jueves, 4 de septiembre de 2008

La Habana: Mujeres (diurno)

Muchachos y lectores. Esto también es otro escrito. El segundo publicado en este blog, y uno de los muchos que itnento mecanografiar. Es denso, es largo, es personal y no refleja fielmente la realidad. Así están las cosas. Metiendonos un poco en farina, os diré que es la primera parte de un largo cuento que nunca debió separarse, pero así es el formato blog. La semana que viene publicaré la segunda parte. O no. Y os advierto, no va de política. Dejo lo mejor, o por lo menos la sangre, para el final. Así que damas y caballeros con todos ustedes.







A Giulio o Julio, se le encendieron los ojos, se le abrillantaron las pupilas y se le llenaron de dulce malicia mediterranea, lo mismo que cuando oyeron las palabras ron cubano, y más aún cuando escuchó la palabra mulatas.
(…)
-Dijo usted ron y mulatas, ¿mon capitain?
-Oui Monsieur. El mejor ron del mundo. Y quizás las mulatas más deliciosas del hemisferio occidental. Las hay deliciosas, hermosas, sensuales, divinas…

-Humberto Arenal-


El día comienza, como siempre, con el ruido del ventilador a mínima potencia y con las sabanas a las que me he ido enroscando durante la noche. Los párpados se me despegan y despierto en una habitación que se me ha vuelto familiar con mucha facilidad. Alguien ha entrado en mi cuarto durante la noche, o tal vez hace un rato, y cerró la puerta del cuarto colocando un paño de tela doblado en el cierre. No vagueo demasiado sobre el colchón, me pongo en pie y abro la puerta. Y apago el ventilador.

Sobre la mesa un vaso de plástico, de un color que no puedo bien definir, el cual se que esta lleno de algún batido de fruta tropical. Camino descalzo por todas las baldosas y atravieso la puerta de madera tipo far west que separa las dos partes en las que podríamos dividir la casa. Vivian duerme en una de ellas, y yo en la otra. Está en la cocina, terminándome de preparar el desayuno. Me lleva colmando de atenciones desde que vine, y me alimenta como si tuviese el propósito de venderme en una feria de ganado, pero siempre con mucho amor. Y yo me lo como todo, porque soy un muchacho agradecido. Y solo por eso.

- Buenos días- digo con la voz que aún se está acomodando a funcionar
- Hola mijo- cariñosamente me sonríe y continúa preparándome plátano frito poco troceado y con mucha sal, como a mí me gusta- ¿Dormiste bien?
- Estupendamente. Tienes batido de fruta bomba* encima de la mesa
- Vivian, yo no estoy acostumbrado a desayunar tanto
- A pues te lo comes. Tú mamá confió en mi estos días para que yo te alimentase bien. Además que el desayuno es lo más importante y me prometiste ayer que hoy comerías todo lo que dijese que ayer no desayunaste- Cautivo y desarmado me retiro al lavabo a lavarme la cara y las uñas, sonriendo. Es estupendo que te obliguen a hacer algo que te gusta.

No me acompaña a desayunar porque tiene que preparar la comida de Miguel Humberto, un niño de dos años al que cuida durante toda la semana todas las tardes (y en vacaciones todo el día) desde que el sujeto en cuestión tenía ocho meses. Creedme, aguantar al crío en cuestión es bastante complicado. Tiene más edad que mi madre. Se pocas cosas de Vivian. Pocas cosas concretas. Tan solo una de las muchas líneas argumentales de su vida. Que me encanta su pudín y su congrí*. Que es una mujer fuerte y muy temperamental. Suele dar ordenes, es todo un carácter (muy acorde a su físico que me recordaba a Andalucía), pero la mayoría de los imperativos que emplea conmigo tienen siempre un cariño implícito el cual me impide decirle que no. Es como comer uno de esos cacahuetes con miel y sal. Me gusta Vivian. En los pocos días que llevo aquí la considero como un miembro de mi familia, al que hacia mucho que visitaba pero que el tiempo no hizo que la proximidad se perdiese. No una tía, ni una abuela ni una madre. Algo distinto pero mío.

Atiende a unas visitas en la sala de la televisión pero se preocupa de que todo esté bien. Después de comer los huevos fritos con la clara revuelta en cebolla y jamón, y de haberme manchado todo el bigote del batido de fruta bomba que me he bebido casi de un trago, la puerta de fondo de la casa se abre y aparece ella, una fugaz sombra que no es capaz de saludar antes de haberse aseado un poco. Pero dos minutos después, cuando degluto los tostones, ella abre las puertas del otro lado de la casa.

“¿Qué bolá mi Santi? ¿Dormiste bien?” Me fulmina con una sonrisa a la que yo no soy capaz de responder. Su pelo negro tintado de mechas pelirrojas que se van decolorando hacia el rubio está cubierto por una gorra del equipo de baseball de industriales. Tan andaluza de parecer como su madre, morena de piel, y de ojos rasgados y negros, fue bautizada por Bruno como la Maravilla. Apodo que mantendré secretamente. No capta mis halagos, me saca más de diez años, y ha vivido mucha vida como para fijarse en mí. Le encanta el deporte, todo él, y es capaz de levantarse a las seis de la mañana para ver un partido de baseball. Como su madre también, todo un carácter, combinado con un pensamiento de la vida al que yo calificaría de números*, tiene el suficiente cerebro como para equipararse a cualquier persona que tiene escrito en su cara “yo leo a Schopenhauer”. Sin embargo desprecia esas formas de intelectualidad, y toda forma de excentricismo. Me desprecia a mí, aunque a la vez me tiene cariño, y nunca se pararía a leer este blog. Es perfecta. Me muero por darle un beso en la mejilla para darle los buenos días, y sin embargo me moriría si lo hiciese. Me muero por que me obligue a aprender a bailar, para ponerle mala cara y decir que me da mucha vergüenza y que no puedo hacerlo. Y sospecho que ella sabe todo esto, pero tampoco es muy dada a los cumplidos. No tengo ninguna posibilidad con ella y ello resulta adictivo. Ya me lo dijo su madre cuando le dije que me gustaban las chicas con carácter: “eres un masoquista”.

La maravilla se sienta conmigo mientras desayuno y yo me dedico a decir estupideces con la boca llena. Brillante estrategia, si. Le cuento mis planes del día. Ella irá al trabajo, y esta noche no podrá acompañarme por ahí ya que hay un partido de pelota, entre Cuba y China Taipei (Taiwán). Escojo mi ropa, me ducho, y observo mi barba como quien observa a unos gusanos de seda en una caja de zapatos agujereada; con curiosidad, un extraño cariño y ojos de sospecha y estudio. Mientras me ato los cordones de los zapatos en el salón advierto a las chicas que hoy estaré todo el día fuera, que ya llego tarde y que no me esperen para comer. Quedamos en que les llamo si me demoro.

Salgo a la calle dirección a la parada del autobús con la esperanza de que el P16 pase pronto. El sol brilla, la gasolina huele, y las mujeres caminan en todas direcciones. Mujeres que no volveré a ver nunca. Mujeres preciosas en forma (no detallaré) y en concepto (son estrellas fugaces en mi vida, maravillosas visiones que seguramente no se repitan exactamente igual). Finalmente, y tras unas cuantas paradas me bajo en la esquina de la avenida de los Presidentes, o como la conoce todo el mundo “G”, con la calle 23 (mi amada calle 23), con la intención de sentarme en unas de las sillas del café literario. Oh si, cruzamos mares y aduanas para repetir nuestra pauta de comportamiento, porque por mucho que viajemos somos quien somos. Café barato y en grandes cantidades, baratos libros desconocidos, aspirantes, y quien sabe si secretos, artistas cubanos, esperados a ser descubiertos, relacionándose endogámicamente entre sí, detrás de sombreros o extrañas vestimentas.

Yo estoy esperando a Armando, otro cubano muy dado a las mujeres, sin mucho éxito, por lo que yo pude ver. Le comenté que tal vez sus técnicas eran demasiado invasivas e intimidatorias. Que uno no puede recitar poesía erótica a diestro y siniestro en mitad de una avenida a toda desconocida con tetas con la que se cruce, voluntaria o involuntariamente. Pero claro, yo tampoco soy nadie que pueda decir algo sobre “las mujeres”… ya sabéis lo que me refiero, esa clase de gente que se permite la arrogancia de darte consejos gratuitos de mujeres diciendo “Mira chico a ellas lo que realmente les gusta es…”. Desconfíen de quien crea estar en posesión de la verdad. Solo les puede llevar a un mal final, se lo aseguro.

En fin, Armando no viene, y yo me dedico a hincharme de cafeína y a leer a Humberto Arenal, una de mis pequeñas incursiones literarias obtenidas en el mismo lugar el día anterior. Llueve desmesuradamente, y una dulce claustrofobia me susurra al oído que no podré salir de allí. Me resbalo en la silla dirección a las baldosas, lentamente, porque tengo tiempo, mientras espero a que mi quinto café se enfríe. Observo la cortina de agua que envuelve el edificio, mientras el resto de gente, envuelta en la pasividad de agosto, sigue haciendo tintinear los vasos, caer la ceniza, y mover sus lenguas al compás del dialogo. Todos menos tú.

