domingo, 25 de octubre de 2009

Tercera Llamada

La muchachita se volvió hacia mi- ¿Le interesa el comunismo?
-Rymond Chandler-

No estaba mirando, ninguno de los dos lo estaba. Una sensación de abatimiento y de quietud, casi de velatorio diría yo, cubría el amueblado despacho de la fábrica. Ya sabéis, la mirada perdida de la catástrofe impenetrable, los ojos de los que miren al cielo el día en el que retruenen las trompetas en el cielo y la balanza nos juzgue a todos y cada uno. Big Crunch. Porque saben lo que está apunto de pasar. “Si algo deberíamos de saber ya los japoneses, es lo que nos puede caer del cielo”, dijo el que se sentaba más cerca de la la puerta.

-Yasuo Mori, nos conocemos desde Princeton- continuo hablando, con la cabeza y la corbata metida entre las piernas- Se cuando estas preocupado, y se cuando no lo estas. Pero lo peor de todo es que se cuando deberías de estarlo. ¿Es qué no te das cuenta de todo lo que está en juego?
-Mira, asisto a las reuniones, aunque creas que no. Me paso aquí mucho tiempo revisando gráficas, aunque creas que no. Mi vida es esta empresa, y no solo mi vida, sino el legado de mi familia. Soy el presidente y el principal accionista. Soy muy consciente de todo lo que está en juego. Pero no creo que un ataque de histeria solucione nada.
-...Necesito una copa. ¿Quieres algo?
-Un vicepresidente que no se comporte como una mujer cuando se le requiere en su sitio.

Cabreado, desapareció del despacho a zancadas, en dirección a donde estuviese el whysky, y con él, el manto de pesadumbre y tragedia. Simplemente el despacho estaba en silencio, como cualquier otro día en el que hubiese estado concentrado en los informes trimestrales, solo que esta vez estaba quieto. Quieto. Le gustaba. No era la primera vez esta semana, ni la segunda en este mes. Llevaba dándole cada vez más vueltas al tema, desde hacía tiempo. Calma, reposo, felicidad, vida campestre, volver a Osaka.

Descubrió que sus ojos se habían posado en el retrato que 3 años atrás le había regalado la junta de accionistas. Seriedad, confianza, previsión, esa era el mensaje que intentaba transmitir el pintor a quien lo mirase (ordenes estrictas de la junta, claro). Pero para él, bajo los ojos de su propio retrato se escondía una sórdida historia de amor, o mejor dicho, una dulce historia de sexo. No pudo evitar recordar gemidos puntuales, fotografiás no recomendadas para menores, variedades de posturas y lugares tras el seguro pestillo de la habitación y bajo su atenta mirada. A ella le gustaba mirar los ojos del cuadro mientras él se corría.

El recuerdo fue interrumpido de nuevo por el intranquilo vicepresidente, que balanceaba un “on the rox” por encima de la alfombra, desesperado, incapaz de imaginar como pagaría todas las facturas, y saltándose todo protocolo rogó al superior:

-Capitulemos. ¡Podemos capitular, no pasa nada!. Más vale dar un poco que perderlo todo ¿no? ¡Negociar!
-¿Negociar dices? Solo pueden negociar los hombres, no la chusma.
-¡Maldito egoísta! ¡¿Y que pasa con los demás?!¡Los demás ¿Qué hacemos?! ¡Solo te interesas tu mismo y esa puta!
-Por nuestra larga amistad, voy hacer como que no has venido hoy a trabajar, porque estabas enfermo. Ahora, por favor, vete.

Horas más tarde la secretaría descolgó el teléfono, y miro con gravedad al señor presidente. “Habrá huelga”. Se levantó con una actitud que parecía parodiar a los galanes de Hollywood, se acercó ridículamente hasta ella, levanto con suavidad su mentón, acerco sus labios y le dijo “Bueno. Están en su derecho”.

Mientras se besaban, pasaron torpemente de nuevo hasta el despacho, y el pestillo volvió a cerrarse de nuevo. Los empleados comentaron durante mucho tiempo como no pararon en toda la tarde, e incluso en toda la noche, aunque lo cierto es que se quedaron exhaustos poco después de las 12. Pero el pestillo se quedó cerrado, quedando desnudos con una manta, observando las luces de la fábrica desde la ventana del despacho. Pero para ser sinceros, tampoco aquella noche las dos personas que había en allí miraban nada en especial. El, con la mirada perdida más allá de las apagadas chimeneas que apenas se distinguían en la noche, y ella, exhausta.

Un coche de empresa la deja en su apartamento,un cuartucho a las afueras de Tokyo, amueblado a duras penas.

Y de pronto, la llamada telefónica:

-Camarada, buen trabajo.
-Lo que sea por la revolución.

4 comentarios:

Cucaracha homicida dijo...

Lo que no te dije en el correo es lo mucho que me congratula la parte de la conversación.

Se me hace curioso, por lo demás, que haya un atisbo contextual relacionado con el comunismo, querido Lord Ruiz. Me quedé pensando en aquello que comentó acerca basar nuestras secrecciones sobre el plano de la socialdemocracia Yes We can. Me propongo hacer algo al respecto para la cuarta llamada.

Por cierto, a ver si entre los dos conseguimos tirarnos a alguien de habla hispana y subimos las visitas.

Cucaracha Amarilla dijo...

Nosé nosé... Y ¿que comodo se esta asi? Se ha vuelto un blog muy privado. Las visitas estan sobrevaloradas, y el publico es un arma de doble filo.

Hoy he visto por tercera vez, "lo mejor que le puede pasar a un cruasan". Tienes que verla. Me gustaría aplicar en varios aspectos de mi vida la filosofía de Pablo Miralles, y creo que en cucarachas se ha conseguido, con todo lo que conlleva.

Quim dijo...

Los visitantes nos escondemos bajo las alfombras y os observamos mientras follais, en silencio para que no nos descubrais, jeje.

- Por la revolución!

Cucaracha Amarilla dijo...

Si estoy dispuesto a matar por algo, ten por seguro que estoy dispuesto a follar por ello.

¡Viva la Revolución!