lunes, 23 de abril de 2007

Feliz no-cumpleaños


Las pequeñas cosas. Abel descubrió hace una semana que su vecina, fuma “Lucky Strike” y ha decidido sustituir sus fieles cigarrillos de tabaco de liar para tener la oportunidad de ofrecerle un pitillo y poner así una pequeña zancadilla al sopor del verano. Sonríe porque, aunque insignificante, al fin y al cabo se trata de una conquista, un as en la manga para soñadores.
Abel camina en dirección al único cine del pueblo. Se trata de una localidad de varios miles de habitantes horriblemente tranquila, especialmente durante el día. Tan tranquila y silenciosa que ni siquiera los cantos de los grillos se atreven a interrumpir el vacío abismal de las tardes de fin de verano este año, que avanzan como lava ardiendo destruyéndolo todo a su paso.
Pero este viernes Abel ha decidido romper la monotonía de las tardes encerrado en la antigua casa de su tía; casi tan vieja como la propia casa pero, por mucho, más aburrida.

Abel debe hacer esfuerzos por soportar a su tía, su tutora legal, que vive prácticamente ajena a su vida académica (se podría decir que vive ajena a su existencia en rasgos generales) excepto cuando éste le notifica los estrepitosos resultados obtenidos. Sólo entonces su presencia es perceptible para ella, que malgasta las horas recordándole que ha de recuperar las asignaturas pendientes, incordiándole continuamente con cuestiones sobre el futuro en tono inquisitorio:
-¿Cuándo vas a buscarte trabajo?
-No sé, tita, mi carrera requiere dedicación, ¿Entiendes? Necesito todo el tiempo del mundo para poder sacar la carrera. Dentro de poco podrás presumir de ello ante tus seniles amigas.
-¿Por qué no empiezas a pensar en ganar algo de dinero como, por ejemplo, aquel amiguito tuyo, Marcos?
- Para empezar, tita, no por empezar a pensar en ganar dinero lo haré, mi mente carece poder para llevar a cabo tal cometido. Pero no te creas que eso no me preocupa ¿Sabes? Bueno, me preocupa pero no me ocupa, ¿Entiendes por dónde voy? Además, Marcos siempre fue un pobre bruto que creía que se convertiría en un marica si se leía un libro.
-¡Ay! ¡Ya estamos, siempre igual! Pues el otro día le vi con su novia, una chica muy guapa y alta. ¿Cuándo piensas sentar la cabeza?
-Claro… tranquila tita, las próximas Navidades traeré a casa a una chica alta, con ojos claros y sonrisa de azafata. La típica chica florero cuya única función sea la de sonreír, calladita y risueña sin moverse de la mesa, haciendo continuamente cumplidos sobre lo deliciosa que está la comida. Sí, creo que traeré una chica rubia de buena familia que estudie farmacia, quizá odontología. Será una bonita actriz para tu gran teatro de las convenciones. Estarás contenta entonces ¿Verdad?
- Si al menos te peinases esa maraña que tienes en la cabeza… Abel…tu problema es que no te gusta la gente, vives en un mundo de cuentos, siempre hablando de teorías y cosas incomprensibles que no existen.
-Me temo que estás un poco equivocada. La gente no está tan mal. En mi opinión la gente es interesante, pero no por ello dejan de ser un aglutinado de materia predecible hasta el absurdo. Pero no me negarás, tita, que en la humanidad hay algo encantadoramente trágico ¿Verdad? ¿Sabías que es el único ser vivo que realmente sabe que va a morir?
-En qué mundo vives, por Dios, ¿Eso es lo que te enseñan en la universidad?
-No exactamente, soy algo autodidacta.
-Despierta ya, hijo, muchos de tus antiguos compañeros, todos ellos mucho menos capaces que tú, tienen un trabajo, un piso…Abel ¿Me escuchas cuando te hablo?
-¿Eh?
-Pregunto si escuchas cuando te hablo.
- Oh…. Sí, claro. A veces sí. En fin, no te preocupes tita, si las cosas se ponen feas me haré camarero. Por el día seré un tipo con grandes ojeras, trabajador y responsable, y cuando vuelva del trabajo me convertiré en un delirante nocturno. Así todos estaremos contentos, es el equilibrio perfecto.
-¡Qué cruz! –y así concluían la mayoría de las conversaciones- ¡Qué cruz de chaval!

