domingo, 1 de abril de 2007

Planta 11


A paso decidido sale rápidamente de allí de donde viene. Su cabeza esta confundida, girada, es como ver el aguarrás estrellándose sobre pintura, sobre un cuadro ya de por si ya abstracto y visceral, que se recrudece en su esencia a medida que el líquido desciende. Sus amplias zancadas huyen como quien hecha a correr delante de la muerte. En su gesto, la frialdad más absoluta, la cara que pondría cualquier persona a esa repetida formula “¿en que piensas? En nada”, si es que es cierto que la mente humana puede llegar a ese momento en el que no piensa en nada, ni siquiera en el color blanco.

5 minutos antes, se encontraba frente a una cama del Hospital Metropolitano Jean- Paul Marat, (nombre que cada x años cambia, en consecuencia de quien controle el senado, aunque eso no es lo que hoy importa). Recorrer los pasillos de la planta número 11 lo que provocaba era minarle el estomago. Los pacientes y los familiares abrazándose, llorando, haciendo promesas de fidelidadante la muerte, y teniendo miedo juntos, que siempre es mejor en compañía, siempre y cuando no se llegue al histerismo.

Antes de entrar a la habitación 115 esperó a la hora de su visita, no resultaba para nada profesional aquello de adelantarse a la hora sobretodo en un asunto tan delicado. Y por un momento respiró tranquilo. Ya no había nadie en los pasillos, la hora de visitas se acababa, aunque aún faltaban 20 minutos. Debía de ser breve, claro y conciso. Había hecho esto más de mil veces, y no presentaba ningún vinculo sentimental-familiar-vetetuasaber. Volvió a ser de hielo, hasta que las puertas de los ascensores se abrieron, y dos camilleros arrastraban a una chica en una cama. Esta balbuceaba algo, babeaba y era inconsciente de si misma. El ridículo era lo que menos debía importarle si acababa de entrar en la planta de oncología. Por un momento creyó entenderle, creyó entender que decía un nombre, tal vez su hija, su madre, su prima, su novia, su amiga de la infancia, delirios imaginarios... Tampoco tenía que ver con su trabajo.

A paso firme entro en la habitación 115. Sin mirar a ningún lado, ignorando lo tétrico del pasillo de un hospital en la tarde-noche de un invierno. Ante todo, Dimitri era un profesional, admirado, un triunfador del extrarradio, una criatura que se ha abierto paso entre la adversidad y la mugre. Carraspeando entro dentro de la habitación y observó el panorama, la televisión encendida a medio volumen, mientras el presentador gritaba “¡a jugar!” y la perturbadora sensación del silencio dramático. Sobre la cama, un hombre de cincuenta muchos ,sesenta y pocos, algo gordo, resoplando sobre la cama, en un estado de cáncer de estómago bastante avanzado, y con un ya muy prolongado efecto de quimioterapia, como demostraba el hecho de que ya no tenía ni rastro de pelo en su cuerpo.

El señor Prutze¿?, Si soy yo, Hola muy buenas tardes, mi nombre es Dimitri Rosivic, vengo en nombre de la compañía de seguros “S&R”, a la que usted estaba suscrito, para comunicarle el hecho de que su seguro expiró hace un par de semanas, Oh, claro, se me había olvidado, tenga, este es el teléfono de mi mujer, ella se encargará de la gestión, generalmente soy yo el que me encargo pero ya ve que, Me temo que no ha comprendido señor Prutze, su seguro a expirado, y debido a su evidente estado de salud mi compañía se niega a la renovación del mismo, buenas tardes y gracias por su tiempo. Ni siquiera se quedo a ver su cara de incredulidad, de desgracia, tan descolorida...

Camina como quien huye de la muerte. A paso firme, no quiere hechar a correr para no llamar su atención y así no comenzar una carrera en la que ella le agarraría cuando él quedase fatigado. Lo mejor será caminar como quien no ha visto nada, y al llegar a casa antes de dormir hacer una breve reseña a su mujer, nada intenso, tal vez solo cogerle de la mano o abrazarse a ella antes de dormir. Pronto llegaría su ascenso y se dejaría de trabajados sucios...

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov)



No hay comentarios: