jueves, 12 de febrero de 2009

Trabajo

“Y en plena rebeldía estudiantil, un personaje con una barba tan ridículamente marxista como un personaje godariano, se preguntaba sobre qué es el trabajo…”



Lili Tiantian se limpia con esmero y apatía una serie de manchas que parecen incrustadas en el cristal izquierdo de las gafas. Su visión se concentra en un plano desenfocado de sus piernas, su bata blanca, sus gafas, sus manos y su clínex manchado de saliva. Sus manos son finas aunque tiene los dedos cortos. Un vecino de hace años, que siempre que podía le tiraba los trastos, una vez le dijo que tenía las manos de pianista, lo que destapó sus intenciones, aunque siempre podía no tener muy claro lo que eran exactamente esa clase de manos.

La habitación estaba entera para ella sola. Tres días antes en el hospital se había realizado el sorteo para turnos de guardia entre los forenses y le había tocado, precisamente, el día 1 de Enero. Los conceptos “racismo” e “hijo de puta” se le pasaron por la cabeza cuando se enteró a posteriori de que el sorteo se había realizado sin ella presente y además, sospechosamente, le habían tocado los peores días. Pero estaba acostumbrada a tragar y a guardársela, esperando algún día devolvérselas juntas a todos.

Hasta entonces permanecería sentada en el taburete viejo del deposito de cadáveres del hospital general Juan-Paul Marat como forense residente, sala que ya comenzaba a serle totalmente familiar y personal, en la que pasaba las horas leyendo, trabajando y bebiendo café. Se había permitido el lujo de hacer una discreta peronsalización poniendo una pequeña cinta azul brillante en un aparato de aire acondicionado en la ranura por donde el aire sale despedido para tener el referente visual de que efectivamente funciona, y además, para romper la monotonía del color blanco-hospital, siempre limpio hasta lo insultante, que se extendía hasta donde alcanza la vista.

Los días de verano, donde por no pasar nada ni siquiera muere mucha gente en la ciudad, aburrida de la lectura es capaz de pasar horas viendo cómo se mueve la tira. Pero hoy ni la tira se mueve ni tiene tiempo para ver cómo no lo hace. Hoy tiene trabajo, mucho. Está algo dormida y se ha olvidado de que el café de la máquina no es café sino una broma de mal gusto. Pero llegados a este punto, sorbe y traga sin paladear. Solo necesita cafeína y acabar cuanto antes. La gente tiene la extraña sensación de que cuando toma café el tiempo pasa más rápido, pero no hay nada peor que estar hasta las cejas y ver cómo, efectivamente, el tiempo no pasa. No quería volver a repetir aquella experiencia. Trabajo bueno, rápido, eficaz, y a casa. Tal vez sexo, tal vez helado. A lo mejor ni lo uno ni lo otro sino una buena rápida y eficaz tissana antes de arrastrarse a dormir.

El primer caso de hoy es un hombre de una edad avanzada. Sus ojos azul-cansado, casi fuera de las cuencas, su gesto totalmente ridículo, así como de sorpresa, su papada pronunciada y rasposa por los pelos de la barba, y su estado flácido y desagradable además del pelo blanco con un corte de pelo estilo militar no le hacen demasiada justicia. Su nombre tampoco: Javier Gutiérrez. Operario autónomo de la construcción, tenía una empresa familiar de reparaciones y otras chapucillas que le procuraban muchos beneficios en negro. Buen padre, mal marido, buen hijo, mal amigo, parecía muy abierto en un primer vistazo, pero luego te chocabas contra un muro que nadie pudo rebasar. Nada más allá, tal vez. Su comida favorita era el pollo, en especial la piel. Le solía hacer gracia que la gente le advirtiese de los riesgos del cáncer y solía soltar comentarios escasamente ingeniosos para evitar el tema mientras se metía la piel del pollo y las manos en la boca. Si hubiese podido acordarse de algo en el último momento, sería de sus años en el servicio militar obligatorio, viéndose a si mismo con el uniforme, un CEFME a la espalda, y una motocicleta a lo largo de la playa. Pero seguramente no se acordó de nada. Nos cuentan muchas tonterías sobre la muerte

Lili examina el cuerpo con una grabadora en la mano, se quita las últimas legañas antes de entrar en faena. -Nombre del sujeto: Javier Gutiérrez Salgado. 60 años. Peso: 96 Kg. Altura: 166 cm. El cuerpo presenta la habitual rigidez post-mortem-. Se detiene dos segundos en el resto del muerto. -Su gesto resulta agónico ¿Intoxicación mortal?-. Descubre la sábana y el cuerpo inerte queda desnudo ante la doctora. Acerca la mano al instrumental clínico y toma en la mano un bisturí: -Me dispongo a realizar una sección abdominal para realizar un examen del contenido estomacal-. Pero antes de cortar se asoma una cabeza por la puerta de la habitación. -¡Hey, feliz año! Voy a oncología pero luego te vienes y nos tomamos un café de verdad. Por cierto, te sienta bien trabajar en fiestas, te favorece-. Antes de que pudiese contestar, la cabeza había vuelto a desaparecer de nuevo por la puerta.