Pero volvamos al chico caminando torpemente por las callejuelas.
Aquel verano sería el último para el también antiguo cine. Le apetece pasarse por allí antes de que lo tiren abajo para construir un polideportivo con piscina cubierta. Es el único cine de reestrenos que Abel conoce. Doble sesión 2€.
Mientras arrastra los pies por la acera, se imagina dentro de 30 años echando de menos la sala, recordando alguna noche allí metido como aquella mítica noche en la que, por sorpresa, pasaron una película del increíble Lynch cuando solo tenía 11 años. Recuerda que estuvo hablando de ello una semana, quizá un mes.
Haciendo un esfuerzo de memoria, también podía recordar alguna chica de mirada tímida. Parecía que todavía estuviese por ahí cerca flotando, en ningún sitio y en todos a la vez.
Abel tiene 20 años. Tiene 20 años y no deja de recordar, perdido en una maraña de imágenes y sensaciones que se amontonan en su cabeza como en un escritorio destartalado.
En la entrada del cine no hay nadie haciendo cola. Por allí solo está el hijo del dueño en la taquilla, un antiguo gallo de corral que había quemado toda la pólvora de su juventud en algún aparcamiento un sábado de madrugada, un pobre idiota que nunca supo sonreír en las fotografías.
Es la sesión de media noche y dentro la sala tampoco hay nadie. Es la última semana de la temporada estival, mucha gente se ha marchado ya a la ciudad y muy pronto así lo hará él también, incorporándose de nuevo a la vida de estudiante delgado y con ojeras atrincherado en su habitación de latas de cerveza vacías y ceniceros llenos.
Al poco de apagar las luces, una chica joven entra en la sala. Es muy delgada, demasiado, y a Abel su silueta se le antoja enfermiza. La chica pasa de largo y se acomoda en una de las butacas de las primeras filas, aparentemente sin darse cuenta siquiera de que no está sola.
Realmente era extraño que una chica joven fuese a un cine como aquel en la sesión nocturna, sola, al menos eso pensaba el pobre diablo de la taquilla. Sin embargo, Abel tenía la incómoda sensación de que le habían descubierto en su escondite del tiempo.
En la pantalla, Peter Sellers protagonizaba una de las peores películas que Abel había visto en toda su vida. Sin embargo, aquella chica reía a carcajada limpia con tanta fuerza que aquella situación le resultaba surrealista. Tanto que, en vista de que la película no merecía la pena, decidió marcharse de allí y ahorrarse la molestia de soportar un segundo más aquel teatro de lo absurdo.
La calle que daba a la antigua sala de cine estaba salpicada de bares. Aquel primer viernes de septiembre la gente parecía querer despedirse del verano bebiendo. Puesto que no tenía pensado volver tan pronto a casa, caminó sin rumbo por la larga calle estrenando su nuevo paquete de tabaco.
Nuevamente se sumergió en recuerdos y pensamientos mientras el espectáculo de luces dispersas de la noche le invitaba a perderse entre las calles, disfrutando especialmente del humo del tabaco ascendiendo en espirales caprichosas entre los destellos de colores provinentes de los carteles de los bares.
Al encender el segundo pitillo de la noche, en un giro del destino que él mismo calificó como “jodidamente irónico”, Abel vio a una chica muy borracha saliendo de un bar de la acera de enfrente.
La persona que salía tambaleándose del pequeño antro resultó ser su vecina noruega, seguida de cerca por un tipo que hubiese encajado a la perfección como portero de la discoteca en cuyo aparcamiento hacía de las suyas el susodicho encargado del cine. Abel vio frustradas sus fugaces esperanzas cuando el gorila, que estaba en un peor estado que la propia chica, se la llevó agarrada por la cintura y se perdió con ella entre la gente que a esas horas andaba por las calles, sin que a Abel se le escapase su oscuro propósito.