Eres una figura reflexiva y solitaria que resalta aquí y ahora. He olvidado tu nombre. Nos presentaron ayer, y a los dos minutos lo había olvidado. Como no quería convertir la situación convencional en tensa no realicé de nuevo la pregunta por como identificarte. Inclinada, rayas una hoja, y espero que solo sean garabatos en un folio. Parte de un maquiavélico plan para seducirme, para que te mire… porque si, no lo dudes, te estoy mirando. Ni si quiera de reojo, pero te miro mentalmente. Te visualizo con una fijeza casi denunciable. ¿Será por mi educación cristiana que no me deja hablar claro, o será mi miedo al rechazo, pero no puedo ir y decirte que me pareces… no puedo decirlo ni aquí… y que quisiera que tu quisieras… en fin, estoy loco, o soy tímido. O soy un loco y estoy tímido. Debería levantarme, olvidarte, esperar al avión y visitar a un psico-algo. A ver que me cuenta… si, eso haré. Pero antes de hacerlo escribo en un trozo de servilleta un mensaje que yo solo comprendo.

“Ni te desprecio
Ni te ignoro

Pero no debes descubrirme.”


Abandono el papel arrugándolo encima de la mesa. Antes incluso de que me advierta su terrible secreto el camarero lo está empujando con el tenedor a la bolsa de basura, confundiéndolo con un papel vulgar y corriente, y salvándome sin querer de mi estúpida auto delación. Así todas las pruebas son inmunes y puedo caminar libre de cargos. Y camino. Primero camino, y cuando veo que tengo tiempo empiezo a deambular con algún tipo de lógica. Tiendas de música, librerías, tiendas de souvenir, todo trampas para turistas a los que les sobra el tiempo. Todo en pesos convertibles.

Acabo sentado en una silla del Coppelia (una heladería típica de la Habana, tal vez mítica, inmortalizada en varios films del lugar, donde se hacen unos helados riquísimos. Alguien inteligente me dijo que Coppelia era una metáfora perfecta de una de las facetas más paradigmáticas del cubano. Su gusto por hacer colas, y por quejarse con cierta resignación, entre la añoranza del pasado y el hastío del presente, echando de menos los buenos tiempos de cuando se hacían buenos helados. Aunque todos sabemos que hablar de “el cubano” es una generalización pero…) escribiendo frenéticamente mientras la gente de alrededor me mira. Trato de comerme el helado lo mas lento que puedo, trato de retrasar mi salida del lugar aunque inevitablemente todo se acaba, y el helado también.

Los sucesos transcurren entre las 4 y las 6 de la tarde, de manera totalmente anodina. Mi actitud se degrada en los siguientes estadios: caminar, pasear, deambular, vagabundear. Como un extraño reloj suizo, La Habana continua funcionando a su ritmo, como un mecanismo perfecto que no me necesita para nada. Y este mecanismo, de gente, de vidas que se cruzan, de burocracia, de sentimientos, de economía, política y música, de vidas cotidianas, contrabando y relaciones internacionales, gira, te seduce y a la vez te destroza, como el amor en su más pura forma contra un organismo ingenuo.

Tras mi compromiso de las 6 de la tarde, compromiso que se alargo bastante, acabo sentado en un bar cerca de la calle Infanta, bebiendo pero sobretodo hablando con Nathalie, habanera, madre y artista. Mientras, anochece.



*Papaya

*También llamado moros y cristianos. Es una forma de arroz negro, típica de la comida criolla, en la que el arroz se tinta de este color utilizando para ello judías de color negro.

* Todo es como las matemáticas. Funciona bajo una lógica que solo admite dos formas de respuesta: Correcta (2 y 2 son cuatro), e Incorrecta (2 y 2 no son 4). Solo hay una verdad, y a consecuencia de ello el resto…Mucha gente nacida en la revolución piensa así. ¿Tendrá que ver ello con la filosofía que subyace en el marxismo, pensamiento básico del régimen? Unos tienen la razón y otros están equivocados, y hay que hacer caer a la gente que está en un error porque lo esta, porque verdad hay una y solo una. Ese rasgo contra-relativista lo comparten muchas filosofías de muy dispares signos. Todas asegurando tener la verdad en la mano, y tratando de hacer ver al resto. Quien sabe, puede que sea ciego, y que alguno de ellos tenga la razón, la verdad y el sentido…

2 comentarios:

BGF dijo...

Mygod, me da mucha tentación leerlo (no he podido evitar rastrear el final y las notas a pie) pero mañana sufro un examen y no puedo-no debo, me quedan 3 horas útiles para aprendérmelo todo... Así que, si hay ánimo de trifulca o de peloteo, esperadme 24 horas, por favor, que no quiero perdérmelo.

Anónimo dijo...

Me iré pasando por tu blog, que quiero saber la segunda parte.

Qué malo es no poder quitarse a alguien de la cabeza, como si ella se tratase de una diosa, nunca sabes si en realidad se da cuenta de lo que piensas.