domingo, 1 de abril de 2007

La vieja del Parque

Es una imagen bastante típica y por completo inofensiva. La vieja en el parque esta sentada. Supongo que por el viento lleva un pequeño abrigo de punto sobre las rodillas. El atrevido diseño del banco de metal ondulante, contrasta con su figura tan clásica y envejecida. Está algo roñosa, ha salido en espardenyas y medias, y con el batín puesto a las doce del mediodía, y una bolsa de plástico blanca bastante arrugada. Su permanente, blanca, esta bastante descuidada, aunque dejó de darle importancia a eso del pelo, cuando básicamente se le comenzó a caer a puñados.

Le acompaña un perro, una de esas razas indeterminadas, mezcla de unos y de otros, que nadie quiere y abandona. Uno de esos perros patada, ladradores y poco mordedores. Porculeros dirían algunos. Personalmente, detesto a los perros pequeños.

Vive sola, con el perro. No tiene familia cercana. No tiene visitas. Y desde siempre vive en su piso. La escalera fue muriendo poco a poco y ella perduro al paso del tiempo. No paga a la comunidad. Los años le han otorgado un derecho de uso, una legitimidad que se le otorga a aquellos que superan a la memoria. En su buzón se acumulan toneladas de propaganda, de jugueterías y muchos otros servicios. Resulta cómico el embutido de publicidad, que cuando ya esta más que saturado, Alicia trata de retirar.

Como vecina, es alguien silenciosa, y poco escandalosa, además de comprensiva. Nunca estorba, no se trata de la típica vieja que agasaja a los vecinos con rosarios lastimeros de dolores en la espalda. Tampoco una portera que conoce al detalle los entresijos de la comunidad y el vecindario. Ni siquiera una de esas hurañas irascibles, que recurre a los cuerpos de seguridad del estado en cuanto alguien decide poner una lavadora fuera de tiempo. Se trata de una mujer silenciosa y reservada. Solo que poco limpia.

Las malas lenguas la acusan de rebuscar en los contenedores, que se trata de una de esas locas que coleccionan basuras varias en busca de aquello que no tienen, o que se identifican con la basura que tiran, los viejos cartones de leche, los trastos usados, lo que sobra del pescado de la carne.... y quizás por prejuicios cristianos o por la ley del karma trata de recuperar. Pero todo eso no son más que mentiras. Inventos de gente que se aburre, de niños que dicen que en su rellano huele mal.

Su gesto, sus arrugas, su cara. Ella lo sabe, sabe que hoy ha llegado el momento. Que hoy le toca. Que de hoy ya no pasa. Que ya es mucho tiempo, que la estadística es así. Que más pronto o más tarde. Un leve viento agita su desaliñado aspecto, su bata y su bolsa de plástico blanca. Inspira.

Una pareja de la Policía Nacional la esposa con toda la delicadeza contra mundo, y la mete dentro del coche patrulla, ante el asombro de niños y jóvenes retozando en el césped. Al parecer el mal olor de su casa provenía de 23 vagabundos, que había secuestrado, torturado, descuartizado en su casa y vendido por Internet a varias distribuidoras de películas snaff, pero que la policía de delitos informáticos había conseguido dar con el culpable.

Por el barrio circulan ahora varias historias del porque de sus actos. Unos dicen que un día hizo “crack”, otros que siempre estuvo así, y que los maltratos en casa y su trabajo de secretaria terminaron de forjar la mente de una psicópata criminal. Otros dicen que es producto de la seguridad social, que dan tantas y cuantas pastillas quieran los viejos para que se callen. Tal vez fuera por la sociedad que ya no quiere a los viejos.








Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)

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