Tras contar las monedas de su bolsillo, Abel decidió entrar en aquel bar por el que precisamente acababa de salir su pelirroja y voluptuosa vecina. Curioso homenaje.
Así que ahí estaba Abel, apurando una jarra de cerveza*, apoyado en la barra del susodicho bar cuando, de pronto, vio a través de los cristales del bar una figura que se le antojó familiar.
Quizá por el hecho de que las ideas de su cabeza estuviesen algo empapadas de alcohol o por que su rencor se había “redireccionado” hacia el tipo que se había llevado de la cintura a su fantasía veraniega, el caso es que Abel no recordaba el asunto de la carcajada extravagante.

Y ahí está ella. Alicia.
Parecía un fantasma, mascullando preguntas que el viento responde. Una niña sola y triste sin rumbo fijo, delicada.
Y ahí está él, estrujándose ese pelo enmarañado relleno de miles de fotogramas y estrellas caídas. Sin duda era ella. Alicia, la chica bonita que se había vuelto loca en algún lugar indeterminado del camino. La chica que busca incansable su inexistente Ítaca en un camino de vuelta plagado de brumas, su propio País de las Maravillas.

Sí, al parecer se trataba, sin duda alguna, de una lunática. Al igual que él.
Abel enciende otro cigarro y pide más cerveza. Cierra los ojos y se evade. Aquellos veranos le parecen ahora tan agradables y lejanos que no puede contener una sonrisa a ciegas. Ahí estaba ella, entre sus recuerdos, la chica de sonrisa cálida e inocente. Protagonista de decenas (probablemente centenares) de sueños rotos. Hace muchísimo tiempo de aquello pero todavía recuerda como le escribía cartas imaginarias con juramentos secretos, sentado ante atardeceres de colores desmayados.
Abre los ojos, suspira.
- ¿Me das un trago?
Las miradas de aquel bar estaban concentradas en ella. Sus ojos, aunque tristes, no habían perdido la magia. El halo de su figura, algo encogida, irradiaba aún con fuerza y su cuerpo todavía sonrojaba a algunos de los presentes, que hicieron algún que otro comentario obsceno.
Abel puede notar el calor de sus ojos que tan repentinamente habían cobrado vida de nuevo. Ella toma la cerveza y bebe hasta acabarla.
-Espero que esta vez no escapes- le susurró ella al oído.
Sus miradas cruzadas se hablaban en silencio, como gestos bajo las sábanas. Ella moldea el tiempo a su antojo, rompe y desgaja los segundos para coserlos. Pasa el tiempo cristalizado en porciones imperceptibles: minutos, horas, quizá días.
Alicia le agarra de la mano. Juntos, salen a la intemperie para imaginar un océano en la noche. Juntos, se lanzan desde el acantilado y el viento recorre, veloz, su pelo y su piel hasta zambullirse de lleno en el final de la típica película feliz: se olvidaron del mundo, follaron mucho y, por supuesto, comieron perdices.

Al fin y al cabo, Peter Pan no es más que un velero sin velas ni remos si no tiene a Wendy, que necesita de él para vivir su propio cuento de hadas. Lejos, muy lejos.

*Se da la posibilidad de intercambiar el término "cerveza" por el de "zumo de naranja, uva, melocotón y maracuyá de esos multi ultra fruta" =)

Cucaracha homicida (G. Kovitz)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cerveza, cines baratos, chicas florero y chicas en la luna.. me recuerda a El Nota! Pero él no sería capaz de introducir todo eso con ironía en una película de Disney y además respetar el final feliz :)

Un beso, pecoso!

PD: Disney hace que los niños vayan buscando princesitas a las que salvar, yo incluiría más Abeles en las películas infantiles..

Cucaracha homicida dijo...

Así que El Nota de joven, en plan pedante-nihilista-existencialista de mierda, no? Bueno, para mi es un cumplido enorme =)

P.D. Abel es un nombre feísimo, lo que hace falta en Disney es algun culo al aire :P