dialogo en pantalla y mientras traga, cae en la cuenta de que millones de idénticas gotas impactan contra el cristal. Se sorprendió de no haber oído la lluvia hasta ese momento. “Llueve”, pensó. Y mientras todas las clónicas gotas se estrellaban contra el cristal, el arroyaba con su mano el mayor número de palomitas posibles, de insignificantes y aparentemente homogéneas palomitas del universal cuenco. Una de esas millones de palomitas que son deglutidas por tantas y tantas personas anónimas en sus casas, los domingos por la tarde.

Después de aquella tarde, Francisco Fernández, continúo con su existencia. Se graduó en económicas y acabó trabajando de contable, primero para una empresa de construcción, que quebró a principios de la primera década del 2000, y posteriormente, tras un largo año de paro, para un taller mecánico, donde le pagaban menos, pero que le pillaba más cerca de casa, le daban más horas de descanso y eran mucho más flexibles con el horario. Un año antes de terminar la carrera, conoció a la amiga de un amigo en una cena en casa de este, y tras 5 años de largo noviazgo, decidieron casarse por la iglesia, pese al mal trago de oír su extraño nombre pronunciado en las barrocas paredes de la Iglesia de su pueblo. Tuvo dos hijos, chico y chica, dos niños normales que nunca le dieron problemas, salvo los recitales de piano de la hija, que en su foro interno constituían una de las experiencias más aburridas que el jamás había pasado, pero de las cuales nunca se escaqueó.

Con los años, Francisco Fernández se fue desinteresando cada vez más de las noticias, el fútbol, los amigos y el sexo, envejeciendo de manera evidente, y recuperando su pasión por el televisor, mientras sus hijos se independizaban y su mujer se dormía en el sillón de al lado. Tras un empeoramiento de salud repentino, murió a la semana de estar en el hospital. Un caso médicamente previsible.

En su entierro, bajo su lápida, una corona de flores llevaba una banda que decía “jamás te olvidaremos”.

Texto: José Ruiz Andrés
Música: No surprises (Radiohead)


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me han entrado unas ganas enormes de hacerme palomitas mientras lo leía esta mañana...

Me parece muy bueno.
La forma, cómo vas acercando al lector, cómo juegas con la información de tu personaje, cómo lo vas dibujando hasta hacernos contactar con él, no sé, los toques semi-comico-irónicos, cómo abordas sus orígenes y el porqué (aunque ni siquiera lo tuvieras pensado es algo muy significativo), esa manera de conseguir que todos nos sintamos parte de ese personaje con nombre tan peculiar o particular (y a la vez desconocido para el lector) pero en el fondo tan común.

Y el final, el final me parece la guinda del pastel. Simplemente cojonudo, un significado profundo, filosófico y cierto. Muy cierto.

Olé Pepe.
Un beso! Y cuídate las espaldas.
Aunque si nos vas a deleitar con cosas de este estilo, entoces, guarda reposo. Mucho mucho reposo.

Besos.

Un Insecto que no es nada y que morirá acompañada por una corona perfumada desprovista de significado. Como la vida misma.

Anónimo dijo...

No está mal querido,no es lo mejor pero ante la sequía...eso sí las fechas no me cuadran demasiado...nace en el 83 y trabaja en una empresa que quiebra a principios del 2000.
Precoz, tal vez!! jajajaj

Hace tiempo que no te veo ese pelo rubio ni tu guitarra cascada.

Pd: nos olvidamos de tocar AcDc y Led Zeppelin...será posible???

Tendras noticias mías pronto muajajajjaja

Anónimo dijo...

Hostia puta, yo no lo encuentro cómico, sino más bien... profético. Y eso me da miedo. (Nudo en la garganta).

Buenísimo.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov) dijo...

Destacado y selecto circulo de lectores:

Las alabanzas me ruborizan y alimentan mi ego. Quedo saciado de aplausos solo con la dimension de vuestros comentarios.
Sin gafas de sol os digo que me alegra mucho que os guste.

La historia se me ocurrio en París, bueno, lo cierto es que se me ocurrio en muchos lugares muy disintos: En mi casa, en la estación de La defense bajando las escaleras mecanicas....

Pertenece a un proyecto que va surgiendo poco a poco, y que espero poder sacar a la luz en menos tiempo de lo que espero.

Muchas gracias de nuevo.

Fantomas dijo...

"Jamas te olvidaremos"
Francisco Fernandez permanecerá en la memoria, como uno más. No será más que la sombra de un humano sin impulsos. Alguien que jamas creyó poder escaquearse del trabajo para ir a pasear por la playa, o para hacer el amor con su mujer hasta deshidratarse; alguien que no se atrevió a coger un libro para 'adultos' en la escuela, que no cruzó el Atlántico en su vejez. F.F. es el modelo de quien no se arriesga a hacer nada inusitado. Que se limito a ser, sin pensar. A acabar su bol de palomitas, y nada más.

Muy bueno PP.