domingo, 15 de noviembre de 2009

Septima Llamada

(o también conocido como "¿La última llamada?")


La puerta se cierra con un sereno “clack”, y haciendo desaparecer el último rallo de luz artificial (algo es algo), que iluminaba la estancia. Si hubiese estado allí habría escuchado los pasos alejarse por el pasillo hasta el ascensor, la puertas metálicas del ascensor abrirse y cerrarse, incluso el ascensor moverse hacia la planta baja. Pero yo no estaba allí. Nadie estaba allí. La casa estaba vacía.

En la oscuridad total nadie podría adivinar la disposición del apartamento, donde empiezan y acaban las paredes, ni donde están los muebles, si es que los hay, donde empieza el techo, ni de si tienes los ojos abiertos. Oscuridad, no penumbra. Absoluta oscuridad. Oscuridad casi también auditiva, rota de vez en cuando por un coche cruza la apartada calle, casi como un susurro ligero. No llueve, no hace viento, no ladran los perros, no se escucha a los vecinos, parece que ha comenzado el fin de la luz y del sonido, y que ahora todo estará en una total, absoluta, inmutable, y asfixiante paz. Desde esta noche, y para siempre.

Y cuando no nadie allí esperaba nada, un sonido de alarma irrumpe desde quien sabe que punto en el interior de la casa. Es un teléfono, un sonido clásico, lo que entendemos por el sentido estrictamente de timbre, un teléfono viejo a lo años 30. Resuena y retumba por toda la casa, en intervalos muy breves de tiempo, dejando menos de un segundo de espacio entre el fin de un timbre y luego otro. El sonido es insistente, penetrante, taladrante, molesto. Se trata de un dispositivo que se pensó precisamente para eso, no es ni una radio ni un tocadiscos, es la alarma de un teléfono, y cumple su función. Golpes en el silencio, golpes contra la oscuridad, golpes que no pueden durar para siempre, y que finalmente, tras un minuto, todo vuelve a la oscura normalidad.

Fuera quien fuera quien llamase no ha dejado mensaje. Esta llamada telefónica se ha perdido para nosotros, que no pudimos cogerla, y para quien viva en el piso, que no estaba allí. Quizás no era tan importante, o sí, nunca lo sabremos. No tengo más conocimiento de que pasó en aquel lugar, ni de que pasa, y mucho menos de lo que puede llegar a pasar. No se si hubo más llamadas o de si las habrá. Lo que si que sé es que en cualquier momento y sin ningún aviso puede volver a sonar el teléfono.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Co-jo-nu-do.

Chapeau.

Un final exquisito.

Críticas:

1) "Rallo" es y será siempre Juan Ramón Rallo, el insigne economista liberal; no un vulgar "Rayo".

2) La sistemática profanación de los acentos.

Pese a todo, repito que he de quitarme el sombrero, y es una digno final para una serie notable.

Cucaracha homicida dijo...

Vaya si es un final decente. Con guiños a temas de actualidad -o comentaristas de actualidad, aunque solo Dios sabe que la distinción es indetectable-.
Si en los textos de Josías hay algun error gramatical u ortográfico se debe única y exclusivamente a su todavía no demasiado fluído mandarín y a su técnica del manuscrito encontrado.

El problema es que no es el final de las llamadas. Tendremos otra llamada mañana alrededor del medio día y esta vez sí será el fín.

A partir de la semana que viene tendremos otra serie a partir de los "¿Te ofende esto, sí?". Perdonen la traducción burda.