Trabajar en fiestas. No lo entendía. No entendía como su padre había podido trabajar en la pescadería casi sin cerrar un día entero durante todos estos años, antes de volver a China. No entiende esa devoción por el trabajo. Claro que si había llegado hasta donde estaba era por las horas de trabajo y trabajo empleado en cosas que no le motivaban. Lo que de verdad le gustaba a ella eran los domingos donde no se hacía nada, tirada en el sofá haciendo zapping, mal comiendo y dándose algún revolcón que otro con el vecino. Eso sí, nada imaginativo, siempre respondiendo al concepto clave: modorra dominical. Y sin embargo 6 días a la semana no es domingo y trabaja y estudiaba cosas que ni le iban ni le venían, pero que le darían dinero. Y aquí está hoy, en el depósito de cadáveres, el techo profesional que una minoría racial podrá alcanzar en la ciudad.

Cogió el móvil y llamo a sus padres. La llamada será cara porque al ver a su niña colocada y sintiéndose lejos de casa, un buen día hace 6 años decidieron volver a Xijuan. Pronto allí será Yuanxiaojie*. No es que a ella le importe, la verdad es que ha nacido muy lejos de casa y no pudo disfrutar de las tradiciones en todo su esplendor. Ocurre con los hijos de los emigrantes que, o se clavan a la tierra o van flotando sin ser finalmente de ningún lado. Y cada generación es susceptible de ser A o B. Sin embargo, desde que sus padres se fueron, ella se sentía algo perdida.

Cuando colgó se recostó sobre su sujeto. Se sintió algo sola, seca. Muerta un poco dentro, aunque quizás esto sea exagerar. La conversación había sido, como siempre, que estaban bien, que la echaban de menos, que no se olvidase de -por lo menos- vestirse de rojo para repeler al Niam* (esto lo dicen de broma, a estas alturas nadie cree ya en el Niam) y que le enviarían una cajita de Yuanxiao*.

Se incorporó, cogió el bisturí y diseccionó el estómago del sujeto. No le llevó mucho tiempo llegar a la conclusión de que se trataba de una intoxicación por salmonelosis. Seguramente el resto del trabajo de hoy sería comprobar cómo, efectivamente, todos habían muerto por la misma causa, anotarlo todo a una estadística y después llamar a los chicos de inspección de sanidad para que se ocupasen del caso. Eso le llevaría tiempo, mucho tiempo, y quería irse a casa.

Mientras sigue concentrada en sus cálculos mentales, la cabeza vuelve a aparecer y esta vez le ofrece un primer buen café de año nuevo. Desde la mesa metálica, mira los 38 cadáveres restantes, con apatía, sabiendo que será realizar lo mismo 38 veces más, obteniendo las mismas conclusiones. Saca un cigarrillo, rompe su primera promesa de año nuevo, lanza el humo al aire y sin girarse dice: -No puedo, tengo mucho trabajo que hacer-.


Niam:
Monstruo del imaginario Chino que devora animales y personas en fin de año. Suele temer al color rojo, al ruido, a la luz, y a los melocotoneros.
Yuanxiaojie: La fiesta de los faroles
Yuanxiao:
Dulces hechos con arroz glutinoso, sésamo negro, mantequilla y azúcar.

4 comentarios:

el que aplaude dijo...

un relato pormenorizado de la rutina, con toque exóticos. me ha encantado. seguiré leyendo,
un saludo

Anónimo dijo...

La tecnología del trabajo, su lenguaje disciplinario, y cómo éste configura nuestra identidad y gobierna nuestra realidad, forman parte de mis obsesiones más recurrentes en mi poesía.
Sin embargo usted le ha dado otra dimensión, muy interesante, al describir una escena de lo cotidiano, de las distancias del hombre con lo trascendente.
El tiempo y la muerte, contemplados desde el panóptico de esa habitación de hospital, se han visto alejados de la grave dialéctica de los fenómenos para con gesto de resignación, bajo la luz blanca de esa luz de neón, ser dispuestos sobre la mesa de autopsias, por una inmigrante en su labor de rutina.

Un texto muy, muy interesante.

Reciba un cordial saludo, Jon...

Quim dijo...

Te estás aficionando a China o siempre te ha gustado?

Anónimo dijo...

Lo cierto es que además de que siempre me ha gustado y cada día me gusta mas. La lengua, la cultura, la filosofia, las tradiciones... y wong kar wai, joder, no hay película como fallen angels, ¡no la hay!.

Gracias por los comentarios. Y porcierto, Jon Jonejur, has dado en el centro de la diana. Absolutamente en todo.