sábado, 1 de noviembre de 2008

Sobre dioses y estatuas

Una vez la última piedra fue encajada en el muro impenetrable, y arquitectos y capataces fueron, lógicamente ejecutados, el secreto permaneció a salvo.

Ni un rayo de luz pudo penetrar en aquella habitación cerrada. Los inscripciones de las paredes solo fueron legibles durante 6 horas más, tiempo en el que las antorchas tardaron en consumirse. Después, todo quedo en silencio, a oscuras. Sí, la oscuridad, el silencio perpetuo, no tiene porque ser algo negativo o desagradable... son relaciones conceptuales del mundo de hoy, que se centra más en lo inmediato y lo dinámico, que se empeña en excluir a la muerte de la vida, como un niño que se repite a sí mismo que el hombre del saco no está debajo de su cama. Y huye... La muerte llega cuando llega, y a veces significa paz.

Protegido por las arenas del tiempo, por las dunas cambiantes, las inclemencias del desierto, los mitos, las historias, y los cuentos de niños, las lunas fueron pasando y la cámara permaneció inmóvil, permanente, incorrupta, sagrada.

Y así fue hasta que un día el sonido volvió a suceder. Fuertes y rítmicos mazazos, y tan incansables como un cobrador de deudas, derribaron la losa de piedra, que cayó al suelo, dejando entrar la luz (artificial) que durante tantos siglos había estado desterrada. Cuerpos extraños sujetaban linternas y lámparas, sudados, sin aliento, respirando, consumiendo la atmósfera que no debía ser de nuevo experimentada por un organismo vivo. Se sustrajeron los tesoros del faraón, se clasificaron y se etiquetaron, exibiendolos en museos, a la vista de cualquiera, como monstruos de circo, como simples pescados en una tienda. Y en la pista central, el sarcófago, abierto, y el cuerpo faraón, que mantenía una ya inútil expresión de solemnidad.

Observándolo, casi como si se hubiese hecho con toda la crueldad del mundo, en el lado apuesto de la sala nº 15 del museo de historia natural, (y como parte de una exposición itinerante) estaba el Dios Seth, con su expresión terrorífica y hierática. Ahora ya solo era una estatua.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh, hermano Josías; lo más lamentable de todo esto es su inutilidad. Pues cuando los ladrones de tumbas saqueaban, en el fondo su labor era de reciclaje; nada se desaprovechaba: hasta las momias se pasaban por el rallador y se utilizaban como complemento del rapé.

Hoy, en cambio, se cogen las reliquias y se dejan dormir detrás de unos cristales, con un cartel que señala la fecha y la dinastía. Los escolares vienen a hacerse fotos, y los historiadores venís a interrogarlas con métodos que ya querría para sí la CIA.

Brutti tempi, brutti tempi.

Zwanzig dijo...

oh! Cómo el pequeño de los Frasier puede llegar a inspirar un relato.

en definitiva, la muerte ya no es lo que era.